«Preferiría ser menos experto y mucho más joven»

Aniano Bobis, director territorial de Zúrich Seguros. Los leoneses de Sevilla distinguen a un paisano que dejó atrás la mina, pero no su memoria ni su dura impronta

28 ene 2017 / 21:36 h - Actualizado: 29 ene 2017 / 17:05 h.
"Entrevista"
  • El director territorial de Zúrich Seguros, Aniano Bobis, en las instalaciones de la compañía con ocasión de esta entrevista con El Correo. / Fotos: Jesús Barrera
    El director territorial de Zúrich Seguros, Aniano Bobis, en las instalaciones de la compañía con ocasión de esta entrevista con El Correo. / Fotos: Jesús Barrera
  • Homenaje al berciano Aniano Bobis González, director territorial de Zurich Seguros, al que se le ha entregado la ‘Pulchra Leonina’. / Jesús Barrera
    Homenaje al berciano Aniano Bobis González, director territorial de Zurich Seguros, al que se le ha entregado la ‘Pulchra Leonina’. / Jesús Barrera
  • Homenaje al berciano Aniano Bobis González, director territorial de Zurich Seguros, al que se le ha entregado la ‘Pulchra Leonina’. / Jesús Barrera
    Homenaje al berciano Aniano Bobis González, director territorial de Zurich Seguros, al que se le ha entregado la ‘Pulchra Leonina’. / Jesús Barrera
  • Foto de familia en el homenaje al berciano Aniano Bobis González, director territorial de Zurich Seguros, al que se le ha entregado la ‘Pulchra Leonina’. / Jesús Barrera
    Foto de familia en el homenaje al berciano Aniano Bobis González, director territorial de Zurich Seguros, al que se le ha entregado la ‘Pulchra Leonina’. / Jesús Barrera
  • Homenaje al berciano Aniano Bobis González, director territorial de Zurich Seguros, al que se le ha entregado la ‘Pulchra Leonina’. / Jesús Barrera
    Homenaje al berciano Aniano Bobis González, director territorial de Zurich Seguros, al que se le ha entregado la ‘Pulchra Leonina’. / Jesús Barrera

La palabra que más veces pronuncia Aniano Bobis es dureza. No hay que extrañarse: es leonés, una condición que ni siquiera 24 años de vecindad en Sevilla logran diluir. Si acaso, decorar con flores. «Tengo dos imágenes grabadas que resumen los años de mi infancia allí», recuerda, con acogedora voz de locutor que hablase a una sola persona a horas intempestivas. «Una es la salida de los mineros de la mina, negros totalmente, solo se les veían los ojos, cansados, y esas caras envejecidas por la silicosis. En aquellos tiempos, ninguno de salvó de ella. Tengo tíos que fallecieron con treinta y muy pocos años por la silicosis, y un padre al esta enfermedad le marcó la vida. Esa imagen es imborrable. Y luego, una foto fija que siempre llevo en mi mente es que los mineros, cuando salían de trabajar allá por el año 65, entraban en un lugar que tenían habilitado para lavarse y cambiarse de ropa. El ver colgados en aquel recinto tan grande las ropas, las botas, los monos de los mineros... se me asemejaba a un campo de concentración, a algo duro. En el fondo es una imagen tierna también, pero muy profunda. De aquella tierra recuerdo muchas cosas: sus nieves, esos mineros haciendo los caminos para que los habitantes, los chiquillos y las mujeres pudieran circular en esos días que no entraban en la mina cuando nevadas de un metro y medio nos impedían el paso a cualquier sitio. Y eran ellos, antes de entrar a la jornada o en la propia jornada. Abrían caminos para la gente».

Sin la menor duda, el director territorial de Zúrich Seguros en el Sur y Canarias volverá a enfrentarse hoy a ambos recuerdos cuando el presidente de la diputación de León, Juan Martínez Majo, le entregue la Pulchra Leonina, la preciada distinción con que los leoneses sevillanos homenajean anual y solemnemente a sus paisanos más queridos con ocasión de los festejos que por estas fechas organizan en la ciudad. «No sé si por destino o por casualidad nací en Fabero, en pleno Bierzo», explica Bobis. «Mi familia es toda leonesa. Mi padre era de Llanos de Alba, una localidad próxima a León, y mi madre también era de la cuenca minera. Estamos alrededor de la mina. Eso determina el carácter. La gente es gente recia, dura, fuerte. Es una gente especial. Y tierna en el fondo. Se oculta el sentimiento. La vida ahí fue dura. El minero jugaba cada día con su vida. La entrada en la mina es complicada, es grisú, el grisú traicionero que con las pocas medidas de ventilación de entonces con una sola chispa explotaba. Era un desastre. Muertos y más muertos», dice, y su voz se agrava, más por sentido de la épica y por respeto a la memoria que por mera melancolía, que es una dolencia que asegura no padecer. «La mía es una familia minera. El primer minero que recuerdo importante es mi padre. Era empleado en la minería. Primero, en Fabero, que por eso debí de nacer allí, y después se incorporó en una de las cuencas mineras más fuertes. Y luego ya se trasladó a la zona de la Laciana y yo ya me crié en Villaseca, donde desarrollé mi infancia. Yo soy del 6 de enero del 54, una fecha señalada. Creo que fue la última vez que mi madre escribió a los Reyes».

