Memorial del Tamarguillo (IV)

El desprecio de parte de la juventud por el comportamiento de sus padres y abuelos, por las experiencias de vida que ellos podrían facilitarles, fue condicionando la ruptura generacional

24 jul 2017 / 07:04 h - Actualizado: 24 jul 2017 / 07:04 h.
"'Memorias de Sevilla'"
  • La plaza Nueva fue el ágora principal de la ciudad, donde jubilados, parados y sirvientas se unían todas las tardes para vivir la ciudad provinciana. Los soldados iban al señuelo de los bocadillos de mortadela escondidos entre los pañales de los niños en sus carritos. / Serrano
    La plaza Nueva fue el ágora principal de la ciudad, donde jubilados, parados y sirvientas se unían todas las tardes para vivir la ciudad provinciana. Los soldados iban al señuelo de los bocadillos de mortadela escondidos entre los pañales de los niños en sus carritos. / Serrano
  • La realidad menos conocida era el estado ruinoso de decenas de edificios vecinales. / Gelán
    La realidad menos conocida era el estado ruinoso de decenas de edificios vecinales. / Gelán
  • Casi todos los días se producía un desalojo por ruina de corrales y casas de pisos. / Gelán
    Casi todos los días se producía un desalojo por ruina de corrales y casas de pisos. / Gelán
  • La ciudad mantuvo desde principio de los cuarenta hasta los setenta la costumbre de pasear por el centro, desde la plaza del Duque hasta la Puerta de Jerez. / Fototeca Municipal de Sevilla-fondo Serrano
    La ciudad mantuvo desde principio de los cuarenta hasta los setenta la costumbre de pasear por el centro, desde la plaza del Duque hasta la Puerta de Jerez. / Fototeca Municipal de Sevilla-fondo Serrano
  • La fábrica de Hispano Aviación fue el vivero del sindicalismo antifranquista. Allí nacieron las Comisiones Obreras. / Serrano
    La fábrica de Hispano Aviación fue el vivero del sindicalismo antifranquista. Allí nacieron las Comisiones Obreras. / Serrano
  • Memorial del Tamarguillo (IV)

El problema de la falta de viviendas sociales, por haber dejado de construirse nuevas barriadas con la intensidad que se hizo entre 1962 y 1975, recreó los antiguos «cinturones de la miseria» erradicados durante los años cincuenta y sesenta. Otra vez los suburbios y asentamientos de chabolas ocuparon parte de la periferia, así como pequeñas barriadas clandestinas. Nuevas familias jóvenes, además de las sin techo por causa de la ruina del viejo caserío, siguieron formando estos núcleos por no haber refugios para su acogida de emergencia.

El derribo de La Corchuela era cada vez más lamentado por la sociedad. Los antiguos adversarios del refugio guardaron prudente silencio desde que el hundimiento del edificio de la calle Imperial, número 43, les dejó sin argumentos. Ocho familias, diecinueve personas, fueron las primeras en pagar en sus propias carnes el error de no mantener La Corchuela como alojamientos de emergencia, con las mejoras proyectadas por Gregorio Cabeza.

En 1980, el diario ABC [23 de noviembre] publicó un amplio reportaje firmado por Francisco Javier Aguilera, titulado Todavía quedan chabolas. El Charco de la Pava, Tablada, La Dársena, Aeropuerto Viejo, El Vacie... ¡Otra vez el Vacie! Y gente bajo los puentes. Decían en 1977 los enemigos de La Corchuela que era innecesaria y una vergüenza para Sevilla. Más aún: daban por finalizado el problema de las casas en ruina, que estaban más en los propósitos especuladores de sus dueños que en la realidad material de los edificios.

«Ya se acabaron los corrales infrahumanos», afirmaron voces irresponsables, y resulta que, todavía en 1991, casi quince años después del derribo de La Corchuela y treinta de la catástrofe del Tamarguillo, un equipo de investigadores de la Universidad identificó a quinientos cuarenta y ocho corrales de vecinos localizados en el casco antiguo y habitados por unas cinco mil quinientas personas.

El primer Ayuntamiento democrático se encontró con problemas sociales acumulados durante los últimos años. Era muy elevado el número de barriadas sin recepcionar por la Corporación municipal, generalmente por no cumplir las normas urbanísticas básicas. Alumbrado público, pavimentación, saneamiento, zonas verdes, escuelas, vigilancia, recogida de basuras, transporte, eran problemas graves que se amontonaban sobre la mesa de las autoridades y que tenían cada vez más amplio eco en los medios de comunicación, ya sin censura previa. Sobre todo durante el invierno, cuando las calles se convertían en lodazales, las quejas y denuncias en los periódicos eran muy frecuentes.

