La Avenida: del caos a la «ciudad de las personas»

Hace una década que la avenida de la Constitución pasó a ser un espacio ciudadano. Las obras abrieron la puerta a un modelo de ciudad sostenible que se exportó a otros puntos

03 sep 2016 / 20:34 h - Actualizado: 03 sep 2016 / 22:38 h.
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  • Las obras de peatonalización de la avenida de la Constitución, impulsadas por el gobierno del socialista Alfredo Sánchez Monteseirín, supusieron la recuperación del espacio para la ciudadanía. / Manuel Gómez
    Las obras de peatonalización de la avenida de la Constitución, impulsadas por el gobierno del socialista Alfredo Sánchez Monteseirín, supusieron la recuperación del espacio para la ciudadanía. / Manuel Gómez

Los sevillanos que regresaron de las vacaciones en septiembre de 2006 se encontraron con una ciudad que estaba mudando su piel. En las entrañas de su casco histórico, las cuestionadas obras de peatonalización de la Avenida de la Constitución ofrecían un paisaje de arena, losas, hormigón y maquinarias que, a la postre, supondría una auténtica revolución para el nacimiento de un modelo de ciudad sostenible en la que el peatón acabaría por ganarle la partida al vehículo privado. Un concepto de urbe contemporánea que una década después ha convertido al centro de Sevilla en un referente internacional de espacio ciudadano que, además, se ha visto revalorizado como atractivo turístico y espacio comercial.

Aunque el proyecto surgió varios años atrás –por distintos motivos no llegó a concretarse–, la piqueta comenzó a actuar en la Avenida tras la Semana Santa de 2006. El 17 de abril, las vallas de obra cerraban definitivamente al tráfico una vía por la que transitaban diariamente una media de 21.000 vehículos que emitían 580 toneladas de CO2 al año que engullía como un embudo una saturada Plaza Nueva. Cierto es que el sevillano llegaba casi desde su propia casa hasta el corazón de la ciudad, pero no menos relevante eran las consecuencias negativas que las emisiones de gases tóxicos estaban provocando en los edificios históricos de esta zona. Algo especialmente evidente en la Catedral, cuya fachada se había visto oscurecida hasta el extremo por la afección del tráfico.

La ciudad urgía un revulsivo que acabara con esta situación. Y aunque en origen contó con el rechazo de algunos grupos políticos, comerciantes, asociaciones de vecinos y sectores como el del taxi –que amenazó con una huelga de cuatro días en Semana Santa–, la peatonalización emprendida por el gobierno de Alfredo Sánchez Monteseirín (PSOE) se articuló como una solución idónea para potenciar la zona como referente para el turismo, el comercio y la ciudadanía. De hecho, el por entonces alcalde hispalense aseguraba seguir el ejemplo de «las ciudades europeas más avanzadas», tomando «todo lo bueno de esas experiencias». Su objetivo, a pesar de las reticencias de varios sectores –«minoritarios» según Monteseirín–, era «reconquistar para el disfrute de los peatones lo que ahora –por entonces– era una verdadera invasión de las máquinas».

Una década después, la Avenida se ha convertido en el más vivo ejemplo de aquella «ciudad de las personas» que Sevilla tenía como lema en esos años. Quizás por ello, son los sevillanos quienes más partido le han sacado a la peatonalización. El ir y venir de personas le ha ganado la batalla a los atascos y hasta sus aceras son un auténtico escaparate de artistas callejeros –músicos, cantantes, mimos, etc.– que la utilizan como improvisado escenario para sus representaciones. Estampas de su día a día que la alejan cada vez más de aquella avenida que surgió del ensanche del siglo XX con motivo de la Expo del 29, en lo que se consideró todo un símbolo de progreso.

En la actualidad no solo es un referente para los sevillanos sino también un icono de Sevilla a nivel internacional, reclamo para los miles de turistas que cada año visitan la ciudad. En catálogos, anuncios y guías turísticas, la imagen de la Avenida de la Constitución se ha convertido ya en un clásico que atrae a otro tipo de visitantes. Y es que ésta, además de sostenible, fue también una peatonalización turística. Devolver la Avenida a los peatones supuso recuperarla para el turismo, en una zona especialmente atractiva por el triángulo patrimonial que conforman la Catedral, el Alcázar y el Archivo de Indias. Esa fue su razón de ser y también el motivo de que con los años los sevillanos hayan acabado por aceptarla y hasta por alabarla. Por eso triunfó frente a otras experiencias negativas, como la de la calle O´Donnell, donde ni el paso del tiempo ha conseguido que la peatonalización acabe por encajar.

La milla de oro

Diez años después también se ha constatado que la peatonalización supuso un importante revulsivo para el comercio de la zona. A pesar de la caída del 60 por ciento en las ventas que denunciaron los empresarios durante el periodo que duraron las obras, hoy día los beneficios de los establecimientos han ido en aumento y, con ellos, el valor del metro cuadrado en alquiler, que se ha disparado hasta el punto de que la zona se considera ya una milla de oro hispalense. Un hecho que se traduce también en la dificultad que están encontrando las grandes firmas para encontrar un local disponible en el que poder establecer su negocio.

Pero lo cierto es que el repunte comercial de la Avenida no es algo nuevo ni reciente. Poco después de la finalización de las obras de peatonalización, el Ayuntamiento informaba que las licencias de apertura de nuevos negocios –tanto en la vía afectada como en las calles aledañas– se habían triplicado con respecto al periodo previo a los trabajos. Incluso entre los años 2007 y 2010, el primer trienio de la peatonalización, se habían registrado un total de 22 nuevas solicitudes de licencias de apertura, la mayoría destinadas a negocios de hostelería y tiendas de souvenirs.

Una tendencia que se ha consolidado en la actualidad y que ofrece una radiografía exacta de hacia dónde ha virado el rumbo empresarial de la Avenida. Sus locales se alejan cada vez más de aquel pequeño comercio familiar que tradicionalmente copaba su oferta para convertirse en un más que atractivo escaparate para grandes firmas internacionales. La confitería Filella, situada en el edificio neomudéjar de la Adriática, que cerró sus puertas en 2014, y, más recientemente, el Horno San Buenaventura, son los últimos ejemplos de este éxodo de negocios tradicionales que ha acabado por modificar la estética y también la fisonomía de la zona.

En su lugar, tal y como ya indicaban las solicitudes de licencias de apertura de hace algunos años, se han instalado grandes cadenas de restauración y tiendas de venta de recuerdos que satisfacen las necesidades de los miles de turistas que pasean por la Avenida. Algo que, además, ha acabado por generar un abandono estético de la zona, con cartelerías agresivas que desentonan por completo con el entorno patrimonial en el que se ubican los locales. Todo ello, unido a una masiva proliferación de veladores que han invadido el espacio para el peatón y que ha llevado al actual gobierno municipal a plantear una revisión de la ordenanza de terrazas para mejorar su ubicación y su afección al entorno, que debe concretarse en las próximas semanas.

Al margen de todo ello, la recuperación ciudadana de la Avenida supuso también una revolución en el transporte público. De la mano de la peatonalización, el Ayuntamiento acometió la puesta en marcha del Metrocentro, que cambió el autobús por el tranvía para conectar el Prado con la Plaza Nueva. Un proyecto que generó cierta controversia en sus inicios y que ahora se ha convertido en uno de los más utilizados por los sevillanos. Tras llegar a San Bernardo, su futuro pasa ahora por su ampliación hasta la estación de Santa Justa. Queda por ver si, como en el caso del Metrocentro, las peatonalizaciones también siguen creciendo.