Aniano, heredero del nombre del padre –«probablemente solo nos llamáramos así nosotros dos en toda la comarca»–, era el menor de tres hermanos. «Con 18 años no cumplidos entré en la mina. En mi currículum pone que mi primera profesión fue ayudante de minero. Ya se encargó mi padre de echarme de allí, sí. La obsesión de mi padre era que nos fuésemos cuanto antes de la cuenca; no quería vernos allí más que de vacaciones. Pero lo cierto es que ser minero en León debería ser obligatorio. En Laciana o en el Bierzo, lo primero que debías palpar en tus huesos era la mina. La vida allí fue dura, pero no por eso dejó de ser una vida bonita y alegre. Luego hay que tener en cuenta que vinieron unos años de auge de la minería en que compañeros del colegio y el instituto optaron por la minería y consiguieron unos ingresos que en aquellos momentos a lo mejor eran más importantes que empezar una carrera y labrarse un futuro. Fueron años de auge importante, hubo que importar gente de otros países, de Cabo Verde, para la minería, porque a los hijos de los mineros de siempre nuestros padres nos echaban de allí». En efecto, el padre le dijo que se fuese a estudiar. Y no solo a él. «Los tres hijos nos fuimos fuera. Mi hermana estudiaba en Ponferrada, mi hermano en Burgos y yo en Madrid. Siempre digo que mi madre debía de ser ministra de Economía de la época aquella porque con 5.000 pesetas que ganaba mi padre nos dio los estudios a los tres hijos fuera de la cuenca. Esto lo valoro mucho. Mi madre lo entregó todo».

«Mi vocación era Medicina. Podría haber sido un médico frustrado. Lo que pasa es que yo entonces pertenecía al distrito universitario de Oviedo y no me concedieron el traslado y por este motivo empecé otra carrera. Estudié Agrónomos, y hoy no distingo la cebada del trigo tras ser asegurador durante cuarenta años». También podría haber sido poeta, de haber insistido. compuso una canción precisamente a los mineros, y se la cantó un conjunto asturleonés llamado Almas unidas. Aunque fue su única incursión en la lírica de puertas afuera, la escritura era una fiel compañera en los años madrileños, fuera del calor del hogar familiar. «Me inspiran poemas las cosas de la vida. Las cosas que pasan desapercibidas, principalmente. Un niño, un señor mayor, un dibujo, un atardecer, cualquier cosa que en un momento determinado te produce un sentimiento y te hace coger un papel. Me gustaba escribir en el Café Gijón en Madrid. No era mal sitio para escribir. Escribía en cualquier papel, en cualquier servilleta. Ya sé que detrás de un hombre aparentemente tan bruto y tan rudo como yo pues no pega la poesía, pero sí la hubo».

Tiempos gloriosos, dice, los de universitario en Madrid. «Allí viví los años convulsos de los últimos estertores del franquismo. Aquello fue importante. En mi primera visita a la facultad, la primera, con estrenados 18 años, los grises a caballo hicieron blanco conmigo. Aquello produjo dos efectos: el primero, preguntarme qué hago yo aquí. El segundo me invitó a luchar por cuanto estaba ocurriendo en aquel momento político. Fui un participante bastante activo en todas estas cosas que pasaron en aquel Madrid de los años 72 al 76. Fue un derroche de ideología y de ímpetu. La facultad era otra cosa. No solo era un lugar de ciencia, también era un lugar de desarrollo de ideas políticas y de lucha. Digo lucha en el buen sentido de la palabra: por ideales, por un cambio, por la libertad; luchar por la democracia. Recuerdo también nuestra ida a Portugal en la Revolución de los Claveles. Estuve. Cómo no. Un grupo de estudiantes decidimos irnos allí a apoyar aquella manifestación. No sabíamos si íbamos a participar o a que nos llenaran de bofetones los policías de turno, pero nos sentimos cómodos y a gusto. Y fuimos a escuchar a los cantantes de la época, como Paco Ibáñez, con su canción revolucionaria, aunque yo tengo muchas dudas de si era un revolucionario o un vividor de la canción».

