Mata a su marido de un martillazo y 150 puñaladas y luego se ahorca

Los hechos ocurrieron en El Pumarejo y los cuerpos fueron localizados por la hija del matrimonio la tarde del martes. La mujer también mató al perro y dejó una nota diciendo que era maltratada

25 nov 2015 / 18:09 h - Actualizado: 25 nov 2015 / 19:32 h.
"Violencia de género"
  • Carmen y Rafael vivían en el número 5 de la calle Eustaquio Barrón, junto al Pumarejo. Su hija encontró los cuerpos. / Pepo Herrera
    Carmen y Rafael vivían en el número 5 de la calle Eustaquio Barrón, junto al Pumarejo. Su hija encontró los cuerpos. / Pepo Herrera

«La hija se encontró un horror». Así definía este miércoles el escenario del crimen una de las voluntarias del comedor social del Pumarejo, que este miércoles no daba crédito a lo ocurrido en el número 5 de la calle Eustaquio Barrón. Los cuerpos sin vida de Carmen y Rafael, de 63 y 71 años, eran localizados por una de las hijas del matrimonio la tarde del martes, después de que ella acabara con la vida de su marido de un martillazo y 150 puñaladas y decidiera luego quitarse la vida ahorcándose, según la hipótesis con la que trabaja el Grupo de Homicidios. Antes también mató al perro y dejó una nota manuscrita en la que explica que lo hizo porque era víctima de malos tratos. La mujer sufría «trastornos psiquiátricos».

La tranquilidad de la calle Eustaquio Barrón, entre la muralla de la Macarena y la plaza del Pumarejo, se veía alterada por este crimen que, pese a todo, no cogió por sorpresa a los vecinos que solían tratar con la pareja. «Tenían una relación conflictiva», asegura una vecina que explica que ella se iba «temporadas con la hija que tiene en Canarias». Es más, según esta mujer, Carmen le llegó a confesar este pasado verano que había puesto una denuncia contra su marido por maltrato psicológico, «pero luego me dijo que la había retirado». En cambio, fuentes policiales y judiciales aseguran que no existen denuncias previas. Ella, además, dejó una nota manuscrita en la que, según informó la agencia Efe, dice que sufría «malos tratos» y pedía disculpas a su hermano. Según una de las vecinas, un hermano de ella «se ahorcó hace ya años porque también tenía problemas psiquiátricos como ella».

Carmen habría matado a su marido de un martillazo en la cabeza y luego le habría asestado 150 puñaladas en el cuello, los brazos, tórax y abdomen. Tras el crimen, la mujer limpió la sangre que había en la vivienda y colocó el cuerpo sentado en el sofá, y lo tapó con una manta «como si estuviera durmiendo la siesta», según confirmaron fuentes de la investigación a Efe. Luego, Carmen ingirió varias pastillas para intentar suicidarse, pero no logró. Al día siguiente, colgó un pañuelo de la esquina del marco de una puerta, se subió a una bombona de butano y se lanzó al vacío provocándose la muerte. De hecho, este miércoles un vecino aseguraba que la había visto «limpiando y barriendo la puerta y la fachada de su casa ante este miércoles [lunes], a eso de las 14.30 horas», y se preguntaba «si a lo mejor ya lo había matado y tenía el cuerpo ahí». Pese al tiempo transcurrido, nadie los echó de menos, porque, según dicen, «no solían salir mucho», especialmente ella.

Carmen y Rafael llevaban «toda la vida en el barrio», pues la casa en la que vivían era la misma en la que Rafael se había criado, «era de la madre de él», explica una de las vecinas. Ella, según confirmaron fuentes de la Policía Nacional, tenía «trastornos psiquiátricos» y él, según los vecinos, sufría síndrome de Diógenes, porque se dedicaba a recoger chatarra, «pese a que no le hacía falta porque tenía su pensión por haber trabajado en el hospital Militar». Incluso, tuvo un tiempo «alquilado», un local junto a su casa «en el que guardaba cosas». Este miércoles, permanecía aparcado frente a su casa el pequeño vehículo que usaba.

Los vecinos aseguran que Rafael estaba siempre haciendo obras. «La fachada de la casa la terminó hace poco», indicaron. Él se dejaba ver por el barrio más que ella, pues solía ir al Bar Umbrete, para hablar de fútbol. «Él era sevillista y yo antisevillista, así que nos peleábamos, entre comillas», recuerda este vecino.