«Los pueblos viven en paz cuando las élites no luchan entre sí por el poder»
ALFREDO LANGA HERRERO. Profesor en Berlín del Máster en Gestión de Conflictos Internacionales. Alumnos de todos los continentes acuden a la capital germana a formarse en inglés o en español con expertos como él, que ha coordinado proyectos en países como Sudán y Guatemala
Le encanta comprar en el mercado de abastos de la calle Feria. Pero solo lo hace de higos a brevas porque se gana las habichuelas en Berlín desde 2010. Enseñando en la Universidad Alice Salomon a gestionar los conflictos que convulsionan a pequeña o gran escala el mundo de hoy. Explicando métodos que pueden aplicarse en el barrio de una metrópolis europea, en la reconciliación tras una guerra civil caribeña o en un campamento de refugiados africanos. Además, es investigador del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Ayudas Humanitarias (Iecah), con sede en Madrid. Alfredo Langa, de 44 años, se 'germanizó' en su Sevilla natal, donde conoció a quien es su esposa, que trabajaba como jefa de estudios en el centro de idiomas Clic. Tienen un hijo de 10 años. Anteriormente, entre otros trabajos, fue analista de planificación medioambiental para el Instituto de Desarrollo Regional (Universidad de Sevilla), profesor de Economía en la Pablo de Olavide, y coordinó programas formativos de la EOI.
–¿Cuáles son sus raíces?
Mi barrio de infancia y adolescencia siempre ha sido Nervión. Mi padre, aragonés, fue matador de toros, pero no tuvo suerte y buscó ganarse la vida como agente comercial y agricultor. Mi madre trabajaba de administrativa en una joyería. Somos tres hermanos. Estudié en colegios del barrio, primero en el Sagrado Corazón y después en el Portaceli. Hice la carrera de Economía, estuve de erasmus un año en Maastricht (Holanda). Pronto me di cuenta de que lo mío no era la macroeconomía ni las finanzas, sino la realidad económica a través de la gente cara a cara. Y la cooperación internacional, de lo que hice un máster en Madrid.
–¿Cuál fue su primera gran experiencia internacional?
Observador electoral en Bosnia en los comicios celebrados en 1997. Fui con la delegación de la OCDE. Tuve la suerte de que mi pareja como observador era un irlandés veterano que me enseñó muy bien. Fue mi primera toma de contacto con situaciones de conflicto.
–¿Y como cooperante?
Mi primera misión fue como delegado de Cruz Roja en Sudán para proyectos de desarrollo. En los años 2000 y 2001. No conocía casi nada de ese país, llegué con ideas muy estereotipadas en la cabeza, y me encontré con una riqueza cultural impresionante. Incluso descendientes de Al-Andalus, de familias expulsadas de España en 1492.
–¿En qué consistía su cometido?
Identificar necesidades y objetivos, elaborar proyectos y sacarlos adelante con la colaboración de la Media Luna Roja y el Gobierno sudanés, además de buscar apoyos económicos. Logramos financiación de la Unión Europea, de la Agencia Española de Cooperación, de la Junta de Andalucía, del Ayuntamiento de Málaga...
–En ese debú, en un país tan grande, ¿se sentía útil o inocuo? ¿Satisfecho o desalentado?
Ahora, después de 15 años, es cuando estoy empezando a entender lo que pasaba en Sudán. Entonces, yo creía que mis proyectos de cooperación tenían mucha utilidad. Y ahora soy escéptico. No sé si incluso muchos han sido manipulados y no se han aplicado a sus beneficiarios, en un contexto de violencia, guerra y ruptura del país en dos estados. Lo que sí tenía claro, en el cara a cara con la población sudanesa, es cómo mejoraban sus condiciones de vida cuando creábamos canalizaciones de agua y embalses en regiones semidesérticas para aprovechar la escasa lluvia.
–¿Un ejemplo de frustración en Sudán?
Construimos en la ciudad de Raja, al sur del país, un pequeño edificio para formación de los voluntarios de la Media Luna Roja sudanesa. Sacar adelante ese proyecto fue muy complicado. Y pocas semanas después de inaugurarlo, fue bombardeado y destruido. Me quedé con la sensación de que estaban esperando a que lo terminarámos para hacer eso. Pese a todo, hay que intentar hacer cosas, y hay actuaciones que sí cambian a mejor la vida de esas poblaciones.
