Una ama de casa, un carpintero de ribera, una antigua cigarrera, un electricista, un tabernero... Son los «protagonistas» de un proyecto vecinal que pretende rescatar (y poner en valor) la memoria más reciente de Triana para que «conociendo el pasado se comprenda mejor el presente» de un arrabal histórico que se ha ido moldeando con la sal y el arte de las «historias de vida» de sus vecinos. Algunos nacidos a este lado del río y otros llegados desde otras coordenadas andaluzas, como Córdoba, para crear aquí un hogar donde echar raíces.
La iniciativa, promovida por la Asociación vecinal Triana Norte, ha cristalizado en un documental y también un libro, Triana en el siglo XX. Historias de vida, que se presentan este martes a partir de las 19 horas en el centro cívico Casa de las Columnas. Ambos formatos son una recopilación de datos y vivencias «para guardar la memoria de lo que fue el barrio» a través de 22 trianeros anónimos. En su mayoría, se trata de personas mayores, algunas ya fallecidas, como es el caso de María Dolores Meléndez, que fuera concejal del PP en el Ayuntamiento de Sevilla; Todos ellos «nacidos en el barrio o que llevan muchos años viviendo aquí, en definitiva trianeros cabales que han sido testigos (y también partícipes) de la evolución del arrabal desde los años cuarenta o cincuenta del siglo XX hasta la actualidad», como ha explicado Gema Tocino, coordinadora del proyecto que ha contado, entre otros, con la implicación de los antropólogos Juan Sánchez Lafuente y Manuel L. Martín. La aventura comenzó hace ocho años, en principio no como libro, sino «como una grabación audiovisual para hacer un banco de la memoria» partiendo de la base de que «la ciudad y, por tanto, también sus barrios, no son estáticos sino que evolucionan con el paso del tiempo. Y que, en definitiva, son sus vecinos y los hacen las personas que lo habitan».
La retrospección a «cómo era y cómo se vivía en Triana en un tiempo no muy lejano, pero si muy distinto», dedica un primer capítulo a los corrales de vecinos. María Báñez, trabajadora de la antigua Fábrica de Bombillas, recuerda que era «muy feliz» en la casa donde se crío y donde su hermana, que era tapicera, «hizo una cortina para cortar la habitación. Adentro, dormían los varones; y las dos hembras, afuera». La utilización del espacio para dar respuesta al crecimiento demográfico de la época y el poco margen de expansión urbana, llevó entonces a muchas familias a convivir «alegremente» en poco sitio. Si no, qué se lo digan a José de la Cerda, electricista y trabajador de Lipasam. «Vivíamos 15 personas en una habitación de 65 metros cuadrados en la calle Ruiseñor». Pero aún así no faltaban los juegos y las risas en estas familias. Era el caso de «la casa de los gitanos, en la del rincón de la calle Rocío», donde nació Mª Luisa Moreno y donde «siempre había muchos niños»; o en la de Joaquina Sicilia, donde había que poner «un hierro encima sobre los dos anafes» para guisar cuando venía la cuñada. Mención aparte merece la llegada de «un cajón de pavos de Constantina» a la casa del tabernero Manuel Pérez. «Lo metíamos todos, unos 30 o 50, en la covacha, en el hueco debajo de la escalera».
En un segundo capítulo, los vecinos rememoran aquellos días de compás y cante por derecho en las casas y las calles, donde, como apunta el frutero Cristóbal Romero, «se iba cantando fuerte y cuando lo habían bien, la gente se iba detrás escuchando hasta la primera taberna». La de Segundo, por ejemplo, «se ponía infame cada vez que cantaba el Niño Ballestero, de la calle Castilla». Cuentan que «de dos vasos, se llegaba a vender hasta un barril de vino». Y eso que «era un pañuelito de taberna» pero «tenía una voz tan potente que se escuchaba desde la calle». De aquellos años son también «Antoñete», Antonio El Señorito, «gitanos que cantaban por seguiriya y martinete»; o el grupo Triana Pura, «una maravilla»; en palabras del trianero Manuel Morapio. También lo fue de Manuel Pérez, que «tantas veces» cantó en la Velá» y a quien María La Burra y Rafael Gringo le hacían compás a la puerta de la caseta para que se arrancara.
Finalmente, en un tercer capítulo a modo de epílogo reflexivo, la obra aborda el despoblamiento que sufre el barrio y, con él, «la pérdida» de buena parte de su identidad. «Faltan su gente pero cada vez que hay un acontecimiento, como el Viernes Santo o la salida de las carretas, siempre vuelven con su arte y alegría», concluye el marinero Francisco Arcas. Historias de vida que pintan con gracia el arrabal trianero que no se resigna a perder su duende.
–Joaquina Sicilia Luque (Ama de Casa)
–José Aguilar Tirado (Trabajador Hispano Aviación)
–María Luisa Murillo (Farmacéutica)
–Ángel Bonilla Gálvez (Comercial)
–José Martínez de la Costa (Artesano Naval)
–María Báñez Llerga (Fábrica de Bombillas)
–Josefa Méndez Montero (Bordadora)
–Manuel Pérez Vera (Pastelero y cantaor aficionado)
–Antonio Córdoba García (Trabajador de la Hispano Aviación y cantaor aficionado)
–Rosa Ortiz Muñoz (Propietaria Despachos de Hielo)
–Luis Ortega Morán (Alfarero y ceramista)
–Josefa Carrasco García (Ama de Casa)
–Francisco Acosta Orge (Trabajador de la Hispano Aviación y de Tussam.Sindicalista)
–María del Carmen Luna Moreno (Ama de Casa)
–José de la Cerda Pérez (Electricista y trabajador de Lipasam)
–Manuel Maceda Castillo (Fundidor)
–Manuel Morapio (Tabernero)
–Francisco Arcas Lucena (Marinero, cartero y tabernero. Concejal PSOE)
–Cristóbal Romero Pastor (Frutero)
–María Dolores Meléndez (Empresaria. Concejal PP)
–María Luisa Moreno Camacho (Cigarrera)
–Manuel Pérez Gómez (Marisquero y tabernero)