«Los padres recurren a nosotros solo cuando la violencia de sus hijos les desespera»

Pedagoga y cofundadora de la Asociación Ariadna-Proyecto Mentoris. Desde la experiencia de intervenir a pie de calle y en los hogares en multitud de casos de violencia filioparental, ha creado un método que afronta este problema social de dimensiones preocupantes

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
15 oct 2016 / 20:43 h - Actualizado: 16 oct 2016 / 09:17 h.
"Son y están"
  • Cosette Franco nació en Pino Montano, se fogueó en el Polígono Sur, tiene su oficina en El Cerro y vive en Amate. / Manuel Gómez
    Cosette Franco nació en Pino Montano, se fogueó en el Polígono Sur, tiene su oficina en El Cerro y vive en Amate. / Manuel Gómez

«Desde adolescente quería dedicarme a educar. Y, a partir de mis primeras experiencias como pedagoga en el Polígono Sur, quería encontrar la clave de algo que me llamaba muchísimo la atención. Saber cuál era el secreto de que haya chavales y chavalas con situaciones de vida tremendas y necesidades acuciantes, y a diario siempre se levantan con una actitud de enfrentarse a la vida sonriendo. No encontré la respuesta en los libros. Pero encontré mi vocación». Cosette Franco define así su lugar en el mundo. Cada vez más extenso por la excelente acogida en ámbitos sociales e institucionales al Método Mentoris que ella y Antonio Reina Chamorro, cofundadores de la Asociación Ariadna, han perfilado para afrontar la reorientación socioeducativa de jóvenes en crisis (menores o mayores de 18 años) que amedrentan e incluso agreden a sus padres, en el seno de familias donde se desmoronan la convivencia, los vínculos y los afectos.

Cosette Franco nació en Sevilla hace 41 años. Es la segunda (única mujer) de tres hijos en una familia donde su padre se ganaba el sueldo como empleado de banca, y su madre ejercía de ama de casa. Criada en el barrio de Pino Montano, estudió en el Colegio de las Trinitarias y en el Instituto Pino Montano. Licenciada en dos carreras (Pedagogía y Antropología Social) por la Universidad de Sevilla, además realizó dos máster en Educación Social y en Orientación Profesional. Vive en Amate, tiene dos mellizos, niño y niña.

¿Qué la encaminó a dedicarse a labores educativas?

–Me lo decían siempre en mi entorno: “Tú sirves para enseñar”. Quizás influyera en que tengo 10 años más que mi hermano pequeño y desarrollé instintivamente con él esas habilidades, como ‘madrecita’ o profesora. A los 14 años ya me ganaba mis ahorros dando clases particulares.

¿Cuál fue su primer empleo?

–Además de esas clases particulares, en mi juventud, para ganarme el sustento a la vez que estudiaba, fui azafata en las carreras de caballos en Pineda, vendedora en las tiendas de Isla Málaga, emplead en el mostrador de tiendas de teléfonos móviles para Amena,... Hasta me he vestido de fraile en supermercados para ofrecer degustaciones.

¿Esa actitud de esforzarse para ser autosuficiente, escasea en la juventud actual?

–No creo. En Sevilla hay muchos jóvenes así, pero se les ve menos. Estoy a favor de poner en valor a la juventud de hoy, la sociedad tiende a criticarla con generalizaciones. Hay muchos adolescentes muy implicados, y participan en asociaciones, en voluntariado, en actividades deportivas,... A lo mejor no están trabajando, pero avanzan en su empleabilidad. Insisto, hablo desde el conocimiento. Colaboro con la Universidad de Sevilla y con la Olavide, soy docente en las escuelas de tiempo libre Gaudium y Don Bosco. Estoy en continua relación con jóvenes. A los jóvenes implicados se les ve menos, y no son una minoría. Otros arman más ruido, y son los únicos exhibidos por determinados programas de televisión. En cambio, la realidad mayoritaria es que ahora no hay plazas suficientes para entrar en los ciclos formativos, los chavales quieren formarse y no pueden. Ya no estamos en la generación ‘nini’ (ni estudia ni trabaja) sino en la generación ‘nono’ (no podéis formaros, no podéis trabajar, no hay recursos).

Dígame otro estereotipo que no coincida con la realidad.

–Desterramos la etiqueta ‘joven problemático’ y todo lo peyorativo que conlleva. Yo soy una adulta, puedo tener hoy problemas y mañana dejar de tenerlos. Igual sucede en los adolescentes. Una de las características de nuestro método es convencer que nosotros no trabajamos solo con jóvenes con problemas de conducta.

¿Cuál fue, como profesional, su primer baño de realidad en la educación social?

