Opciones muy diversas pero todas válidas

Cada modelo de familia tiene sus circunstancias, sus ventajas e inconvenientes. Es cuestión de querer

14 may 2017 / 12:53 h - Actualizado: 15 may 2017 / 12:00 h.
"Sociedad","Día de las Familias"

El modelo de familia tradicional nuclear, con un padre, una madre y uno o varios hijos, hace tiempo que quedó superado por la realidad cada vez más cambiante ante la que no cabe otra que adaptarse: hoy día cada vez es más frecuente encontrar familias homosexuales, monoparentales, ensambladas, extensas, de hecho y hasta matrimonios de fin de semana.

Y la misma consideración merece la familia en la que convive una pareja sin hijos que la numerosa con varios hijos. De esa diversidad de posibilidades dan fe las historias que se recogen en estas tres páginas, así como de las ventajas e inconvenientes que puedan derivarse del modelo de familia en cuestión. Y es que, en definitiva, el secreto para que la convivencia en el hogar resulte fácil y satisfactoria reside en que se derrochen «muchas dosis de respeto y generosidad», como afirma con tino uno de los protagonistas.

Las dificultades, que van a surgir siempre, antes o después, se podrán superar con la buena voluntad de todos los miembros de la unidad familiar, aunque las circunstancias actuales lleven a la necesidad de ampliar y mejorar las ayudas que destinan las administraciones a las familias, pues todas ellas las consideran insuficientes sea cual sea el modelo.

Agradecimiento a Andafam (Asociación Andaluza de Familias Monoparentales) y Fanuse (Familias Numerosas de Sevilla) por la colaboración en el contacto con las familias que aparecen.




Monoparental /
Elizabeth tuvo a su hija Eva hace cinco años por reproducción asistida. Ambas viven solas y no necesitan a nadie más

«MI HIJA NUNCA VE DISCUSIONES EN CASA Y ESO ES UNA VENTAJA»

Elizabeth y Eva conforman una feliz familia monoparental en la que la ausencia de la figura paterna no es echada en falta. «No quiere ni que tenga novio, ni tampoco un hermano, me quiere sola para ella», bromea la madre refiriéndose a su pequeña de cinco años, a la que tuvo en Huelva porque Eli es maestra y en aquel momento trabajaba en Isla Cristina.

«Cuando saqué la plaza en 2009 me puse la meta de ser madre porque no quería tener complicaciones. Con 31 años estuve mirando clínicas de reproducción asistida en Sevilla y Huelva», donde por fin dio con la adecuada (Fertimed). «Me quedé embarazada a la primera inseminación, tuve mucha suerte», explica. Una vez dio la a luz, los comienzos fueron «difíciles porque vivía en un pueblo y había comentarios, pero por parte de mi familia fue muy sencillo y en el colegio también me dieron facilidades», relata esta madre soltera porque «venía de una relación larga y no encontraba a nadie y no quería esperar más ni tener un hijo con cualquier persona».

Por fin, hace unos años Elizabeth se trasladó con su pequeña a Sevilla, a Las Galias, donde viven cerca de sus padres. Pero surgió otro problema: «Me dieron plaza definitiva en un centro de adultos en Torreblanca y trabajaba por la tarde. Imagínate la conciliación familiar que tenía, todas las tardes mi hija se tenía que quedar con mis padres. Estuve tres años luchando, fui al Instituto de la Mujer, a la Delegación de Educación... nadie me daba una solución y hasta cogí una depresión. No sé qué habría hecho si no hubiera tenido a mis padres ahí para ayudarme», reconoce.

Pero su suerte cambió. «El año pasado presenté un proyecto para trabajar en el Polígono Sur y ahora estoy mejor». Da clases de Inglés en el colegio Paz y Amistad, en un entorno complicado. «Yo comparo la vida de mi hija con la de mis alumnos (tiene muchos que viven sólo con sus madres, pero por circunstancias distintas) y sólo le veo ventajas: mi niña no ve discusiones en casa, su educación la llevo yo sin tener que consensuar con nadie. La veo feliz, risueña...».

