En opinión de los usuarios que han dejado su valoración en Google, el Área de autocaravanas de Sevilla no es precisamente un hotel de cinco estrellas. Nueve de cada diez comentarios insisten en que el sitio es cutre de solemnidad, que el acceso no tiene luz, que los baños están sucios, que más que un área es un descampado... El año pasado IU reclamó al alcalde, Juan Espadas, un área municipal de servicios para autocaravanas en algunas de las parcelas que están sin uso en la ciudad.

Pero de lo anterior nada sabía ayer a media mañana Jürgen que, por su nombre, ya habrán intuido que no es de Coripe. Jubilado, de vacaciones con su mujer, lleva quince días recorriendo Andalucía y, estando en Frigiliana, se enteró de que en Sevilla se celebraba, por lo visto, una Feria. Y hasta aquí que vino. Lleva dos días alojado en su vehículo, estacionado en la carretera de la Esclusa.Glamour, lo que se dice glamour, la zona no tiene. Pero es económico y, mira por donde, el Real no anda lejos de allí. «Es una sinfonía de color», dice arrastrando las letras y con la mente a punto de estallarle en mil pedazos ante el jeroglífico que debe suponerle decir cuatro o cinco palabras correctas en castellano. Su mujer, que domina algo mejor el idioma, nos amplía la información. «Hemos ido dos veces a comer ¡al bar comunista!», asegura en medio de un ataque de risa, suponemos que aludiendo a la Caseta La Pecera.

El Área es un mundo aparte, para quien no la conozca vendría a ser como una especie de camping sin árboles y sin tiendas de campaña. Bien mirado es difícil saber si se encuentra uno en Sevilla o, por el contrario, ha atravesado un agujero negro en el tiempo y está en Phoenix, entonces lo que tendría uno delante en vez de las colinas del Aljarafe serían las de Arizona. «El sitio no es nada del otro mundo pero estamos acostumbrados a movernos con la autocaravana y si se quiere venir a Sevilla en Feria es lo que hay», reconoce Isabel, que baja desde Salamanca en un peregrinaje que tiene más que asumido. «Han puesto máquinas de refrescos, ya es algo», dice conformándose como puede.

En el lugar predominan los que se han hecho varios miles de kilómetros para aterrizar y no habían visto un farolillo en su vida. Gabor viene con su familia desde la República Checa. Lleva entre Huelva, Cádiz y Sevilla desde el Sábado Santo que entró por Nervión y vio unos capirotes (del Sol). Luego volverá para su tierra pasando unos días en Cataluña porque su madre, por alguna razón que desconoce, le tenía devoción a una estampa con la Virgen de Montserrat. Le intentamos explicar que aquí también hay una, vecina de la Magdalena. Pero la comunicación checo-hispalense no siempre es sencilla.

Aprieta el calor y la mayoría de los vehículos siguen cerrados a cal y canto. No hay mucha vida de barrio aquí. Antonia lava con una esponja más negra que el corazón de Satanás (fíjense si estaría negra) una autocaravana y chista cuando se le pregunta porque, dice, su familia duerme en el interior. «Vinimos ayer desde Cáceres. Yo ya les he dicho que es la última vez que viajo así; a mí la próxima vez que me traigan a la Feria de Sevilla en AVE», y ríe estruendosamente.

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