–Las prácticas universitarias, en 1998-99, con la Asociación Villela or Gaó Caló, en el Polígono Sur, utilizando el Colegio Manuel Giménez Fernández como escuela de verano. Un taller para mujeres gitanas, y también trabajábamos con sus hijos. Sí, fue un baño de realidad, yo pensaba que iba a llegar allí y se iba a acabar la miseria. Aprendí a conformar una forma de trabajar entendiendo que los recursos son limitados, que mi propia capacidad es limitada, y que había muchísima gente dedicada al barrio con infinidad de experiencias que enseñarme.

En general, ¿pedagogos y docentes se coordinan bien o discrepan en qué hacer con los jóvenes?

–No percibo divorcio entre los profesionales de ambas especialidades. Sí falta mayor hábito de trabajo en red. Y tan importante puede ser un pedagogo en el trabajo con familias como lo es un psicólogo junto a un entrenador de fútbol. Para mí la pedagogía es una materia transversal. De hecho hay médicos que ejercen su profesión con unas maravillosas dotes pedagógicas.

¿Cómo empieza a forjarse el Método Mentoris?

–Del 2007 al 2009 dirigí el proyecto EdEm, auspiciado por el Ayuntamiento de Sevilla con la Junta de Andalucía, para abrir vías conjuntas de educación y empleo a jóvenes del Polígono Sur en riesgo de exclusión social. Antonio Reina Chamorro era el educador social en ese proyecto, un gran profesional a quien han dado el premio del Consejo Andaluz de la Juventud por su dedicación a dicha zona de Sevilla. Me da mucha fuerza la capacidad de resistencia de la población del Polígono Sur, gente luchadora, que se afana en no ser olvidados. Llevar a cabo el EdEm era trabajar en las calles y en las casas, acercándonos totalmente a los jóvenes para conocer de cerca cuál era su vocación profesional, si sus padres les alentaban a encontrar un trabajo, si tenían hábitos como levantarse temprano, la puntualidad en las citas y otras cuestiones que mejoran la empleabilidad. Y, al vernos en esa labor, comenzaron a acercarse a nosotros familias del Polígono Sur absolutamente normalizadas, con capacidad económica, social, cultural, y nos decían: “Tengo un hijo de 14 años. No sé qué hacer con él”. O “Tengo una hija de 16 años que ya se me ha encarado”. Antonio y yo, a bote pronto, les dábamos orientaciones y pautas genéricas, pero no íbamos a trabajar a sus casas porque ya teníamos otros quehaceres. Y nos dimos cuenta de que había otro enorme campo de actuación en cualquier barrio de cualquier ciudad.

¿Cómo han vertebrado el desarrollo de Mentoris?

–Hace dos años creamos la Asociación Ariadna. Comenzamos Antonio Chamorro y yo, ya somos un equipo de 13 personas, con dos líneas en paralelo: la actuación directa con familias, y, por otro lado, acciones formativas para universitarios y para profesionales. Ya tenemos también tres educadores en Huelva capital, y este mes de octubre vamos a comenzar también en Cádiz capital. El Defensor del Menor en Andalucía ha avalado nuestro método. Hemos sido reconocidos por la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filioparental como la primera entidad andaluza que se integra en ella. Con el propósito conjunto de aportar nuevas alternativas a este problema, en el que se ha evidenciado que las respuestas convencionales no dan solución.

¿Quiénes asisten a sus seminarios?

–Profesionales de los servicios sociales, de unidades de salud mental, de justicia juvenil, psicólogos, orientadores, todos los relacionados con temas de familia y de juventud. Y la savia nueva de alumnos universitarios. Ya hemos hecho dos cursos de verano en la Universidad Olavide en Carmona, con gran afluencia. En el Colegio Oficial de Trabajo Social tuvimos 150 asistentes. Propiciamos también siempre una puesta en valor de lo que hacen otras entidades y reconocer su labor. Tenemos muy claro que hemos de trabajar en red. Con psicólogos y educadores como Ricardo Pardo Aparicio y Luis Aretio. Con entidades especializadas como Meridianos, Diagrama, Rumbo, Asociación Ponte, Tempus Social, etc. Queremos sumar.

¿Qué percibe en la interacción con esos profesionales que asisten a sus seminarios?

–Evidencian nuestras peores sospechas. Todos los centros de menores en Andalucía ya tienen una unidad específica dedicada a la violencia filioparental. Es decir, el perfil del menor infractor ya no es únicamente el del rebelde que hace un pequeño hurto, o quema un contenedor, o se pelea a la salida del colegio. Por eso en los ámbitos profesionales están ávidos de poder disponer de un método que dé respuesta a esa crisis.

¿Qué tiene su método, además de su bagaje fruto de múltiples experiencias, que no tengan otras actuaciones habituales en la asistencia socioeducativa?

