«Quillo, ¿qué día es hoy?». «Creo que el miércoles que es como si fuera viernes». Los tres amigos caminan por la calle Asunción una mañana más, aunque –será por el calor, será por el cansancio acumulado– cada día se les hace más larga. Cuando llegan a la portada de la Feria, el tercero consulta su cartera y, una vez evaluados los daños, anuncia sin lugar a dudas: «No. Es jueves».
Empiezan a caminar por el Real, que, como todo el mundo sabe, recibe su nombre del precio que antiguamente había que abonar a los cocheros por una vuelta completa al recinto ferial. Hoy casi habría que pedir un préstamo para poder pagar estos servicios, pero, ¿quién dijo que el éxtasis hispalense fuera barato? A la espera de que se computen los beneficios de alargar dos días la Feria, ya sabemos que la primera víctima del nuevo calendario es el bolsillo.
Las dudas se multiplican en este extraño jueves que es como si fuera sábado, el primer día de los que compondrán la «prueba de fuego» para comprobar el éxito de la citada ampliación. El primero, también, en que los locales dan por terminada «la Feria de los de Madrid», en alusión al puente de mayo que ha llenado los AVE de masas eufóricas que se bajaban en Santa Justa ya ebrias de manzanilla y lunares, y tomaban los taxis, y los Cabify salvados del fuego desleal, derechos a Los Remedios.
Lo que nunca faltan en la Feria son los expertos en micro y macroeconomía. «Se nota que la feria ha caído a primeros de mes, y la gente, como está recién cobrada, está más espléndida. Pero hasta que no vuelvan los caballos a repartirse en días pares e impares, no estará demostrada la salida de la crisis», dice un joven muy serio desde una barra de Juan Belmonte, como si se estuviera dirigiendo a De Guindos en sede parlamentaria. «Y hasta que no haya novedades en el mundo de los trajes de volantes», añade su novia, catavino en mano.
Esto último me recuerda que mis asesoras en moda flamenca, mis infalibles cazadoras de tendencias, estarán a esta hora en la caseta Los Hispalitos, y allí voy a verificar la información. «Nosotras este año llevamos lo mismo que el año pasado. ¿Es porque no tenemos dinero, o porque estamos apavonadas?», se pregunta Paloma, quien confirma que «ni en Simof se ha visto este año nada transgresor. Continuidad total», dictamina.
Acto seguido, se ponen a hablar apasionadamente en su jerga secreta. «Los escotes de espalda y laterales con el broche aquí arriba, que el año pasado eran sí-o-no, sí-o-no, este año sí han tirado», confirma Mamen. «Y de las hombreras con flecos, que fueron el boom, solo quedan los restos del año pasado».
«Apunta: vuelta a lo clásico», me indica Rocío, y yo obedezco como un alumno en un dictado. «Mucho estampado, mantoncillos y colores pastel. Pendientes con flores. Trenzas, diademas a lo Frida Kahlo y flores: grandes, la parabólica no puede desbancarse. Lo de la flor gigante es unirse o morir», sentencia.
Insisto a mis cool hunters que se trata de reflejar el impacto del nuevo calendario ferial en la economía doméstica. «Ha sido un jaleo, a mí me ha descolocado toda. He perdido un día de descanso, aparte de varios años de vida por el sofocón que me cogí cuando no me dejaron entrar en mi caseta, porque Zoido daba una recepción», añade Paloma, todavía visiblemente afectada.
«Mira, la moda flamenca se ha reducido este año al momento chino: Pendientes y flores desde 20 euros. Ya si quieres, te vas a la calle Francos y lo encuentras todo de 40 para arriba. Pero esto es como Ryanair, hay opción para que todo el mundo se dé el capricho», zanja Noemí. «Y luego está el tú te lo guisas y tú te lo comes. Fíjate si no en la Vinda, que está petándolo. Vinda: uve, i, ene, de...»
Anoto todo y me despido de mis informadoras colmado de gratitud. «El año que viene nos hacemos trajes nuevos, aunque sea para contar algo en El Correo», prometen.
Cacharritos con pato
Doy una vuelta de reconocimiento y pregunto por los precios en las casetas: «Este año la jarra de rebujito a once euros, ¿dónde se ha visto eso?», se indigna Alex, otro visitante asiduo de día y de noche, que teme que las finanzas no le den para llegar al fin de semana. «Y los platos a diez euros, precio único. Pero por lo visto lo caro es la caseta de los guiris, que han publicitado en hoteles de cuatro estrellas, y es un sablazo total», farfulla.
El panorama no está mejor en la Calle del Infierno, donde encontramos a Ana arrepintiéndose de haber llevado por primera vez a su hijo: «Cinco cacharros, cada uno a tres euros o tres cincuenta, ¡y no duran nada!», se lamenta. María, con más experiencia y un hijo más, le presta su sistema: «Yo a los míos les hago un presupuesto de 10 euros, tres vueltas. Pueden repetir o variar, pero sin salirse de esos números. Y si quieren pato, pues dos cacharritos y un pato».
Entre ríos de cerveza, platillos volantes de jamón y robustos flamenquines, quien más y quien menos se las apaña para cuadrar las cuentas. Incluso los de mal pagar, que en Sevilla –cuentan– tiene tantos nombres como los esquimales para designar el color blanco: ir de gorra, de válvula, de pescue, tener cocodrilos en los bolsillos...
«Yo llevo desde el pescaíto amaneciendo todos los días en la Feria, y no he gastado ni para el taxi de vuelta», reconoce Carmen, lista para revalidar su récord este jueves. «Lo fundamental es no poner nunca bote. Eso es la muerte», agrega. Su primo Luis, con quien hace pareja de ahorro, confiesa. «No hay nada más típico que escuhar en una barra a alguien diciendo ‘esto apúntalo en la cuenta de Fulano’. Entonces no tienes más que decir tú también ‘para la cuenta de Fulano’... Y luego búscame en la Feria».