«Si los políticos andaluces se tuviesen que sostener sobre el interés de los electores y los inversores, habría muchas más iniciativas para Sevilla de las que hay ahora». Eso, de entrada, en palabras de Antonio Fontán Meana, que sabe de lo que habla: abogado en ejercicio desde 1974, fue concejal en el Ayuntamiento de Sevilla en las listas de UCD y, posteriormente, el PP, cuando ejerció de delegado municipal de Hacienda y Personal en el Gobierno del andalucista Alejandro Rojas-Marcos.
Fontán respondió con claridad a la pregunta con la que la Asociación Iniciativa Sevilla Abierta (ISA) tituló la primera sesión del ciclo Sevilla, a debate. A saber: ¿La política de los partidos consolida o erradica el clientelismo y la autocomplacencia? Fontán añadió que «lo que ha cambiado fundamentalmente en el sistema de partidos ha sido el establecimiento de la financiación pública. Desde el momento en que se ha establecido una financiación pública para los partidos, que gestionan los altos dirigentes del mismo, ha cambiado sustancialmente la capacidad que los miembros de los partidos tienen de tener iniciativas distintas». Y la consecuencia no carece de importancia, porque no sólo son los partidos los que se empobrecen, sino que ese proceso lo sufre también la sociedad. Por varias vías: ocupando los puestos con gente «que no vaya a dar muchos problemas ni aspiren a más que a los puestos que ocupan» y, en un plano estrictamente electoral, con actuaciones que mantengan al electorado «siempre amarrado con pequeñas dádivas», y aquí utilizó como ejemplo el empleo de subsidios en los pequeños pueblos de la comunidad.
Añadió un matiz interesante, sobre todo en Andalucía: también la oposición participa de ese clientelismo, porque quienes detentan el poder lo procuran. Y así todo cuadra.
Fontán estuvo acompañado en el debate por otra persona que abandonó la política de manera voluntaria, esas raras avis: Pedro Navarro Imberlón, militante del PCE en los tiempo de la clandestinidad y, ya en las filas del PSOE, viceconsejero de Educación, entre otros cargos. Tampoco tuvo mayores dudas al afirmar que, en efecto, los partidos fomentan clientelismo y la autocomplacencia. Con la base de su experiencia personal, recordó que su llegada a la política se produjo «por la vía de la relación sectorial, del compromiso social», y «eso ha ido desapareciendo. Los partidos se han ido fagocitando y produciendo un proceso endogámico que los ha alejado de la sociedad». Impecable resumen de su posición.
Tiró de un artículo de César García Muñoz, profesor en la Universidad Pública del Estado de Washington para reforzar su idea, que vinculó a cierta tradición que hermana a los países del Sudamérica y el sur de Europa, pero que no es exclusiva de estos ámbitos. «El clientelismo, en suma, vendría a ser una respuesta a la persistencia de tradicionales estructuras sociales jerárquicas que alienan al individuo y caracterizan a las sociedades cerradas. Esta cruda naturaleza de las desigualdades sociales se expresa incluso en Norteamérica, paradigma de las sociedades abiertas, con el famoso dicho ‘No es lo que uno sabe, sino a quién conoce’, que en román paladino vendría a equivaler que un buen enchufe vale más que una carrera».
Eliseo Monsalvete: «Parece que hay dos vías: la oficial y la real»
Poca sorpresa pueden provocar las palabras con las que el presidente de la Iniciativa Sevilla Abierta, Eliseo Monsalvete, presentó el ciclo de conferencias que la asociación organiza: «Apreciamos que la ciudad crece a un ritmo muy lento, está aletargada y se complace pacientemente en la espera de los ciclos que marcan las fiestas tradicionales, como si fuera un calendario perpetuo que cambia las fechas en un disco giratorio, y que nos aliviará del presente tan desafortunado que vivimos». Monsalvete enlazó sus reflexiones con multitud de preguntas, muchas de las cuales serán motivo de debate en las jornadas. «¿Existe el recambio necesario, la savia nueva y la movilidad social necesaria para que lleguen nuevas ideas a los estamentos institucionales? A veces parece que hay dos vías, de diferente velocidad y reglamento: la oficial y la real».
El turismo, percibido en ocasiones como la nueva panacea, también sirve para plantear preguntas. «¿Cómo influye la creciente industria del turismo en el devenir de la ciudad? Tenemos el riesgo de convertirnos en una ciudad escaparate, donde la población se va reduciendo progresivamente, como Venecia. Este proceso implica necesariamente una desnaturalización del patrimonio físico y humano así como una uniformización de los comercios por las grandes cadenas con desaparición de los tradicionales, que son su verdadera identidad y atractivo».
Y, para acabar, una pregunta clásica en el repertorio de Monsalvete: «¿Por qué otras ciudades españolas han conseguido salir del marasmo cuando han apostado por un proyecto claro y bien definido, que nacido de la ciudadanía, ha contado con un auténtico y decidido apoyo de la administración, y Sevilla no?