Instalados en el lugar común

Tópicos de todos los colores. Los prejuicios, halagadores o perniciosos, pero casi siempre poco ajustados a la realidad, configuran la imagen exterior de los andaluces y condicionan a menudo su forma de ser

16 nov 2017 / 06:48 h - Actualizado: 16 nov 2017 / 07:37 h.
"La injusticia tras el tópico andaluz"
  • El monumento a El Cid, junto a un toro de Osborne temporalmente instalado en el sevillano Prado de San Sebastián. / El Correo
    El monumento a El Cid, junto a un toro de Osborne temporalmente instalado en el sevillano Prado de San Sebastián. / El Correo
  • Las muñecas de Marín, un icono típicamente andaluz. / El Correo
    Las muñecas de Marín, un icono típicamente andaluz. / El Correo
  • Mr. Jinks, el gato «andaluz» de los estudios Hanna-Barbera. / El Correo
    Mr. Jinks, el gato «andaluz» de los estudios Hanna-Barbera. / El Correo
  • Un hombre duerme la siesta en un banco público de Sevilla. / Javier Cuesta
    Un hombre duerme la siesta en un banco público de Sevilla. / Javier Cuesta

Festeros, indolentes, graciosos, incultos, fogosos, señoritos, creativos... Los andaluces han vivido desde antiguo rodeados de tópicos, algunos más o menos halagadores, perniciosos los más, poco ajustados a la realidad la mayoría de las veces, pero muy presentes en la imagen que los sureños proyectan sobre su prójimo exterior.

Dicha imagen está llena de iconos bien visibles, desde el toro de Osborne que se extendió por todas las carreteras españolas hasta las muñecas de Marín que adornaron los televisores de todo el país durante décadas; desde el gato Jinks, un andaluz ceceante que perseguía a Pixie y Dixie en los dibujos animados de Hanna-Barbera al grito de «¡marditos roedores!», a los castizos chistes de Paco Gandía o del llorado Chiquito de la Calzada; de las chachas andaluzas de series como Médico de familia o Ana y los 7 a Rosa López y Bisbal, existe todo un imaginario discutible, sin duda, pero del que no parece sencillo escapar.

Los expertos suelen ubicar el origen de la mayoría de los tópicos andaluces en las estampas de los viajeros románticos, que consagraron mitos como el de la cigarrera Carmen o el don Juan. Pero hay quien se atreve a remontarlos mucho más atrás en el tiempo, como el poeta Miguel Veyrat, valenciano residente en Sevilla desde hace muchos años: «Los tópicos sobre andaluces, a mi juicio, y así a bote pronto, proceden, sí, de la conducta ancestral de los andaluces desde tiempos de la Tartesia altiva de Juan Ramón y Argantonio, pero convertidos en tópicos por señoritos de la civilización cristiana que los sacaron de contexto por pura envidia», asevera. «Los tópicos que pesan sobre esta tierra son tantos como las hojas que lleva el viento de la antropología cultural, pero han preñado de sentido muchos pasajes de la prosa escrita en castellano, al menos... y otros en escritos arábigo-andaluces. Sea como fuere, repito, lo que hay detrás es puritita envidia... e interés por mantenerlos en estado de incultura para poder explotar mejor su fuerza de trabajo».

Otro escritor foráneo que conoce la capital hispalense en profundidad, el bilbaíno Félix Modroño, coincide en que estos tópicos no le hacen ninguna justicia a los sevillanos y a los andaluces en general. Sin embargo, admite que «La mayoría de los tópicos tienen una base real. El problema es que conocerlos con anterioridad nos condiciona a su mayor percepción. Y es evidente que muchos tópicos responden a la idiosincrasia local, sea andaluza o vasca. Y otros son falsos. Por ejemplo: los andaluces son unos vagos», comenta el escritor, que confronta su ciudad natal y Sevilla en su novela Secretos del Arenal.

