«Me gustaría que dijeran de mí que fui un hombre justo»

Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla. Lleva ya casi nueve años pastoreando a la grey sevillana. Desde un primer momento volcó sus primeras energías en sembrar nuevas vocaciones. Enfilada ya la proa de la barca al destino prefijado, este seguntino empieza a mirar de reojo a su jubilación

26 sep 2017 / 15:16 h - Actualizado: 27 sep 2017 / 08:24 h.
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  • El arzobispo Juan José Asenjo cumplirá 72 años el próximo 15 de octubre, por lo que comienza a encarar la recta final de su pontificado. / Manuel Gómez
    El arzobispo Juan José Asenjo cumplirá 72 años el próximo 15 de octubre, por lo que comienza a encarar la recta final de su pontificado. / Manuel Gómez

{Los que le conocen en las distancias cortas aprecian la sencillez y cercanía de un hombre al que a veces han querido dibujar con unos contornos que no se corresponden ni con su condición ni con su personalidad. A punto de cumplir los 72 años, el arzobispo de Sevilla echa la vista atrás y repasa los hitos de una biografía consagrada a Dios.

—El próximo 17 de enero cumplirá ya nueve años como arzobispo de Sevilla. ¡Cómo pasa el tiempo!

—Pues sí, a mí se me ha pasado en un suspiro. Parece que fue ayer cuando me llamó el nuncio para decirme que venía a Sevilla como arzobispo coadjutor con derecho a sucesión. El tiempo ha pasado de manera casi despiadada. De manera que ya sólo me queda poco más de tres años para presentar al Papa la renuncia a mi oficio.

—¿Nueve años son suficientes para llegar a desentrañar el alma de esta ciudad?

—Creo que he ido penetrando poco a poco el misterio de Sevilla y desde luego en este periodo he podido adelantar un programa del que estoy muy satisfecho. Doy muchas gracias a Dios, que me ha sostenido, acompañado y arropado en el gobierno pastoral de esta Archidiócesis.

—Demos un salto temporal hacia su adolescencia. ¿Cómo fue el Asenjo joven, cómo nació su vocación?

—Nací en una ciudad episcopal, muy pequeñita, Sigüenza, con unos 5.000 habitantes, al norte de la provincia de Guadalajara. Allí había, y hay, obispo, seminario, una Catedral espléndida, un Cabildo. Mi vocación surgió espontáneamente, sin grandes... Yo no recibí ningún mensaje celestial, sino que mi vocación nació como nacen las flores en primavera después de las primeras lluvias, de forma espontánea, en una ciudad religiosa y en el seno de una familia cristiana.

—¿Qué recuerdos conserva de sus primeros años como sacerdote? ¿Añora sus años como párroco?

—Nunca he sido párroco de ninguna iglesia, siempre he estado en tareas más bien de tipo formativo. He sido profesor del Seminario de Sigüenza 23 años, profesor de Eclesiología e Historia de la Iglesia y he sido director de una residencia universitaria de alumnos de Magisterio. No creo que sea una conditio sine qua non para ser obispo el haber sido previamente párroco. Yo he tenido muchas tareas pastorales en mi diócesis de origen, con los jóvenes sobre todo, y también de apostolado y acompañamiento familiar a los matrimonios.

—De sacerdote a obispo. Recibió la ordenación episcopal en la Catedral de Toledo en el año 1997.

—Efectivamente. Voy a hacer 21 años de obispo. Previamente salí de mi ciudad natal y de mi diócesis, exactamente el 23 de septiembre del año 1993, en que fui elegido vicesecretario general de la Conferencia Episcopal. Marché a Madrid, volvía los fines de semana a Sigüenza y durante la semana estaba en la Conferencia Episcopal. El oficio de vicesecretario general de la Conferencia es un oficio durísimo, es como el cocinero que está en la cocina guisando y cocinando todos los platos que después presenta el obispo secretario. Trabajé con muchísima ilusión porque daba la casualidad que el obispo secretario era mi propio obispo, el obispo de Sigüenza, monseñor don José Sánchez. A los tres años y medio me llamó el nuncio Tagliaferri para decir que el Santo Padre pensaba en mí como obispo auxiliar de Toledo. Fui consagrado el 20 de abril de 1997. En Toledo estuve seis años y medio, tiempo que coincidió con mi etapa ya de secretario general de la Conferencia. Fueron años de un trabajo ímprobo, pero que recuerdo con mucho cariño. Me sirvieron para conocer a la Iglesia de España desde su corazón y para madurar y querer más a la Iglesia.

—Su carrera como purpurado ha estado siempre estrechamente vinculada a la Conferencia Episcopal Española. ¿Cómo se ven las cosas desde la cocina o la sala de máquinas de la Iglesia en España?

—Pues con mucho más realismo que desde fuera, y a veces uno siente que la Iglesia en ocasiones es maltratada y mal comprendida. Cuando uno está en su corazón, se da cuenta de que las cosas no son como a veces se cuentan.

—Desde 2003 y hasta 2009 usted pastorea la diócesis de Córdoba. Más de una vez ha confesado que allí vivió los años más gozosos de su ministerio episcopal.

—Sí, fueron años muy ricos en experiencias y logros pastorales. Fui muy bien recibido y muy bien acompañado por el clero, por el seminario, por la gente, por los fieles. Y tengo un recuerdo imborrable y una gratitud inmensa a la diócesis de Córdoba, que me trató muy bien.

—¿Qué echa más de menos de tierras como Toledo o Córdoba?

