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Morir para multiplicar la vida

Dos años después de que la familia de Antonio Jesús Maestre salvara a ocho personas con la donación de sus órganos, su madre se convence más: «Mi hijo vuela por todas partes, como a él le gustaba»

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
17 oct 2016 / 07:00 h - Actualizado: 17 oct 2016 / 19:42 h.
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  • María Romero es la madre de Antonio Jesús Maestre con cuyos órganos se salvaron hasta ocho vidas. / A.R.
    María Romero es la madre de Antonio Jesús Maestre con cuyos órganos se salvaron hasta ocho vidas. / A.R.

«Me dijeron muerte cerebral y yo no lo entendía», dice ahora María Romero, la madre de Antonio Jesús Maestre, el chico de 17 años que sufrió un accidente de ciclomotor en Los Palacios el 10 de octubre de 2014 y cuyos órganos sirvieron para salvar la vida, o mejorarla, de ocho personas. Del descarnado aturdimiento de aquella madrugada, ella había de imaginarlo todo después, como se lo contaron, porque la memoria emborronada es un antídoto contra la desesperación, y doce horas es un tiempo ridículo para tomar decisiones trascendentes. La telefonearon cuando su hijo yacía en un cruce del pueblo, al filo de una acera, de las doce de la noche y de la vida, a punto de desaparecerle; la volvieron a telefonear cuando ella acudía imaginando un desastre pero no tanto, para que se fuera al hospital; y ella ya no quiso telefonear a nadie, ni al resto de la familia, porque conservó la apretada esperanza de que su niño iba a salir de la UCI, «porque estaba tan bien, sin un rasguño, solo entubado y con el termómetro puesto», recuerda la imagen aislada en la negritud de aquellas horas. Luego el ir y venir de los médicos, su profético desconsuelo, la soledad de ella y su marido, repartiendo el escozor inhumano por los rincones del hospital de Valme. A mediodía se lo confirmaron: «Muerte cerebral, pero yo no lo entendía». O no lo quiso entender: le pareció un tecnicismo menos grave que la muerte a secas, sin anestesia. Y a continuación, la pregunta de si querían donar sus órganos.

«La primera respuesta fue que no», reconoce ahora. Pero le cuentan que ya por la noche firmó la documentación del sí, el gesto mínimo para que la vida de su hijo –gracias a la gestión del doctor José Pérez Bernal, coordinador de trasplantes de Sevilla–, en el match point del último latido, empezara a multiplicarse. «Se aprovechó todo, y las córneas de los ojos de mi hijo siguen viendo en otra persona, y sus pulmones respirando, y su corazón latiendo, y algunos de sus huesos, y hasta sus tejidos; así que él sigue viviendo, volando por todas partes, como a él le gustaba», cuenta esta mujer sobrepuesta «al dolor más grande que puede sentir una persona, porque qué no hubiera dado yo por ir en esa vespa en vez de él». «Como soy creyente, pienso que su alma vive, y su cuerpo también, aunque repartido, y que algún día nos volveremos a reunir. Lo único malo es que ahora mismo no lo tengo», asegura.

No quise una muerte inútil

Una médica la convenció definitivamente en aquellas horas de estrés desamparado. «Me dijo que si no donaba sus órganos, su muerte sería inútil, y eso me conmovió», recuerda. «Y luego me preguntó que qué hubiera decidido él, y ya no me pudo caber duda, porque él era todo entrega con los demás».

El pasado lunes, en el segundo aniversario de su ida, un grupo de amigos le llevó un ramo de flores rojas al cementerio local. «Hay gente que dura cien años y pasa por la vida sin que nos demos cuenta, pero de mi hijo, que solo vivió 17 años, no se olvidarán porque fue un héroe», dice María, y añade: «Yo no sabía que tenía tantos amigos hasta el día del entierro».

En casa hay tantos retratos de él y se le menciona tan a diario que su sobrina, ahora con cinco añitos, pregunta a menudo: «¿Cuándo va a venir el tito Jesús?». María lleva un retrato de Antonio Jesús colgando de una cadena. «No me lo quito ni para ducharme, ni para dormir», asegura tras indagar en tantos significados como encuentra dos años después. «A veces pienso que vino a la vida para salvar a los demás. Da la casualidad de que él se llamaba Jesús, y los otros dos muchachos implicados en el accidente también. Y yo me llamo María».

Dedicada a concienciar

María Romero integra un grupo palaciego dedicado a «concienciar a los demás sobre la importancia de hacerse donante de órganos». No forman una asociación todavía, aunque sí se integran en la de Trasplantados Hepáticos de Sevilla. La Asociación Andaluza del mismo nombre le entregó el pasado 3 de junio el XVI Premio Calidad de Vida con motivo del Día Nacional del Donante de Órganos y Tejidos. El grupo palaciego, liderado por Juan Carlos Rodas trasplantado de hígado hace nueve años, visita colegios, asociaciones y hospitales para «convencer a todo el mundo de la importancia de la decisión, tan dura, si llegase el momento», dice María, erigida en «portavoz de todas esas familias que han hecho lo mismo que yo pero no lo cuentan». «Yo lo hago porque lo necesito, y porque creo que también sería inútil para todos no hacerlo, pese a que alguna gente me critique achacándome que yo busque protagonismo», explica. «Ahora valoro mucho más la vida, cada instante. Cuando riego las plantas en el campo, veo caer el agua sobre mis pies y me sorprende que antes no me fijara en que por ahí corre la vida misma».