«Creo que hay una filosofía de vida diferente. El andaluz conjuga como nadie el trabajo con el ocio. El clima condiciona. Por eso el ocio es más callejero, con todo lo que ello conlleva, incluido menos horas de lectura», prosigue Modroño, para apostillar a renglón seguido: «Sevilla es el único lugar del mundo en el que la gente se va a casa de madrugada en feria y a las 8 está en la oficina».

De Andalucía vienen Lola Flores y Manolo Caracol, pero también el grueso de los poetas de la Generación del 27. Se suele considerar que los más grandes toreros proceden del sur, pero también pensadores como Emilio Lledó, rockeros como Miguel Ríos o Joaquín Sabina, artistas como Picasso, actores como Juan Diego o Antonio Banderas, muy poco dados –por cierto– a interpretar papeles de andaluces en sus películas o en sus obras teatrales. ¿Quién representa mejor la esencia andaluza?

En cualquier caso, una de las ideas más consolidadas es que todos los andaluces son muy flamencos, o como mínimo saben cantiñearse, tocar las palmas o darse una pataíta por bulerías.

Como Modroño, la periodista especializada en flamenco Silvia Cruz LApeña, que ha publicado recientemente el libro Crónica jonda, opina que «todo tópico tiene su base. Es Andalucía hay mucho arte, es innegable, y también un estilo de vida abierto a la calle, la fiesta y la celebración. Creo que algo tiene que ver el clima. Me explico con una comparación: conozco Galicia y puedo decir que he conocido a pocas mujeres, sobre todo mujeres, que no se arrancaran a cantar a poco que se sentaban en una mesa con amigos y conocidos. Y todas lo hacían con arte y sin desafinar. Y también bailan, pero lo hacen sobre todo de puertas para dentro, por cuestiones culturales, pero también por el clima, que invita al recogimiento. No me apoyo en ningún estudio, son impresiones que he tenido viviendo o estando en ambas regiones», explica la barcelonesa.

«En la construcción de ese tópico y sobre todo en su pervivencia, veo una motivación política: Galicia, sin ser una comunidad boyante, no ha tenido nunca el sambenito de región mantenida, acusación a la que han recurrido con fines electoralistas y sin empacho políticos con cargo y responsabilidades públicas para referirse a Andalucía y los andaluces. Véase Duran i Lleida. Lo de bailar y cantar es a veces una manera encubierta de llamarles vagos. Y creo, sinceramente, que si esa imagen parcial y distorsionada de los andaluces persiste es porque Andalucía tiene poco poder político y económico en el conjunto de España. Y quien tiene el poder, es el que gana. Y quien gana, es el que quita y añade lo que aparece en los cuentos».

Los tópicos, en fin, permanecen apuntalados por todo un entramado de prejuicios muy consolidados en el sistema cultural. Ahí comparecen el Borges que desdeñaba a Federico García Lorca por considerarlo «un andaluz profesional» y la Raffaela Carrá que proclamaba que Para hacer bien el amor hay que venir al Sur. Ahí está Odón Elorza y su reciente y desafortunada frase «Para ser andaluza eres más educada que yo», y aquello de Jordi Pujol de que el andaluz «es un hombre destruido, poco hecho, un hombre que hace cientos de años pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual». El cónsul de España en Estados Unidos que se burló del acento de Susana Díaz y los jaleos de ole que arsa y toma cada vez que en una película un andaluz tiene el atrevimiento de sacar una guitarra.

Tierra de buen comer (jamón, salmorejo, espeto de sardinas, manzanilla), de devociones religiosas multitudinarias, de siestas preceptivas, de poetas por todas las esquinas, de descendientes de los fenicios y los romanos y los árabes, cuna de la Libertad y confín non plus ultra, lo cierto es que los tópicos no solo caen sobre los andaluces, también determinan a menudo su forma de ser, les dan forma, suponen en cierto modo otra forma de identidad. Una identidad deformada cuyas ventajas e inconenientes seguirán dando materia de debate durante mucho, mucho tiempo. Tal vez para siempre.