Esperanza pisa la calle después de 13 años de encierro en su domicilio

Esta vecina de San Pablo, que padece obesidad mórbida, recupera parte de su movilidad gracias al ascensor que empezó a funcionar este jueves en su bloque

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
13 jul 2017 / 17:58 h - Actualizado: 13 jul 2017 / 21:54 h.
"Barrios","San Pablo - Santa Justa"
  • Esperanza Suárez atiende a los medios de comunicación momentos antes de estrenar el ascensor. / El Correo
    Esperanza Suárez atiende a los medios de comunicación momentos antes de estrenar el ascensor. / El Correo
  •  Esperanza Suárez atiende a los medios de comunicación momentos antes de estrenar el ascensor. / El Correo
    Esperanza Suárez atiende a los medios de comunicación momentos antes de estrenar el ascensor. / El Correo
  •  Esperanza Suárez atiende a los medios de comunicación momentos antes de estrenar el ascensor. / El Correo
    Esperanza Suárez atiende a los medios de comunicación momentos antes de estrenar el ascensor. / El Correo

«Parece que me están rodando una película, de las buenas, de las que tienen un final feliz. Quiero ir a ver a mis hermanos... y por qué no también a Chipiona». Es lo que respondía Esperanza Suárez a los medios de comunicación que literalmente tomaron ayer el rellano de su domicilio en el barrio del Polígono de San Pablo. No le había tocado la Lotería de Navidad aunque sí «el premio» de poder hacer vida normal después de 13 años confinada en su piso por no tener ascensor el bloque en el que vive. Ayer pudo ver cumplido su sueño: «No me lo creo. Estoy como los niños chicos», repetía esta vecina de 58 años mientras salía de su vivienda ayudada por un andador y acompañada por Francisco Vázquez, presidente del Grupo Praysa que ha resuelto los problemas de espacio para llevar a cabo este proyecto en la facha exterior del inmueble.

El trayecto es corto. Vive en una primera planta aunque no puede bajar ni subir escaleras a causa de la obesidad mórbida que padece desde hace años. También por los daños de la caída que ha sufrido recientemente. Por eso, dentro del elevador –en el que le acompaña un eufórico Vázquez– se sienta en un sillón que previamente ha colocado la hermana de Esperanza. En cuestión de segundos, se abren las puertas y, de nuevo, están las cámaras de la prensa que habían descendido rápidamente y casi en fila india por la estrecha escalera en la que solo cabe una persona. «Qué maravilla. Bueno, ya vamos a estar en la calle». Dicho y hecho. Solo un paso le lleva directamente fuera. Se suceden los abrazos y reencuentros esperados, en especial con su vecina de arriba, Paca. Es mediodía y arde la calle con la alerta roja. La visita a los hermanos y el viaje a Chipiona habrá que dejarlo «para otro día».