Amate, el legendario suburbio de los años treinta, entonces considerado «Ciudad sin ley», ya como barriada en la década de los setenta fue la que inició los cortes de calles como protesta por la falta de atención del Ayuntamiento a sus problemas. Palmete y Valdezorras le siguieron en conflictividad. Los casos de especulación del suelo fueron muy frecuentes en las zonas periféricas, con graves perjuicios para las familias modestas. Lo mismo seguía sucediendo en el casco antiguo, donde los solares procedentes de edificios en ruina esperaban el alza de los precios convertidos en nidos de escombros, basuras y ratas.

En 1981, la población de Sevilla sumaba oficialmente 653.833 habitantes de hecho en la capital, y 1.478.331 en el total de la provincia. Pero en realidad, la capital tenía menos habitantes, como se pudo comprobar en posteriores revisiones de los padrones municipales. Resultó que la obligada diáspora de decenas de miles de vecinos desde los barrios históricos a las nuevas barriadas, entre 1962 y 1975, había originado duplicidad de inscripciones en miles de familias. Las estadísticas estaban equivocadas por defectos de origen.

Aunque el crecimiento del censo en la capital había sido muy elevado –en 1960, la población era de 442.300 habitantes–, no alcanzó las previsiones previstas en los estudios del Plan de Desarrollo Económico y Social que motivaron el proyecto de área metropolitana del alcalde Félix Moreno de la Cova en la segunda mitad de los años sesenta.

En las estimaciones de aumentos de la población de las grandes ciudades españolas en los años 1980 y 2000, aplicando el índice medio de crecimiento del período 1900-1960, Sevilla tendría 636.912 habitantes en 1980 y 917.148 en el año 2000. Un gran fiasco...

Desde finales de los años sesenta, la capital había dejado de crecer al ritmo anterior por varias causas. La primera de todas, la falta de viviendas sociales para acoger a los nuevos matrimonios, la inmigración y las familias desalojadas de edificios en ruina. La mayor parte de estas personas seguían trabajando en la capital, pero se fueron a residir a los pueblos más cercanos del alfoz. El caso más espectacular de aumento de habitantes fue Dos Hermanas, que de 21.049 residentes en 1955 y 27.505 en 1960, sumaba 46.431 en 1975 y 57.548 en 1981. [Ochenta mil diez años después].

Otros casos de aumentos extraordinarios del número de habitantes entre 1960 y 1980 fueron La Algaba, Bormujos, Brenes, Olivares, Pilas, Puebla del Río, Sanlúcar la Mayor, Valencina de la Concepción y otros. Pero, sobre todo, Camas (16.329 habitantes en 1960 y 25.574 en 1980); Castilleja de la Cuesta (4.359 y 11.999); Coria del Río (15.064 y 19.954); Gines (2.902 y 4.117); Mairena del Alcor (8.778 y 12.647); Mairena del Aljarafe (2.138 y 12.672); Los Palacios y Villafranca (12.924 y 24.349); La Rinconada (13.765 y 18.274; San Juan de Aznalfarache (10.669 y 22.465); Santiponce (3.442 y 5.822); Tomares (2.883 y 5.785); y El Viso del Alcor (9.989 y 12.762).

El desplazamiento residencial de ciudadanos con ocupación laboral en la capital hacia las localidades del alfoz frenaría el crecimiento del número de vecinos censados en la metrópolis, pero no el aumento real de la población efectiva, fija y flotante. Fueron las mejores comunicaciones por carreteras –casos de Dos Hermanas y el Aljarafe– y los precios más asequibles de las viviendas, junto con el espectacular aumento del parque de vehículos automóviles y motocicletas, los principales incentivos para vivir en el alfoz y trabajar en la capital.

En 1980, la ciudad resultante de los cambios urbanos y demográficos promovidos por la catástrofe del Tamarguillo, en 1961, era la antesala de las modificaciones trascendentales que traería consigo la Exposición Universal de 1992. Si en 1929, con motivo de la larga gestación de la Exposición Iberoamericana, la ciudad entró en el siglo XX, aunque con notable retraso, en 1992 la Exposición Universal la pondría con un pie en el año 2001. Pero entre las dos Exposiciones, por causa principal del Tamarguillo, la ciudad experimentó su más profunda metamorfosis urbana y residencial, con repercusiones socioeconómicas y políticas.

En los ciento cuarenta y tres kilómetros cuadrados de extensión territorial del municipio, los diez distritos históricos ocupaban las siguientes superficies: Distrito I (Feria), 2,00 kilómetros cuadrados; distrito II (Catedral), 2,30; distrito III (Triana), 8,97; distrito IV (Los Remedios), 14,07; distrito V (Sur-Heliópolis), 21,67; distrito VI (Nervión), 4,17; distrito VII (Juan XXIII), 3,47; distrito VIII (Torreblanca), 18,01; distrito IX (Polígono de San Pablo), 25,51; y distrito X (Macarena), 42,83 kilómetros cuadrados.

