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Mensajero de la esperanza

El Heraldo recogió en el Ayuntamiento las llaves de Sevilla que permitirán a los Magos de Oriente recorrer las calles de la ciudad en la Cabalgata del centenario

04 ene 2017 / 23:25 h - Actualizado: 04 ene 2017 / 23:58 h.
"Cabalgata de los Reyes Magos"
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«No olvidéis que este día no volverá a ocurrir nunca. Hacedlo único». Con estas palabras, el mensajero de los Magos de Oriente daba la última arenga al séquito de beduinos que debía acompañarle en su entrada triunfal en Sevilla. Solo faltaban entonces escasos minutos para que las puertas del Ateneo se abrieran de par en par y la inquietud que se vivía dentro no era más que el reflejo del ambiente festivo que desde primera hora de la tarde llenaba las calles del centro, abarrotadas de familias que, carta en mano, aguardaban la última oportunidad para que su lista de deseos llegara a oídos de Sus Majestades.

«¿Tú piensas que les dará tiempo a leerla», preguntaba una madre a su hija en plena calle Orfila. «¡Pues claro mamá, si son magos!», respondía sin dudarlo la pequeña. Su inocencia era el mejor antídoto contra la lógica adulta y la premura del tiempo. Pero sin lugar a dudas el revulsivo que mejor funcionó fue la lluvia de caramelos que el Heraldo, que guardaba cierto parecido con el periodista y empresario Mario Niebla del Toro, lanzó al cielo para saludar como la ocasión merecía a todos aquellos que esperaban ansiosos su llegada. Niños, padres y también Soniquete, el caballo sobre el que recorrería la ciudad para que el alcalde le entregara las llaves de la venia real.

A su paso no se escuchaba más que el mil veces repetido «¡qué ya viene el Heraldo, qué ya viene!», que competía en protagonismo con el brillo que la estampa dibujaba en los ojos de los más pequeños y en los de aquellos que se sentían como tales. Solo bastaba con echar un vistazo a lo que ocurría en un balcón del número 19 de la calle Cuna para comprobarlo, donde un grupo de jóvenes lo recibían entre papelillos, globos y demasiadas ganas de diversión. Tantas que hasta se atrevieron a botar en equipo para dar fuerzas a un Heraldo que casi puesto en pie sobre el caballo intentaba colar algún caramelo entre las rejas. Eso sí, con más intención que fortuna. Todo sea dicho.

Incluso hubo quien desde los balcones de la calle Cuna también probó suerte con la puntería. Una joven que lanzó su carta, cual avión de papel, para encestarla en el interior del singular buzón que al más puro estilo cabalgatero portaban tres beduinos en el cortejo. A pesar de la expectación que generó la idea, la suerte no le acompañó y la carta acabó cayendo al suelo. Aunque como toda historia navideña acabó teniendo final feliz, el que le dio un espontáneo entre el público que no dudó en coger la lista de deseos del suelo y echarla en su lugar correspondiente.

Dentro de esa gran bolsa de color rojo compartiría espacio con la que solo unos metros después depositaría el pequeño Gonzalo. Lo hizo con cierto recelo, pero finalmente no dudó en entregarla. Entre otras cosas porque había dedicado varias horas a escribirla con todo detalle y hasta a decorarla con un dibujo muy especial de los Magos de Oriente. Menos tiempo que el que empleó Irene, cuya carta de tamaño considerable y en color rosa despertó la curiosidad de los beduinos. «¿Cuántos has tardado en hacerla?», le dijeron. «Muy poco porque lo tenía todo muy claro», respondió.

A la fiesta y el buen ambiente que llenaba las calles del centro contribuía en gran medida el buen hacer de las dos bandas que integraban el cortejo. Tras el Heraldo Real ponía sus sones la de la Virgen de la Victoria de la localidad de Arahal y abriendo paso a los beduinos la agrupación musical Nuestra Señora de los Reyes que conectó a la perfección con las ganas de disfrutar que tenían los sevillanos. Lo hizo en una plaza del Salvador en la que se colgó el cartel de no hay billetes y especialmente a la llegada del mensajero de Sus Majestades a los alrededores del Ayuntamiento, donde interpretó el himno no oficial de la ciudad, el Sevilla tiene un color especial de Los del Río.

Allí lo esperaba el alcalde Juan Espadas, quien este año –no pierdan detalle en la cabalgata– guarda un parecido casi idéntico con el rey Baltasar. En nombre de la ciudad, el regidor le hizo entrega de las llaves de Sevilla para que los Reyes cumplan con el rito de cada tarde del 5 de enero. «Se las doy pero de un modo especial. Para que Sus Majestades vayan a los once distritos, a todos los barrios y especialmente a todos los hospitales». Un deseo que quiso personalizar en el compositor y pregonero de la pasada Semana Santa, Rafael González-Serna, que se encuentra hospitalizado estos días. «Va por él, para que se ponga bueno muy pronto», dijo.

Con las llaves «que abren el corazón de la ciudad» entre sus manos, el Heraldo se dirigió a los sevillanos para confirmarles lo que ya imaginaban, que los Reyes estaban muy cerca. «Harán noche en Sanlúcar de Barrameda, donde gente de Jerez, Utrera y Triana le cantarán por bulerías. Al alba visitarán a la Virgen del Rocío y vendrán en barca por el Guadalquivir para atracar en el barrio donde vive la Esperanza marinera». Y fue ahí, en el momento en el que hablo de la esperanza, cuando el Heraldo se humanizó y abrió su corazón. «Ella es nuestra bandera y por eso los sevillanos tenéis la suerte de tenerla en la Macarena como un icono universal».

Ahí fue cuando entregó su alma. Lo hizo recordando a los niños que «el mejor regalo es la familia» y que «de orden de los Reyes» tenía que encargarles la tarea de «dar un beso y un abrazo a los padres antes de dormir». Fue el único requisito que le pidió a una ciudad que sentía como suya a pesar de haber llegado desde el lejano Oriente. Con razón el Heraldo dijo haber «soñado» con este día durante toda su vida.