Javier y Miguel Sánchez-Dalp y Calonge, dos sevillanos metecos

Ambos presidieron el Ateneo en épocas decisivas para la ciudad y fueron benefactores de su cultura, riqueza y arquitectura

05 mar 2017 / 08:50 h - Actualizado: 05 mar 2017 / 08:50 h.
"Hemeroteca El Correo"
  • La casa-palacio de Miguel Sánchez-Dalp y Calonge, en la plaza del Duque de la Victoria, fue destruida y constituye uno de los más negativos comportamientos ciudadanos del siglo XX. / El Correo
    La casa-palacio de Miguel Sánchez-Dalp y Calonge, en la plaza del Duque de la Victoria, fue destruida y constituye uno de los más negativos comportamientos ciudadanos del siglo XX. / El Correo
  • Dos personajes con excepcionales méritos cívicos que la ciudad mantiene en el olvido: Javier y Miguel Sánchez-Dalp y Calonge. Sus obras a favor de la ciudad y su alfoz son innumerables. Tuvieron influencia económica, social, política y moral. / Francisco José de Jesús Pareja.
    Dos personajes con excepcionales méritos cívicos que la ciudad mantiene en el olvido: Javier y Miguel Sánchez-Dalp y Calonge. Sus obras a favor de la ciudad y su alfoz son innumerables. Tuvieron influencia económica, social, política y moral. / Francisco José de Jesús Pareja.
  • Javier y Miguel Sánchez-Dalp y Calonge, dos sevillanos metecos
  • La llegada de los tripulantes del hidroavión ‘Plus Ultra’ a Sevilla tuvo un acto social ofrecido por Miguel Sánchez-Dalp en su casa-palacio de la plaza del Duque . / El Correo
    La llegada de los tripulantes del hidroavión ‘Plus Ultra’ a Sevilla tuvo un acto social ofrecido por Miguel Sánchez-Dalp en su casa-palacio de la plaza del Duque . / El Correo
  • Javier y Miguel Sánchez-Dalp y Calonge, dos sevillanos metecos
  • Javier y Miguel Sánchez-Dalp y Calonge, dos sevillanos metecos
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  • Javier y Miguel Sánchez-Dalp y Calonge, dos sevillanos metecos
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  • Miguel Sánchez-Dalp despide a los Reyes de España después de inaugurar el Hospital de la Cruz Roja, costeado por su familia. / El Correo
    Miguel Sánchez-Dalp despide a los Reyes de España después de inaugurar el Hospital de la Cruz Roja, costeado por su familia. / El Correo

Uno de los episodios más significativos de la historia de Sevilla lo protagonizan los hermanos Javier y Miguel Sánchez–Dalp y Calonge, dos próceres no nacidos en la ciudad y que se convirtieron en hombres claves de su economía, sociología y cultura.

Javier Sánchez–Dalp y Calonge, marqués de Aracena desde 1917, nació en esta ciudad onubense del antiguo Reino de Sevilla, en 1866, y murió en Madrid en octubre de 1931, con sesenta y cinco años. El marqués de Aracena, diputado y senador del Reino, conservador del ala izquierda del grupo sevillano capitaneado por Tomás Ybarra, tuvo un acusado protagonismo en las mejoras urbanas de Sevilla, y fue quien encargó al arquitecto Aníbal González la reforma de su palacio de la calle Monsalves, ahora sede de una consejería de la Junta de Andalucía. Fue en 1905 y, según afirma el profesor Alberto Villar Movellán, entonces nació una nueva etapa en la historia de la arquitectura sevillana.

Como documenta el citado profesor Villar Movellán en su trilogía sobre la arquitectura del modernismo y el regionalismo sevillanos, fue el promotor de numerosos edificios emblemáticos del casco antiguo, parte de ellos destruidos lamentablemente. Una de las casas emblemáticas que utilizó fue en la plaza de Magdalena, derribada ha mediado de los años sesenta.

Javier Sánchez–Dalp y Calonge, era hermano de Miguel, segundo hijo del matrimonio formado por Miguel Sánchez–Dalp y de Guzmán y María de los Santos Calonge y Fernández de Granado. Ambos fueron presidentes del Ateneo.

La vinculación de los hermanos Javier y Miguel Sánchez–Dalp con la familia real fue entrañable, como documentan numerosas fotografías que recuerdan las visitas realizadas a su finca Monte San Miguel, cuyo caserío fue construido por el arquitecto Aníbal González.

