«España exporta más toneladas de jóvenes con talento que aceite de oliva»

Jorge Gil Martínez es director global de I+D de la multinacional cervecera Anheuser-Busch in Bev.

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
04 mar 2018 / 07:18 h - Actualizado: 04 mar 2018 / 08:33 h.
"Son y están"
  • Jorge Gil Martínez muestra una botella de Canvas, la bebida nutricional que ha creado y ya se consume en Estados Unidos. / El Correo
    Jorge Gil Martínez muestra una botella de Canvas, la bebida nutricional que ha creado y ya se consume en Estados Unidos. / El Correo

El farragoso nombre de Anheuser-Busch in Bev, o su abreviatura AB inBev, no son referencias populares. Si decimos Budweiser, Corona, Leffe, Stella Artois, Pilsner Urquell, Peroni,... ya habrá lectores que visualicen mentalmente algunas de estas marcas de cerveza. Son solo algunas de las que produce y vende AB inBev, la multinacional que suma mayor cuota de mercado a nivel mundial en el sector cervecero. Un conglomerado de empresas de raigambre europea, brasileña, norteamericana, china, etc., que aglutina 180.000 trabajadores y en 2017 registró una facturación global de 56.400 millones de dólares (equivalente a 45.700 millones de euros). En la sede central de AB inBev, en Lovaina (Bélgica), el director tecnológico del departamento global de I+D (Investigación + Desarrollo) lleva un polo de la Universidad de Sevilla. No es un souvenir turístico. Es una de las señas de identidad de Jorge Gil Martínez.

«Es un orgullo que mi nombre aparezca encabezando una patente que supone un gran paso para mejorar el mercado alimentario, la nutrición en el mundo y la sostenibilidad medioambiental». Lo dice, teniendo al fondo la enorme fábrica de Stella Artois. Y no se refiere a una cerveza. Sino a lo que ha logrado desarrollar para AB in Bev reutilizando la materia orgánica que se desaprovecha cuando se produce cualquier tipo de cerveza. Una innovación que va a ser utilizada en muchos productos alimenticios.

–¿Cuáles son sus raíces biográficas?

–Nací hace 38 años en Cádiz. Y me crié en San Fernando. Mi padre trabajaba como ingeniero técnico naval en La Bazán, hasta que se tuvo que prejubilar de modo anticipado por la reconversión industrial. Ahora mis padres viven en una casita junto a la playa de El Palmar de Vejer. Estudié en el Colegio La Salle y en el Instituto Isla de León. Y a mis 18 años comenzó mi vinculación con Sevilla al entrar en su universidad para estudiar Biología y Bioquímica.

–¿Algún hecho le encaminó hacia la Ciencia?

–Recuerdo hasta el momento en el que lo decidí. En Tercero de BUP, una profesora de Ciencias Naturales explicó el mecanismo de replicación del ADN. Me pareció fascinante cómo la vida se propaga, cómo la vida tiene un mecanismo que intrínsecamente asegura que las especies se perpetúen. Sobre todo me fascinó el mecanismo molecular por el que se hace eso, con las enzimas. Y decidí que quería trabajar en eso el resto de mi vida. Cada día estoy más convencido de que tomé el camino adecuado.

–¿Quién ha sido su maestro?

–Un gran bioquímico: Pedro Candau, tanto en la Universidad de Sevilla como en el Centro de Investigación Isla de la Cartuja. Dirigió mi tesis, me aportó grandes fundamentos científicos y me impulsó para doctorarme en tecnología enzimática. Me marcó igual de bien a nivel personal, como él vivía en Bermejales opté por residir en Bermejales y es el barrio de Sevilla al que le tengo más cariño.

–¿A qué tema dedicó su tesis doctoral?

–Era el estudio de las cianobacterias, son organismos que tienen muchísimas aplicaciones industriales: para producir alcohol u otro tipo de combustible, o para producir medicamentos. Tienen la gran ventaja de ser fotosintéticas. Pueden vivir simplemente con la luz solar y materia inorgánica. Es como una planta. Simplemente con agua y sol son capaces de crecer. Si logras desarrollar la tecnología para que te produzcan un compuesto de interés industrial, como, por ejemplo, un alcohol o un medicamento, es una fuente renovable muy barata y muy sostenible de producción de ese compuesto de interés. Mi tesis pretendía dar herramientas a las empresas para que las utilicen. Y así empecé a trabajar en 2009 en Abengoa, interesada en la producción de alcohol para biocombustible.