Por número de habitantes, los distritos se clasificaban del siguiente modo: Macarena, con 135.854 habitantes; Sur-Heliópolis, con 99.474; Polígono de San Pablo, con 84.909; Juan XXIII, con 80.783; Nervión, con 70.683; Triana, con 48.324; Los Remedios, con 45.057; Torreblanca, con 38.804; Feria, con 37.964; y Catedral, con 22.618 habitantes.

Los distritos con mayor densidad de población por kilómetro cuadrado eran los números VII (Juan XXIII), con 23.280; I (Feria), con 18.982; y VI (Nervión), con 16.950 habitantes. Y los distritos con menor densidad de población, los números VIII (Torreblanca), con 2.155; X (Macarena), con 3.172; y IV (Los Remedios), con 3.202 habitantes por kilómetro cuadrado.

Los dos grandes parques urbanos, el de María Luisa (361.000 metros cuadrados) y el de los Príncipes (108.600), daban primacía a los distritos V (Sur-Heliópolis) y IV (Los Remedios) en zonas verdes. En total la ciudad disponía de poco más de un millón de metros cuadrados de zonas verdes, donde los dos grandes parques urbanos sumaban 469.600 metros cuadrados, seguidos por los jardines de barrios y grandes plazas (243.529 metros cuadrados) y plazas y jardines de inmuebles privados (297.270).

El censo de edificios destinados a viviendas familiares sumaba 40.692. De ellos, 11.127 sólo disponían de una planta, y 12.811, de dos plantas. Los edificios de tres plantas, eran 5.331; de cuatro plantas, 4.693; y de cinco plantas, 3.982. Con más de diez plantas sólo había 828 edificios censados. De todos los edificios disponibles (40.692), 462 estaban en estado ruinoso; 1.817, en mal estado de conservación; 6.326, presentaban defectos importantes que necesitaban rehabilitación; y 32.077 podían considerarse en buen estado. Del total de edificios citados, 10.611 estaban localizados en el casco antiguo.

Por época de construcción, 2.766 edificios estaban fechados antes de 1900; 7.449, entre 1900 y 1940; 3.346, entre 1941 y 1950; 7.770, entre 1951 y 1960; 11.640, entre 1961 y 1970; y 7.771, entre 1971 y 1980. Los datos confirman el enorme esfuerzo constructor realizado después de la catástrofe del Tamarguillo. En la década 1961-1970, se construyeron casi mil edificios más que en todo el primer medio siglo [10.795 = 1900-1950 y 11.640 = 1961-1970].

Causaba pena en muchos padres y madres que sus hijos se les enfrentaran cuando recordaban el pasado, y que no quisieran saber nada de sus esfuerzos para criarlos y educarlos. El desprecio de parte de la juventud por el comportamiento de sus padres y abuelos, por las experiencias de vida que ellos podrían facilitarles, fue poco a poco condicionado la ruptura generacional.

No habían cambiado las ancestrales costumbres de las clases modestas residenciadas en los antiguos barrios, en los corrales de vecinos. La desgracia de una familia era compartida por toda la comunidad. En los corrales, cuando no se encendía el fogón de una familia, que además estaban situados a la vista de todos, junto a la puerta de las humildes habitaciones, las demás comprendían que en aquel hogar no tenían dinero ese día para comer. Y sin mediar palabra, como un rito, todas las mujeres del corral aportaban su ayuda, cualquier cosa, un bollo, una lechuga, unos tomates, el sobrante del puchero de la noche anterior, unas sardinas arenque, un puñado de arroz o de garbanzos, unas monedas... Era la solidaridad obrera, ejercida con caridad cristiana, como en las primeras comunas. Esos días quedaban olvidadas todas las rencillas vecinales, e incluso los vecinos enfrentados eran los primeros en acudir en auxilio de quien lo necesitara, como si tal cosa, con una mirada de comprensión.

Existía el espíritu de barrio, de corral, pero habían cambiado positivamente las circunstancias socioeconómicas. En la barriada de Pío XII, como en la mayoría, las gentes no sufrían las penurias de antaño, sobre todo durante la larga postguerra que fue conocida como los «años del hambre» [1939-1952]. Los tenderos fiaban... Y tampoco era ya necesario pasar el pañuelo de puerta en puerta para poder pagar el entierro. Todas las familias estaban afiliadas a El Ocaso o La Alianza y pagaban mensualmente su entierro por anticipado, a cuyos cobradores la gente llamaba «el hombre de los muertos...».

Desde finales de 1975, La Corchuela era el único refugio sevillano abierto de los veinticinco que fueron utilizados entre 1961 y 1977. El 20 de diciembre de 1975 fueron clausurados los Pabellones de Charco Redondo, abiertos desde el 12 de diciembre de 1966 y que habían sido posibles por la colaboración de la sociedad civil y las corporaciones políticas, en un positivo esfuerzo común para proporcionar techo provisional a los miles de familias que todavía no disfrutaban de vivienda social. Por el refugio de Charco Redondo pasaron en fases sucesivas 2.396 familias con un total de 10.236 personas.