El empleo y el miedo al paro son la gran preocupación del 80% de los españoles. España es el segundo país de la Unión Europea donde más se han acentuado las desigualdades sociolaborales durante los últimos 10 años. Para Antonio José Mengual, sevillano, de 45 años, esas claves no son estadísticas, sino una cola de personas, muchísimas, una a una, que ayudar a salir del círculo vicioso de la falta de formación, de oportunidades y de autoestima. Nacido en Triana, donde sigue residiendo, casado y con dos hijos, a diario calibra la enorme diferencia de opciones que tiene la población de barrios como Triana y la que habita en el conjunto de barrios del Polígono Sur. Desde 2007 tiene el rango de director territorial en Fundación Proyecto Don Bosco y capitanea a todos los profesionales que han vertebrado junto a las Tres Mil Viviendas un centro social y de promoción laboral cuyos logros, recuperando y reinsertando educativa y laboralmente a centenares de personas, han sido reconocidos con numerosos premios. Su nueva iniciativa es la Escuela de Segunda Oportunidad.
¿Por qué se decantó hacia el trabajo social?
En los Salesianos de Triana, como estudiante, me atraía la intervención social. Con 16 empecé como monitor de actividades en el Centro Juvenil de Triana. Seguí vinculado mientras hice COU en el Instituto Bécquer. Y elegí hacer la carrera de Pedagogía, mientras seguía de monitor para fines de semana con chicos de nivel socioeconómico medio-bajo en barriadas de Triana como el Turruñuelo, Los Ángeles, Santa María... Una época en la que apenas había oferta de actividades de tiempo libre para jóvenes, y menos aún que sus familias pudieran tener dinero para pagarlas.
¿Su primera experiencia para la orientación laboral?
Estando en cuarto de carrera, en 1999, me salió la oportunidad de trabajar en una especie de escuela ocupacional que había en los Salesianos de Triana, promovida por la asociación CIPE (Colectivo de Iniciativas para la Promoción de Empleo). Dedicada a chicos que salían del sistema educativo arrastrando fracaso escolar. Le dábamos formación, no reglada, pero que les permitiera hacer prácticas en empresas, empezar a relacionarse con el ámbito laboral, y motivarse para que hicieran camino formándose con intensidad.
¿Qué le condujo al Polígono Sur?
En 2000, cuando acabé la carrera, quería ir a Togo para trabajar varios años en las misiones que tienen los salesianos en ese país africano. Pero era muy difícil dar el salto, y un salesiano me dijo: “¿Por qué no te vas a las Tres Mil, allí hacen mucha falta educadores para estar con chicos en pisos de acogida”. Empecé, estuve varios años, y fue una experiencia de las que curten.
¿En qué consiste?
Son recursos residenciales básicos donde viven cinco o seis menores que son retirados de sus familias porque no pueden vivir con ellas. Estamos hablando de familias desestructuradas, de chicos con falta de hábitos, con carencias educativas... Y hay que aportarles la educación que le daría cualquier padre a sus hijos, aunque ya sean mayores. Como éramos dos educadores en cada piso, hacíamos turnos largos. Llegaba a media tarde, estaba con ellos, hacía seguimiento de sus estudios, y el aseo, la ducha, la cena, y nos acostábamos. Y cuando desayunaban, después de estar 13 horas con ellos, mi compañero me hacía el relevo. Los fines de semana los cubríamos de modo alterno, eso significaba estar 60 horas con ellos. Empezamos en pisos, después nos mudamos a unas casas en Dos Hermanas.
Todo un aprendizaje para marcar pautas.
Algunos chicos entran con nueve o diez años, y salen con más de 18 o con más de 20. Mucho trabajo de reeducación, de evitar que transgredan los límites. Es una vida familiar en la que te toca criar a varios adolescentes juntos cuyos antecedentes son muy complejos, incluso violentos. Estar pendientes de la atención médica, de comprar todo lo que haga falta, de la asistencia al colegio o instituto en lugar de irse al parque. Y los hábitos alimenticios, de higiene, de estudio... Y la buena convivencia con los vecinos. Durante los primeros años, todos eran nacidos en España. Con el paso del tiempo, cada vez fueron llegando más chicos inmigrantes. Mantengo el contacto con muchos de ellos. Hace pocas semanas, quedamos un sábado en un parque de Montequinto. Algunos fueron con sus hijos.
¿Entre ellos perviven lazos de estrecha amistad?