–En 2009, Abengoa estaba creciendo muchísimo.

–Tuve la suerte de experimentar en Abengoa una época maravillosa, de expansión y de aplicación de conocimientos científicos al ámbito empresarial para generar economía y empleo. Cuando me contrataron, estaban creando una unidad de negocio donde solo éramos tres personas, y en cuestión de dos años éramos cincuenta. Viví cómo se desarrolló la tecnología que la empresa buscaba con el fin de producir alcohol de segunda generación para biocombustibles.

–¿Dejó Abengoa antes de que su crisis fuera conocida?

–Quería nuevos retos profesionales porque nunca había trabajado fuera de Sevilla y España. Los busqué dentro de Abengoa, estaba dispuesto a irme a Estados Unidos o Brasil, países donde tenía muchísimo negocio. Pero la empresa no lo ofrecía. Empecé a sospechar, y a escuchar algunos comentarios. Y le vi las orejas al lobo. Me planteé salir de Abengoa cuando su reputación estaba aún en lo más alto y así podría obtener algún contrato con buenas condiciones.

–¿Cómo lo logró?

–Publiqué de mí un buen perfil de curriculum en LinkedIn, que es una red social profesional con inmensas posibilidades de entablar contactos. Y activé la opción de estoy abierto a nuevas ofertas de trabajo. Y una persona que trabajaba en Kerry, una gran empresa de alimentación en Irlanda, famosa por sus quesos y mantequillas, me envió un mensaje para conocerme, y más adelante me ofrecieron trabajar con ellos en Irlanda. Cuando llegué, en enero de 2013, y salí por vez primera a darme una vuelta y a entrar en un pub, descubrí que mi dominio del inglés era peor de lo que yo pensaba. Hasta que no vives en un país de habla inglesa, no eres capaz ni de expresarte bien ni de entenderles bien.

–¿A qué se dedicó dentro de la empresa Kerry?

–El proyecto más interesante, por sus resultados, fue para los zumos de frutas, sobre todo los de naranja. En Kerry había muchos medios y muchos investigadores, y como mánager en tecnología enzimática y de fermentación conseguimos la producción, por procesos de fermentación natural, de los compuestos naturales que se utilizaban para los zumos de frutas. De esta manera, se daba solución a la creciente demanda por parte de los consumidores para tomar zumos naturales. Y a la necesidad de muchas empresas del sector para que sus zumos tuvieran aroma natural y que en sus etiquetados pudieran indicar que eran de origen natural, y no meros derivados de concentrados.

–¿Cómo entró en ABinBev?

–Yo estaba feliz en Irlanda, ya lo mío era conducir por la izquierda. Y me llamaron por teléfono de ABInBev para decirme que querían que trabajara con ellos. Me quedé muy sorprendido, es una empresa de cervezas, y yo jamás había hecho cerveza. Les dije: «Creo que se han equivocado de persona». Y me respondieron: «No. Eres justo lo que estamos buscando, porque queremos abrir una nueva línea de negocio que no sea cerveza. Ya es difícil crecer más haciendo cerveza, porque somos la industria cervecera más grande del mundo. Queremos entrar en el mercado alimentario. Hemos visto lo que has hecho con Kerry y queremos que hagas cosas parecidas con nosotros».

–¿Qué le encargaron?

–Lo primero era aplicar tecnologías enzimáticas para producir cervezas sin alcohol que fueran nutritivas y con azúcares naturales, en vez de la cantidad de azúcares añadidos que tienen casi todas las cervezas sin alcohol. Pero desde que entré en la enorme planta de producción de la cerveza Stella Artois y conocí todo el proceso, descubrí, con la mentalidad que yo traía de la industria alimentaria, que cualquier cervecera genera residuos que no son tales sino materia de enorme valor nutritivo.

–Explíquelo.

–Cualquier cereal tiene esencialmente azúcar. Pero además de azúcar, contiene fibra y proteína.

En el proceso de elaboración de la cerveza, lo único que se usa es el azúcar, y genera un ‘residuo’ que es esencialmente proteína y fibra. El grano que en español se llama bagazo. Además, la levadura que fermenta la cerveza, se tira cuando ya ha terminado su trabajo y la cerveza está lista. Y esa levadura tiene también un alto valor nutricional: vitaminas, proteínas, fibras.... Para un cervecero tradicional, todo eso es un residuo. «Ya he hecho mi cerveza y me tengo de deshacer de esto». Para alguien de la industria alimentaria es una mina de oro, porque lo que está demandando ahora la cadena alimentaria son fuentes de proteína y fuentes de fibra que no contengan azúcar.

