En una ciudad como Sevilla, donde las tradiciones tienen un peso secular, la pregunta de la sesión celebrada anoche de Sevilla, a debate tenía el suficiente interés como para llenar, como hizo, el salón de actos de la Fundación Cruzcampo: ¿Los jóvenes están basando su identidad social en las tradiciones festivas o en otros referentes? Y la verdad es que, tras asistir a las ponencias y posterior coloquio, parece claro que el peso en la formación de esa identidad social de hermandades, clubes de fútbol, casetas de feria o afición taurina sigue siendo esencial en la ciudad.

La primera de las ponentes en intervenir fue la psicóloga social y profesora en EUSA y en CEA Global Campus Lucía Sell-Trujillo. Tras definir lo que es socialización y los distintos modelos en función de la edad, destacó que se trata de «un proceso reflexivo de ida y vuelta. Un sentimiento de pertenencia social que nos encuadra en un contexto comunitario», para añadir que «ese sentimiento es vital» a la hora de «cómo nos percibimos nosotros mismos», además sirve para «compararnos con otros grupos y a nosotros mismos como miembros de ese grupo».

Así, Sell-Trujillo destacó que las tradiciones son «una forma identitaria que nos define. Tienen que ver con los valores, las creencias, nuestra familia, y también con lo más cercano. La validación y autoestima social que dé respuesta a la pregunta de quién soy».

La también investigadora en aspectos psicosociales del desempleo apuntó que esas tradiciones, en Sevilla, generan «una estructura» con un doble aspecto, positivo, en cuanto a «redes de apoyo», y negativo, «el enchufe, como posible fomento de conocidos».

Sell-Trujillo pasó a centrar su discurso en sus investigaciones sobre desempleo y precariedad, de las que ofreció «una visión breve». Destacó la precariedad laboral en cuanto a salarios bajos, duración de contrato y pérdida de derechos laborales, y señaló el «estancamiento vital» que viven muchos jóvenes cuando no encuentran horizonte.

En esas situaciones, añadió, «se generan situaciones de dependencia: familiares, subsidios...», y es que la crisis «ha roto el contrato social», y ha generado desconfianza en el sistema político. «La sociedad no puede confiar y se abren caminos alternativos: por un lado, el concepto ético, de lo cívico; y por otro, el enchufe, amiguismo, que pasan a entenderse como caminos adecuados para acceder a la salud, a un especialista... son relaciones de la vida real».

Para concluir se centró en el papel que juegan las tradiciones en estas situaciones: «Frente a la incapacidad de las estructuras de dar respuesta, nos dan identidades, posturas, sentido de pertenencia, visibilizan estructuras informales, con el lado oscuro de reproducir desigualdades –enchufito–».

Ya durante el coloquio posterior, Sell-Trujillo, tras la pregunta de la moderadora Rocío Rubio Garrido, sobre si la cadena de favores puede generar frustración entre la gente que no está bien relacionada y tiene un curriculum impecable, señaló que más que hablar de emprendimiento, para el que «se pueden facilitar caminos», hay que hablar de «buscarse la vida, más cercano a lo que la gente está haciendo», y consideró que «no hay una predisposición genética al emprendimiento».

Emprendimiento genético

Es esto justamente lo que defendió en su ponencia la segunda compareciente, Rocío García Ramos, arquitecta, diseñadora de estrategias y fundadora de Design Thinking en Español. Esta joven profesional que ha regresado a Sevilla tras cinco años en Barcelona, «para crear un foco de investigación en Andalucía», se autocalificó como «emprendedora y andaluza» y contestó directamente a la pregunta inicial: «Sí definimos nuestra identidad social en las tradiciones».

Además de esa identidad social también define la personal. «A los 12 o 13 años me dije soy atea, y le cogí animadversión a la Semana Santa y me iba a la playa. Este año he disfrutado de ella. Me ha ayudado a ser más tolerante y a sentirme parte de un colectivo. Algo te mueve, te emociona por dentro». Y en cuanto a la Feria, «me ha aportado ser más sociable, compartir con las personas, la generosidad de quien abre las puertas de su caseta como si fuera su casa».

Sin embargo destacó un punto negativo en la ciudad: «nunca se habla de emprendimiento». Así señaló que, en su familia, «nos define como individuo, está en nuestro ADN», citando el ejemplo de su bisabuela «que a principios del siglo XX se enteró de que la seda daba dinero y empezó a criar gusanos para vender los capullos». «Vivimos en una ciudad con gran arraigo tradicional, en la que se habla poco de emprendimiento, y eso es un coctel molotov». Ya en el coloquio abundó en la idea de que «el emprendimiento te tiene que nacer de dentro, aun reconociendo que hoy hay gente que lo hace por necesidad». La diferencia es que, en el primer caso, «disfrutas del camino, te mueve conseguir el sueño que te has marcado».