–A nosotros nos llaman cuando están desesperados y no han dado resultado otras intervenciones que sí son resolutivas para muchos casos. En modo alguno quiero menospreciar el estupendo trabajo de muchos profesionales. Por ejemplo, en los institutos hay orientadores que, con una adaptación curricular, logran enderezar el rumbo de jóvenes que se niegan a salir de su casa por la mañana para ir a clase. Cubrimos la laguna de casos que son situaciones extremas ante las que los padres no perciben que los servicios sociales, desbordadísimos, puedan afrontarlas debidamente. Por ejemplo, los padres que se debaten en la duda de meter a sus hijos en un centro de internamiento (sin pensar en que algún día saldrán de allí, y lo importante es cómo se comporten entonces), o ponerles una denuncia. Y trabajamos tanto en las casas como en las calles. Y si ese chico evita tener contacto con sus padres, y ni les dice dónde se encuentra para que no le busquen, nosotros nos trasladamos al lugar donde esté, y trabajamos con él también en ese entorno para ganarnos su confianza.

Abunde en eso.

–Buscamos crear la conexión emocional. Cualquier profesional en su consulta busca una alianza terapéutica, para que el progenitor o el joven esté a favor de desarrollar esa terapia. Nosotros vamos a ganarnos la confianza del joven para trabajar en él la actitud de cooperación mediante esa conexión emocional que le hace pensar: «Me entienden».

¿Se avienen padres y madres, convivan o estén separados, a secundar la pauta que marcan ustedes?

–Involucramos no solo a los padres y madres, sino también a abuelos, tíos, hermanos,... Es un trabajo con la familia. El éxito de nuestra intervención es directamente proporcional a la implicación de los padres. Y nuestro trabajo es tan intenso y flexible que lo planteamos a la medida del modelo de familia que haya en cada caso. Hay matrimonios tradicionales que se llevan peor que algunos que viven separados. Hay familias en las que solo hemos podido trabajar con la madre, o solo con el padre. Hay algunas en las que hemos logrado sentar juntos para colaborar por primera vez a un padre y y una madre que llevaban 13 años viéndose solo en los juzgados. Y llegan a decir: “Es la primera vez en 13 años que mi ex pareja dice algo positivo de la educación que he dado a nuestros hijos”. Tremendo. Siempre recuerdo otro caso, en el que, al terminar, un padre nos dijo: «Vinisteis a ayudar a mi hija y habéis mejorado la convivencia de toda la familia». Esa transformación global es el objetivo final.

¿Hay algún factor que tenga especial incidencia en Sevilla, en los comportamientos dentro de las relaciones familiares, respecto a otras zonas de Andalucía y España que usted conozca?

–No aprecio ninguna diferencia significativa. Se da mucho que los padres nos pregunten: “¿El resto de mi ciudad, o de mi pueblo, o de mi barrio, va a ver a mi hijo por la calle con un educador?” Preocupa mucho el ‘qué dirán’ los demás sobre ellos como padres. Mi respuesta es sencilla: “¿Quiere una salida o quiere perpetuar la situación?”.

¿Dónde van usted y su equipo con los chicos y chicas?

–Puede ser a dar un paseo, a tomar un helado, o a un concierto, o al teatro, o acompañarles a la ‘botellona’... Nuestros mentores, que son un formidable equipo de educadores, tienen muchísimos recursos para dinamizar el tiempo libre y para integrarlos con otros jóvenes distintos a ellos. Hacemos actividades en la naturaleza, talleres de artesanía, deportes, etc.

¿Cómo se encaja en su jornada laboral y en su propia vida familiar esta labor tan sometida a incidencias?

–Somos como la hostelería de lo social. Cada uno de nosotros, como mentor, nunca empieza a tratar más de un caso a la vez. Porque en su intervención tiene que asentar y organizar un ritmo de actividad con una familia de lunes a domingo. Y hay que sistematizar, por ejemplo, si es o no importante estar en ese hogar tal día u otro a la sobremesa. Pero no somos esclavos. Yo llevo todos los días a mis hijos al colegio. Y puedo estar con ellos en una excursión. Pero a lo mejor estoy una tarde de domingo como mentor de un joven. Después de una fase inicial, de intensidad máxima, vamos ordenando de manera gradual unas pautas, unos horarios. Y, de modo natural, ir logrando una progresiva mejora en ese joven, y que los padres lo vayan comprobando también, para que, poco a poco, nosotros vayamos tomando distancia y, en la fase final, con una dinámica más parecida a la de las consultas, los padres se sientan con seguridad de continuar lo encarrilado.

¿Es un problema mucho más extendido de lo que se estima socialmente?