–¿Qué pensó, y qué propuso?

–Cuando yo vi aquello, supe que mi destino en esta empresa y, posiblemente, uno de mis grandes destinos profesionales, era conseguir que ese material se utilizara para hacer alimentos. Que no se tirara, porque producimos, y este dato es impresionante, más de cinco mil millones de toneladas de eso cada año. Y las tiramos porque generamos dinero con la cerveza. Porque somos una multinacional de cervezas. Por eso hemos desarrollado tecnologías enzimáticas y fermentativas que permiten convertir estos dos productos, que estaban destinados a ser un residuo, en distintos tipos de alimentos o ingredientes alimentarios.

–A día de hoy, ¿qué han logrado?

–Ya se está consumiendo en Estados Unidos el primer producto creado con este ‘residuo’ industrial cervecero. Se llama Canvas. Contiene todos los beneficios nutricionales de esta proteína y de esta fibra, y está funcionando a las mil maravillas. Las ventas van muy bien.

–¿Cómo se toma Canvas?

–Como un batido. Como los smoothies que ahora están de moda en supermercados y cafés. Pero con una gran ventaja. Casi todos los smoothies tienen muchísimo azúcar porque se hacen con frutas. Y los que tienen más proteína suelen tener también mucho azúcar y poca fibra. La proporción de Canvas es muy innovadora: alta en proteína, alta en fibra y muy poco azúcar. Lo que necesitamos, según los expertos en nutrición. Además, añadamos la cualidad de la sostenibilidad, y de la economía circular: utilizar lo que estaba escrito que era residuo. La oportunidad estaba ahí, delante de todos. Simplemente había que ponerse a trabajar en el sentido adecuado.

–¿Cuál es el siguiente aprovechamiento?

–Aún de mayor envergadura. Las grandes industrias alimentarias, como Nestlé, y otras muchas, buscan fuentes alternativas de proteínas. Que sean sostenibles, de origen vegetal, con las propiedades nutricionales adecuadas y cuya producción esté garantizada. Si la quieren obtener de cereales como la soja o el arroz, entran en competencia con otros mercados de materias primas. Si llegan a acuerdos con el principal productor de cerveza a nivel mundial, que va a generar sí o sí esa materia residual, evitan también esa dificultad. Y les vamos a dar un material sostenible, de alta calidad, estabilizado, con valor nutricional, rico en proteínas y fibras, y ellos lo añadirán a sus alimentos de nutrición infantil o para adultos.

–¿Han calculado un volumen de facturación?

–Varios miles de millones de dólares cada año.

–¿Qué ventajas aporta al equilibrio entre industria y medioambiente?

–Si esa proteína se utilizara en el mercado alimentario, podría reemplazar fácilmente el 50 por ciento de la producción de proteína animal. Lo cual, además, es una enorme ventaja desde el punto de vista de la sostenibilidad ambiental. Porque es enorme la cantidad de agua, alimentos y recursos que se utilizan para hacer crecer a esa vaca o a ese cerdo del que consumes su proteína animal. Y la deficiencia del proceso es enorme para el equilibrio de los recursos naturales, la vaca o el cerdo tienen que comer muchísima proteína para fabricar su propia proteína. Tengamos en cuenta que en el año 2050 el planeta estará habitado por 9.000 millones de personas. Es imposible que nos alimentemos con ganadería como hasta ahora. Necesitamos fuentes sostenibles de nutrientes para que el mundo sea más sostenible y menos hambriento.

–Transmite pasión al contarlo.

–Piense en la inmensa cantidad de personas que se mueren de hambre. Grandes cerveceras en todos los continentes tiran estas proteínas a la basura. Es cierto que han de implementar tecnología para aprovecharlo. Es una materia inestable que, si no se trata pronto, se estropea y pudre. Conseguir que sirva de alimento a las personas puede suponer un cambio drástico en África. Estamos ya trabajando con cerveceras en África. Pronto se lanzará allí, a muy bajo precio. No se va a vender como el producto premium de Estados Unidos. En África no pretendemos generar beneficio, sino crear un mundo mejor. Y es un orgullo que mi nombre esté vinculado a ese avance.

–¿Cuántas personas conforman su departamento de investigación y desarrollo?

