José Vigil Cabrerizo, protomártir de la Iglesia

Fue asesinado el 18 de julio de 1936 y murió perdonando a sus asesinos y ofreciendo su vida por España

26 nov 2016 / 21:23 h - Actualizado: 26 nov 2016 / 21:50 h.
"Hemeroteca El Correo"
  • José Vigil Cabrerizo, de 29 años, capellán de la iglesia parroquial de San Jerónimo. / Francisco José de Jesús Pareja
    José Vigil Cabrerizo, de 29 años, capellán de la iglesia parroquial de San Jerónimo. / Francisco José de Jesús Pareja
  • José Vigil Cabrerizo, protomártir de la Iglesia
  • La lápida escondida en un rincón del pasillo y tapada por un cuadro de propaganda turística del Caribe. / F. J. Jesús Pareja
    La lápida escondida en un rincón del pasillo y tapada por un cuadro de propaganda turística del Caribe. / F. J. Jesús Pareja
  • Lateral de la iglesia de San Jerónimo donde estaba colocada la lápida desde 1937. / Francisco José de Jesús Pareja
    Lateral de la iglesia de San Jerónimo donde estaba colocada la lápida desde 1937. / Francisco José de Jesús Pareja

{Hoy, a las siete de la tarde, en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, se celebrará el acto de clausura de la causa abierta a los veintiún mártires de la diócesis de Sevilla del siglo XX, concretamente de la Guerra Civil de 1936-1939. Entre los citados mártires se encuentra el sacerdote José Vigil Cabrerizo, asesinado el 18 de julio de 1936, que reúne varias circunstancias excepcionales que merece la pena recordar.

La primera, que José Vigil Cabrerizo fue el primer sacerdote asesinado de la guerra civil, el próto mártir de la Iglesia española. La segunda, que su martirio, relatado en nuestro libro Morir en Sevilla (1986), fue de una crueldad extrema. La tercera, que murió en olor de santidad perdonando a sus asesinos y obligando a sus padres y hermanas a que también los perdonaran. La cuarta, que la Iglesia de Sevilla que honró su memoria en 1936, luego lo olvidó. La quinta, que hasta la placa que recuerda su martirio fue quitada de la nave central de la Iglesia de San Jerónimo y colocada en un pasillo. Y sexta, que luego se ha ocultado la existencia de la placa cubriéndola con un cuadro de propaganda de las playas del Caribe.

Las fotografías que acompañan estas líneas son mudos testimonios de cómo la Iglesia guardó la memoria de sus mártires sevillanos... Luego, durante el mandato del actual arzobispo, monseñor Juan José Asenjo Peregrina, se resolvió el asunto de manera favorable y se abrió la causa para recuperar la memoria de los mártires olvidados, que mañana se clausura.

Lo que escribimos sobre el martirio del sacerdote José Vigil Cabrerizo, protomártir de la Iglesia española, en nuestro libro Morir en Sevilla (1986) sigue vigente. La lápida que recordaba su martirio, mandada colocar por el Arzobispado de Sevilla en 1938, fue quitada en los primeros años ochenta de su lugar en la nave central del templo parroquial de San Jerónimo y relegada a un pasillo interior.

En dicha lápida, hoy gastada por los efectos del tiempo, aún puede leerse el siguiente texto: «Diligite inimicos vestros». A la buena memoria del señor Don José Vigil Cabrerizo, presbítero, capellán rector de esta iglesia de San Jerónimo, gravemente herido por los impíos en la persecución marxista en la calle Conde de Ibarra la tarde del 18 de julio de 1936, y que consumó su heroico sacrificio al siguiente día, después de perdonar generosamente a sus verdugos y de rogar a sus padres [y hermanas] que también los perdonaran, imitando las lecciones del Divino Maestro. «Exemplum enim dedi vobis» (Joan. XIII-15)».

Decíamos en Sevilla fue la clave (1992): «Cuando parte de la Iglesia española parece avergonzarse de su pasado y se comporta pasivamente en asuntos de tanta trascendencia como la causa de beatificación de los mártires de la Guerra de España, es oportuno recuperar del olvido al primer sacerdote mártir del 18 de julio de 1936, el joven y humilde párroco de San Jerónimo (Sevilla), José Vigil Cabrerizo, asesinado a las seis de la tarde de ese mismo día, en la calle Conde de Ibarra».