–¿No tuvo que afrontar situaciones de emergencia humanitaria?
Sí, estando en Sudán, hubo una terrible hambruna en Etiopía durante el año 2000. Y después tuvo lugar la invasión de Etiopía a Eritrea, desde Cruz Roja Internacional me encomendaron ir con un convoy de ayuda para atender el flujo de refugiados eritreos que entraban en Sudán. Fue impactante cuando, de pronto, en la inmensidad del desierto junto a la frontera, nos encontramos a unas 15.000 personas que habían huido a toda prisa cuando se acercaban las tropas a sus poblados. Habían llegado andando, llevaban allí dos días.
–¿Para entonces ya había superado los estereotipos del miedo al desconocido?
Sí, descubrí a personas que hablaban muy bien inglés, que tenían buena formación. Por ejemplo, ingenieros y profesores. Recuerdo uno que me pedía ropa porque había salido huyendo en calzoncillos, al notar que llegaban los soldados, y sabía que eso significaba que los iban a matar. Y lo mejor fue ver cómo tantas miles de personas, antes de llegar nosotros, habían sido asistidas por sudaneses de pueblos cercanos, que vaciaron sus almacenes de trigo y sorgo para darles de comer. Eso sí que es solidaridad. En dos semanas, de esas 15.000 personas en el desierto, solo murieron dos. Aquella concentración se convirtió pronto en un campamento de refugiados, donde comprobé el impresionante trabajo que hacen los integrantes de Médicos sin Fronteras, de Médicos del Mundo, de Intermon Oxfam, de Cruz Roja. Les tengo enorme respeto y admiración.
–¿Qué aporta su reciente libro sobre Sudán?
Despertar la curiosidad y orientar de modo divulgativo, aportando muchas fuentes para saber más y entender la complejidad de un país y de un conflicto que no es el simplismo de musulmanes contra cristianos, árabes contra negros,... Tener en cuenta los factores históricos, geopolíticos, económicos, sociales, religiosos... Y mi necesidad de entender por qué esa gente tan buena, tan hospitalaria, con la que me sentía en sus calles mucho más seguro que en cualquier ciudad de América Latina, siempre ha vivido en situación de conflicto.
–¿Cuáles son sus conclusiones?
Las luchas de poder entre diferentes élites dominantes están detrás de los conflictos armados. Los pueblos vive en paz cuando las élites no luchan entre sí por el poder. Y el pulso no es solo de norte contra sur para controlar los valiosos recursos naturales. También hay luchas de poder entre las pequeñas élites del sur, con sus diversos grupos guerrilleros, y a veces se alían con élites del norte para ir contra otros grupos del sur. Y así se producen múltiples escisiones. El conflicto es un negocio. El caso más extremo es utilizar el hambre como arma de guerra. Es más barato provocar que la gente de mi enemigo se muera de hambre, que disparar balas que he de comprar. Además, con las hambrunas llegan fondos desde el extranjero, aviones cargados de material y alimentos, etc. Y cada bando recibe también.
–¿John Le Carré se quedó corto o exageró cuando escribió la novela 'El jardinero fiel' sobre la manipulación a la que se somete a poblaciones de esos países, como conejillos de indias de los grandes poderes económicos mundiales dispuestos a corromper o matar a cualquiera?
Acertó. Es muy buen libro, bien documentado. Conocí en Sudán y Etiopía a algunas de las personas que le dieron información cuando viajó por esos países para preparar el libro.
–¿En otro país ha coordinado proyectos de cooperación?
Fui elegido por Cruz Roja para coordinar en Guatemala en 2002 el proyecto Derribando Barreras, muy interesante, financiado por la Agencia Española de Cooperación. Gestioné un taller de prótesis y órtesis para desmovilizados de la antigua guerrilla, y también para soldados que no tenían recursos económicos. Formábamos a técnicos para que fueran a su vez protésicos y pudieran ponerlas, aplicando material de polipropileno para hacer piernas, con tecnología del Comité Internacional de la Cruz Roja.
–¿Qué le impactó más?
Era una realidad dura, los crímenes y genocidios perpetrados por las dictaduras militares todavía estaban muy presentes, pero vivimos experiencias reconfortantes de superación personal y de verdadera reconciliación desde abajo. Uno de los técnicos que formamos había sido soldado y le fabricó una pierna a un antiguo guerrillero. A los dos les faltaba una pierna. Habían matado a mucha gente. Y lloraron como niños.
