«757 mujeres. Algunas serían putas, otras no le echarían la suficiente sal a la comida, otras seguro que se atrevían a irse a tomar café con las amigas sin avisar, y también estarían las que –con todo el descaro– contestaban al marido cuando este le pedía explicaciones sobre cuánto dinero habían gastado en la compra. Es que, las mujeres ya no son lo que eran y, claro, nos ponen tan nerviosos que a veces no controlamos la fuerza y terminamos haciendo lo que no queremos. Las muy golfas nos provocan y al final resulta que nosotros somos los malos. Si se comportaran como se tienen que comportar nada de esto sucedería. Se creen que el mundo es suyo y, después, por una hostia de mierda van y nos denuncian. ¡Qué coño se creerán! Lo que tienen que hacer es comportarse como una mujer de verdad y cumplir en la cama.
Después están los mariconazos que van hablando por ahí de igualdad. ¡Qué carajo sabrán ellos! Esos ni son tíos ni mierda para mí. Qué asco de gente. O las que dicen que son feministas y ni se afeitan los sobacos y tienen hasta bigote. Esas lo que son es unas guarras. A mi casa las traía yo unos cuantos de días.
Yo lo tengo claro: una hostia a tiempo siempre viene bien. Así hay que marcar las normas en tu casa. Al final, las mujeres son como los niños. Mejor que te teman porque si no te tratan como si fueras gilipollas y al final te terminan engañando».
Esta es la respuesta que Alfredo –pongamos que se llama Alfredo– le ha dado a su hijo cuando este le dijo que, en la última década, 757 mujeres habían sido asesinadas a manos de sus parejas o exparejas. Con este comentario, Pablo –pongamos que ese hijo se llama Pablo– solo quería llamar la atención de su padre, provocar una reacción, ver si dándole en la cara con la cruda realidad su padre reaccionaba y dejaba de pegar a su madre. Sorprendentemente –a mí no me sorprende– su progenitor terminó soltándole esta aterradora parrafada.
Cada una de sus palabras se te clava en el alma, te duelen, te hieren, te ponen al borde del abismo «Las muy golfas nos provocan y al final resulta que nosotros somos los malos y los demonios».
Cuando oyó estas palabras, Pablo se fue a su habitación. Se arrinconó junto a su cama y lloró desconsoladamente. Su madre fue a socorrerlo. Su padre fue tras ella. La agarró del pelo y le dijo que se quedara quieta, que él no quería en su casa a maricones sino a «tíos de verdad».
Pablo se revolvió en el suelo, se levantó y fue en busca de su padre. Cuando intentaba agarrarle la mano para que dejara en paz a su madre sintió un fuerte golpe en la cabeza. Cayó en redondo. Su padre empezó a patearlo mientras su madre gritaba y pedía ayuda. Pablo se convirtió en una nueva víctima del terrorismo machista. Cuando la policía se lo llevaba, Alfredo le dijo a su mujer: «Esto es lo que has conseguido, cerda. Por tu culpa».
Y así esta sociedad seguirá pudriéndose mientras sigamos permitiendo la barbarie del terrorismo machista. Si no reaccionamos, todos seremos cómplices.