–Mucho. Desde 2007, ha aumentado en Andalucía un 60% el número de casos de violencia filioparental. Más contra las madres, que son las grandes víctimas. Como en la violencia doméstica entre adultos, el factor emocional va en contra de visibilizar este problema. Si ya cuesta denunciar a esa pareja a la que conociste un día en la calle, qué no te va a costar denunciar a un hijo o hija que has parido. Según los datos de la Fiscalía Juvenil, hay más de 450 denuncias al año en Andalucía. Y es el único delito en el que hay paridad entre hombres y mujeres. Chicas que se han envalentonado tanto que piensan que el ser agresivo es la nueva fórmula de feminismo (mal entendido, por supuesto). En total, el 70% de las denuncias son sobreseidas. Porque se ha puesto la denuncia en un momento de gran agobio, pero después piensan que están conviviendo (y durmiendo) pared con pared con ese hijo al que tienen miedo. En los casos que tratamos nosotros no se percibe esa paridad, el 70% son niños y el 30% son niñas.

¿Todo esto revela un exceso de inmadurez en la sociedad actual a la hora de conformar una familia con hijos?

–Sí. Tiene mucho que ver con qué es ser padre y qué es ser madre hoy en día. A mí me decía una madre hace pocos días: “No entiendo cómo ha llegado esta situación, si yo siempre he intentado agradar a mi hija”. Claro, agradar no es educar. En el momento en que algo la desagrada, ya tiene un problema. Hay padres que dicen: “Yo me he perdido en esta forma de vida”. Me refiero a la falta de tiempo de calidad con los hijos, a solas en casa mientras el padre y la madre trabajan fuera cada uno por su lado. Tratamos a algunas familias en las que nunca están juntos el padre, la madre y los hijos. O familias con tan escasa calidad en su tiempo de convivencia, que cuando se sientan juntos a comer, todos están en la mesa con su móvil en la mano.

¿La hipercomunicación latente y tan a la mano está descosiendo la relación padres-hijos?

–Muchos chicos y chicas están atrapados en un laberinto por la presión comunicativa a través de las redes sociales. Por ejemplo, en grupos de WhatsApp donde estás viendo si eres excluido o no, si eres líder o no. Un excesivo culto a la imagen. Hacerse fotos continuamente con 11 o 12 años. Muchos padres me dicen que se echan a temblar si sus hijos les piden un móvil como regalo para su primera comunión. Y hablan del uso que hacen los niños con su móvil sin caer en la cuenta de que es el adulto el titular del móvil, y el que paga la factura. Y no establecen condiciones para su uso. ¿Qué es ser padre? ¿Agradar? Muchos padres no controlan el acceso de sus hijos a internet. Y un niño con 12 años no puede tener libre acceso a internet: ni a sus vías de comunicación ni a algunos contenidos.

¿Estos problemas son tapados por las familias mientras sus hijos obtienen el aprobado cada curso en colegios e institutos, y afloran cuando comienzan a suspender?

–Es verdad que, en muchos casos, los padres han tapado la situación porque socialmente podían esgrimir que sus hijos son de los que aprueban. Y cuando ya no es así, los suspensos son la punta del iceberg sobre lo que está sucediendo desde años antes. Y solo entonces los padres recurren a profesionales como nosotros. Pero también atendemos muchos casos de estudiantes brillantes, por ejemplo con gran sensibilidad musical tocando un instrumento, que son auténticos tiranos en sus hogares. Y los padres acuden aún más tarde, cuando sus primogénitos tienen 18, 19 o 20 años, y ven que sus hermanos pequeños empiezan a repetir esos patrones de conducta.

Un consejo a quienes lean esta entrevista.

–No incurramos en la estrategia de cargar contra los padres, y entendamos que hay salidas para estas situaciones. Ese punto de partida nos da muy buenos resultados. Lo más importante es buscar alternativas y soluciones. Visibilizar el problema, sin avergonzarse. Todos los padres nos equivocamos, esto es un problema social. Es incuestionable que los padres tienen que asumir su responsabilidad y su protagonismo para actuar, pero que no lo hagan obsesionándose con culpas.

Un apoyo que agradezca.

–Esto es una iniciativa privada. Todo apoyo social o institucional es bienvenido, dada la enorme magnitud de la tarea, por cuanto muchas familias aún no han dado el paso para dejarse ayudar. Y he de agradecer a la Obra Social la Caixa y a la Fundación Cajasol que hayan decidido respaldar lo que va a ser un paso adelante de Método Mentoris: sistematizar que jóvenes universitarios, coordinados por nosotros, se impliquen como mentores de los chicos y chicas a los que atendemos en numerosos barrios de Sevilla. Quién mejor que ellos para hacerles descubrir oportunidades, realidades, logros (educativos, sociales, laborales), y para entender cómo encauzar sus cualidades y cómo afrontar las incertidumbres del presente y del futuro en un mundo sin fronteras.