Flamencos de Sevilla

A mediados del siglo XVII sólo en el ramo de los comerciantes, eran unas 100 las familias flamencas asentadas entre Sevilla y Cádiz

28 nov 2017 / 23:01 h - Actualizado: 28 nov 2017 / 23:05 h.
"Patrimonio","La última (historia)"
  •  Retrato de George Borrow realizado por Henry Wyndham Phillips. / El Correo
    Retrato de George Borrow realizado por Henry Wyndham Phillips. / El Correo

No se sabe de dónde vendrá pero uno de los complejos más extendidos entre los andaluces es el que lleva a hacer caso de las cosas más insospechadas si las dice un extranjero. Por ejemplo: hace dos siglos a George Borrow se le ocurrió decir un día que llamábamos flamencos a los gitanos seguramente por confusión con los alemanes –ya que también se les decía germanos– y que esas confusiones eran comunes entre los ignorantes. La ocurrencia fue, a continuación, citada y repetida en miles de ocasiones no por ingleses sino por andaluces estudiosos sin tan siquiera pasarla por el más ligero tamiz crítico. Nadie, por lo visto, se planteó siquiera la duda metódica para preguntarse por qué los españoles (los cultos y los sin cultivar) contemporáneos del inglés debían ignorar qué eran Flandes y los flamencos. Ni tampoco que, a lo mejor, quien podía tener lagunas cognoscitivas era Don Jorgito el de las Biblias.

Eso lo pensé yo, sentado en un café de la plaza de Rembrandt de Amberes, rodeado de edificios modernistas y viendo, frente a mí, el almacen de maderas de un señor llamado Jacops, o sea, con el mismo apellido –castellanizado como Jácome– que tenía el maestrante de caballería, primer teniente de hermano mayor, que levantó en Sevilla la bandera de la ciudad por Felipe V y aprovechó la ocasión para que la institución taurómaca lograra privilegios que aún siguen vigentes.

La realidad es que, a mediados del siglo XVII –nos dice Domínguez Ortiz– sólo en el ramo de los comerciantes, eran unas 100 las familias flamencas (aparecen, por lo tanto, en los papeles para pedir residencia) que se habían asentado entre Sevilla y Cádiz, entre ellas, muchas de Amberes como las de Francisco Conique, Jacobo Brausen, Joan Vermeren, Salomón Paradis, Roberto Marcelis, Francisco Esmit, Nicolás Suarte, Enrique Peligrón, Pedro Blois, Cornelio Jansen de Vitoven (Beethoven), Juan Cortés (que llegó a ser juez del Almirantazgo), Juan Juamen de Bitobén (otro pariente del autor de Fidelio), Dionisio Poteai, Pedro Bangorle, Juan Fermín, Simón de Conique, Van der Bequer ?

De Brujas provenían Lorenzo de Espinosa, Pedro Xiles, Pedro Francois, Francisco Peralta, Antonio Bequen y Pedro Jácome (Jacops) del que hemos visto su importancia? De Gante, Pablo Conde?

Hubo muchos nombres más: Guillén Cooud o Clovi, Roberto de Torres, Juan Andrés, Juan Lecrerque, Juan de Torres, Juan Enrique, Guillermo de Flores, Hernando Tilman, Juan Tolinque, Jacobo Fulten de Bolduque...

En los siglos XVI y XVII todos o casi todos ellos eran antiholandeses o antiorangistas furibundos y, por lo tanto, católicos. Tuvieron consulado, capilla propia y capellanes. Esta última –en el colegio de Santo Tomás, junto al Archivo de Indias– estaba presidida por un cuadro de Roelas, El martirio de San Andrés, hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, que, incluso, viajó hasta Flandes para ser tasado; el artista escogido para realizar la obra seguramente lo fue por afinidad porque es casi seguro que Roelas también era flamenco, ya que entre las familias inmigrantes encontramos a unos Ruelas.

En el XVIII –que se abre teniendo Sevilla un alcalde flamenco, el Marqués de Tablantes, y también un jefe de sus milicias, Pedro Jácome– muchos de los llegados mucho antes habían castellanizado ya su apellido o convertían en gentilicio el nombre de su ciudad de origen; esta tendencia se acrecentaría hasta hacer que, actualmente, conozcamos personas que se llaman Del Campo, Maestre o Colarte y no podamos imaginarnos que en otro tiempo se llamaron Van der Welde, Maaster o Collaert y que, después de naturalizarse españoles y de pasar por cargos o comprar los mismos en localidades pequeñas, como Dos Hermanas, saltaron del comercio a la ganadería y de aquí a la nobleza.

Eso es lo que sucedió con los Van der Welde que fueron señores de Villamartín, los Colarte, que llegaron a marqueses de El Pedroso o con los Linden, de cuya familia salió Francisco de Saavedra, Ministro de Carlos III. Antonio de Lila (seguramente de Lille, entonces en Flandes) fue marqués de los Álamos, otros, como los Maestre o los Sirman, también alcanzaron la pequeña nobleza.

En el territorio de las artes y las letras encontramos como flamencos de origen a Nicolás. Antonio Nicolás, quizás el mayor intelectual andaluz de finales del siglo XVII, nacido ya en Sevilla el mismo año que Murillo pero que ha quedado sin año, el escultor Roque Balduque (evidentemente, procedente de Bois le Duc, hoy en Holanda) o José de Arce, imaginero, autor del Cristo de la Salud de la Hermandad trianera de la Estrella.

Viniendo de aquella época, el penúltimo de los flamencos andaluces sería Gustavo Adolfo Bécquer, uno de cuyos antepasados había llegado a Sevilla partiendo precisamente de Amberes. El último, por ahora, Javier de Vintuisen, cuyos diseños de jardines sirvieron a Forrestier para levantar el Parque de María Luisa en Sevilla.

Podemos discutir sobre por qué se comenzó a llamar flamenco a un determinado colectivo en la Bahía gaditana a mediados del setecientos y, luego, en toda Andalucía pero, seguramente, no fue por ignorancia sino por una relación o asociación de ideas de la que George Borrow no tenía ni idea.