—Tengo muy buen recuerdo de estas dos diócesis que me enseñaron a ser obispo, lo cual no quiere decir que yo minusvalore mi etapa sevillana, todo lo contrario.

—Cuando el nuncio de su Santidad le llama para comunicarle que su nuevo destino sería Sevilla, ¿qué fue lo primero que pensó?

—Para mí fue una sorpresa porque mes y medio antes el nuncio me había llamado para decir que iba a otro sitio de arzobispo. Yo estuve rezando por ese sitio todo el verano. Unas semanas después me llamó para decirme que definitivamente venía a Sevilla, propuesta que yo acogí con espíritu de fe. Al fin y al cabo los obispos, como los sacerdotes, somos hijos de obediencia y yo vi la mano de Dios en esta propuesta.

—¿Pesa mucho la diócesis de San Isidoro?

—Ésta es una diócesis muy grande: dos millones de habitantes, cerca de 600 sacerdotes, el mundo inmenso de las hermandades y cofradías, los movimientos apostólicos... Es una diócesis que exige en primer lugar buena salud y mucho empeño, mucho trabajo. A pesar de que he tenido algunos achaques, el Señor me está concediendo salud para servir y pastorear esta Iglesia a la que yo amo y quiero mucho.

—En esta diócesis la relación del arzobispo con esa gran familia que conforman las hermandades y cofradías marca buena parte de la imagen pública del pontificado de un obispo. En su caso ha habido de todo, encontronazos pero también instantes muy gozosos.

—Bien, yo no he tenido propiamente encontronazos con nadie, soy un hombre de paz. Tiene encontronazos conmigo quien lo desea. Ni con hermandades, ni con otros grupos, movimientos o asociaciones. Sí tengo conciencia de que en el periodo transcurrido entre mi nombramiento y mi toma de posesión tal vez se difundieron opiniones sobre un servidor que no se correspondían con la realidad y que después me ha costado difuminar. Tengo un carácter pacífico y no pienso tener enfrentamientos con nadie.

—Confesaba en una entrevista su antecesor, el cardenal Amigo, que de haber sido un sevillano y un cofrade más, a él le hubiera gustado ser costalero. ¿Qué puesto en una cofradía le encaja más a su personalidad?

—Conozco poco estos detalles más íntimos de las hermandades. Sí quiero decir que hoy tengo con las hermandades una relación cordial, fraterna y voy, si puedo, adonde me piden. No me veo como capataz... tal vez, no me costaría demasiado ser costalero. Ni me importaría llevar sobre mis espaldas al Señor o a la Santísima Virgen, un servicio bien honroso y estimable.

—Hay quien argumenta que el peso de la religiosidad popular en Sevilla supone un lastre para su crecimiento cultural, de investigación, económico... ¿Qué opina?

—No estoy de acuerdo, básicamente. Puede que haya detalles en los que sea verdad lo que estás diciendo. Pero pienso que la religiosidad popular en esta tierra es una riqueza, incluso de carácter económico. Las hermandades no son un freno para el desarrollo económico, industrial de Sevilla. Pienso que si hay que buscar culpables, habrá que hacerlo en otros ámbitos, no en el de las hermandades y cofradías. Personalmente estoy convencido de que las hermandades son una riqueza. Yo procedo de una tierra que ha sido muy religiosa históricamente; en estos momentos, Castilla es de alguna manera un páramo religioso. Pensemos en las diócesis de Burgos, Valladolid, Zamora, Álava, Vitoria, el País Vasco en general. Hoy aquellas iglesias apenas tienen seminaristas. Nosotros este año vamos a llegar a 80, de los que entre 25 y 30 proceden del mundo de las hermandades. Sólo por eso yo valoro muy positivamente el mundo de las hermandades, que es verdad que a veces te producen algún disgusto, pero las satisfacciones son incomparablemente mayores.

—Como gran aficionado al arte y a la cultura, ¿qué visita turística o monumental de Sevilla recomendaría?

—Me encanta recorrer las callejas de Sevilla, el barrio de Santa Cruz por ejemplo. Me encanta también visitar la riqueza monumental de nuestra Catedral y de tantas y tantas iglesias hermosísimas: el Salvador, la Magdalena... Sevilla tiene una riqueza monumental y de patrimonio artístico de matriz cristiana incomparable. No digamos nada de mi propia casa y los llamados salones nobles, que contienen la tercera pinacoteca de Sevilla.

—El carné de identidad es inexorable y dentro de unos tres años usted cumplirá 75. Se acerca el día de su jubilación. ¿Tiene ya pensado que hará al día siguiente de que el Papa acepte su renuncia?

—Me iré a mi tierra, a mi casa, a mis raíces. Allí tengo mi familia, mis amigos. Me iré con gusto, pero volveré por Sevilla. En la Casa sacerdotal hay un apartamento para el arzobispo, con capilla inclusive. Vendré temporadas, sobre todo en los rigores del invierno seguntino me refugiaré en Sevilla, vendré con mucho gusto a recordar mis tiempos y a saludar tantos amigos como tengo aquí.

—La historia dirá que Juan José Asenjo Pelegrina fue el arzobispo número 127 que pastoreó esta diócesis ¿Cómo le gustaría que le recordasen?

—Me gustaría que me recordaran como un hombre justo, pacífico, que buscó siempre el bien de todos, empezando por el bien de mis sacerdotes, como un obispo que se preocupó del futuro y trabajó muchísimo por cuidar el seminario, que es la niña de los ojos del obispo, el futuro y la esperanza de la diócesis. Que me consideraran un pastor bueno, una buena persona, que trató de trabajar sin descanso por el bien de esta diócesis tan querida. ~