–Reportándome directamente son doce. En total, son unas cien, sumando los grupos que trabajan en cada una de las nueve zonas en que se divide la operativa de esta empresa abarcando los cinco continentes. Canvas es el fruto del trabajo de cien personas. La propiedad intelectual de la patente es mía, y los derechos de explotación comercial son de la empresa. Eso es así en cualquiera de estas grandes corporaciones. No puedo quejarme, al contrario, porque patentar es un proceso muy caro y la empresa ha proporcionado todo su equipo de expertos legales y ha asumido todos los gastos.

–¿Han incorporado al equipo a expertos en nutrición?

–Sí, y siempre españoles. Mi tendencia es incorporar el talento español. Por ejemplo, para septiembre ya está acordada la incorporación de un joven estudiante de Mairena del Aljarafe que está acabando la carrera de Bioquímica. Contactó por Linkedin. Insistía en querer trabajar conmigo. Le hicimos una entrevista, y ha sido seleccionado. Tiene mucho talento y mucha pasión. Es un chico que debería tener oportunidades para trabajar en una empresa en Andalucía.

–Salir al extranjero para crecer humana y profesionalmente es muy recomendado. Usted mismo lo ha confesado.

–Sí. Hoy en día España exporta más toneladas de jóvenes con talento que aceite de oliva. El talento español está en todas partes. Muchas veces trabajando a escondidas. Y trabajar con los talentos andaluces es compartir una pasión, es seguir trabajando cuando sales a tomar una cerveza. Les gusta tanto tu trabajo que no desconectan su creatividad.

–¿Dispone de autonomía para manejar un presupuesto, decidir contrataciones, inversiones...?

–Después de lo que he demostrado durante varios años, ahora me conceden mucho margen de maniobra. Presupuestos de millones de euros, puedo decidir dónde invertir y dónde no. He conseguido que Anheuser también concurriera a programas de I+D con fondos europeos (Horizonte2020, etc.). Y tenemos dinero extra gracias a haber logrado varios. Uno de ellos, para crear productos alimentarios con residuos cerveceros, lo estamos haciendo con la empresa biotecnológica BDI, de Valladolid, fundada por dos antiguos profesionales y jefes míos en Abengoa, Pablo Gutiérrez y Ricardo Arjona. Hay quien me critica internamente por tantos acuerdos con españoles. Pero funcionan tan bien que desde la cúpula de Anheuser me dicen: «Sigue trayendo españoles».

–Enumere algunos de los proyectos en los que ahora investiga.

–Hay más de cien, todos basados en tecnologías enzimáticas y fermentativas, de los que 58 están destinados a alimentación humana, y más de 20 para alimentación a animales (cerdos, vacas...), que acaban después siendo alimentación humana. Por ejemplo: producción de vitamina B del residuo de levadura. Hay una empresa que comercializa vitamina B, le sale muy cara producirla y ha visto la oportunidad de comprar una fuente de vitamina B más barata y más sostenible. Otro ejemplo: Producción de fibra desde esta levadura para enriquecer alimentos, tanto los destinados al consumo animal como al consumo humano.

–Tanto sabe de levaduras que imagino no compra cualquier pan...

–Yo veo ciencia en todas partes. En el aire que respiramos, en los sentimientos que tenemos. No sé si la ciencia es explicar esta pasión. O explicar por qué lloro cada vez que paso junto a la Catedral de Sevilla. O por qué lloro cuando estoy en la Plaza del Salvador tomándome una cervecita al sol.

–¿Cómo es un día estándar de su vida en Bélgica?

–Vivimos en Bruselas porque Lovaina es pequeña y, en cambio, la capital es fascinante para vivir, para salir con amigos. Nunca te aburres. Me levanto muy temprano para esquivar los atascos y llego al trabajo a las seis. Mis horas más productivas como investigador son de seis a ocho y media de la mañana. Leo artículos científicos, elaboro mis ideas, escribo mis hipótesis,... Y me tomo un café Saimaza, cada vez que vuelo desde Sevilla a Bruselas incluyo en la maleta varios paquetes de su café. A partir de las nueve de la mañana, es una sucesión de reuniones. Muchas son para hacer seguimiento a proyectos. Y también abundan las que, a solas, sirven para atender las inquietudes y necesidades personales de cada trabajador. He aprendido que también forma parte de mi cometido ayudar a que esté contenta laboralmente toda la gente de mi equipo. Porque ellos están ayudando a lograr los resultados que me he marcado.

