«Merezco lo mismo que las familias de las víctimas del terrorismo más conocidas»

Psicólogo. ETA asesinó a su padre, policía nacional, cuando él tenía tres años de edad. Tanto le impactó que su vida es un cúmulo de secuelas físicas y emocionales. Grande-Marlaska es el tercer ministro del Interior al que pide ser reconocido como víctima del terrorismo.

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
16 jun 2018 / 23:16 h - Actualizado: 16 jun 2018 / 23:26 h.
"Son y están","Víctimas del terrorismo"
  •  José Miguel Cedillo, entre olivares, en la localidad sevillana de Bormujos, donde reside. / Manuel Gómez
    José Miguel Cedillo, entre olivares, en la localidad sevillana de Bormujos, donde reside. / Manuel Gómez

«Los huérfanos de ETA necesitamos al Estado. Somos el cabo que no puede quedar suelto para que España cierre heridas en paz. Algunos de los niños a los que ETA le mató a sus padres hoy somos personas con secuelas físicas y psicológicas acreditadas. Sé de lo que hablo porque venciendo al terror me hice psicólogo para entenderme mejor. Merecemos vivir como cualquier joven. Le prometo que lo intentamos cada día pese a los temores y las dificultades [...]. 40 años después y con ETA disuelta, la lectura miope de la Ley no nos reconoce como víctimas de pleno derecho, por lo que sin atender a la realidad de los casos –algunos auténticamente dramáticos- nos dejan fuera de las coberturas que separan una vida digna de otra en la que ‘justicia’ y ‘reparación’ son palabras vacías que se pierden en un tuit».

Este es un fragmento de la carta abierta al juez Grande-Marlaska, nombrado por Pedro Sánchez ministro del Interior, que publicó en las redes sociales José Miguel Cedillo el fin de semana inmediatamente posterior a la primera reunión del nuevo Gobierno español. Un mensaje con fundamento y con carga emocional, cuya última frase es “Ministro, no nos falles”. Muchas personas lo compartieron y comentaron a través de canales como Facebook. Y Grande-Marlaska le llamó con rapidez, el pasado lunes 11 a primera hora de la mañana. Al día siguiente, José Miguel Cedillo nos recibió temprano en su casa, en Bormujos, tras dejar a sus dos hijos en el colegio. Mientras le entrevistamos, su silenciado teléfono no paraba de recibir mensajes de periodistas que también querían hablar con él. Dado el interés suscitado en toda España para conocer quién era el autor de su carta.

Suya es la palabra.

Nací en Sevilla, tengo 39 años, soy padre de dos hijos de tres años de edad, lo he logrado a través de gestación subrogada. Vivo con mi pareja en Bormujos, nos casamos en México. Trabajo como psicólogo en la consulta Psicólogo Sevillano, encabezada por Javier García Ruiz. El cúmulo de circunstancias positivas y negativas que pesan sobre mí oscila entre la ilusión por la crianza de sus hijos, la lucha por apoyar a mi madre, enferma de cáncer, y mi reivindicación desde hace seis años para que se reforme la Ley de Víctimas y ser considerado víctima del terrorismo. Además, soporto la enfermedad degenerativa que me han descubierto; Espondilitis anquilosante. Con todo lo machacado que ha estado mi sistema autoinmune, no me esperaba otra cosa. Mi cuerpo ha replicado la injusta sensación de no saber con quién pelear para lograr justicia y dignidad.

¿Cuáles son sus raíces familiares?

Mi padre y mi madre nacieron en Olivares. Allí regresamos tras el asesinato de mi padre. Soy su único hijo. La onda expansiva de esa tragedia fue tremenda en mi familia. Mi madre siempre estaba en la cama, llorando. Tengo grabada esa imagen de mi infancia: al pie de la cama, junto a ella, vestida de negro, muy delgada, llorando, ausente, como muerta en vida. Y solo tengo recuerdos de mi abuela paterna llorando. Hasta el día de su muerte, a los 91 años, cada vez que la veía estaba llorando.

