Llegó la hora de los gestos

La lluvia y el frío ensombrecen ‘La Hora del Planeta’. Los edificios públicos de apagaron, si, pero pocos parecieron darse por enterados de una cita que quiere condicionar sobre la sostenibilidad

25 mar 2017 / 22:34 h - Actualizado: 25 mar 2017 / 22:59 h.
  • La hora del planeta en las setas de La Encarnación. / Jesus Barrera
    La hora del planeta en las setas de La Encarnación. / Jesus Barrera

Corren malos tiempos para los ‘días sin...’ ¿Se quedan desiertas las carreteras en alguna ciudad en el día sin coches?, ¿en cuánto se reduce el consumo de tabaco en el día sin humos?.. Si en la muy mariana ciudad de Sevilla ni se respetan –mayormente– los preceptos cuaresmales, venir con exigencias considerables es verdaderamente osado. Por eso seguramente los de WWF fueron más modestos en su pretensión y, en lugar, de promover el día a oscuras para ahorrar energía e impulsar, de camino, la natalidad, se limitaron a publicitar ‘La Hora del Planeta’.

Esta reivindicación, en la que también participaron numerosas empresas –aunque no sabemos cuáles ni se nos dijo cómo–, ha tenido especial importancia este año, que ha sido declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo. Vale. Al final la cosa pasó, sobre todo, por las Setas, que es por donde pasa casi todo lo que en esta ciudad tenga que ver con alguna protesta.

Se fundieron a negro, o a gris, como el día, el Ayuntamiento, las murallas de la Macarena, el Real Alcázar, el puente de Triana y la Torre del Oro. También lo hicieron el Rectorado, la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, la Casa Rosa y la Giralda. Sucedió entre las 20.30 y las 21.30 horas. Y lo mismo pasó en otras 6.999 ciudades del mundo, con lo que Híspalis no estuvo sola, vivió la oscuridad hermanada con Sidney y con Kiribati, con París, Roma y hasta con San Vicente y las Granadinas, que también allí, en esa isla de las Antillas menores del Caribe se apagaron las palmeras.

Los turistas, los avispados al menos, ya andaban cámara en ristre por el Paseo Colón para llevarse una instantánea cortita de luz. Esto es petróleo para Instagram. La Hora del Planeta es ya un clásico de los telediarios; unos minutos de televisión que se recitan año tras años en piloto automático. Es casi tan tradicional como Eurovisión, solo que con algunos años menos. «Lanzamos la iniciativa en 2007 para mostrar a los dirigentes que los ciudadanos se preocupaban por el cambio climático. Ese momento simbólico es ahora un movimiento mundial. Es realmente humilde y dice mucho sobre el poderoso papel que juegan las personas en los temas que afectan a sus vidas», explicaban ayer desde la organización.

Los hubo ayer que, con la frescachela, se quedaron en casa practicando nesting en penumbra (o como los cools llaman ahora a quedarse todo el fin de semana en casa poseído por el muermo). Pero también quienes pensaron que, si algo pasa, y ayer pasaba La Hora del Planeta, lo que hubiera de pasar, pasaría en las Setas. Esto ya lo hemos dicho. Con el suelo de Metropol Parasol una mijita mojado, la fiesta no se quiso cancelar.

Durante toda la tarde hubo batucada con instrumentos reciclados. Un bramido musical que logró que los chuzos fueran aun más contundentes. «En la Alameda lo hubiera petado», decía uno por allí, para el que el Metropol Parasol de Jürgen Mayer se le antojaba quizás un poquito pijo. Las velas encendidas en el suelo en la anochecida llamaban la atención de los simples curiosos; más aun en el entorno de la Catedral y del barrio de Santa Cruz; por donde transitaban voluntarios de la organización medioambientalista portando pabilos encendidos y con camisetas alusivas a la jornada. La luz de las velas otorgaban seriedad al asunto. Todo acto precisa su puesta en escena, y estos sencillos accesorios remarcaban el cariz reivindicativo de la noche.

Aunque la situación global da como para escenificar un entierro, el del planeta Tierra y el de los cientos de especies que están desapareciendo por aquello de asfixiar un poquito más nuestra maltrecha Gaia, en las Setas, de nuevo, se intentaba poner buena cara. Hubo danza -capoeira y otros bailes urbanos- y pequeñas sesiones de miniteatro. La lluvia comenzó a comportarse, la cosa se fue animando y, de pronto, ¡chas! la luz de nuevo. Sigamos exprimiendo la naranja seca. El año que viene echaremos otro ratito a oscuras.