Fue presidente de la Junta de Obras para los Riegos del Valle Inferior del Guadalquivir. Participó en las reuniones fundacionales organizadas por Manuel Sales y Ferré en 1886 para crear el Ateneo de Sevilla, y ocupó el cargo de director del Museo en la primera Junta Directiva elegida el día 6 de diciembre de ese mismo año. En 1897 publicó “Un recuerdo” con motivo del décimo aniversario de la fundación del Ateneo, donde aporta datos básicos para la historia ateneísta como presidente que fue de la Comisión redactora del Reglamento de la entidad. Presidió el Ateneo en 1911–1912.

Miguel Sánchez–Dalp y Calonge nació en Aracena el 19 de enero de 1871 y falleció en Sevilla el 21 de febrero de 1961, con noventa años de edad. Entre sus principales aportaciones a la ciudad estuvo la casa palacio de la plaza del Duque de la Victoria (1908–1916), una verdadera preciosidad que cayó bajo la piqueta en los nefastos años sesenta.

Miguel Sánchez–Dalp se convirtió en uno de los labradores que pusieron los cimientos del empresariado agrícola y ganadero, y desde luego fue uno de los impulsores del regadío promovido por Joaquín Benjumea Burín, después de la terrible hambruna de 1905. Un labrador que dedicó gran parte de su tiempo y fortuna a la cultura y ejerció como presidente del Ateneo, igual que su hermano Javier.

Entre sus numerosas obras filantrópicas está el Hospital de la Cruz Roja Reina Victoria Eugenia en Capuchinos y la reconstrucción de numerosas iglesias destruidas durante la Guerra Civil, así como la rehabilitación de otras dañadas por el paso del tiempo. Sobre todo en Aracena se volcó en mejorar las iglesias, además de fundar la casa de las Hermanitas de los Pobres. En la Iglesia del Castillo de Aracena, entre otras mejoras realizadas en 1926, estaba el Vía Crucis de cerámica hecho por el artista polifacético Adolfo López Rodríguez.

Contribuyó Miguel Sánchez–Dalp al desarrollo de la agricultura y ganadería sevillana con la Excursión Agrícola por Andalucía, durante los meses de febrero y marzo de 1915 y en 1924, Sevilla fue escenario del VII Congreso de Oleicultura también promovido por Miguel Sánchez–Dalp, que puso su explotación agrícola como modelo del sector olivarero. Antes, en 1918, patrocinó el Congreso Nacional de Regantes y el plano de la ciudad de ese año.

El Ayuntamiento de La Rinconada acordó nombrar a Miguel Sánchez–Dalp Hijo Adoptivo del pueblo, por sus constantes apoyos sociales como empresario agrícola del municipio. Además el Ayuntamiento aprobó dar el nombre de “Puebla de Sánchez–Dalp” a la nueva barriada de la Estación. Por desgracia, poco después del acuerdo, fechado el 9 de marzo de 1931, se proclamó la II República y quedó sin efecto.

Durante la II República, Sánchez–Dalp fue víctima de varios incidentes personales desagradables, además de sufrir la ocupación de sus fincas, el incendio de cosechas y atentados contra sus obreros por no secundar algunas huelgas. En 1932 los huelguistas simularon el entierro de Miguel Sánchez–Dalp por la plaza del Duque, pasando repetidamente por delante de su palacio, con una caja de muerto y cantando simulacros de rezos y gritando frases ofensivas para su persona.

Como presidente del Ateneo en 1913–1914, Miguel Sánchez–Dalp destacó por su apoyo al movimiento regionalista. Él y su hermano Javier invitaron a Francisco Cambó a pronunciar el discurso de los Juegos Florales de 1913, que supuso el inicio del andalucismo contemporáneo con el Congreso titulado Ideal Andaluz, celebrado en 1914. Ambos hermanos apoyaron al notario Félix Sánchez–Blanco en su proyecto de editar la revista Bética, la mejor publicación de su época.

Miguel Sánchez–Dalp publicó en 1912 un Plan de Ordenación Urbana para Sevilla que fue considerado modélico.