Muchos salen adelante, prosperan, y sienten que han sido su familia durante cinco, diez o más años. Algunos han logrado ser empresarios en el sector de peluquería y estética, les va bien. Hay chicos marroquíes a los que les costó la misma vida aprobar la ESO y después han sido capaces de hacer una carrera universitaria de ingeniería. Es muy hermoso dedicarse a esta labor. Aun a sabiendas de que no todos los que pasan por estos pisos logran superar la realidad que les envuelve, sobre todo si retornan a su familia y ésta vive del tráfico de drogas.
¿Qué dimensión tiene hoy en día la Fundación Don Bosco en el Polígono Sur?
Cuando creció tanto el desempleo durante la crisis de hace una década, se decidió potenciar la inserción laboral. Se creó el Centro Social y de Promoción Don Bosco. Actualmente trabajamos en él más de 40 personas contratadas, más el apoyo de voluntarios y de alumnos en prácticas de facultades como Psicología. La mayoría de nuestros profesionales se dedican a los itinerarios de inserción laboral, acompañando para ello a las personas desde el punto donde se encuentren. Desde no tener ningún tipo de cualificación profesional, ni siquiera haber acabado los estudios, hasta que los ponemos en situación de conseguir y aprovechar una oportunidad laboral. Estamos atendiendo a más de 1.000 personas al cabo del año. En 2018, más de 400 personas lograron trabajos.
¿Cómo lo afrontan?
Hay itinerarios que son larguísimos. Como las personas que se han desenganchado del mundo laboral y llevan un par de años en paro. Intentamos, a través de una formación lo más corta posible, donde le busquemos prácticas, que alguna empresa colaboradora nuestra los vea y les dé otra vez una oportunidad laboral. La labor de la fundación se ha transformado mucho aquí a lo largo de diez años, en la medida que hemos ido detectando nuevas necesidades, y que hemos conseguido recursos para aportar oportunidades a la gente.
¿Tienen también actividad en otros barrios de Sevilla?
Sí. En el Colegio Salesianos de la Trinidad tenemos una escuela ocupacional. Y en el Colegio Salesianos de Triana solemos hacer casi todos los años algún programa para chicos de 14 a 16 años con problemas de fracaso escolar. También hacemos actividades en el Instituto Diamantino García Acosta, en la zona del Cerro del Águila-Su Eminencia. Y en más barrios. Intervenimos a demanda de algún centro educativo o de los servicios sociales de la zona, como hemos hecho en ocasiones en Torreblanca. En la intervención social, lo fundamental es ser muy versátil y buscar formas de colaboración, por muy diversas que sean, para acercarnos a la necesidad. Allí donde no tenemos sedes propias ni posibilidad económica de alquilarlas, pues tenemos instalaciones cedidas por ayuntamientos, pisos cedidos por hermandades...
¿En qué consisten esas intervenciones?
A grandes rasgos, desde la Fundación Don Bosco ejecutamos tres programas. Uno es el programa residencial, para personas que tienen la necesidad de vivienda de acogida. Tenemos pisos para jóvenes tutelados, que han cumplido 18 años, han salido del sistema de protección de menores y necesitan un sitio donde vivir. Tenemos pisos para jóvenes inmigrantes. Y también pisos para refugiados, todo regulado con el Estado. Otro ámbito importante es el de intervención socioeducativa, complementario al sistema educativo: prevención del absentismo escolar, talleres para chicos expulsados, trabajo social con sus familias, empoderamiento... Y el otro, que antes citaba, es el programa de inserción sociolaboral, todo ese itinerario que hacen las personas para conseguir un empleo. Objetivo a alcanzar tras trabajar mucho con las personas en sus competencias personales, competencias transversales, capacitación profesional, prácticas en empresas,...
¿Este Centro es para el barrio su Pabellón del Empleo?
La gente nos valora y respeta. Siempre tenemos las puertas abiertas. Cada vez acuden más personas porque quien consigue un trabajo se lo dice a familiares y vecinos. Somos Agencia Oficial de Colocación. La mayoría de las empresas que colaboran con nosotros para ofrecer trabajo son del sector comercio, de la hostelería y de los hoteles. El Corte Inglés, Alcampo, Supermercados Mas, Calzados MaryPaz, Repsol, Kentucky Fried Chicken,... Hay personas a las que formamos para mozo de almacén, servicios de limpieza, carniceros, fruteros, camareros, camarera de piso, dependiente de gasolinera. También estamos dando cursos de instalaciones eléctricas, de fibra óptica,... Diseñamos y planificamos las formaciones para que las prácticas terminen en un momento de alta contratación en un sector. El nivel de inserción suele ser bastante alto, porque antes trabajamos mucho con las personas, y cuando las mandamos a unas prácticas es porque sabemos que están preparadas para trabajar en ese sector. Para nosotros es fundamental que las personas que nos llegan con una historia de fracasos y situaciones complejas en su vida, no le busquemos nosotros un fracaso más.
