«Mi afán es promover la honestidad artística, sin pamplinas y sin mercadeos»

Verónica Álvarez Ruiz / Creadora de Valdearte, Centro de Arte Contemporáneo Medioambiental. Impulsora de numerosas iniciativas culturales en Sevilla, ha convertido 4 hectáreas de la Sierra de Aracena en territorio de instalaciones artísticas creadas in situ e integradas en el bosque

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
05 nov 2016 / 20:36 h - Actualizado: 07 nov 2016 / 08:00 h.
"Son y están"
  • Verónica Álvarez Ruiz. / Pepo Herrera
    Verónica Álvarez Ruiz. / Pepo Herrera

Vive entre el mundanal ruido de la Sevilla contigua a Santa Justa, y el pastoral silencio de los alrededores de Valdelarco, en la Sierra de Aracena. Población de 240 habitantes censados, “pero solo unos 80 residentes de modo permanente”. En cuatro años Verónica Alvarez ha puesto en órbita un desafío descomunal, cual se dijo de los artífices de la Catedral hispalense: “fagamos una iglesia tal e tan grande que los que la vieren nos tomarán por locos”. Valdelarte es cultura contemporánea, naturaleza, desarrollo rural, educación, integración social, agricultura ecológica, etnología,... Artistas como Miki Leal (reciente ganador del Premio BMW de Pintura), Natalia Auffray, José María Larrondo, entre otros muchos, ya han vivido la experiencia de habitar una semana en el bosque y crear arte que se integra en su paisaje. Ya hay otros comprometidos para hacerlo el próximo año: Juan Manuel Seisdedos, Daniel Canogar, etc.

¿Cuáles son sus raíces?

Nací en Sevilla hace 53 años, estoy muy vinculada a Morón, allí viví mi infancia y adolescencia. Mi abuelo era médico en Morón, tenía una gran vocación por la cultura, leía mucho, compraba cuadros a pintores amigos. Mi abuela viajó mucho por el mundo. Mi madre ejerció en Morón como maestra muy vocacional, mi padre trabajó en el área comercial de la venta de aceite y aceitunas. Soy la mayor de cuatro hermanos y todos somos universitarios gracias al enorme esfuerzo que hicieron mis padres. Criarme en un ambiente familiar muy proclive a la cultura fue para mí decisivo. Como ahora lo es estar casado con un hombre maravilloso, Manuel Siloniz: mis pies y mis manos en Valdelarte. Quién le iba a decir a un marino mercante que viviría en un bosque y tendría destreza como leñador.

¿Estudió para ser artista?

No, yo tenía clarísimo desde el primer momento que no era artista. Quería promover y gestionar arte. Con esa mentalidad realicé la carrera de Bellas Artes en Sevilla, pronto comencé a montar exposiciones y a abrir puertas a algunos artistas. Y fui formándome de modo autodidacta y apasionado, no había esa especialización, y también hice un máster de marketing y gestión empresarial. Y no me limité a aprender lo relacionado con el Arte, sino a entender e integrar la Literatura, la Filosofía, la Música,... .

¿Cuál fue su primera exposición de relevancia?

Dedicada a Arte y Mujer, en Sevilla, 1986, fue la primera en España de ese tipo. Con artistas como Mercedes Carbonell, Pilar Albarracín, Paka Antúnez,...

¿No ha intentado desarrollarse desde una galería propia?

He trabajado mucho más en Sevilla para espacios de titularidad pública, pues la mayoría están infrautilizados y los pagamos todos los ciudadanos. Lugares idóneos para hacer experiencias de intervenciones artísticas. La primera gran oportunidad me la dio Roberto Quintana cuando dirigía el Centro Andaluz de Teatro y pude organizar actividades en San Luis, rompiendo compartimentos estancos entre el arte, el teatro y la música. Y también trabajé para otras galerías, como la de Fausto Velázquez. Lo intenté y monté una propia, pero solo me duró dos años, en la calle Moratín, en la casa de los padres del arquitecto Antonio Cruz (de Cruz y Ortiz). Un lugar donde hubo mucha vitalidad cultural y social, ahí se fraguó el impulso cívico a las bicicletas en Sevilla.

En su primera etapa, ¿qué experiencia internacional le aportó más bagaje?