CIUDAD DEL 900

En un marco hostil, en crisis, desasistido del Gobierno de Madrid y con niveles de pobreza y hasta de miseria que preocupaban a las escasas personas responsables que veían venir la gran hecatombe social, era natural que la conflictividad laboral tuviera trascendencia y así se refleja en los pocos estudios de los que hoy disponemos. Durante más de medio siglo, la conflictividad social desde finales del siglo XIX hasta la Dictadura de Primo de Rivera, ha sido ignorada en su verdadera dimensión humana, política y científica. Ese vacío fue llenado por Ángeles González, en 1988, con su magnífico estudio sobre la etapa 1900–1917, y por José Manuel Macarro, en 1984, con su también valioso trabajo de investigación sobre la etapa 1918–1920.

A las actividades agrarias, industriales y mercantiles del período 1895–1910 no eran ajenos unos hechos que aún permanecen insuficientemente conocidos e incluso estudiados, aunque ya contemos con excelentes monografías, como las referentes a planes de obras hidráulicas, de repoblación forestal y de colonización de los primeros años de la centuria, de la desamortización y sus consecuencias en la propiedad de la tierra, de la política agraria de la Restauración y de los movimientos obreros –quizás el aspecto más estudiado y no siempre con la objetividad histórica necesaria–, junto a la evolución inversora producida por la repatriación de capitales de las colonias recién perdidas, durante finales del siglo XIX.

En conjunto, se vivía una etapa confusa que había frustrado no pocas empresas sevillanas en marcha y proyectos ambiciosos. La industria de cabecera, cuyo máximo símbolo era la acería de El Pedroso, había sufrido ya su golpe mortal mediado el siglo XIX con el cambio de energía –de leña al carbón– y la política proteccionista de Madrid en favor de las zonas del Norte; en el sector financiero, el Banco de Sevilla estaba en liquidación desde finales de siglo. Basta observar los intentos feriales a lo largo del último tercio del pasado siglo para comprender los ánimos promotores de los hombres de empresa y de las autoridades, ansiosos de ofrecer alicientes al inversor, aunque en esta actividad hubiera un predominio de iniciativa forastera.

El más significativo antecedente fue la creación de la Feria de Abril, que degeneró muy pronto en actividad festiva, lúdica, aunque también fuese positiva en otros aspectos, pero cuyos planteamientos eran distintos, como se desprende del documento fundacional, que podría considerarse como un «programa de desarrollo agropecuario» de Sevilla y su comarca.

Las diversas actividades económicas sevillanas presentaban una perspectiva que podríamos resumir del siguiente modo:

La agricultura de regadío mantenía unas superficies mínimas, pues en 1918, según Pascual Carrión, Andalucía Occidental era la última zona peninsular con sólo 14.754 hectáreas regadas, frente a las 254.812 de la zona Aragón–Rioja. De acuerdo con los datos de «Riqueza imponible» del repartimiento de 1899–1900, en la provincia sevillana había poco más de diez mil doscientas hectáreas productivas, de las cuales la mitad (5.480) estaban dedicadas a cereales y semillas; 2.319 a dehesas de «puro pasto que dura todo el año», y 1.456 al olivar. El resto se distribuía entre hortalizas y legumbres (490); naranjas, limones y frutales (315), y los «cereales en el ruedo que sólo dan una cosecha» (137). La ganadería declarada sumaba 57.286 cabezas en todas las especies, cantidad sensiblemente inferior a la que se reconocía en el censo de años anteriores, cuando Bisso reseñaba en su Crónica General de España que Sevilla ocupaba el primer lugar en ganado caballar, el cuarto en mular, el quinto en cabrío, el octavo en porcino, el décimo tercero en asnal, el décimo primero en vacuno y el décimo noveno en lanar. En total el censo pecuario rebasaba las novecientas mil cabezas... El valor medio de la producción agraria era de unos treinta y cinco millones de pesetas anuales. Por sus cuotas de riqueza rústica, colonial y pecuaria, las localidades más importantes eran Ecija, con 2.723.220 pesetas; Carmona, con 2.516.807; Utrera, con 1.567.898; Osuna, con 1.428.822 y Morón de la Frontera, con 1.172.373. Ninguna otra zona se acercaba al millón de pesetas. El término de Sevilla registraba una riqueza por estos conceptos de 880.332 pesetas. En riqueza urbana, por el contrario y como hecho natural, ocupaba el primer lugar provincial, con 9.470.236 pesetas, siendo el total provincial de 13.953.011 pesetas.