«Esta es la mejor calle que podía tener»

Pascual González formará parte de la geografía sevillana con la rotulación de un tramo de la Calzada con su nombre

10 feb 2017 / 11:14 h - Actualizado: 07 feb 2017 / 11:26 h.
"Entrevista"
  • El artista Pascual González, en su barrio de la Calzada. / El Correo
    El artista Pascual González, en su barrio de la Calzada. / El Correo

Pascual González ya es un lugar. Oficialmente, la calle con su nombre no se rotulará hasta las cuatro de la tarde del próximo día 21, pero la transustanciación ya es un hecho. Lo venía siendo desde hace tiempo, de forma metafórica al menos: hay rincones de esta ciudad que huelen y saben a sus palabras, a lo que él mismo representa, a ese patriotismo emocional con el que todas las semanas versifica a vuelapluma en este periódico su homenaje perpetuo a Sevilla; homenaje unas veces piadoso y devoto, otras, socarrón; las más, nostálgico (pero de una nostalgia buena, que la hay, como pasa con el colesterol). Por más coraje que le dé al culturetismo sindicado de la ciudad de los mil y un sanedrines, probablemente este artista sea el fenómeno sociocultural hispalense con o sin coleta más importante y memorable de las últimas décadas. Ahora, convertido por apoteosis en criatura mitológica mitad hombre y mitad calle, sus luces y sus sombras son más reales e intensas, solo que huelen a los naranjos del lugar al que dará nombre en el barrio de la Calzada. «Tengo corazón de calle pequeñita y coqueta que, entre naranjos, me hace soñar con mi infancia tan solo asomándome a una de sus esquinas y ver la casa donde nací... Una casa que no existe pero que yo la veo, como tantas cosas que se llevaron los años», decía ayer, desde el pozo de su corazón.

La ubicación precisa es lo de menos para él. «Yo nunca imaginé tener una calle con mi nombre y mucho menos en vida», se admira el artista, «así que la calle Pascual González es la mejor que podía tener, sobre todo porque es fruto de la petición de la Asociación Niños de la Calzá, formada por amigos de mi niñez, de mi juventud y de mi existencia». Y si el imprevisible hippy del bigote se había hecho famoso por cantarle a Sevilla bajo el disfraz de las sevillanas lo que nadie había tenido huevos de decirle, ahora que hace esquina –con la Buhaira, nada menos– cabe esperar cualquier cosa. Si antes era un nombre propio, ahora que encima es un complemento circunstancial de lugar es muy probable que arrample con toda la gramática española disponible para llevar esa especie de misión evangélica suya hasta extremos a los que la imaginación prêt à porter no alcanza. «Me siento ilusionado en rubricar una esquina y bautizarla con mi nombre en la pila bendita de mi barrio de la Calzá con el cariño popular de Sevilla», insiste Pascual.

Pascual es un abrazo con forma humana; la pura cordialidad, la curtida fe disfrazada de ingenuidad de quien prefiere que lo tanguen una y mil veces a desconfiar del prójimo, porque eso no es vida. No, para él. Habla de la amistad, de los aromas, de los colores, de las emociones... de las cosas que interesan a los abrazos personificados, claro. De la memoria, sobre todo. En ese sentido, la calle Pascual González es también un homenaje a una forma de ser, de amar y de recordar Sevilla. Una visión que está tan lejos de ser cateta como lo están los lerdos que así lo consideran de saber de qué están hablando. Pero claro, ahora que Pascual es una calle tendrá que soportar sus pintadas, sus mierdas de perros, sus vomitonas de trasnochadores radicales, sus gargajos... Es el precio de la eternidad, que será preciosa pero es de lo más antihigiénica. Y la crítica, claro. Habrá gente a la que no le haga gracia que Pascual no tenga soportales, o que rebose azahar en primavera porque eso sería una especie de sobredosis inaceptable. Gajes del oficio de ser mitológico. Pero cuando se le pregunta cómo le gustaría ser recordado, el fantástico hombre calle exhala una verdad en forma de corriente de aire en la acera sombreada de los números pares: «Como un sevillano de pro que, desde niño, he amado profundamente la tierra donde nací, a la que entregué mi vida y por la que ondeé por el mundo el estandarte de su universalidad».

Como hombre de fe y como afecto a la poesía, Pascual piensa en los rótulos que lucirán las calles en ese Cielo con mayúscula del que tanto habla. «Pues seguro que tendrán los mismos nombres que muchas calles de Sevilla: Gloria, Vida, Esperanza, Gran Poder, etc. Y no olvidemos que Sevilla es la ciudad de los santos. Los nombres de nuestros barrios lo cantan: San Lorenzo, San Bernardo, San Esteban, Santa Catalina, San Gonzalo». También tiene alguna idea acerca de qué rótulos faltan en las calles de aquí abajo: «No lo sé con certeza pero estoy seguro que existen calles con topónimos erróneos que podrían llevar nombres de personajes sevillanos que entregaron su alma a Sevilla y que el correr de los años los convirtió en olvidados».

Quizá sea una exageración sevillana prometer que Pascual González ya mismo estará cantando, pero por ahí van los tiros. «Mi salud es formidable y el proceso de la voz progresa a pasos agigantados. Aún no hablo para disertar, pero ya lo hago con buen son y un sonido con una tonalidad que me gusta. Estoy muy contento con el trato recibido por el equipo de Otorrinolaringología del Hospital Macarena. Gracias a ellos, estoy consiguiendo ganar esta batalla. Volver a cantar como lo hacía, lo tengo difícil pero creo que con el tiempo lo lograré. La declamación la conseguiré con más facilidad. Mientras tanto, trabajo en varias producciones musicales diferentes y con alguna de ellas, desde ya, puedo decir que volveré a los escenarios. Ese es mi reto». Que nadie espere de Pascual una calle silenciosa.