La estancia en Nueva York, y vivir al lado de artistas como Juan Uslé, Francisco Leiro y Evaristo Bellotti, entre otros, que se atrevieron a ‘cruzar el charco’ y trabajar artísticamente con absoluta honestidad creativa. Vivir en aquel ambiente fue para mí una revolución. Y sigo aplicando ese criterio de búsqueda de la honestidad artística y de seriedad, en los artistas con los que trabajo. Fuera de modas, pamplinas y mercadeos que se imponen desde la mediocridad del sistema. También aprendí mucho en mis experiencias en países europeos, descubriendo centros del arte que son apoyados por los gobiernos pero gestionados por los artistas. Es el modelo que debía adoptarse más en nuestro país.

¿Por qué no es así en España?

Ha hecho mucho daño la era de la grandilocuencia institucional, antes y después de 1992. En los años ochenta sí se hizo muy bien la promoción del arte español contemporáneo dentro y fuera del país. Después, todos los dineros se volcaron en hitos, eventos y contenedores fatuos, en construir carísimos edificios como centros de arte que ahora apenas tienen actividad y contenido. Lamentable. Hay que repensar todos los museos. Tengamos en cuenta la revolución tecnológica: todas las obras de arte están en internet. Al alcance de todos. Ya es más importante democratizar el arte a través de esas vías, que el concepto decimonónico de atesorar obras en un edificio. A la vez, hay que educar en el aprecio a la propiedad intelectual, y falta mucha educación. Quien está bien formado, paga por comprar un disco o un libro, valora el trabajo de sus creadores, no se lo saca gratis.

¿Qué le ha impulsado a aventurarse con una iniciativa artística en plena Sierra de Aracena?

He vuelto al origen, al medio rural, y desde ahí empezar a educar. Por eso he construido en Valdelarte la Cabaña del Escritor, es la cabaña para pensar, como homenaje al escritor Henry Thoreau, es el retorno al bosque. Desde todos los ámbitos de la sociedad tenemos que esforzarnos en volver a situar en primer lugar la educación, los valores. Yo estaba saturada y desencantada. Me dolía ver cómo nos estábamos desnaturalizando. El dinero se imponía a todo, el arte era solo mercado, la política era una continua falta de respeto al trabajo del prójimo, en la sociedad solo importaba el dinero y todo en función de ser hija de papá o primo de fulano. Sentí tanto asco y me planteé tomar distancia para recolocarme de nuevo en mi fuero interno.

¿Por qué en Valdelarco?

Su entorno natural está bastante puro. Nos compramos una casita en el pueblo hace 16 años. Era ponernos a prueba: ¿seremos capaces de dejar el día a día en la capital y vivir en el medio rural? ¿Y la familia? ¿Y los amigos? Nos convencimos, y fuimos capaces de compaginarlo todo. El siguiente paso era buscar una finca y vivir/trabajar en plena naturaleza. Los precios estaban desorbitados. Tuvimos paciencia, y el sueño se hizo realidad. A 500 metros del pueblo, una finca preciosa de cuatro hectáreas que es un bosque, donde no se había intervenido en 50 años. Sucia y abandonada, salió a la venta. La compramos por cuatro millones de pesetas. Yo trabajaba en Postalfree, cogí el finiquito y lo empleamos en esta compra. Y a empezar de cero.

Toda odisea se topa con obstáculos insospechados. ¿Cuáles fueron, en su caso?

Las trabas burocráticas desde diversos departamentos de las Administraciones Públicas para innumerables papeleos y permisos. No podía imaginarme los dos años amargos que nos hicieron pasar: incompetencia, cortedad de miras,... No estábamos pidiendo dinero, vivimos todo lo contrario: nos gastamos ocho millones de pesetas en documentación y tramitación. Tuve que ampliar el préstamo en el banco para todo ese proceso. Kafkiano. Todo lo planteamos de modo legal, para cumplir todos los requisitos. Somos de los pocos que tenemos el certificado de Gestión Integral de la Calidad Ambiental (GICA), concedido por el Ministerio de Medio Ambiente. Planteamos a conciencia basarnos en energías renovables. Todo está en regla, todo está pagado. Tanto gasto nos obligó a limpiar toda la finca en solitario entre mi marido y yo. Extenuante. Y todo ese calvario está olvidado, porque ha sido tan gratificante todo lo que está sucediendo en los últimos años, que me siento contentísima de haber puesto en marcha este proyecto.