¿Qué habilidades básicas les piden desde las empresas?
Que la persona sea puntual, educada, que sepa trabajar en equipo, que se comunique bien, que sepa captar un mensaje, que sepa atender instrucciones básicas, que tenga capacidad en el manejo del lenguaje y del cálculo matemático... Nosotros le hacemos un seguimiento al balance competencial de cada persona y evaluamos sus progresos.
Hoy en día la mayor parte de los contratos son de cortísima duración.
Hay mucha temporalidad y movilidad. Dificultades y oportunidades. Trabajos de dos meses, tres meses... Vuelven al paro, les buscamos otras opciones... Nuestra idea es que vayan consiguiendo mejorar su curriculum y cada vez estabilicen más su trabajo, a partir de ir acumulando contratos de dos o tres meses. Tenemos chicos que están con contrato indefinido trabajando en residencias de ancianos. E inmigrantes que nos llegan sin el permiso de trabajo y hay que buscarles una oferta de trabajo por un año, y lo conseguimos...
¿Ustedes son el eslabón que suele faltar entre las instituciones públicas y las empresas privadas?
Es fundamental articular la colaboración público-privada. Y lo hacemos, como en el Proyecto de Experiencias Profesionales para el Empleo (EPES), financiado por las Administraciones Públicas. O la coordinación con Andalucía Orienta, con el Servicio Andaluz de Empleo, con el proyecto Incorpora, con el programa Sevilla Integra que financia el Ayuntamiento. Y también coordinados con los servicios sociales, que no tienen plantilla suficiente para que alguien haga un acompañamiento tan extenso a una persona ni le pueden facilitar prácticas en empresas. Desde muchos ámbitos oficiales les remiten a nosotros porque nuestra intervención es complementaria.
Han creado dentro de sus instalaciones una empresa de moda, Occhiena Central de Moda Ética. Y han sido noticia en toda España porque le hacen ropa incluso a firmas internacionales como John Galliano. ¿Esa difusión mediática ha sido útil para generar más empleo?
Sí, porque a partir de entonces nos han visitado más empresas de moda, y tenemos más clientes. Porque si estás haciendo ropa interior para una firma como John Galliano, cualquier profesional del sector sabe que eso significa garantía de confección de mucha calidad y de buenos acabados. No es fácil en el sector textil conseguir fama de trabajo bien hecho, de calidad, en plazos, a precio adecuado. Los comienzos de Occhiena fueron muy duros. Se hacían muy pocos trabajos, eran contratos de pocas horas para una o dos mujeres. Ahora tenemos a trece de forma estable.
¿De qué firmas de moda son proveedores?
Son muy diversas. Sibilina, de moda flamenca, con su carga de trabajo hay empleo para seis mujeres de forma permanente, estamos haciendo para ellos más de doscientos trajes al mes. Para Velvette, firma de París. Para Teresa Villagrán, diseñadora de Barcelona, que tiene su línea de ropa de baño. Para Meryfor, que hace ropa para celebraciones y cóctel. Para Guasiney, que son unos chicos especializados en camisetas. Y hay más, sobre todo en lycra, baño, ropa interior, que son trabajos más delicados que en muchos sitios no se hacen.
¿Por ejemplo?
Estamos probando fabricar un tejido especial para paracaídas en drones. Es un proyecto que nos han propuesto desde la escuela de paracaidismo que hay en Bollullos de la Mitación, están probando dotar a los drones de paracaídas para mejorar, si caen, las medidas de seguridad y la preservación de esos aparatos y sus dispositivos.
¿Qué le ofrecen ustedes a las empresas de moda?
El acabado está garantizado. Si hay algo que no está bien, nosotros lo repetimos sin cobrar nada extra. El diseñador siempre puede venir, ver cómo se está haciendo su ropa. Hay un trato muy cercano, que es imposible cuando se manda una producción a Marruecos, a Turquía o a la India. Tenemos una buena empresa de mantenimiento, que ante cualquier fallo en la maquinaria lo resuelven rápido, porque no te puedes quedar parado para cumplir los plazos. Y vamos comprando maquinaria cada vez más especializada, en la medida de nuestras posibilidades.
