«Mamá, quiero ser guardia civil»

Testimonio. La agente Charo es hija, esposa y madre de miembros del cuerpo

26 jun 2017 / 06:59 h - Actualizado: 26 jun 2017 / 06:59 h.
"La Guardia Civil al servicio de España"
  • La agente Charo posa en el cuartel de Eritaña. Como muestra el árbol genealógico, en su familia la excepción son quienes no entran en el Cuerpo. / Jesús Barrera
    La agente Charo posa en el cuartel de Eritaña. Como muestra el árbol genealógico, en su familia la excepción son quienes no entran en el Cuerpo. / Jesús Barrera
  • Charo, su hija Laura y su marido Jose, cuyo rostro pide el Cuerpo que se pixele.
    Charo, su hija Laura y su marido Jose, cuyo rostro pide el Cuerpo que se pixele.
  • Charo y Laura, de uniforme, en el Cuartel de Eritaña. / El Correo
    Charo y Laura, de uniforme, en el Cuartel de Eritaña. / El Correo
  • «Mamá, quiero ser guardia civil»
  • «Mamá, quiero ser guardia civil»

«Entré con 18 años en la primera promoción de mujeres de la Guardia Civil, en 1988. Mi padre Francisco era subteniente. Conocí a mi marido, Jose, en la Academia y él también es Guardia Civil (actualmente retirado). Mi hija Laura es teniente». Y no son los únicos uniformes verde oliva en la familia de esta agente de 47 años: todos los tíos de Charo lo son (el hermano de su padre y de su madre y los maridos de sus tías). Incluso tiene dos sobrinos más en la Benemérita.

Los primeros pasos de Charo –por motivos de seguridad en este reportaje se omiten los apellidos y se pixela la foto de su marido– con el uniforme, no fueron fáciles. A ella le hubiera gustado hacer la mili, pero en los mágicos años 80 ese Cuerpo tan masculino estaba en plena –y lenta– transformación. De la noche a la mañana admitieron mujeres.

Entonces ella, con 18 años, decide decirle a su padre, un señor de uniforme y ademanes que lleva del cuartel a la casa, las palabras mágicas: «Papá, quiero ser Guardia Civil». No le cayó la negativa que esperaba. Al contrario: «Se volcó conmigo lo más grande y le saltaron las lágrimas», recuerda. Gracias a su gran apoyo ella pasó las pruebas físicas. Francisco se puso a correr con Charo todos los días.

Porque para el examen de ingreso Charo estudió lo que no había estudiado en el Instituto, a base de termos de café de su madre. Eso sí, pasada la primera emoción, el progenitor advertía: «Hija, que tienes 18 años y donde vas nada más que hay hombres».

Efectivamente, en la academia conoció a su futuro esposo. Con él se fue nada más licenciarse a la Operación Verano. Mallorca no es un destino de relax para los guardias civiles. «Me tocó el peor sitio. Un puesto en el foco del turismo barato, con broncas todas las noches», explica Charo.

En septiembre la pareja es destinada a la provincia de Palencia –la de la P–. En sendos pueblos a 40 kilómetros de distancia y con unas ordenanzas más estrictas que ahora y que dificultaban que se vieran en su tiempo libre. «Tenía que dar muchas explicaciones», rememora Charo.

«De aquella época, en el pueblo de Paredes de Nava, recuerdo el pabellón que me adjudicaron sin agua caliente, algunos cristales de las ventanas rotos y con el pabellón de solteros para ducharme en los primeros días.

También del recibimiento al principio frío de sus compañeros, aunque después mejoró... excepto en lo relativo a las esposas de guardias civiles de más edad, a las que no hacía gracia que trabajara junto a sus maridos y no lo disimulaban.

Tras varios avatares, Charo recaló en Sevilla en 1994 con una hija de año y medio y su marido en 1999. No fue fácil que coincidieran.

La pequeña Laura, hoy de 24 años, va creciendo y a los 15 años expresa un deseo que le suena mucho a Charo: «Mamá, me quiero presentar a la Academia General».

El padre de Charo murió cuando su nieta cursaba el primer año de Academia. Desde la entrada en vigor del plan Bolonia puede cursar la carrera allí: Ingeniería para la Seguridad. Laura ya está licenciada y entusiasmada por poder trabajar montada en moto. Está destinada en un pueblo de la provincia de Burgos, pero como teniente y con un gran número de agentes, aproximadamente un centenar, a sus órdenes.