Al ser madre soltera «hay que controlar los gastos para hacer frente a la hipoteca, la niña, etc.», y Eli sabe que tiene un reto arduo: «Te lo comes tú todo, estoy siempre cansada porque tengo que llevar adelante la casa, la niña, el trabajo...». Pero con todo, lo tiene claro: «Si tuviera fuerzas y dinero, me gustaría tener otro hijo, aunque el segundo querría que fuera por adopción y a las monoparentales nos lo ponen muy difícil», explica antes de lamentar que este tipo de familias no tienen «nada de ayuda, y menos siendo funcionaria. Por ejemplo, cuando apunté a mi hija en una guardería era la segunda que más pagaba». Sobre el futuro, Eli dice que «aunque me casara, a mi hija jamás le cambiaría mis apellidos (Cobo Garzón). Sabe de dónde ha venido porque se lo expliqué desde muy pequeñita».




Homosexual /
Estefanía y Lidia conforman una familia «normal y corriente». Y feliz tras ampliar con la llegada de una tercera fémina

«ME HAN OBLIGADO A CASARME PARA QUE MI HIJA LLEVE MI APELLIDO»

Estefanía García y Lidia Ojeda se conocieron hace ya más de una década. «Yo tenía 18 años entonces y ambas trabajábamos en el Telepizza», recuerda la primera, de 30 años, que lleva adelante un negocio familiar de pescadería, mientras que su pareja, de 33, es auxiliar en una clínica.

Ambas constituían «desde hace unos cuatro o cinco años» una pareja de hecho, pero las circunstancias han cambiado en los últimos meses y por una razón que les hace muy felices, la llegada de su hija Úrsula a finales de 2016 después de un proceso en el que «le colocaron un óvulo mío fecundado in vitro a mi pareja, de manera que genéticamente es mía pero es ella la que la ha parido. Lo hicimos así para que tuviera algo de las dos», razona Estefanía mientras cuida de su pequeña. «Ahora el día 18 cumplirá los siete meses», cuenta ilusionada esta sevillana, que sin embargo se muestra menos entusiasmada al referir las trabas que han tenido que superar por el mero hecho de querer ser madres. «A raíz de tener la niña hemos tenido muchos problemas porque no me dejaban ponerle mi apellido y hemos optado por casarnos porque si no, me tenía que meter en juicios y yo no quería esos jaleos». Así que desde el pasado 27 de abril son matrimonio. «Todavía estamos esperando la resolución del juez, que debe llegar antes de un mes. De momento, tenemos dos libros de familia: uno Lidia y yo y otro suyo con la niña, que tendremos que reunificar luego», explica.

Una vez que se solvente ese trámite, espera que todo esté solucionado, porque «a una pareja heterosexual no le habrían puesto ningún problema y a mí me han obligado a casarme. Las leyes no están preparadas para estos casos que cada vez son más habituales», se lamenta Estefanía, que no ve por lo demás que su familia sea muy distinta de la tradicional: «Diferencias no creo que haya ninguna. Aparte de esos problemas, gracias a dios no hemos tenido ninguno ni en lo laboral ni con la familia o las amistades, somos una familia normal y corriente». En cuanto al reparto de responsabilidades, «las dos trabajamos, así que también las dos nos ocupamos de la limpieza, de la comida, de la niña...», con cierta ayuda a veces: «Las dos abuelas están jubiladas y podemos contar con ellas», aunque en septiembre tienen previsto que Úrsula entre en la guardería: «Ya tendrá un añito y así le damos un respiro a las abuelas, ella interacciona con otros niños y nosotras tenemos tres horitas para limpiar, comprar... que ahora es complicado», admite Estefanía, que cuenta que la familia no tiene ayudas económicas «más que la de 100 euros al mes que le dan a Lidia como madre trabajadora».




Numerosa /
Juan Pablo, Marta y sus cinco hijos de edades comprendidas entre los 12 y los 4 años son una familia amplia pero bien organizada, con tiempo para todo

«REALMENTE NOS RESULTA MÁS FÁCIL Y EFICAZ EDUCAR A CINCO HIJOS QUE A UNO»

Hoy día ya no resulta tan habitual encontrar familias de siete miembros como la que conforman Juan Pablo, Marta y sus cinco hijos (Juan Pablo, Manolo, Paloma, Marta y Javier), con edades comprendidas entre los 12 y los cuatro años. Pero esta pareja no tuvo dudas: «Desde que éramos novios, nos hacía ilusión tener familia numerosa. Pensamos que la educación se hace más fácil, eficaz y divertida. Estas decisiones hay que hablarlas en el noviazgo», asegura Marta, que trabaja en un centro de enseñanza de 8.30 a 15.00 y una tarde, mientras él es economista autónomo y tiene un despacho profesional que atiende hasta las 18.30. «Ambos tenemos flexibilidad horaria y a veces tenemos que trabajar más, pero nos organizamos para que uno de los dos pueda atender las necesidades de los niños, sin menoscabar el desarrollo profesional», eso sí con ayuda doméstica tres horas al día.