La vida, todo el mundo lo sabe, es un misterio. Pero aun sabiéndolo, qué curioso: empieza de minero, escribe poemas, tiene vocación de médico, estudia agrónomos... y su vida acaba siendo por entero el seguro. «Mi inicio en el mundo del seguro fue a través de un anuncio en Madrid cuando acabé los estudios. Me presenté a dos anuncios. Uno era muy rimbombante, pedían un asesor ejecutivo, aquello me parecía a mí la releche con los años jóvenes que yo tenía, 23. Y el otro era un anuncio comercial. Fui al primero y era para vender unas cazuelas supermaravillosas que no consumían nada de aceite y hacían unos guisos estupendos. No me veía, la verdad. Quizá me veía cocinando, pero no haciendo aquello. El segundo fue un sitio donde rápidamente detecté que era una venta de seguros pura y dura. Y probé. Y como me fue muy bien en las siguientes 72 horas, en que hice alguna operación importante, fui asegurador por aquellas primeras operaciones que hice. A partir de ahí tuve muy pocas oportunidades de vender seguros directamente, porque no sé si fue como consecuencia de aquella operación o de otras cuatro o cinco, ya me nombraron algo en seguros, y hasta hoy. He pasado por todo lo que se puede pasar en el mundo de la empresa dentro del campo del seguro. Es una profesión que me apasiona, y donde encuentro satisfechas muchísimas de las apetencias de mi vida. Esta profesión devuelve a la sociedad más del 75 por ciento del dinero que le aporta; esto hace sentirte bien cuando gestionas un siniestro y cuando haces una indemnización y reparas un daño que a veces es irreparable pero que lo aminoras. El seguro me ha dado mucha relación, muchas experiencias vividas con personas de todo tipo, experiencias maravillosas de trato con seres humanos, y muchas conclusiones sacadas».

El berciano que escribía poemas en el Café Gijón se describe como un hombre honrado consigo mismo, «demasiado duro a veces, pero por fuera», mientras que por dentro es manteca de sentimentalismo y mantiene unas relaciones de lo más fecundas con las lágrimas. Esa condición crustácea es muy de León. Intenta cultivar su propia juventud con las herramientas a su alcance, y así se declara decididamente favorable de lo nuevo, aunque solo sea por serlo, porque juega con ventaja, como sucede con las tecnologías rampantes por ejemplo, que han reformateado el mundo. Así que no presume de experiencia, una palabra por la que no siente especial cariño. «La experiencia... es una persona vestida de años. Yo puedo ser como asegurador un gran experto en manejar aquellas tarifas de Unespa que teníamos en los años ochenta para poder tarificar cualquier riesgo. Eso no sirve hoy para nada. No se usa. Está todo metido en una máquina y te da la tasa. O a veces no hay tasa. La única experiencia que se mantiene en el tiempo es la experiencia de las relaciones. Esta sí que la llevas dentro y la puedes sacar con frecuencia, dependiendo del interlocutor que en cada momento tengas a tu lado. Pero el resto de experiencias no me dicen nada. Qué más da que seas un experto contable en aquellos entonces si hoy todo está sumado a través de una hoja de cálculo. Preferiría ser menos experto y ser mucho más joven para no perderme nada de lo que está por venir. Porque te adaptas mucho mejor a todo cuando eres nuevo. Cuando ya tienes historia y bagaje, se hace complicado salir de la zona de confort. Pero si eres nuevo lo haces mucho más fácilmente. Admiro a estos jóvenes que salen a EEUU (desgraciadamente ahora salen por otros motivos), a Alemania, y se adaptan. Si estás siempre deseando volver, si estás con un billete de retorno que nunca llegas a coger, yo creo que te ocupa mucho espacio en tu disco duro y no consigues manifestar todo lo que puedes llevar dentro en cada uno de los momentos porque estás pensando cuándo tocará el día del regreso».

Dentro de esa definición de sí mismo, es padre de dos hijos y, por más señas, se proclama sevillano y aficionado a sus fiestas y a su primavera. «Lo primero que diría de Sevilla es que estoy agradecido a la acogida que me ha dado. Y cuando digo Sevilla lo digo en el amplio sentido de la palabra: la ciudad, las autoridades, la gente. Lo primero que aprendí en Sevilla fueron las estaciones. Aquí he aprendido a diferenciar la primavera. Yo no la conocía. He aprendido a disfrutar del arte. He aprendido a pasear: venía de Madrid y solo sabía correr. En Madrid no se pasea, se corre. Y además participo de todo. Si toca ir a la Feria, voy a la Feria. No sé bailar, pero estoy horas en la Feria como cualquiera. Si toca Rocío, voy al Rocío. Soy todo. Allí donde hay un acto en Sevilla me apunto, pero no por estar sino porque lo disfruto, me siento cómodo. Me gusta una mujer vestida de flamenca. Me gusta el Cristo de los Gitanos. Esas madrugadas... Yo vengo a verlo subiendo por la Cuesta del Bacalao todos los años desde que estoy aquí, desde que alguien me llevó la primera vez hace más de veinte años. El primer año fui solo, porque me fui a buscar a mi hija que había salido, fui a recogerla y sufrí el mayor ridículo y vergüenza de mi vida, porque fui en chándal. Y cuando me encontré a Sevilla vestida de gala... yo creo que cerraba los ojos para que la gente no me viera. Pero esto lo aprendí muy bien. Y cada vez, cuando salgo, que es cada día de la Semana Santa, salgo vestido acorde con la ciudad y con su gente. Y luego me siento satisfecho de haber traído la maratón aquí a Sevilla. Era un objetivo importante para nosotros, pero para mí en especial, y cuando estoy en la salida delante de 13.000 personas con las autoridades y suena el pistoletazo y veo tantas ganas y tanto sufrimiento después y cuando los espero en la meta es algo que me hace sentirme orgulloso de Zúrich y de Sevilla».