¿Hasta dónde puede llegar Occhiena?
Nuestro objetivo no es ganar dinero sino dar oportunidades. El punto de partida sigue siendo nuestra oferta de cursos de formación en el sector de la confección. El centro de producción textil fue el paso para enseñar a trabajar en una dinámica de fábrica y tener capacidad de trabajar en empresas del sector. Tenemos ya tantos encargos que estamos derivando clientes a chicas que se han constituido en sus propias empresas como autónomas, y están haciendo arreglos, o composturas, o ropa infantil, o sudaderas, etc.
Acaban de poner en marcha una Escuela de Segunda Oportunidad. ¿Qué ofrece?
En primer lugar, tener acreditado oficialmente que cumple esa función la suma de muchas intervenciones que hacemos, y así lograr que se nos homologue y nos financie. Sobre todo, queremos que la sociedad y las administraciones públicas reconozcan que hay un modelo alternativo para poder acompañar a las personas en itinerarios paralelos, tanto para la inserción laboral como para la cualificación educativa, y que podamos incluso llegar dar a la persona la titulación oficial. Cada chico que fracasa es un fracaso del sistema educativo. Nos llegan muchos, con 16, 17, 18, 19 o 20 años, que quieren iniciar un proceso de inserción laboral pero no tienen ni siquiera la graduación en ESO. Les decimos: “Te entendemos y sabemos que necesitas trabajar, es algo fundamental por tus circunstancias personales, pero tienes que saber que si abandonas la vía de la formación, estás abocado a un trabajo precario el resto de tu vida”.
¿Cómo los recuperan?
A través de diferentes metodologías, de preparación de la prueba libre de graduado en ESO, o a través de la colaboración que tenemos con Radio Ecca, los vamos acercando al retorno educativo, que el chico se pueda sacar la ESO, o una Formación Profesional básica o que pueda hacer un Ciclo de Grado Medio. Y que ya no deje nunca de seguir formándose. Les comprometemos a hacer un itinerario individual de un par de años como mínimo, donde les vamos a acompañar en este doble camino formativo y de inserción: pueden formar parte de esta escuela de segunda oportunidad, donde hay muchas actividades que aportan los propios proyectos que están funcionando. Y también actividades propias de la escuela, donde están todos los chicos juntos, donde se trabajan competencias personales, donde se hacen dinámicas para que el grupo se cohesione y que ellos mismos tengan conciencia de que son los alumnos de la escuela de segunda oportunidad.
¿En cualquier momento del año pueden empezar?
Es tal la demanda que tenemos de cursos y empleos, que hemos decidido realizar una acogida mensual, el primer miércoles de cada mes, a las diez y media de la mañana, en el salón de actos. Explicamos lo que hacemos, se cogen los datos de todas las personas que acuden a informarse, se ve cuál es el perfil, y a partir de ahí se va trabajando individualmente con ellos. Se les cita otro día para inscribirse en la agencia de colocación, y otro día para una sesión de autoconocimiento... El proceso de acogida dura en torno a un mes y se le asigna un tutor, dependiendo de su perfil. Y a partir de ahí, se les va incorporando a diferentes actividades.
¿Cuántas personas están acudiendo por vez primera en el primer miércoles de cada mes?
Entre 80 y 120 personas. Solo atendemos a quienes están en riesgo de exclusión social. Quien pueda pagarse una formación ha de buscar otro sitio. La mayor parte de la formación se imparte en sedes de las empresas. Por ejemplo, el curso sobre TPV (terminales de punto de venta) se da en un edificio de El Corte Inglés. O el de mozo de almacén se hace en el centro logístico que tiene MaryPaz en Dos Hermanas. Toda la labor que hacemos no tendría sentido si no estuviera coordinada con las empresas, sus necesidades, sus procesos de selección,...
¿Qué piensa cuando ve noticias sobre lo poquísimo que cobran algunas mujeres que trabajan en hoteles como camareras de piso?
Nosotros trabajamos con todas las personas para que mejoren su autoestima y para que encuentren un trabajo digno. Para que se valoren a sí mismas y sean capaces de exigir sus derechos como personas y como trabajadores. Nosotros dejamos muy claro desde primera hora a cualquier empresa con la que buscamos acuerdos, que no pueden ser actividades de economía sumergida, de pagar en B. Tienen que estar dadas de alta, en un marco regulado por convenios y donde se respeten sus derechos. Si una persona a la que hemos formado para que sepa defenderse, en su búsqueda de empleo acepta algo a lo que debería negarse, eso está dentro de su ámbito de decisión a nivel personal.