–¿El Gobierno guatemalteco colaboraba o ponía trabas?
En los actos que organizábamos como Cruz Roja, nos desagradaba la presencia de militares con armas. Un viaje muy impactante fue el que hice por la región denominada el triángulo Ixil, fronteriza con la mexicana de Chiapas. Allí hubo muchísimas masacres, sobre todo por parte del ejército, pues la guerrilla, de origen urbano y universitario, se escondió en esas sierras. Y el general Ríos Montt, cuando presidió el país, decidió acabar con los mayas de esa zona para que los guerrilleros no tuvieran en quién sostenerse. Vi pueblos donde habían aniquilado a toda la población, y quienes vivían allí eran personas que, dos o tres años después, habían ocupado sus casas, al descubrir que todo estaba deshabitado. Sé que en algunos lugares encontraron después fosas comunes y entendieron qué había sucedido. A la vez, los nuevos propietarios de las tierras eran oficiales de alta graduación, a los que se premiaba de esa manera por su complicidad.
–¿Cuándo comenzó a impulsar su actual vertiente docente para temas internacionales?
Sobre todo con la EOI en Sevilla, donde trabajé muy a gusto de 2002 a 2010. Lo primero fueron unos cursos para empresas de gestión medioambiental, aplicando los métodos de planificación que había coordinado en Sudán, Guatemala, etc. Después me ofrecieron ser el director técnico de una escuela de negocios en Melilla para melillenses y para marroquíes de ciudades cercanas. Y también con fondos europeos me plantearon organizar en Sevilla un Máster de Agua y Saneamiento para Proyectos de Desarrollo. Con la colaboración de Intermon Oxfam, Ingenieros sin Fronteras y Unicef. Lástima que solo durara un curso académico. Llegó la crisis económica y con ella los recortes.
–¿Cómo es la Universidad Alice Salomon, en la que ahora trabaja?
Una politécnica especializada sobre todo en trabajo social, educación y salud pública. Lleva el nombre de su fundadora, una gran economista alemana, creadora del trabajo social como disciplina profesional. Por ser judía, tuvo que huir de los nazis, continuó su trayectoria en Estados Unidos. Cuando acabó la II Guerra Mundial, regresó a Berlín oeste. Cuando en 1989 cayó el Muro, trasladaron la universidad a un barrio marginal del Berlín este, donde se detectaban focos de tendencias neonazis, para que también contribuyera a asentar los valores democráticos.
–¿En qué consiste el máster en el que interviene?
Está dedicado a formar en gestión de conflictos internacionales, enseñando mediación, relaciones interculturales, relaciones internacionales, gestión de proyectos, acciones participativas,... Lo dirige Johannes Kniffki, alemán, hijo de refugiados de Prusia oriental, vivió muchos años en México con comunidades indígenas, su hermano era misionero allí. Está muy concienciado con estos temas. Desde que contó conmigo sintonizamos muy rápido. Este máster ha buscado tener no solo alumnos alemanes sino también de otros países de todos los continentes. Se impartía en inglés y desde hace tres años está desdoblado en dos módulos: para un máximo de 30 alumnos todo es en inglés, y para otros tantos se imparte totalmente en español. Es el único programa universitario en Alemania que se hace 100% en español. Yo soy profesor para los dos grupos.
–¿Le augura aún mayor crecimiento, siendo una temática tan global?
Se está tramitando la acreditación para que, dentro de dos años, se duplique el máster en cuatro grupos: dos en español y dos en inglés. Por otro lado, tenemos muy buenas relaciones con la Universidad Benito Juárez, de Oaxaca (México) y el próximo mes de agosto iniciamos allí un máster muy parecido. En septiembre impartiré un módulo.
–¿Realmente se puede enseñar bien en Berlín o en Sevilla sobre lo que ha de ponerse en práctica bajo situaciones de conflicto en países donde se toparán con mil y una dificultades?
Con la experiencia, hacia donde yo me decanto más es a trabajar con contextos, y ofrecerle al alumno, en la ciudad donde esté, a que aprenda a trabajar con el contexto del espacio social en el que se halla. Si está en Sevilla, o en Berlín, pues que intente crear un proyecto en algún barrio, con alguna comunidad. Eso le dará base para saber cómo hacerlo en cualquier otro sitio. La gente será diferente, el contexto será diferente, pero ya ha aprendido a moverse, gestionar y resolver. Y le garantizo que, aunque parezca sorprendente, me he encontrado muchas veces más problemas para trabajar en Andalucía que en Sudán. En las tramitaciones, en las injerencias partidistas, en los bloqueos desde instancias políticas,...