Escribimos en Morir en Sevilla (1986): «Ni Sevilla como ciudad, ni la Iglesia como institución, han tenido para este sacerdote mártir, muerto perdonando a sus verdugos, el más mínimo recuerdo público. Lo primero que hizo la primera Corporación democrática, a propuesta de los comunistas, fue dedicar una avenida a Carlos Marx, olvidándose de hombres como Pepe Díaz Ramos, Saturnino Barneto, Melchor García, Antonio Ariza o Diego Martínez Barrio. Pero José Vigil Cabrerizo fue olvidado por el Régimen anterior, por el actual y por la propia Iglesia sevillana». «Bien es verdad que, según su fe, tampoco le hace falta ningún reconocimiento oficial. El murió en la sala de Nuestra Señora del Pilar del Hospital de las Cinco Llagas, después de ser martirizado, perdonando a sus asesinos y exigiéndoles a sus padres y hermanas que también los perdonaran. Y sus últimas palabras fueron para ofrecer su vida por la salvación de España». «No fueron sólo sacerdotes, religiosos y seminaristas los que murieron asesinados por su fe católica. En Sevilla y su provincia, como en casi toda España, fueron asesinados millares de hombres y mujeres precisamente por ser católicos, por haberse distinguidos por sus prácticas religiosas y caritativas, por su amor al prójimo. El llevar una cruz o una medalla de la Virgen al cuello, un escapulario, una estampa, hasta el recibo de suscriptor de los diarios católicos El Correo de Andalucía o El Debate, fue motivo para ser fusilado en el territorio dominado por las milicias del Frente Popular».

«Cuando el Santo Padre Juan Pablo II anunció la apertura de causas de beatificación para algunos de los sacerdotes y religiosos martirizados por el Frente Popular durante la Guerra de España, surgieron voces contrarias. Las razones para la negativa, medio siglo después de los acontecimientos, fueron expuestas por personas vinculadas a los partidos de izquierda y, sorprendentemente, a la misma Iglesia española. Los marxistas no aceptan que los católicos recuerden a sus mártires, lo que parece lógico en la medida que las beatificaciones recuerdan que fueron cruelmente asesinados por ellos, sin más justificación que la de ser personas de fe. Pero resulta dolorosamente incomprensible, que dentro de la propia Iglesia haya personas que también se opongan a la beatificación, para no abrir, dicen, antiguas heridas. ¡Qué pronto han olvidado la pastoral de compromiso de la Iglesia española de 1937! Los mártires católicos del período 1931-1939 han vuelto a morir... Entonces fueron víctimas de las balas asesinas disparadas por el odio; ahora, por la ignorancia, la ingratitud y la cobardía».

En la relación oficial de procesos canónicos pendientes en la Congregación de los Santos del Vaticano, enviados hasta 1989 por las respectivas diócesis españolas afectadas por la persecución religiosa, no figura el sacerdote José Vigil Cabrerizo ni los sacerdotes, frailes y seminaristas inmolados en la archidiócesis sevillana durante la guerra civil española, con excepción de los cinco hermanos salesianos citados en una relación de veintidós víctimas del citado Instituto. Dicha lista oficial de procesos canónicos incluía hasta 1989, ciento veintitrés expedientes, unos individuales y la mayoría de ellos colectivos, que afectaban a 1.489 víctimas.

De manera que la Archidiócesis de Sevilla, que fue una de las primeras de España en iniciar los trámites para conocer los efectos de la persecución religiosa en su territorio, por mandato del cardenal arzobispo Pedro Segura y Sáenz [En carta pastoral fechada el 15 de diciembre de 1937], ha quedado descolgada del grupo formado por treinta y cuatro diócesis españolas presentes en los documentos publicados por la Congregación de los Santos en 1985 y ampliados en 1989. La única vinculación sevillana con estos procesos canónicos es a través de los expedientes cumplimentados por cuenta del Instituto Salesiano.

Por lo tanto, del conjunto de treinta y seis víctimas vinculadas a Sevilla, treinta fueron asesinadas en el territorio archidiocesano, y han permanecido olvidadas hasta ahora.