Usted invitó el pasado mes de marzo a Ana Oramas, diputada de Coalición Canaria, a conocer el Polígono Sur, tras la polémica por cómo aludió al barrio, en un debate parlamentario con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. ¿Cómo fue su visita?
Antes ella ya se había disculpado públicamente por decir en el Congreso que “aquí no estamos en las Tres Mil Viviendas”. Fue una frase desafortunada. Al margen de que a cualquier frase de un político hay otros políticos que intentan sacarle punta y utilizarla en su beneficio. Se equivocó porque a la gente de este barrio le hace daño. A cualquiera le haría daño si se refirieran así sobre su barrio. La disculpa de Ana Oramas fue sincera y quería compensar ese error. Cuando la Comisionada del Polígono Sur le cursó la invitación oficial a venir, se organizó que conociera todas las entidades sociales que directamente la habíamos invitado, para que descubriera todo lo bueno que aquí sucede.
¿Qué le dijo?
Nos repitió: “¡Cómo he podido yo tener ese fallo! Por usar una frase hecha. Yo, que he sido alcaldesa, que he trabajado en la mejora de barrios”. Comprobamos que es una persona sincera y conocedora de cómo es la realidad social en los barrios desfavorecidos.
¿Y tendrían que pedir perdón otros muchos políticos por el aumento de la pobreza infantil, por el fracaso de los planes educativos, por la cronificación de la desigualdad, por no priorizar que en España hay millones de personas en riesgo de exclusión?
Salvo cuando tienen que 'vender' algo que consideran puede permitirles arañar algunos votos, los políticos no se acuerdan de las grandes minorías, que son muchas en nuestra sociedad. Gobiernan para las mayorías que van habitualmente a votar. Y en estos barrios el índice de participación en las elecciones es muy bajo. La gente tiene tantos problemas que lo último en lo que piensa un domingo es en ir a votar. En la sociedad capitalista mucha gente sufre descompensaciones, y se va quedando atrás, se va quedando excluida. Pero son vistas como minorías que no hacen ni ganar ni perder elecciones. Por eso estos barrios y estos colectivos quedan olvidados. Si son nombrados dentro de una campaña electoral es para buscar rédito político. Pero los presupuestos que se destinan para intervención social son una migaja. Afortunadamente, hay algunos políticos, pocos, con una gran calidad humana y con una sensibilidad especial para tomar decisiones que de verdad contribuyan en mejorar la vida de esta gente.
Quizá la raíz de esa escasa sensibilidad está en que la mayoría de los políticos nacen, se forman, residen y conviven en barrios cuya población no tiene interés en relacionarse con barrios como el Polígono Sur.
Hay tanto desconocimiento, y tantos prejuicios... Llevo 20 años acudiendo en coche a trabajar al Polígono Sur, y nunca el coche ha sufrido daño. Aparco en la calle. En las Tres Mil Viviendas. Y de vez en cuando hay personas de otros barrios de Sevilla que me quieren explicar a mí cómo son las Tres Mil Viviendas. Sabihondos que me dicen: “Allí no se puede entrar con tu coche”. Y les pregunto: “¿Cuántas veces has llevado el coche?”. Me responden: “Nunca, pero yo allí no entro”.
Más grave aún es que muchas empresas de reparto y mensajería no quieren entrar. He puesto infinidad de reclamaciones. Imagine el calvario que supone para la producción textil.
Cuéntelo.
Nuestros clientes pagan el envío para que nos lleven los paquetes a nuestro centro. Y hay importantes empresas nacionales de reparto que lo cobran pero alegan, sin ser verdad, que es una zona donde resulta imposible entrar. Y que vayamos a recoger el material a su central, que está a 10 kilómetros. Pese a que les insisto: “Pueden meter la furgoneta dentro de nuestra sede para aparcar y descargar, tenéis la verja abierta”. Sufrir esa marginación es muy duro. Por eso muchos jóvenes del barrio ponen otra dirección en su curriculum cuando buscan trabajo. Porque la sociedad margina directamente, sin conocerles, a quienes son del barrio. Por eso a muchos les da vergüenza salir de él. Es una barrera psicológica enorme. Sentirse marginados porque los demás te marginan.