–¿Y después?

–El comedor abre de 11:30 a 12:30. Para mí es desayunar, para los demás es almorzar. Comer es lo que peor sobrellevo en mi vida belga. Su gastronomía no me gusta. Después, continúa la jornada de trabajo. La mayoría del personal termina a las cinco de la tarde. Los que tenemos cargos directivos continuamos más tiempo. Cuando salgo, hago dos veces a la semana un hobby que me ayuda a hacer ejercicio, despejar la cabeza y liberar tensiones. Doy clases en gimnasios, de spinning y otras modalidades de fitness. Los miércoles en Bruselas las imparto en francés. Los viernes en Lovaina son en inglés.

–¿Ese es su ‘mens sana in corpore sano’?

–Empecé en Sevilla, y durante los cuatro años de mi tesis doctoral, para ganar algo más de dinero, porque la beca no daba para mucho, trabajé dando clases en los gimnasios de Galisport, en Triana y El Porvenir. Ahí conocí a mi novia, brasileña que llegó a Sevilla con ocho años de edad, y estudió Turismo.

–¿Los fines de semana son solo de ocio?

–Me sigo levantando muy temprano. Me gusta leer ciencia, porque es mi pasión, y avanzar en alguno de mis proyectos. Salimos mucho con amigos por Bruselas, tanto españoles que residen en la ciudad, como otros que viajan en fin de semana para vernos, y les enseñamos la ciudad. Somos felices.

–¿Ha superado la nostalgia de la tierra natal?

–Claro que echo de menos a la familia, a Sevilla y su sol, a Cádiz y su mar. Pero aprendí a centrarme en lo positivo. Lo que tengo aquí. Lo que he podido hacer. Lo que me queda por hacer, para contribuir a que el mundo sea mejor. Además, hoy en día estar emigrado no es como hace cien años. Puedes pillar por 60 euros un vuelo barato y te cuesta menor ir en avión desde Bruselas que en tren desde Madrid. Como haremos en abril para estar en Sevilla varios días.

–En Lovaina y Bruselas hay famosas fiestas tradicionales y célebres procesiones. Pero los principales factores identitarios son otros: empresas, industrias, universidades,...

–Una de las grandes discusiones que siempre tengo cuando estoy con mis colegas en Sevilla es sobre el cambio de mentalidad que hace falta en España, y con más profundidad en Andalucía. Está muy bien tener fiestas, son parte de nuestro componente humano. Pero el trabajo no puede verse como un castigo que te permite ganar dinero para después irte de fiesta. Desde nuestros trabajos, realizados con pasión, todos hemos de contribuir al desarrollo de Andalucía, y no transferir esa responsabilidad solo a los gobiernos. La sociedad funciona como un organismo vivo: si le falla un órgano, el organismo vivo entero se va... Y podemos tener un órgano que se llama turismo, que funciona fantástico, pero si el corazón del organismo es el tejido empresarial de toda la economía, su debilidad causa fallos en el sistema.

–¿Cómo ejerce usted su compromiso?

–Eso nace de la conciencia de estar en deuda con mi familia, con Andalucía y con España. Mis padres se sacrificaron para que yo estudiara. Y que nada me faltara para que yo me centrara en los estudios. Son los primeros responsables de que yo esté ahora en un puesto como el que tengo. Después, el sistema educativo y social, que me permitió entrar en una universidad, hacer un doctorado, y tener unos mentores, sin ser yo de una familia rica. Ahora contribuyo trayendo talento andaluz y español a mis equipos de investigación, colaborando con empresas andaluzas y de otras zonas de España. Su potencial es mejor que el belga. Necesitamos el cambio de mentalidad, dar el paso adelante, trabajar como un equipo.

–Siendo un español residente en Bélgica, ¿le han preguntado mucho por Puigdemont?

Claro, y se gastan muchas bromas. No he tenido ninguna pelea por ese tema, que sale bastante en las conversaciones. Muchos de mis amigos en Bélgica son catalanes independentistas, y hablamos con respeto recíproco. Me considero muy andaluz, muy español y muy europeo. Amo a Andalucía, amo a España y amo a Europa. No entiendo el concepto de separar. No hace tantos años, en Lovaina, donde ahora trabajo, los alemanes se estaban matando con los ingleses y los franceses. Ahora vas en coche de un país a otro sin aduana en la frontera. ¿Por qué separarnos alegando una identidad?