Las responsabilidades se reparten entre todos los miembros de la familia, incluidos los hijos: «Juan Pablo lleva los niños al colegio y yo los recojo. Por las tardes me quedo en casa para ayudarles en las tareas, y estar con ellos. Suelen acostarse a las nueve, lo que me permite acabar lo pendiente. Nuestros hijos tienen pequeños encargos que van rotando, desde limpiar los zapatos del cole hasta recoger la cena. A veces nos resulta más fácil y rápido hacerlo nosotros, pero así ellos cogen el hábito de pensar en los demás y aprenden cosas». Y padre y madre colaboran por igual: «Tanto Juan Pablo como yo hacemos cosas de la casa, los dos ponemos lavadoras, tendemos, cocinamos, etc. Aunque a mí me gusta planchar y a él la cocina», explica Marta.

Con este esquema, el ocio se reserva generalmente para los fines de semana: «Aprovechamos para hacer excursiones, nos encanta montar en bici y hacer deporte. Además nos gusta ir a ver a los abuelos y estar con ellos un rato». Y todavía tratan de alcanzar más objetivos: «También intentamos buscar un momento para cada hijo y así nos cuenten sus cosas y nosotros procuramos hacer nuestras escapadas, ya sea dar un paseíto comiendo pipas o irnos a tomar una tapita».

Si bien en la actualidad la mayoría de parejas tiene dos hijos como mucho, ellos no encuentran más difícil llevar adelante una familia amplia, es cuestión de organización: «La mayoría de la gente nos da la enhorabuena, realmente nos resulta más fácil educar a cinco que a uno, siempre he dicho que uno ata, dos desata y a partir de tres tarifa plana», bromea Marta, que recuerda algún episodio chocante: «Una vez iba Juan Pablo con los cinco por la calle y un chino le paró para hacerle fotos, casi le firma un autógrafo, ahí nos dimos cuenta que efectivamente no es habitual».

Las ayudas a familias numerosas no son nada del otro mundo a su parecer: «Prácticamente no tenemos ninguna. Se debería fomentar más con incentivos económicos, apoyos fiscales, etc. También a las empresas, para introducir medidas que concilien la vida laboral y familiar».



Reconstituida / Zahira y Jorge tienen cada uno dos hijos de sus matrimonios anteriores. Los seis, aunque no siempre conviven juntos, son una familia ensamblada

«LO PEOR ES LA LOGÍSTICA, LO DEMÁS SE SOLVENTA CON CARIÑO Y GENEROSIDAD»

En casa de Zahira y Jorge unos días conviven seis, otros son cuatro «pero no siempre los mismos cuatro» y a veces «tenemos momentos de novios y estamos solos». Es el resultado de que ambos aporten a esta nueva relación dos hijos cada uno de sus respectivos matrimonios previos. Niños cuya custodia comparten con sus exparejas, en el caso de ella en régimen alternándose por semanas y en el caso de Jorge, sus hijos viven habitualmente con la madre pero pasan fines de semana alternos y la mitad de todas las vacaciones con él además de una tarde a la semana.

«Es un trasiego de calendario. Sólo en las vacaciones coincidimos siempre los seis, porque por casualidad, nuestros convenios reguladores coinciden y los dos tenemos a los niños en la misma parte de las vacaciones de Navidad, en Semana Santa y en verano, pero es casualidad», explica Zahira. Asegura que los cuatro pequeños «tienen clarísimo con quién están en cada fiesta y saben perfectamente el ciclo que siguen».

Sus hijos tienen 8 y 5 años y los de Jorge 9 y 5 años. De hecho, los dos pequeños han sido hasta hace poco compañeros de clase. «Eso facilitaba mucho porque tenían los mismos horarios, el mismo círculo de amigos y pare ellos estar juntos era algo natural antes de vivir juntos», relata. Con todo, asegura que también los mayores de ambos han vivido la transición a la nueva estructura familiar (que recibe el nombre de reconstituida o ensamblada) de forma «paulatina y muy natural». Reconoce que en eso influye mucho la edad porque «no es lo mismo enganchar en esta dinámica familiar a un adolescente que a un niño que se ha criado así». En su caso, todos eran pequeños cuando ambos se separaron. «El mío de 5 años tenía dos, él no recuerda haber vivido con papá y mamá juntos. El mayor tenía 5 años y con el tiempo sí me ha preguntado cosas y yo siempre les he explicado la verdad, a los niños no hay que mentirles ni disfrazarles la realidad», subraya. Asegura que ella trata a los hijos de Jorge como si fueran suyos y siente que su pareja hace lo mismo con sus hijos.