El 14 de diciembre de 1938, en los talleres tipográficos de El Correo de Andalucía, se terminó de imprimir el libro titulado La persecución religiosa en la Archidiócesis de Sevilla, compuesto y ordenado por el sacerdote y capellán de Reyes, José Sebastián y Bandarán, y el cura ecónomo de Omnium Sanctorum, Antonio Tineo Lara, el primero vocal y el segundo secretario de la Comisión Organizadora del homenaje a los sacerdotes y seminaristas inmolados durante la guerra civil española. Formaban también parte de dicha Comisión Organizadora, el vicario general del Arzobispado, Jerónimo Armario Rosado, como presidente; Luis Martín Moreno, canónigo, prefecto de ceremonias; y Andrés Pabón Barquero, canónigo, vocal.

PROTOMÁRTIR OLVIDADO

En este documento se incluye el informe sobre la inmolación del sacerdote José Vigil Cabrerizo, según los testimonios recogidos por la Comisión Organizadora, y fechado el 21 de junio de 1937. Un informe que debe conocerse tal y como fue redactado en su momento, para respetar las circunstancias emocionales de tiempo y lugar. Dice textualmente el citado documento:

«En cumplimiento de la comisión que me confía Vuestra Eminencia en su comunicación del diez y ocho de marzo del año actual [1937] relativa al asesinato del Presbítero D. José Vigil Cabrerizo, he practicado todas las diligencias que me han sido posibles al objeto de saber con toda certeza y verdad las circunstancias en que tuvo lugar, deduciendo de las declaraciones juradas de los individuos de su familia y algunos testigos de probada honradez que al final designaré el siguiente verídico relato:

«El diez y ocho de julio del año anterior, a las seis de la tarde entró una partida de comunistas armados de pistolas y de mosquetones en la casa de Conde de Ibarra, número 28, donde accidentalmente residía el presbítero D. José Vigil Cabrerizo, capellán encargado de la iglesia sita en la barriada de San Jerónimo de esta ciudad con sus padres y hermanas, en busca y persecución, según se decía, de los señores Fernández Robles, militantes de Falange Española, residentes en otro piso de la misma casa».

«Estos señores se defendieron a tiros de la agresión, matando a uno de los comunistas, los cuales, irritados por ello y para vengar la muerte del compañero trataron de violentar la cancela, y no pudiéndolo hacer, forzaron la puerta de la habitación donde en compañía de su familia estaba dicho Presbítero, el cual al sentirlos se presentó a ellos vestido de paisano por haberlo obligado así su padre. Al verle los comunistas, dijeron: «Este es fascista», y le dispararon dos tiros en el hombro izquierdo, por lo que pidió a su madre un pañuelo para sujetar la sangre. Y como él hiciese protesta de no ser fascista, y como después de registrar ellos la casa no hallaron armamento alguno, por orden del que parecía cabecilla dejaron de disparar contra él, pero le obligaron a salir de la casa».

«Ya en la calle, de otro grupo como de unos treinta comunistas, se abalanzó uno sobre él, lo registró, quitándole la cartera donde tenía su documentación, varias estampas que solía llevar consigo para darlas a los niños y ciento cincuenta pesetas que para Misas le había entregado una señora. De todo se apoderaron y, al ver las estampas, dijeron: «Este es beato», disparándole otro tiro en el hombro izquierdo. Con esto parecía que se daban ya por satisfechos, pero cuando abrazado y llevado por sus padres y hermanas se disponía a volver a la casa, uno de los marxistas dijo: «No lo dejéis que es el cura de San Jerónimo», y metiendo la pistola entre los cuerpos de su madre y hermanas le disparó otro tiro en el vientre, cayendo entonces al suelo, diciendo al caer: «Yo los perdono como Dios Nuestro Señor perdonó a sus enemigos» y rogando a los marxistas que no hiciesen nada a sus padres y hermanas».

«Ya en el suelo quisieron darle otro tiro en la corona, pero como la hermana mayor cubrió la cabeza con su cuerpo, dijeron: «A las mujeres no hay que tirarles», e inclinándose uno de ellos le disparó otro tiro en la paletilla izquierda, pretendiendo con ello rematarlo. Quedó tendido en el suelo repitiendo varias veces: Yo los perdono, y diciendo a su familia: Rezad conmigo, y continuando así como espacio de una hora, hasta que la partida de comunistas se alejó».