A quien acude de visita, ¿qué le ofrece?

Ya se ha conformado, con la aportación de artistas que han estado allí creando y enseñando a lo largo del periodo 2013-2016, un itinerario con 32 obras. Se puede hacer el recorrido con cita previa. Cuesta 5 euros, dura hora y media a lo largo de la finca, que es un bosque de montaña. Hay obras que son evidentes al paso, pero otras están mimetizadas totalmente con el paisaje. La señalización es nimia para estimular la capacidad de observación, y huir de los conceptos museísticos.

¿Cómo se conservan en plena naturaleza?

Hay algunas que son efímeras, la naturaleza se las come. Todas quedan documentadas con su guión del proceso, y su creación y su acabado final mediante fotos y videos. Quiero que en el bosque esté reflejado todo: la luz, la forma, el color, los conceptos. La mayoría de las obras de arte sí tienen carácter perdurable. Como ‘El agua recorre tu belleza’, de Carlos de Gredos, reflexión sobre la vida y la muerte, con elementos completamente naturales: surcos de agua y piedra de mármol de una cantera que hay en la finca. Visto desde arriba parece un corazón, y visto desde abajo es una calavera.

¿Qué le aportan los artistas para sacarle de sus casillas y abocarla a nuevos conceptos?

Muchísimo, porque una de sus misiones es revolucionar, reivindicar, emocionar, con sus creaciones, sus pensamientos, sus horizontes. Nos enriquece su forma de vivir un lugar como Valdelarte y crear en él. A mí no me vale que un artista me diseñe una obra y yo coja una furgoneta y me la lleve allí. No, ese no es el concepto de arte y naturaleza. El criterio es que el artista acuda con una propuesta para incidir en una cuestión medioambiental, embelleciéndola, integrando en el paisaje su mirada intelectual, su pensamiento nuevo, su creación de nuevas formas. Eso es maravilloso. Aportan lo que nunca yo hubiera concebido.

Cite ejemplos concretos en Valdelarte.

Magdalena Bachiller ha relacionado cómo, por interés pecuniario, se le quita el corcho a los alcornoques y cómo se despelleja a algunos animales para quitarles la piel y vestirnos. Y tanto los corcheros como los talabarteros utilizan términos similares: ‘hacer el cuello’, ‘hacerle la forma’... Ella, poéticamente, ha forrado un alcornoque con restos de pieles que fueron donadas mediante un llamamiento a través de Facebook. Ha creado un símil sobre el arropamiento que necesita la naturaleza, tanto los árboles como los animales. Siempre han sido vistos por el ser humano para quitarles, no para darles. Otro ejemplo: el ‘Deslinde’ de Lucía Loren. Un doble nudo de piedra seca hecha in situ por ella y por quienes participaron en su taller. Critica el tema de la posesión de la naturaleza. La obsesión por acotar con vallado, con piedras,...

¿Hay otras iniciativas en España?

Está creciendo poco a poco, animados también por ejemplos que vemos a nivel internacional. Se ha creado en la Universidad Politécnica de Madrid una plataforma nacional, El Cubo Verde, para relacionarnos. Allí nos reunimos cada año tres o cuatro veces, compartimos las inquietudes y propuestas.

¿Acuden a Valdelarte grupos de profesores y alumnos?

Sí. Por ejemplo, han ido desde el Instituto de Secundaria Isbilya, de Sevilla. Ya está concertada una actividad con profesores de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca y 50 de sus alumnos. Van a trabajar en Valdelarte los conceptos de arte y naturaleza, y van a hacer allí una intervención artística.

¿Cómo reaccionan los niños o adolescentes ante ese tipo de creatividad artística?

Muy bien. Cuando llegan, no les inculco nada. Les animo a empezar a sentir, a mirar. Y hacen comentarios muy acertados e interesantes. A partir de ahí, les introduzco en las intervenciones artísticas que son menos evidentes, que parten de planteamientos más profundos. Les doy referencias sobre esta conciencia medioambiental, por qué los artistas se ocupan y preocupan por este tema, y qué están diciendo. Hay explicaciones que es ineludible dar porque falta formación sobre el arte contemporáneo.

