Monstruos, muertos y demás misterios

Catálogo de hechos insólitos. Los amantes de las rarezas no se aburren en la Catedral

10 mar 2017 / 07:00 h - Actualizado: 09 mar 2017 / 17:52 h.
"Temas de portada","La Catedral, insignia de Sevilla"
  • Labores de limpieza del famoso lagarto de la Catedral en el verano del año 2003. / El Correo
    Labores de limpieza del famoso lagarto de la Catedral en el verano del año 2003. / El Correo
  • Monstruos, muertos y demás misterios
  • Las hechuras descomunales de la Catedral tienen una lectura ocultista. / Txetxu Rubio
    Las hechuras descomunales de la Catedral tienen una lectura ocultista. / Txetxu Rubio
  • Las santas que sujetan la Giralda. / El Correo
    Las santas que sujetan la Giralda. / El Correo

Eso de que haya dos santas sujetando la Giralda como si se la fueran a quitar no es ningún capricho del arte. Bueno, un poco sí que lo es, pero tiene su explicación: es para que no se venga abajo. Sabido es que el desplome de la torre viene a equivaler para el común de los sevillanos a la catástrofe más gorda que pueda acaecer: ¡Y esta tarde me echo yo una siesta de tres horas así se caiga la Giralda!, exclama el paisano reventado. Pero lo cierto es que hubo un día en que Sevilla estuvo a punto de quedarse sin siesta, y ese día fue el 5 de abril de 1504, Viernes Santo, en que un seísmo brutal con epicentro en Carmona se quedó a un pelo de reproducir con calamitosas consecuencias el terremoto de la muerte de Jesús. La Giralda no se cayó (tampoco el 1 de noviembre de 1755, cuando el horrendo terremoto de Lisboa). Por eso las santas alfareras Justa y Rufina aparecen de semejante manera: porque se atribuye a su protección el que aquello siguiera en pie, algo supuestamente milagroso, dado el meneo.

La Catedral acopia misterios, leyendas y curiosidades para aburrir. Lo anterior es solo uno de esos rasgos folclóricos que la adornan y la mitifican; un privilegio sobrenatural que viene a ser una especie de certificado de calidad. El más importante de todos esos elementos enigmáticos tiene que ver con las propias hechuras del edificio por la intervención en ellas de los masones. La Catedral, en efecto, es un manual de ocultismo por el número y los nombres de sus puertas, por el pentáculo que se dibuja entre ellas, por el recorrido iniciático que permite hacer en su interior, por la simbología abundantísima de sus relieves y esculturas de Lorenzo de Mercadante, un personaje novelesco y misterioso a más no poder, al que se deben muchas de esas lecturas ocultas a los ojos de los profanos.

Tiene la Catedral su monstruo, un lagarto de palo colgando del techo junto al Patio de los Naranjos. Es el recuerdo de una visita ilustre: la del sultán de Egipto, en el siglo XIII, de la que quedan también unas bridas de jirafa y un colmillo de elefante. Lo que podría hacer un escritor de superventas con un bicho así y su conexión con el germen mismo de lo oculto, Egipto, es algo que está por explotar editorialmente. Ya de paso, podría escribir sobre los fantasmas del templo, repleto de muertos de postín (empezando por Cristóbal Colón). Hay relatos sobre apariciones en la Catedral que hielan la sangre. Algunos hablan de una dama ataviada con una capa y relacionada con la Virgen de los Reyes, otros coinciden en señalar al cardenal Cisneros como el espectro más solvente de cuantos pueblan el lugar. Al parecer, el religioso dejó mandado que sus restos reposaran en Sevilla, pero lo enterraron en Alcalá de Henares. Y lleva desde 1517 manifestándose en espíritu, quién sabe si para hacer notar ese incumplimiento, que se subsane y alcanzar de ese modo el descanso eterno, que ya es hora.

Símbolos los hay a porrillo, no solo masones. Lo son las cadenas que la rodean, y que representan el límite de la jurisdicción civil, por lo que un fugitivo podía refugiarse en el templo invocando el derecho de asilo y no le pasaba nada. En teoría, claro. Si luego entraban a por él y le daban matarile, la leyenda no tiene nada que decir porque eso ya no es asunto suyo, sino de la fenomenología de lo real. Y entre lo uno y lo otro sí que hay una cadena de las gordas.