«En la sala de pintura española del Museo del Louvre casi todos los cuadros que hay expuestos son robados por el mariscal Soult y los franceses. Cada vez que visito esa sala cojo un cabreo... hay cuadros maravillosos, extraordinarios». Quien así se expresa, con tanta convicción meridiana y rabia contenida, es Enrique Valdivieso, uno de los historiadores del Arte que más ha estudiado el fenómeno del brutal expolio del patrimonio sevillano que sobrevino a la invasión francesa de nuestro país. El pucelano afincado en la capital hispalense agrega que «los franceses jamás han pedido perdón por el expolio que cometieron. Encima dicen incluso que gracias a ellos y a que la repartieron por el mundo la pintura española se hizo inmortal y famosa».
En el caso de Sevilla, fue Nicolas Jean de Dieu Soult, general en jefe del ejército de Napoleón en Andalucía, el gran artífice de la rapiña. Los expertos cifran en más de 180 las obras de maestros de la pintura sevillana de los Siglos de Oro de las que se apropió el insaciable mariscal, que tenía especial predilección por Bartolomé Esteban Murillo –mal gusto no tenía, eso sí–, pero que hizo también acopio de lienzos de Francisco de Zurbarán, Alonso Cano, Juan de Valdés Leal, Francisco de Herrera el Viejoo Juan de Roelas, entre otros pintores destacados.
Esas obras robadas a Sevilla están reunidas en el libro Recuperación visual del patrimonio perdido, que escribió el propio Valdivieso junto a Gonzalo Martínez y que fue editado por la Universidad de Sevilla en 2012.
«Hay una gran dispersión del patrimonio sevillano a partir de 1810 por obra del mariscal Soult», explica Valdivieso, que añade: «Se llevaron lo mejor y nunca lo devolvieron. Y lo peor es que sus hijos, lejos de sentirse avergonzados por la rapiña que realizó su padre, cogieron los cuadros y los vendieron». En efecto, a la muerte del mariscal, a mediados del siglo XIX, sus herederos venden todos los cuadros y los museos y demás instituciones pujan por ellos. «De manera que esos cuadros fueron de Sevilla a París y de París al resto del mundo...».
CONVENTO DE SAN FRANCISCO
Queda dicho. Soult se sentía realmente fascinado por la pintura de Murillo, y arrasó con todo lo que pudo. Así, del convento de San Francisco se llevó los diez lienzos del claustro chico y obras como La cocina de los ángeles, Fray Junípero y el mendigo –ambas están en el Louvre parisino– y Fray Julián de Alcalá y el alma de Felipe II, hoy en el Art Institute de Williamstown (Massachusetts).
Del Hospital de la Caridad también se llevó un buen botín: un ciclo de prácticas sobre la Misericordia, de acuerdo con las instrucciones de Miguel de Mañara. Unos cuadros que hoy están repartidos por museos de todo el mundo: la National Gallery de Washington (El retorno del hijo pródigo), la National Gallery de Ottawa (Abraham y los tres ángeles), la National Art Gallery de Londres (La curación del paralítico) y el Museo del Hermitage de San Petersburgo (San Pedro liberado por un ángel). «En esos sitios no encajan en el pensamiento con el que fueron concebidos», lamenta el profesor Valdivieso, que indica que «se han hecho copias exactas, en el mismo tamaño, para recuperar el mensaje de Mañara, dirigido a los hermanos de La Caridad».
También se afanó Soult varios cuadros que estaban en el Hospital de los Venerables, justo donde en la actualidad se desarrolla la exposición conjunta de Murillo y Velázquez. Entre ellos, uno que estaba en el refectorio, titulado El Niño Jesús repartiendo pan a los sacerdotes, que se halla hoy en el Museo de Bellas Artes de Budapest.
De la iglesia de Santa María la Blanca, Soult rapiñó otros cuatros lienzos de Murillo. Dos de ellos (El sueño del Patricio Juan y El patricio revelando su sueño al papa Liberio) volvieron de París a Madrid en un trueque por dos obras de Velázquez, pero se quedaron en el Museo del Prado. Los otros dos se hallan en el Louvre de París (El Triunfo de la Inmaculada) y en Oxfordshire (El Triunfo de la Eucaristía).