Para Zahira, en estas familias «el equilibrio es complicado pero no tanto cuando la gente tiene inteligencia emocional y es generosa. Lo peor es la logística. Lo demás –la convivencia, cómo se llevan los niños o la relación con los ex– se solventa con cariño y generosidad». «Hacen falta muchas dosis de respeto y generosidad» afirma. Los problemas surgen cuando un progenitor toma decisiones «unilaterales» porque aunque lo que compete a cada niño lo acuerdan sus progenitores, «afecta al resto de personas que conviven con ellos».

«Al final se comparte la vida y ninguno tomamos decisiones importantes sobre nuestros hijos sin contar con el otro progenitor pero las comentas con tu pareja porque afecta a la organización y creo que es fundamental porque al final es una crianza en dos familias», dice. Y considera «egoístas» a quienes no les gusta que otros den cariño a sus hijos porque piensan que les van a dejar de querer. «Para mí el amor nunca divide, siempre multiplica y pienso que cuanta más gente quiera y cuide a mis hijos mejor».

Extensa / Reyes y sus dos hijos viven con la abuela de éstos y así ha sido tanto cuando ha estado casada como ahora, que está separada

«SUPONE MUCHÍSIMA AYUDA PERO TAMBIÉN FALTA INTIMIDAD»

Los hogares en los que conviven la pareja con sus hijos y los padres de uno de los dos –abuelos de los niños– eran muy habituales hace décadas en España y la crisis económica ha vuelto a reunir a este tipo de familias extensas por necesidad. No es estrictamente el caso de Reyes Roldán, que al ser hija única y de madre soltera siempre ha convivido con su madre por aquello de no dejarla sola y con la suerte, reconoce, de que para ninguna de sus dos parejas (padres de sus dos hijos) les supuso un problema sino que lo vieron como algo natural. «Quizás por ser extranjeros –su primer marido es nigeriano y el padre de su segundo hijo marroquí– lo consideraban normal, en sus culturas se entiende que los hijos no dejen solos a los mayores y cuiden de ellos», relata Reyes, que curiosamente reconoce que al revés «a mí me hubiera costado más aceptarlo».

El caso es que cuando Reyes se casó con su primer marido, el matrimonio se quedó viviendo en casa de su madre, incluso tras nacer su hija mayor, Teresa. Al separarse, ella y la niña permanecieron en el domicilio. Con su segunda pareja, padre de Adán, la familia se trasladó a vivir a Motril (Granada) y su madre se fue con ellos, aunque conserva su casa de Sevilla y a veces va y viene. Reyes se ha separado recientemente de su segunda pareja y actualmente sigue viviendo en Motril con su madre y sus dos hijos «aunque ahora que Teresa ya es más mayor, quizás mi madre pase temporadas más largas en Sevilla ya que se puede valer por sí misma».

Y es que reconoce que con los niños y la casa, tener a su madre viviendo con ellos ha supuesto «muchísima ayuda» sobre todo logística pero también, reconoce, en circunstancias económicas complicadas contar con la pensión de ella les ha permitido tirar hacia delante. Pero las ventajas también conllevan inconvenientes, principalmente «la falta de intimidad y que parece que tienes que dar explicaciones por todo». De hecho, al echar la vista atrás, a Reyes le pesa no haber vivido nunca sola y totalmente independiente. Y supone que su madre «también echará de menos tener su espacio».

En cuanto a la crianza y educación de los hijos, reconoce que su madre «tiene muy claro que la madre de los niños soy yo y la que pongo las normas soy yo. No los malcría, al revés, es más estricta a veces que yo, pero me lo dice a mí para que yo les riña o esté vigilante, no se lo dice a ellos directamente». Para sus hijos vivir con la abuela en casa también es natural. «Muchos de sus amigos no viven con sus abuelos pero pasan mucho tiempo con ellos y comen e incluso duermen en sus casas por los horarios de trabajo de los padres», alega.