¿Qué recuerdo tiene del día que asesinaron a su padre?

No tengo un recuerdo directo de mi padre, Antonio Cedillo, es decir, de su cara, de su tacto, de su cuerpo. Aquel 14 de septiembre de 1982 yo tenía tres años de edad. Pero sí lo recuerdo todo desde el momento en que mi madre comenzó a gritar cuando abrió la puerta de casa (vivíamos en un piso en San Sebastián) y unos señores vestidos de verde, de la Guardia Civil, le informaron. Le habían asesinado a él y a otros tres policías (Jesús Ordóñez, Juan Seronero y Alfonso López), en una emboscada en el Alto de Perurena. Y recuerdo la ceremonia con los ataúdes. Muchas flores, muchos llantos, banderas de España. Y el compañero de ellos que se encargó del atestado, se puso delante de los ataúdes, sacó su pistola, y se suicidó. Aún recuerdo el ruido de ese disparo en su cabeza y cómo se desplomó. Dantesco. De allí nos sacaron muy rápido y nos enviaron a Sevilla dentro de un avión Hércules, junto al ataúd.

¿Qué sabe del atentado?

Mi padre estaba destinado en Rentería. Salía muy temprano de casa. En una venta donde paraban los cuatro a desayunar durante su patrulla con dos coches, quienes habían dado el chivatazo de esa rutina, confirmaron a los etarras que esa mañana estaban allí. Y les ametrallaron. Cuatro policías asesinados.

¿Por qué, con la actual normativa en vigor, usted no es considerado víctima del terrorismo?

Porque no estuve en el atentado. Solo me faltó eso, estar sentado en el coche policial junto a mi padre. El resto del calvario me lo comí entero.

¿A qué se dedicó su madre tras enviudar?

Se implicó en la ayuda a las víctimas del terrorismo. Fue delegada en Andalucía de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Estaba horas y horas hablando por teléfono con víctimas, se entregaba de lleno a otras víctimas. Y participó en logros como la equiparación de pensiones. Porque había enormes diferencias en asistencia, reparación y justicia entre quienes habían sufrido los atentados en los años ochenta respecto a los de años noventa o de comienzos de este siglo. Tras dos décadas con esa abnegación, lo dejó porque empezó a ver que las asociaciones se estaban burocratizando y empezaron a publicarse posibles irregularidades en el uso del dinero.

¿En qué centros educativos se ha formado?

Mi vida escolar ha sido muy complicada. En Olivares, en un centro de preescolar, empecé a sentirme mal, no quería estar con los demás niños, me agobiaba. Cuando yo tenía seis años, mi madre se vino arriba, se motivó para luchar y no resignarse, y nos fuimos a vivir a Sevilla, al barrio de Pino Montano, junto a una hermana suya. Entré en el Colegio Público Félix Rodríguez de la Fuente y no era capaz de estar en clase. Faltaba mucho, me sentía enfermo, con presión en el pecho. Los profesores iban a casa, hablaban bastantes veces con mi madre y ayudaron, vieron que yo era buen estudiante, pero a solas. Y mi madre me enseñó a vivir sin rencor y a pelear por los grandes objetivos. Pero en el tránsito del colegio al instituto del barrio, tuve mi primera gran crisis.

¿Qué sucedió?

Sufrí una gran agorafobia, estuve tres años casi sin salir de casa, con una enorme depresión. Casi no comía, con una estatura de 1,85 pesaba 50 kilos. Daba miedo verme. Mis amigos me han dicho después que parecía un muerto en vida. Perdí tres años de curso escolar.

¿Cómo lo superó?