¿Quienes se califican como ecologistas, se interesan por estas iniciativas de arte y naturaleza?

Muy poco. La mayoría de los ecologistas son muy cuadriculados, trabajan el ecologismo desde el punto de vista de la conquista política. Les hago ver que existen las interrelaciones, y un camino donde estamos todos. Hay que educar la apertura de miras.

¿Cuál es su horizonte?

En 2017 quiero dar el salto a Europa y hacer intercambios con centros de arte y naturaleza. Tan envidiables en su configuración como los de Dinamarca, donde desde hace 30 años los hay en cada comarca, promovidos por el Estado, y utilizados conjuntamente por artistas de todas las disciplinas (pintores, músicos, escritores...) y por los habitantes cercanos. Por ejemplo, una artista sueca va allí y a cambio imparte un taller sobre cestería, y así se relacionan los artistas emergentes y los ancianos del pueblo. Eso es educación e integración. Y fuentes de ingresos mediante economía colaborativa: los productos de la huerta, la obra de arte que está expuesta allí, los vestidos de lana recién elaborados, la cerámica que acaban de producir,... Qué maravilla. Y esa sinergia atrae a más gente de fuera, para ir a conocer la experiencia, y compran. Todo esto entronca con uno de los conceptos en boga: la permacultura, hacer buen uso de los recursos.

¿Está logrando esa integración con la población de Valdelarco?

Es uno de mis objetivos. Colaboro con un grupo de mujeres de edad avanzada, para que la transmisión de sus saberes dé pie a experiencias con artistas. Y ya han comprobado que la gente que llega a Valdearte es interesante y respetuosa. Además, he ofrecido en el pueblo muchas actividades culturales de calidad. Por ejemplo, de la Orquesta de Mujeres Almaclara han ido ya tres veces a dar conciertos. Además, hemos puesto en marcha con el alcalde un proyecto de permacultura con los huertos comunales del pueblo, y que le saquen partido a terrenos que estaban desaprovechados.

¿Puede sustentar su economía doméstica con los ingresos que le aporta Valdelarte?

Vivimos del trabajo que desarrollamos allí en los talleres (son un mínimo de tres días, tenemos capacidad hasta para 14 personas) y en los encuentros artísticos de una semana, y los grupos que van a visitar durante un día. Además, recabo ingresos en otras labores de gestión cultural fuera de allí. Todo lo que gano revierte en el proyecto. Por ejemplo, en Aracena, el propietario del Hotel Galería Essentia, Luis García Catalán, ha creado dentro del hotel una galería de arte, y ha confiado en mí para organizarle cada tres meses una exposición nueva de artistas onubenses.

¿No sería posible crear ‘valdelartes’ en los parques de las ciudades?

Yo lo he propuesto muchas veces en Sevilla. Es muy bueno para crear vínculos entre centros educativos, colectivos de adultos, y artistas. Parques más vividos, compartidos y respetados. Donde los niños, mientras juegan, empiezan a aproximarse al arte. Donde los artistas pueden exponer y vender sus obras. Hay que recuperar en Sevilla el espíritu que tuvo Javier Queraltó desde el Ayuntamiento de Sevilla para revitalizar los espacios públicos, cuando Manuel del Valle era alcalde. Pensemos en el éxito de los huertos sociales en el Parque de Miraflores.

¿Su última acción hasta la fecha en Sevilla?

En las pasadas Navidades, en el Centro Cívico Casa de las Sirenas, una exposición de arte hecho por mujeres, con pintura, fotografía, video,... y la acción más relevante: darle importancia al creciente movimiento que hay en Sevilla de mujeres jóvenes y mayores que hacen punto. Con el colectivo Tejiendo la Ciudad – Urban Knitting Sevilla, elaboraron un belén en el que todas las figuras eran de punto. Fue muy satisfactorio, con señoras de 80 años que se comunican y se convocan a través de Facebook. Y, cuando acudían a la exposición con sus nietos, además de mostrarles el belén, comentaban con ellos otras obras de arte contemporáneo, y me preguntaban para que se las pudieran explicar mejor, y se relacionaban con mujeres artistas. Hay que incidir en esas dinámicas para generalizar la capacidad creativa y normalizar la relación con la cultura. Abuelas con nietos de la mano que se sienten partícipes de eso.