–¿Cómo es esa práctica en el Berlín multicultural y multiétnico?
Todo el segundo semestre lo trabajamos de manera práctica. Nosotros no enseñamos un caso sobre el papel. Nuestros alumnos tienen que buscar una realidad social en Berlin y trabajar con ella. Por ejemplo, dos estudiantes surcoreanos buscaron a norcoreanos asentados en el Berlín comunista que se quedaron en la ciudad, y trabajaron con ellos en un proyecto de integración, que no es fácil pues son personas muy miedosas y reticentes. Otro muy interesante fue buscar y trabajar con colombianos residentes en la capital alemana que hubieran sido víctimas de la violencia en su país. Y teníamos como alumnos tanto a un antiguo oficial de las fuerzas especiales, como a universitarios con mentalidad cercana a la extrema izquierda. Se llevaban muy bien, y todos juntos impulsaron ese trabajo de reconciliación de conflictos, mediante una metodología que denominamos acción sin daño, para que todos los colombianos que localizaran contaran sus experiencias y, fuera cual fuera su ideología, participaran en el referéndum por la paz.
–Imagino que cada alumno, cuando se inscribe en el máster, ignora qué tipo de compañeros puede tener.
Claro. Para las prácticas, siempre conformo grupos con alumnos muy distintos entre sí, y que se acostumbren a gestionar sus discusiones, a analizar los problemas y plantear soluciones teniendo en cuenta a los demás. Como un grupo en el que uní a un israelí ortodoxo, a una chica palestina y a un griego ortodoxo y homosexual. Funcionó fenomenal.
–¿Y funcionan para resolver conflictos en el avispero de Oriente Próximo?
Es muy complicado porque el componente geopolítico está influyendo aún más que el islámico. Y se equivoca quien ve al mundo musulmán como una sola cosa. Es como si decimos que cuando Alemania invadió Polonia en 1939, era una guerra de protestantes y católicos.
–¿Por qué se radicalizan, hasta convertirse en terroristas suicidas, personas de origen musulmán que han nacido y vivido en Alemania, Francia, Gran Bretaña...?
Porque la sociedad no es cosmopolita como se quiere hacer ver. Eso es una entelequia. Y porque la integración no es tal. Por ejemplo, llevo siete años en Alemania y no estoy integrado, porque yo no quiero ser alemán. Lo que estoy es adaptado. Y, por supuesto, me adapto. Pero mi cultura es la de mis raíces. Volviendo a su pregunta sobre los terroristas, se ha descubierto que los líderes yihadistas del ISIS, en sus manuales, fomentan captar a personas con problemas personales, con dependencia de la droga, en ámbitos de marginación. Buscan utilizar a personas que ni se adaptan ni se integran. No buscan a personas con fundamentos religiosos, porque quien conoce a fondo el Corán sabe que estos planteamientos no tienen ni pies ni cabeza.
–Además de extender las acciones terroristas, ¿podrán ser una amenaza aún mayor?
El ISIS es el nacionalsocialismo del Islam. Alemania tuvo su nazismo y el ISIS es una deformación del wahabismo profundamente saudí. Que no cala en muchos países musulmanes donde la cultura tradicional es distinta. Por ejemplo, en Sudán y Senegal, donde el islamismo tradicional es profundamente sufí. Y en Marruecos, donde es malikí. Para ellos, esos nazis del Islam son tan ajenos a su mentalidad como para nosotros. Por eso hemos de entender que nuestros aliados para combatirlos son la mayoría de los musulmanes, que son sus primeras víctimas.
–¿Qué se percibe en Berlín a pie de calle, tras atentados como el del camión que arrolló un mercadillo navideño?
Cuando veo en Berlín a simpatizantes de ambos nazismos, unos con la cabeza rapada y otros con largas barbas, entiendo que no hay mucha diferencia entre ellos. Incluso han llegado a colaborar. Conozco barrios de Berlín donde están preocupados porque algunos de esos radicales intentan desestabilizar la paz social de la que se goza, con buena convivencia entre alemanes, turcos, kurdos, etc. Quieren romper la armonía vendiendo droga a menores, robando a señoras embarazadas, perpetrando violaciones... Algunos eran soldados de Gadafi en Libia.
