El presidente de la asociación Entre adoquines, Francisco Ramos, apuntó sobre las posibilidades de financiación que «la administración tiene la costumbre de ceder y cobrar un canon. Creemos que la administración debe ser partícipe de esa cooperación. Y a través de todos buscar la financiación, que no tiene que ser una financiación de millones», sino a través de aportaciones de diversas cuantías.
El edificio de la antigua comisaría de la Gavidia no necesita un único y gran proyecto, ese que esperan o intentan propiciar los sucesivos equipos de gobierno que, desde el Ayuntamiento de la ciudad, se han enfrentado al dilema de dotar de uso un espacio con tantas posibilidades como incertidumbres. No necesita a ese príncipe azul, por usar la terminología de Julián Sobrino, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Sevilla. Su camino, de acuerdo con lo debatido en el taller Des-montando la Gavidia que la asociación Entre adoquines ha celebrado entre el martes y el domingo, debe ser otro.
Conviene, de acuerdo con las conclusiones que presentaron ayer, ir por partes. Para empezar, importa «que el edificio no pase desapercibido. Uno de los problemas que tiene es que la ciudad no lo conoce. Queremos que la sociedad, los vecinos, las entidades conozcan el edificio y propongan un uso para él», explica el presidente de la asociación, Francisco Ramos.
Incidió en esa línea el propio Sobrino, que apuntó que «más que propuestas concretas, tratamos de identificar líneas que debe seguir el proceso de recuperación de la Gavidia». Fernando Pérez, arquitecto y participante en el taller, continuó: «En ningún momento se marcó un proyecto finalista ni un uso específico de monocultivo, de un solo mecanismo de gestión, ni siquiera de un solo agente. Se entendió que esto era un espacio de oportunidad para la ciudadanía y que desde lo público, desde gestiones mixtas, deberían ser posibles una multiplicidad de usos a lo largo del tiempo que superaran ese paréntesis eterno. Los espacios están ahí, y lo peor es dejarlos morir. Hay que usarlos, sin miedo».
Varios factores concurren en el edificio. Uno de ellos, su ubicación, bisagra entre el norte y el sur del casco histórico. «La zona norte siempre ha sido más olvidada, más residencial, tiene menos dotaciones, y en el casco sur está todo: el dinero, el turismo...», opinó Ramos, quien señaló que precisamente «ese punto de conexión» que puede ser el inmueble puede facilitar que, «con un articulador social, se pueda generar una buena dinámica y se pueda volver a revalorizar la entrada al casco norte».
Un segundo ingrediente del edificio lo constituye el hecho de que entre sus muros se llevara a cabo, durante años, la represión, y directamente la tortura, de quienes se oponían a la dictadura de Franco. Y esto es interesante. «Hoy día, las tendencias en museografía se dirigen más hacia valores de inmaterialidad y abstractos. Así, un lugar donde se reprimieron las libertades puede ser un espacio donde se experimente en democracia», apuntó Sobrino. Insistió en la idea Enrique Larive, profesor también de Arquitectura en la Universidad de Sevilla: «Se trata de darle la vuelta a esa memoria negativa que tiene el edificio, que sirva como lugar de vinculación con ese carácter negativo para positivizar ese nuevo uso».