«Las viejas como yo nos morimos y a la juventud no le interesa»

Dolores, que ha limpiado sepulturas durante 50 años y ahora está sentada, de luto riguroso, a la puerta del cementerio. «Yo he visto colas que llegaban hasta aquella esquina»

31 oct 2015 / 23:10 h - Actualizado: 31 oct 2015 / 23:13 h.

El cielo marca la previa del Día de Todos los Santos. La amenaza de lluvia se cierne sobre el repleto cementerio de San Fernando y hace difícil calibrar el estado de la fiesta, preocupado como está todo el mundo por no mojarse. Menos mal que, como en todos los campos, hay voces autorizadas.

La experiencia de Francisco es un grado. Lleva 40 años detrás de la barra del bar Goma, un clásico sevillano situado a escasos cien metros de la puerta del cementerio. Y lo tiene claro: «No es que este año haya menos gente. Es que es una tendencia: cada año hay menos gente». Apunta causas diversas, pero destaca una que se repetirá a lo largo de toda la mañana. «Hay más incineraciones. Y claro, luego ya no hay visitas». Muchas cosas han cambiado desde que sirvió sus primeros cafés. «El culto a los muertos ha variado. Ya no hay respeto», lamenta.

Su vecina, Paloma, comparte muchas de sus opiniones. Trabaja en Mármoles Herrera, el local de al lado, un negocio que ha tenido que adaptarse a las nuevas tendencias. «Llevamos unos años que tenemos menos trabajo, sobre todo no hacemos tanto trabajo grande. Ahora nos piden más una plaquita para un osario», cuenta. También hacen urnas y cajas, porque ese es el camino que marca el mercado. Un mercado, en todo caso, que muestra síntomas de decaimiento. «Antes, todo empezaba a principios de octubre. Ahora, hasta hace 15 días aquí no había nadie», explica, antes de insistir en que «han dado días de agua», y eso ha terminado de alejar a mucha gente del cementerio.

La imagen que no ha variado son los enormes puestos de flores que ocupan la entrada del camposanto. Aunque hay quien sí aprecia diferencias evidentes. Es el caso de Dolores, que ha limpiado sepulturas durante 50 años y ahora está sentada, de luto riguroso, a la puerta del cementerio. «Yo he visto colas que llegaban hasta aquella esquina», y señala un punto muy alejado de las floristerías. «Yo he visto de todo», insiste. «Pero ahora mucha más gente se quema. Las viejas como yo nos morimos y a la juventud no le interesa». Su amiga Yolanda, sonriente, la corrige –«personas de la tercera edad»– pero le da la razón. «Este año hay menos gente. Mi marido es el cuponero, y el año pasado lo tuve que ayudar porque le faltaban manos». Ahora está en la puerta, charlando con su amiga. «Es una pena que venga menos gente, porque luego el cementerio está cuidado, está bonito», opina. «Y encima va a llover».

«¿Qué vamos a hacer? Si llueve, aguantaremos el chaparrón». Quien lo asume es Antonio, propietario de un puesto de flores. Explica que «esta semana se reflota el negocio, junto con el Día de los Enamorados, el día de la Madre...» De manera que un mal puente es una losa para negocio. Pero la realidad, por desgracia, es que «cada año se vende menos. Y encima dan más licencias», se queja.

Apunta Antonio a la crisis como causante de la bajada de las ventas. «Supongo que si las familias tienen que quitar de algún sitio, es normal no comprar flores en lugar de dejar de poner de comer. Antes teníamos clientes que compraban todas las semanas, o cada quince días. Ahora, a lo mejor vienen una vez al año, o un par de veces». Los claveles se mantienen como la flor estrella, aunque también se vean crisantemos y lirios. Hay, todavía, cosas que no cambian, aunque vayan a menos.