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Historia de una escalera

El desalojo de Juan y Valentín previsto para este viernes a las nueve de la mañana del 3 de la calle Macasta deja casi solos a Emilio y Manuel, sus vecinos en un edificio cuyo propietario ha dejado morir.

08 oct 2015 / 21:52 h - Actualizado: 09 oct 2015 / 10:41 h.
"Desahucios"
  • Juan Bautista enseña la habitación de la vivienda de la que será desalojado hoy mismo. / Manuel Gómez
    Juan Bautista enseña la habitación de la vivienda de la que será desalojado hoy mismo. / Manuel Gómez
  • La fachada y los vecinos. / Manuel Gómez
    La fachada y los vecinos. / Manuel Gómez

Ruinoso recuerdo de un barrio que ya no existe, el edificio que ocupa el número 3 de la calle Macasta apura las horas antes de que, a las nueve de la mañana de hoy viernes, la Policía proceda al desahucio de Juan Bautista y de Valentín Moreno, los inquilinos del bajo desde hace 17 años.

Comparten su lucha Manuel Gallardo, 10 años en el primero izquierda, y Emilio Núñez, su vecino de planta desde hace 12 años, ambos a la espera de sus respectivas órdenes de desahucio. Arriba vive una pareja desde hace varias décadas, aunque han preferido no involucrarse en esta lucha. Porque esto es una lucha. Lo dice Juan, con sus 75 años a cuestas y denunciado por no pagar el alquiler, aunque ellos explican que el propietario no quiere cobrar desde hace años: «Yo voy a pelear por mi piso». ¿Pero no lo desalojan mañana? «Sí, pero me voy a llevar lo preciso. Mis documentos en una maleta y mi ropa en alguna otra». Mañana dormirá junto a su compañero de piso Valentín en un centro de acogida, donde la unidad de Trabajo Social del Ayuntamiento les ha reservado dos plazas. Ambos esperan que sea temporal. «A ver si la asistencia social nos puede buscar un pisito», comenta Valentín. Con un «dinerito» y ese «pisito», piensan ambos, podrían seguir viviendo fuera de una residencia que, de momento, es su destino. «¡Qué remedio, claro que hemos aceptado», asumen. «¿En una residencia vamos a estar toda la vida?», se pregunta Valentín, 20 años menor que su amigo.

Macasta es un callejón con forma de ele en cuyo ángulo recto se levanta el inmueble número 3, flanqueado ya por construcciones más modernas. La situación del edificio, que tiene un único propietario, Ángel Abascal, según explican los vecinos, ya se ha vivido antes. Porque la zona norte del casco histórico, la que abarca la Alameda, el entorno de la calle San Luis y de San Julián ha conocido, como pocas en Sevilla, una transformación total.

Si los más de 9.000 millones de euros que Sevilla recibió para preparar la Expo del 92 no se dejaron sentir apenas en estas calles, el Plan Urban sí que modificó toda la trama urbana, el paisaje y el paisanaje de un barrio que conservaba verdadero sabor popular. También era, hay que contarlo todo, un tremendo foco de delincuencia y prostitución. De manera que los 14,6 millones que la Unión Europea envió en los años 90 con el fin de recuperar un barrio degradado tenían sentido. La teoría decía que las mejoras en infraestructuras respetarían la geografía social y el tejido humano. La realidad ha ido por otro lado.

La realidad son Emilio y Manuel. Asumen que viven en un edificio incluso peligroso, con problemas que el Ayuntamiento conoce desde 1999, pero no están dispuestos a irse. «Yo voy a resistir hasta que se caiga la casa», asegura Manuel, el más templado de los cuatro, que viven con un permanente estado de nervios. Emilio, que asegura que acaba de gastarse un buen dinero en arreglar su casa, es muy gráfico: «Tú me dices a mí dónde me voy». Y Manuel remacha: «Por muy mal que esté, es tu nido».

El caso de Macasta 3 se parece mucho al de otros edificios de la zona, que fueron vendidos, incluso con inquilinos dentro, para construir viviendas más modernas. Porque al final, fueron los promotores privados quienes de verdad ganaron dinero con esta transformación.

El propietario del inmueble, cuentan los vecinos, ha acudido recientemente con potenciales compradores del edificio. Después de años de no gastar un euro en su mantenimiento, su aspecto es un verdadero horror. Pero no hay que ser muy listo para adivinar que, rehabilitado, valdrá una fortuna.

El fin del boom inmobiliario, y el hecho de que una mayoría de edificios ya se había transformado, hizo que este tipo de situaciones parecieran cosa del pasado. Hasta hoy.