El otro arrabal de Sevilla

El enclave, que luego pasaría a llamarse Puerta de la Carne, se consolidó durante el cerco a Sevilla en tiempos de Fernando III

15 jul 2017 / 20:12 h - Actualizado: 15 jul 2017 / 21:19 h.
"La memoria del olvido"
  • Iglesia de Santa María la Blanca. / Gregorio Barrera
    Iglesia de Santa María la Blanca. / Gregorio Barrera

En el lado de Levante del recinto amurallado sevillano, el paraje de más allá de la Puerta de Minjoar que después sería llamada de la Carne, tuvo usos de labranza y de recreo, al menos desde los primeros tiempos andalusíes y ello creó allí un núcleo de población llamado Benaliofar. Sin embargo, el arrabal se consolidaría como tal en el período que duró el cerco de Sevilla por las tropas de la alianza forjada por Fernando III con Alhamar de Arjona y Abdelamón de Baeza para tomar la ciudad y acabar con la estancia de los almohades en la Península Ibérica.

Los atacantes arrasaron cuanto había en él para montar el asedio pero los monjes cistercienses que acompañaban a los ejércitos, barriendo para adentro, erigieron en aquel descampado una pequeña capilla y colocaron el lugar bajo la protección del fundador del Cister, San Bernardo de Claraval (lo mismo que, al contiguo de la Calzada le dieron por patrono a San Benito, padre del monacato europeo). De este modo los dos años en los que se prolongó la acampada de las tropas hicieron de aquel lugar algo parecido a lo que sería dos siglos y medio más tarde la población de Santa Fe, en las proximidades de Granada, sólo que, el estar prácticamente pegado a la cerca, eso le confirió una personalidad de barrio y le impidió ser una ciudad.

El enclave comenzó a crecer de nuevo y siguió siendo –como antes de la llegada de los castellanos– un terreno agrícola, encomendado principalmente a los mudéjares ya que, además, pocos años después Alfonso X tomaba Niebla después de establecer un pacto con su rey; Ben Mahfuz, darle vecindad sevillana (en la llamada Casa del rey Moro) y terrenos en lo que aún hoy se conoce como la Huerta del Rey. También, sin duda, debieron quedar por allí restos de la turbamulta que siempre acompañó a los soldados, San Bernardo, poco a poco, iría pasando a cumplir cometidos estrictamente urbanos aunque de aquellos que, por sus características, se procuraba alejar del centro, tanto por sus características en sí mismas como por las de las gentes que los cumplían.

Dos serían las industrias que darían personalidad diferenciada al arrabal: el matadero y los talleres de fundición; la magnitud de ambas vino dada por las dimensiones y la densidad que alcanzaba Sevilla desde los inicios del siglo XV y, después, tras el descubrimiento del Nuevo Continente. La corriente había comenzado ya en el siglo XIV con el aumento del puerto sevillano y el establecimiento en la ciudad de familias de industriales y comerciantes de toda España y gran parte de Europa. Esa actividad hizo también que brotara un floreciente comercio de esclavos negros que, luego, tras comprar su libertad o ser liberados tras muchos años de servicio, fueron asentándose en el conglomerado de viviendas, casuchas y tugurios que componían entonces el suburbio.

Los negros tenían ya en el siglo XIV su propia hermandad –la del Cristo de la Fundación que aun sigue llamándose de los Negritos– y no puede ser casualidad ni que estableciera su capilla entre las puertas de Carmona y Osario ni que, como nos dan cuenta variados documentos, los negros se reunieran para bailar los días de fiesta junto a la iglesia de Santa María la Blanca, en la Puerta de la Carne. El profesor Carriazo nos dejó un sabroso estudio sobre el barrio en los siglos XVI y XVII y allí encontramos numerosas partidas de bautismo de gente de color, tanto infantil como adulta.

El matadero fue construido a finales del siglo XV, como si Sevilla hubiera tenido un presentimiento del casi inmediato encuentro con América. Pronto sus alrededores se convirtieron en un sinónimo de la mala vida hasta el punto de hacer decir a Cervantes por boca de Berganza que aquello era una de las tres cosas de Sevilla que el rey aun no había ganado.

Los talleres de fundición llegaron con el invento de la artillería y, también, con el cambio del metal por la piedra en las artes decorativas, Fueron formando una calle, la Calle Nueva del barrio que, teóricamente, aún se extiende entre la puerta de la fábrica de cañones en el costado de la iglesia parroquial y la principal de la instalación en la Avenida de Eduardo Dato. La administración borbónica cerró en el siglo XVIII el recinto para construir la Catedral de la Artillería que fue dejando cañones con nombre y apellidos en medio mundo. Pero el barrio ya tenía entidad y, aunque fuera simbólicamente, conservó la calle haciendo pasar cada año la procesión de un extraño Corpus otoñal. El NIF Se lo dio, por un lado, el matadero, convertido en universidad popular de tauromaquia de la que comenzaban a salir doctores y licenciados como Pepe Illo o Costillares y, por otro, la misma instalación fabril que, además de morteros, bombardas y culebrinas sacaba militares fanfarrones y mujeres de rompe y rasga.

Hace ya muchos años Eloísa Baena publicó un ensayo sobre las cigarreras que no coincidía con la idea romántica: había más sanbernardinas que trianeras. Tampoco se llamaban Carmen sino que el nombre más común era Bárbara (por la patrona artillera) y Barbarita fue como llamó Lord Byron a la de su ineludible conquista en el relato de su estancia en Sevilla. San Bernardo es lo que explica el triángulo amoroso de Carmen con Escamillo y Don José.

El ferrocarril y el hundimiento de España como potencia desdibujaron y vaciaron San Bernardo. Del fulgor del pasado tan sólo quedaron la Catedral de la Artillería que Sevilla no sabe cómo integrar, un mercado (construido sobre el matadero) de la mejor arquitectura del siglo XX y un puente cuyo único sentido es conferir personalidad a un enclave brillando cada Miércoles Santo.

EL APUNTE

Todas las semanas llevan dos hatos de flacos animales al gran matadero que está situado entre una de las puertas de la ciudad y el arrabal de San Bernardo... Siempre se reúnen en aquel llano un buen número de gente que... logran con frecuencia dispersar la piara y separar a la res más brava. En estos lances no se usa más que la capa española...Los improvisados toreros agitan la capa al tiempo que mueven la cabeza con aires de desafío gritando: He, toro, toro.

José Mª. Blanco White.- Cartas de España.