Y del convento de la Merced Calzada (actual Museo de Bellas Artes) se llevaron los galos La Resurrección, robado de la capilla y que por fortuna no salió de España. Se encuentra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. «La hermandad del Museo lo han reclamado tantas veces...», suspira Enrique Valdivieso. Se llevaron además La huida a Egipto (está en Génova). El saqueo de la obra de Murillo afectó incluso a la mismísima Catedral, de donde voló la obra El Nacimiento de la Virgen, hoy en el Louvre.
ZURBARÁN, PACHECO...
De otros pintores célebres se apropiaron obras de gran valor asimismo. Por ejemplo, de Zurbarán se llevaron de la biblioteca del convento de La Merced la obra Retratos de frailes mercedarios, que se encuentra en la Academia de San Fernando; y del colegio Santo Tomás el lienzo San Andrés, hoy en Budapest.
Los franceses se llevaron además los mejores cuadros de Francisco Pacheco: El Juicio Final, que estaba en la iglesia de Santa Isabel –«un testigo asegura que lo arrancaron y lo cortaron con una cuchilla, ni siquiera se llevaron el bastidor», dice Valdivieso–; y Cristo servido por los ángeles en el desierto, que estaba en el refectorio de San Clemente. Ambos se encuentran hoy día en el Museo de Goya, en Castres (Francia). «Allí no dicen nada».
Otro caso sangrante: la Inmaculada de Juan de Roelas, que aparece con el venerable Fernando de Mata. Se hallaba en el convento de la Encarnación, donde hoy están las Setas. Se puede contemplar en un museo de Berlín.
Un último ejemplo sería la serie de quince cuadros de Valdés Leal Pinturas de Jerónimos ilustres, robados de la sacristía del monasterio de San Jerónimo de Buenavista. Narraban la vida de San Jerónimo y retrataban a los frailes y monjas de la orden. Hoy están repartidos por museos de todo el mundo.
La faena de los galos no fue la única que sufrió el patrimonio artístico de Sevilla, pues en 1836, con motivo de la Desamortización, muchos cuadros pasaron de las iglesias al Estado. «Y hubo astutos funcionarios que se quedaron con muchos cuadros y los vendieron por su cuenta», recalca Valdivieso.
EL RETABLO MAYOR ‘TRUNCADO’ DEL CONVENTO DE LOS CAPUCHINOS
De la obra de Bartolomé Esteban Murillo se salvó del expolio de los franceses el conjunto de lienzos que conformaban el retablo mayor del convento de los Capuchinos, una serie de pinturas realizadas por el genial artista para el presbiterio de la iglesia. Sucedió lo siguiente: «Alguien llegó antes de la invasión de los franceses y avisó a los frailes de que estos venían a por sus cuadros. Entonces los frailes desmontaron las pinturas, las envolvieron en tubos de plomo y las enviaron a Cádiz (única capital de provincia andaluza que no tomaron los galos), donde permanecieron hasta 1812, cuando se marchan los franceses», cuenta Valdivieso.
Todas las pinturas acabaron en el Museo de Bellas Artes de Sevilla... menos la principal. Y eso es porque «cuando las pinturas llegan desde Cádiz están algo maltrechas y precisan ser restauradas». Una labor de la que se encarga don Antonio Cabral Bejarano (luego director de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla). «Como éste tenía que cobrar por su trabajo y los monjes no tenían cómo pagarle –sigue narrando el profesor Valdivieso–, no tuvieron otra idea que entregarle por sus servicios el enorme cuadro central de casi cinco metros de alto. Y claro, a los quince días lo había vendido». Hoy día, este precioso lienzo se encuentra en Colonia, «en una escalera fea donde no pinta nada. Lo quieren traer para la exposición de 2018, ya veremos si lo consiguen».
El resto del retablo se puede admirar todavía en la sala V del Museo de Bellas Artes, presidiendo la zona del presbiterio, pero el conjunto quedó truncado por otro error garrafal.