–¿El debate sobre la apertura de fronteras a los refugiados puede influir en las próximas elecciones alemanas?
En Alemania es un tema importante. En Berlín se siente con mucha más intensidad que en España. Todos tenemos a refugiados viviendo en nuestros barrios. Millones de personas se juegan la vida para llegar a Europa a países como Alemania, y eso incide en el día a día de una ciudad germana, y en las reflexiones de cualquier persona sobre el presente y el futuro.
–¿Cómo es el Berlín en el que usted se ha arraigado?
Con mi familia formo parte de un grupo de latinoamericanos y españoles que nos hacemos llamar Los Latin Brothers de Pankow, el barrio en el que residimos. Tenemos mucha relación con la asociación Mamis en Movimiento, coordinada por una peruana, son muy activas. Nos reunimos en la librería La Escalera, de libros en español de segunda mano, que llevan dos amigos. Hemos hecho piña con muchos compañeros y padres latinoamericanos: chilenos, argentinos, uruguayos, mexicanos,... Es muy interesante. Y también sirve para tener más red social. Los alemanes no necesitan tanta como nosotros.
–La eficiencia germana: ¿mito o realidad?
Tenemos mitificada a Alemania. En creatividad y capacidad de improvisación, los españoles somos mucho mejores. Veo a profesores alemanes cómo se bloquean cuando no les sale el plan previsto y no saben reaccionar ante los alumnos. Debemos desmitificar a todos los países y a todas las sociedades. ¿Qué sería hoy en día de Alemania sin los extranjeros que en ella viven? Sin duda, sería un país mucho más pobre. ¿Y qué sería de Turquía sin Alemania, donde prosperan millones de turcos? También nos debemos aplicar los españoles esos criterios en nuestro país para valorar cómo parte de nuestro desarrollo se logra gracias a otros.
–Cuando regresa a Sevilla, ¿cómo de 'berlinesa' le gustaría que fuera?
Echo en falta que el transporte público no sea la base de la movilidad de la mayor parte de la población, como sí sucede en Berlín. La calidad de vida en Sevilla mejoraría muchísimo. Como decía Enrique Peñalosa, el alcalde que modernizó Bogotá, una ciudad bien desarrollada no es aquella en la que los pobres tienen coches, sino en la que los ricos van en transporte público. Eso es Berlín. Sí es muy positiva la impresionante evolución en Sevilla del carril bici. Y me gusta que ya sea una cuestión despolitizada.
–Con su biografía de idas y vueltas, ¿cuál es su visión de la Sevilla actual?
Es una sociedad con muchísimo potencial. Veo signos de cambios positivos, pero cuesta demasiado esfuerzo abrir paso a que se desarrolle mediante otros campos del saber, porque está anquilosada por el excesivo peso de las tradiciones.
–¿Qué priorizaría cambiar en Sevilla?
Ese punto elitista que aún impera en parte de la sociedad sevillana. Y que intentan subrayar mediante la forma de vestir, mediante la imagen que quieren dar de la ciudad... Me satura.
–Recomiende un libro para entender los conflictos en el mundo de hoy.
Lean a la socióloga Mary Kaldor, autora del libro Las nuevas guerras, la violencia organizada en la era de la globalización. Recuerda que las viejas guerras eran entre estados, o entre un estado y un movimiento guerrillero.... En las nuevas guerras, es muy difícil definir quién es el contendiente y para qué se combate. La razón de ser es el propio conflicto. Si no hay conflicto, no se alimentan de él. Entonces, siempre les interesa que haya guerras. Otra característica esencial de las nuevas guerras: el 90% de las víctimas son civiles. Antes era al contrario, el 90% de los que morían eran militares. Las estrategias militares son cada vez más cobardes, casi todo se basa en martirizar a los civiles. Véase en Chechenia, Yemen, Siria,... Casi no hay combates entre tropas de dos bandos. Y cuando contienden se contrata para ello a paramilitares y mercenarios, que no tienen por qué cumplir el derecho internacional humanitario. Si mueren, eso no trasciende en los medios de comunicación, ni provoca debate sobre el sí o el no a una guerra. No son un féretro al que se ponga la bandera y salga en los telediarios, como sí ocurre con los soldados de reemplazo.