Con psiquiatras y psicólogos. Desde los cuatro años de edad he sido atendido por psicólogos. Una docena de psicólogos me han tratado a lo largo de mi vida. No he visto tanto otra actividad profesional. Por eso decidí estudiar y trabajar como psicólogo. Para comprenderme mejor y para ayudar a los demás. Con 14 años de edad, empezaron a medicarme con ansiolíticos y antidepresivos. Fueron un bombazo, pero tiré para adelante como buenamente pude. Los estudios de Enseñanza Secundaria los saqué preparándome en casa y examinándome en solitario en el instituto. Con 23 años, noté que fui mejorando y me atreví a iniciar la carrera, que saqué con 29 años, y llevando siempre un trankimazín a mano. Lo pasaba mal en clase. Quienes me tratan saben que mis males son crónicos.

¿Usted no ha hecho vida de pandilla?

Con los amigos empecé a lograr estar en casa, o junto al portal, o en algún parque cercano. Había ocasiones en las que me volvía rápido a casa, mareado. Lo que yo no podía era ir a una piscina, a un parque acuático, a una fiesta, a la Semana Santa o a la Feria. Todavía me afecta y me limita: solo he podido ir a la Feria una vez en mi vida.

¿Cuál era su principal motivación para sobreponerse?

Los mensajes de apoyo de mi madre: “Pase lo que te pase, hazlo”. Me servían más que las palabras de los psicólogos. Me di cuenta de la ilusión que le hacía tener un hijo con licenciatura universitaria. ¡Había sufrido tanto conmigo!.

¿Nunca se planteó querer ser policía, para unir aún más su biografía a la de su padre?

No. Sé que él fue policía por vocación. Y fue condecorado por salvar la vida de una mujer durante un incendio. Y ahora me pone los pelos de punta que mi hijo, con tres años, cuando juega dice que quiere ser policía nacional.

¿Intentaba no leer ni escuchar noticias sobre ETA?

El día que en el año 2011 la banda terrorista anunció su definitivo alto el fuego, yo estaba en la Facultad de Psicología. Allí me enteré, y me puse malo, tuve que irme a casa. Si analizamos lo que ha sucedido durante los últimos años, y las concesiones que se han hecho al mundo etarra, podríamos pensar que si en 1982 se las hubieran concedido, no habría muerto tanta gente. Todavía hoy siguen sueltos muchos cabos. Y trescientos asesinatos sin resolver en juicios. Así personas como yo no conseguimos cerrar nuestra herida. No nos dejan.

¿Tiene en mente a los asesinos de su padre?

Sobre todo a Jesús María Zabarte, el llamado ‘Carnicero de Mondragón’ por la cantidad de atentados en los que participó y asesinó. Le puse una demanda por enaltecimiento del terrorismo, que es un delito tipificado, cuando él dijo que no se arrepentía, y que volvería a hacer todo lo que hizo en ETA. Mi demanda no fue tenida por los jueces. Dijeron que era libertad de expresión. Así se les defiende y protege. ¿Quién defiende mis derechos?

¿Cuántas personas sufren en España una situación similar a la suya?

Somos siete, según la Oficina de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo. Siete a los que no se considera víctimas directas del terrorismo.

¿Qué le dijo el nuevo ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, cuando le llamó por teléfono el pasado lunes día 11?

Que se había documentado sobre mi caso, y sobre la lucha que llevo desde hace seis años. Y que va a pelear para que legalmente seamos reconocidos como víctimas del terrorismo esos niños huérfanos que no podíamos asimilar esa situación tan brutal. Él me reconoció que no teníamos edad para asumirlo y cómo nos ha impactado. Y quiere conocerme, que le avise si voy a Madrid. Yo me puse a su entera disposición. Es muy de agradecer que en su primer día en el ministerio, una de las primeras llamadas fuera para hablar conmigo, que no soy una víctima de primera, sino de segunda o tercera. Me parece una persona íntegra y sensible, que ha luchado mucho contra ETA. Ahora hay que dejarle trabajar. Espero que el nuevo Gobierno dure y pueda tomar medidas.

¿Por qué asegura que las hay de primera, de segunda o de tercera?

Porque los familiares de las víctimas del terrorismo más conocidas lo tienen todo cubierto. Y se lo merecen. Pero yo también.

A su juicio, ¿quién les ha defendido mejor?