«Lo que antecede, además de la familia lo declaran y firman los vecinos de las casas contiguas, Don Antonio Zurita Muñoz, Doña Juliana Zurita y Zurita y Doña Ceferina Sosa Escobar, que desde sus respectivas casas lo presenciaron».

«Después de esto, y habiendo su padre avisado a una ambulancia, fue llevado en ella al Hospital Central, donde después de reconocido por los facultativos de guardia, fue colocado en una cama de la sala de Nuestra Señora del Pilar. De seguida pidió recibir los Santos Sacramentos, administrándole la Penitencia y la Extremaunción el Capellán de dicho establecimiento D. Francisco Jorquera. Quedó con esto muy tranquilo y resignado, hablando varias veces con su familia y con las religiosas que le asistían, sin pensar en las heridas mortales que padecía, hasta el punto de que al preguntarle su padre: «Hijo mío, ¿no te duele nada?», contestaba: «Papá, a mí no; yo no pienso sino que mi sangre y la de muchos españoles sea la salvación de España». También se le oía decir: «Padre mío, perdónalos, como yo los perdono; Virgen Santísima, procura que España sea libre del comunismo; Santa Teresita de Jesús, pídele a Jesucristo que se salve España».

«Cuando los practicantes se acercaban al lecho solía preguntarles: «¿Quién va ganando?», y al responderle que ganaba el Ejército y España se salvaría, abría los ojos y se mostraba visiblemente gozoso y satisfecho, y siempre que por las Hermanas de la Caridad o por algún otro se le preguntaba por su estado, contestaba: «Yo, bien; nada me duele, sino que pido a Dios que se salve nuestra Patria».

«A las cinco de la mañana preguntó a su hermana Cecilia si iba a oír misa, encargándole que lo hiciera así y rogase al Padre Capellán que le trajese la Sagrada Comunión, como así lo hizo, confesando además otra vez».

«El señor Capellán declara que era deseo suyo hacer protestación pública de fe, hacer constar que quería morir en el seno de la Santa Iglesia y ofrecer su vida a Dios por la salvación de España. Además, en todo este tiempo no dejaba de recomendar a sus hermanas que fuesen buenas, que no se reuniesen con malas compañías, que no dejaran de asistir a la Iglesia, pidiendo a Dios que terminase esa horrorosa revolución y que, aunque quemasen todas las iglesias, en cualquier rinconcito donde se reuniesen los fieles para dar culto a Dios, allí concurriesen a fin de que la gente no pensase que eran piadosas y buenas sólo por vivir su hermano, sino siempre y por propia convicción; que a imitación suya defendiesen siempre con entereza la Santa Fe, pensando que Dios lo puede todo y que en todas partes ha de reinar a pesar de sus enemigos».

«Al enterarse luego que su madre se preocupaba pensando quiénes fueron los autores de su muerte, dijo a una de sus hermanas: Dí a mamá que no diga tonterías ni piense quiénes fueron los que me han herido, que yo no conocí a ninguno y que si los hubiera conocido los perdonaría lo mismo que los perdono». Y en un momento en que quedó solo con su padre, le hizo jurar que no tomaría venganza de su muerte contra nadie y que perdonara a sus enemigos como él los perdonaba; y así continuó dando consejos a todos hasta las doce del día diez y nueve, hora en que plácidamente expiró».

«Amortajado después con los ornamentos sacerdotales, fue conducido al cementerio de San Fernando, quedando en el depósito de cadáveres durante tres días, pasados los cuales recibió sepultura en la calle de San Antonio número veinticinco».

«Todo esto, a más de los testigos mencionados, lo firman conmigo el señor capellán del hospital y el padre y hermanas del finado en testimonio de verdad».

«Sevilla, 21 de junio de 1937.- Ceferina Sosa Escobar.- Francisco Jorquera.- Antonio Zurita.- Juliana Zurita.- Carmen Vigil.- Cecilia Vigil.- Pedro Vigil.- Miguel Bernal Zurita».

El martirio del padre José Vigil Cabrerizo y su ejemplar testimonio de fe, causaron profunda emoción en los ciudadanos que conocieron los hechos a través de las páginas del diario La Unión varios días después.