La Feria supera el ‘jet lag’ y revive las sevillanas maneras

Tras la invasión exultante del puente, el Real recupera el ‘tempo’ clásico y su aletargado y colorido despertar hasta llenarse a la tarde

Iñaki Alonso @alonsopons /
02 may 2017 / 22:33 h - Actualizado: 03 may 2017 / 22:41 h.
"Feria de Abril 2017"
  • Coloridos caballistas junto a la portada de Curro. / Diego Arenas
    Coloridos caballistas junto a la portada de Curro. / Diego Arenas
  • Un hombre, vestido elegantemente, procede a dar un sorbo de manzanilla en la puerta de la caseta. Al fondo, una mujer vendiendo claveles rojos y blancos. / Rafael Avilés
    Un hombre, vestido elegantemente, procede a dar un sorbo de manzanilla en la puerta de la caseta. Al fondo, una mujer vendiendo claveles rojos y blancos. / Rafael Avilés
  • María Navarro, en primer plano, en los palcos feriantes montados por la Peña Cultural Antorcha.
    María Navarro, en primer plano, en los palcos feriantes montados por la Peña Cultural Antorcha.
  • Valeria y Beatriz, madre e hija, posan frente a la caseta Los Feriantes / El Correo
    Valeria y Beatriz, madre e hija, posan frente a la caseta Los Feriantes / El Correo

La Feria se recuperó al fin de ese jet lag voluntario, certificado vía consulta al pueblo, de vibrar a pie entre abril y mayo y dejar el lunes del pescaíto por un puente de desenfreno al compás entremezclado de comidas familiares y guiris a tropel. Todo ello ha traspapelado el tiempo del feriante. De la bendita invasión del inicio de fiesta, estimada en 200 millones de impacto económico y que llenaba el Real a primera hora del mediodía de carritos de bebé, abuelos enloquecidos y turistas con cámaras en ristre, se ha llegado al ecuador con la Feria tradicional y de sevillanas maneras.

El tempo natural que dicta oleadas tras los almuerzos y al atardecer y que, a mediodía, la ciudad efímera sea un desierto de albero en el que la única vida sea la de los camiones de los proveedores y los batallones de limpieza y seguridad. «El camión de Mahou está apurando mucho», atronaba el megáfono de un patrullero de la Policía Local, con insistencia cual llegada del tapicero al barrio, a un vehículo apostado en Pascual Márquez. Pasaban las 12.00 horas y tocaba dejar expeditas las calles del Real a caballistas y carruajes.

La Feria de siempre dormita a esas horas y el feriante trabaja, aunque muchos de Despeñaperros para arriba se empecinen en predicar todo lo contrario. La única caseta llena a esas horas en Sevilla era la número 1.052: la de la estación de Santa Justa, reconvertida en parque temático, con reparto de aceitunas salerosas, ofrecimientos de kit de supervivencia foránea –botella de manzanilla, cubo, portavasos y vasos por seis euros–, camareras con delantal de lunares y hasta un stand del Real Betis. Eso valía para la ida, pero no para un martes de resaca vía AVE o media distancia –el Alvia a Granada, con parada en Antequera, era una Torre de Babel–. Santa Justa emulaba los mejores días de la Expo 92 –otro homenaje más– con tal trajín de viajeros que, pese a la multitud, transitaban al ritmo de una postferia de gafas de sol y cafés más que cargados. Hasta la más agotada, sin pudor alguno, aprovechó el radiante sol de la mañana para colocar una toalla en el suelo e iniciar la primera prueba piloto del bronceado veraniego junto a las pérgolas de la todavía plaza dura frente a la estación de trenes.

De vuelta al Real, arribaban los primeros sevillanos, mientras los operarios colocafarolillos tomaban el rectángulo formado por las calles Gitanillo de Triana, Chicuelo y Pepe Luis Vázquez. A pocos metros, en la caseta de los Feriantes situada en el 90 de Juan Belmonte, clonaban amantes al Real. La pequeña Valeria, de dos años y nueve meses, lucía el vestido diseñado por su abuela Gloria y que era idéntico al de su madre, Beatriz Zapata. Es el segundo vestido idéntico que lucen en esta semana de farolillos. Hasta los zapatos eran del mismo color gracias al artista de su padre, Jairo, que hoy se ausentó para cuidar de la pequeña de la familia, con sólo nueve meses. «Al nacer casi el mismo día del mes de julio heredará los trajes de la hermana», relataba esta joven.

Beatriz y Valeria llevaban un tres de tres. Desde el mediodía hasta las diez de la noche, es decir, más tiempo en Los Gordales que en su casa de Sevilla Este. Otros, más avezados, se tomaban eso de vivir en la Feria al pie de la letra, colocando estratégicamente su autocaravana a las puertas de los parkings habilitados junto a la carretera de la Esclusa, aunque no les duró la alegría. Fue estacionar y aparecer la Policía y frustrar su sueño.

La Feria ya estaba viviendo ese desfile, tan propio, de trajes de flamencas, caballistas con sombrero de ala ancha... y primeras sevillanas. Esas que no brotan del altavoz de las casetas, sino de las gargantas más afinadas. Como las de las mujeres del coro El Giraldillo, apostadas en Antonio Bienvenida 97, la caseta del Distrito Casco Antiguo. «Esta Feria de Sevilla será una buena ocasión para tomar manzanilla con tapitas de jamón», cantaban, con Maruja Limón ejerciendo de capitana y Maru Medina y Ana Ruiz bailando en el tablao de albero.

El coro ha vivido muchas ferias, pero no tantas como María Navarro. Con 87 primaveras, rememora sus tiempos mozos sentada en una de las sillas situadas en el palco que la Peña Cultural Antorcha sitúa en la entrada de su caseta de Pascual Márquez para los más necesitados desde hace 44 años. Primero les brindan almuerzo y luego vistas del paseo de caballos. Hoy estarán niños huérfanos de San Juan de Dios, pero ayer fueron 70 ancianos de cuatro residencias sevillanas. María, de la de Nuestra Señora de la Soledad de Coria del Río, asiste a esta estampa viajando en el tiempo a aquella adolescencia en la que, a duras penas, lograba un traje de flamenca que «le regalaban o prestaban», porque no se lo podía costear su madre –su padre murió siendo chica–. Recordó a su marido, Diego Márquez, y sus orígenes trianeros, la carbonería de Pagés del Corro, su vida correteando en la calle Rodrigo de Triana,... y sus ferias, tantas ferias, vividas y sentidas con escasos recursos pero de sevillanas maneras.