Ana María Vidal-Abarca ha sido la mejor presidenta de las víctimas del terrorismo. Estaba entregadísima. Hoy en día, solo soy socio de la asociación Covite, que preside Consuelo Ordóñez. Aunque tengo mis discrepancias, considero que ella es la única que va de frente y dice lo que piensa. En la reunión que celebró hace varios meses Rajoy en La Moncloa con todas las asociaciones, solo ella dijo públicamente que fue un encuentro decepcionante con el presidente del Gobierno.

¿En qué se basa usted para criticar a las asociaciones?

Están al sol que más calienta en el poder. Se han conformado con una defensa de las víctimas basada en golpes de pecho, en homenajes, en palabras como dignidad, verdad, justicia y solidaridad usadas de modo grandilocuente. Cuando mi madre se plantó este año 25 días ante la puerta del Ministerio del Interior, sentada en un banco del Paseo de la Castellana, intentando que la recibiera el ministro Zoido, dio la casualidad de que coincidió con la organización de esa reunión del Gobierno con las asociaciones. Y ninguno de sus presidentes fue a saludarla, pese a que estaban enfrente cuando iban a coger el minibus.

Si el Gobierno aprobara próximamente su petición, ¿qué supondría económicamente para usted y las otras seis personas?

Creo que las víctimas civiles del terrorismo cobran unos 1.300 euros al mes. Pero lo que demando, por encima de todo, es dignidad y reparación moral. En general, las víctimas del terrorismo son un colectivo de personas que no quieren exponer públicamente lo que sufren. Y eso dificulta mucho que alcemos nuestra voz.

Si hace seis años comenzó su reivindicación, ¿pudo contactar con quien entonces era ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz?

Sí, logramos reunirnos mi madre y yo con él y su equipo. Durante cinco horas. Yo controlaba mi ansiedad tomando pastillas, y mi madre lloraba. Y nada de lo que nos prometió se ha cumplido: ni la pensión extraordinaria que prometió, ni la posible reapertura del caso sobre el atentado donde asesinaron a mi padre,... Además, me ofreció la incapacidad total, yo la rechacé. Lo que quiero es el reconocimiento como víctima del terrorismo, no el de una enfermedad común. Si me quitan a un padre, si he sufrido tanto, ¿de qué me sirve el estatus de incapacidad total? Si mi espíritu es de rehacerme, y luchar en la vida. No es lo mismo incapacidad que justicia.

¿Se comprometió por escrito?

No, todo fue verbal. Nos obligaron a entrar en la sala sin los teléfonos móviles, para evitar que grabáramos la conversación. Y, como en la semana previa yo había sido muy crítico ante los medios de comunicación, Fernández Díaz me pidió que, al salir de la reunión, dijera algo positivo a los periodistas que estaban esperándonos. Me arrepiento. Tenía que haberle dicho al ministro: de aquí no me voy mientras usted no lo ponga todo por escrito. Cuando veo en internet el video de ese momento, no me reconozco. Pronto entendí por qué evitaban una grabación furtiva de la reunión. Para que no hubiera testimonio de sus promesas.

¿Intentó hablar con Zoido en su etapa como ministro del Interior?

Mil veces, y nunca pude. El PP intentó demostrar en el pasado que estaba muy cerca de las víctimas, pero ahora está muy lejos. Cuando mi madre, enferma de cáncer, se pasó esta primavera viviendo un mes delante de la sede central del Ministerio del Interior, y Zoido ni siquiera la llamó para decirle: “Señora, lo que usted pide no puedo hacerlo”. Me ha sentado muy mal que Zoido no hiciera nada. Porque podía ayudar a alguien que lo pasa mal, y no lo hizo. Yo en la consulta atiendo a quienes tienen problemas aquí y ahora, y hay que resolverlos aquí y ahora, no puedo pasar página y ser indiferente ante ellos.

¿Cómo compagina ser psicólogo y ser atendido psicológicamente?