Haga una propuesta para aplicarla en Sevilla.

No comprendo cómo, en Sevilla, con la cantidad de turistas que hay en cualquier momento del año, y con los numerosos edificios relevantes sin uso, no se dedica uno de ellos, como espacio participativo, a artistas jóvenes que expongan y vendan obras pequeñas que los turistas puedan comprar y llevarse. En cualquier metrópoli hay algo así. Y esa carencia está agravada por otra: en los centros de información turística no dan datos sobre los espacios privados y alternativos de arte. Yo he hecho la prueba. Me he hecho pasar por turista aficionada al arte, acudo al mostrador, pregunto, y solo me dan información sobre los museos de titularidad pública. Y cuando digo que quiero referencias sobre los privados, no saben.

¿Qué modelo de gestión cultural sugiere incorporar?

Por ejemplo, el National Endovements for the Art, de Estados Unidos, donde está bien resuelto que los profesionales con criterio baremen los proyectos artísticos en convocatorias abiertas, con el fin de elegir y destinar fondos a los mejores. También hay que fijarse en Holanda y cómo las organizaciones de artistas han logrado acordar que los gobiernos establezcan baremos para que los artistas tengan viviendas y estudios donde trabajar, así como jubilación.

A su juicio, dígame un fallo endémico de las políticas culturales.

En España se confunde ocio y cultura. Desde la política se ha pervertido y se ha optado por una cultura del ocio, pero el ocio no es cultura. Eso favorece aborregar, que nadie se salga de los parámetros. ¡Cuánto dinero público se da en barrios y pueblos para montar fiestas y velás! No, señores, las fiestas se las tienen que pagar quienes las disfrutan. Y el dinero público ha de consolidar el impulso de los valores materiales e inmateriales de la cultura.

Usted también ha ejercido responsabilidades políticas, fue edil en Morón.

Sí, de 1988 a 1991, en una candidatura de Izquierda Unida que ganó las elecciones, derrotando a la esposa del conde de la Maza. Yo era la segunda en la lista, casi todos muy jóvenes, como Pedro Luis Vázquez, que fue el alcalde. Trabajamos con enorme entusiasmo, yo dedicaba 12 horas al día (en mi cometido se incluían los temas de Cultura, Servicios Sociales y Educación). Y cobrábamos muy poco, solo 30.000 pesetas. Sinceramente, creo que la labor de todos revitalizó el pueblo. Por otro lado, nos tocó vivir el gran hito de la primera Guerra del Golfo, con la base aérea de Morón utilizada de modo predominante para la escala de los bombarderos B52. Fuimos a La Moncloa para entrevistarnos con Felipe González y exponer el enorme peligro para la población.

¿A partir de entonces no intentó hacer carrera en la política?

No, creo que es positivo que cualquier ciudadano se involucre durante cuatro años en la gestión pública, y después vuelva a su profesión. Me sentí muy contenta de lo que poníamos en marcha, pero empecé a ver la parte oscura de la política. Hacer mal uso del poder, creerte que eres alguien con derecho a prebendas y privilegios, olvidar que estás al servicio de los ciudadanos y no al servicio de un partido, los codazos de los compañeros de partido, empezar a recibir comentarios del tipo “si me consigues esto, te doy...”.

¿Qué recomienda para sanear lo que usted llama ‘la parte oscura’?

Higiene democrática evitando que muchas personas estén décadas siendo recolocadas por los partidos en los estamentos públicos, dando vueltas y más vueltas como protegidos. No, usted está cuatro u ocho años, y después se intenta ganar la vida en la calle con su profesión. Si eso no ocurre, el sistema se corrompe. Así estamos, enfangados, con las estructuras mal planteadas desde primera hora. También en la cultura: “Tú eres mi amiguito y te cojo...”. Dicen que trabajan para la cultura y, en realidad, trabajan para el circo social que el sistema requiere. Toparme con eso durante muchos años hizo decidirme a cambiar totalmente.

¿Cuál es ahora su utopía por alcanzar?.

Tener en Valdelarte a Nils Udo, el creador más importante de arte y ecología. De una poética maravillosa. Admirado e influyente en todo el mundo.

¿Qué frase expresa mejor ahora su propia peripecia vital?

Ésta: “Me hace falta otra vida, ¡hay tanto que aprender!”