Es una gran motivación. Una de las típicas frases que me dicen los pacientes es: “Qué bien me entiendes. Parece que te ha pasado a ti”. Y tanto que me ha pasado. Y la de horas que he recibido terapia. Mi gran máster ha sido todo lo que he vivido al otro lado de la mesa.

¿Tiene alguna especialidad?

Dentro del equipo que dirige Javier García Ruiz, al que estoy enormemente agradecido, porque se está portando conmigo como si fuera un hermano, me especializo en casos de ansiedades (trastornos hipocondríacos, somatizaciones, agorafobia,..), casos de depresiones o de adicciones. He descubierto que en la sociedad hay mucha gente con miedos. Y como he estado tan cerca del infierno, y lo usual es que las personas con problemas tengan más cerca la salida, me resulta más fácil sacarlas de sus crisis, porque yo las he vivido con mucha más hondura.

¿Y cómo se les saca?

Cuando llegan, van soltando todo lo que llevan dentro. Empezamos a reestructurar su vida y, sobre todo, a que pierdan el miedo. Eso se consigue acostumbrando a aceptar el miedo, a sentarlos frente al temor más grande que tengan.

Los pacientes que le reconocen, que descubren en los medios de comunicación sus circunstancias personales, ¿qué le comentan?

No oculto mi pasado. Y fortalece la alianza con muchos pacientes. Les humaniza más a ellos, y también a mí. Hace dos semanas, cuando terminé una entrevista radiofónica, vi que tenía cuatro mensajes de WhatsApp, eran de pacientes, diciéndome: “Me has hecho llorar con lo que te he escuchado”, “No sabía que te pasaba esto”,...

¿Qué recomienda en la consulta a quien sufre fobias y tiene gran dificultad para socializarse?

Detrás de la mayoría de esas patologías hay un grandísimo problema de autoestima. Detrás de una sociopatía, siempre suele haber un bajo concepto de uno mismo, y además, un excesivo sentido del análisis constante sobre lo que está pasando alrededor. La receta para romper esa inflexibilidad es aprender a vivir el momento, a vivir el presente a nivel laboral, sentimental, etc. Empezar a abrir brecha en esa rigidez mental descubriendo cómo se hablan a sí mismos, cómo le hablan a los demás, cómo están influyendo en la reacción de su entorno. Ayudamos a que sean más humildes, y a entender que todo es consecuencia de su comportamiento. En la consulta lo van descubriendo con sus propias palabras, y es una catarsis muy buena.

Si a unas personas conviene bajarles el ego, a otras habrá que subirles la autoestima, ¿no?

Muchas veces, la baja autoestima convive en la personalidad con un ego enorme. Cuando en la consulta se analiza tanta confianza y seguridad de la que se presume, se ve que en realidad el ego encubre una falta autoestima. Es el personaje que ha creado la persona para tirar hacia adelante. Pero ese andamiaje puede desmoronarse. Y hay que darle sentido a partir de sacar a la luz todo lo que se esconde.

Comienza el verano y durante las vacaciones escolares o laborales se incrementan los conflictos.

Todos los años se produce a comienzos de septiembre un gran aluvión de visitas a los psicólogos. Al estar más tiempo juntos, las parejas se dan cuenta con más claridad de las diferencias entre sí, y muchas se separan. Otras personas constatan el estrés que les provocan los niños.

¿Qué aconseja para la convivencia en verano?

Adaptarnos mejor a las circunstancias de vida en verano. Tener paciencia y asertividad. Si tu pareja tiene verbalmente una conducta agresiva, pues de la manera como respondas vas a favorecer que eso se perpetúe o cambie. Hemos de descubrir la capacidad de controlar nuestro estado emocional y cambiar patrones de conducta para que tu realidad cambie.

Como ciudadano de Sevilla, ¿qué opina sobre la evolución de la sociedad sevillana? ¿Qué le gusta y qué no le gusta?

Percibo más seguridad y confianza en nosotros mismos. Y más consideración a entender la diversidad dentro de la sociedad. En Sevilla ha abundado la falsa autoestima y veo un viraje hacia una autoestima más real.