Presidentes de leyenda del Ateneo

La entidad ha protagonizado varias etapas de éxito, pero su ‘edad de oro’ fue en el primer tercio del siglo XX

20 nov 2017 / 06:06 h - Actualizado: 20 nov 2017 / 08:44 h.
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  • En los más de 130 años de vida del Ateneo ha sido presidido por personas relevantes de la vida sevillana, hasta el punto de que la mayoría de ellas entre 1886 y 1970, tienen su nombre en el callejero de la ciudad.
    En los más de 130 años de vida del Ateneo ha sido presidido por personas relevantes de la vida sevillana, hasta el punto de que la mayoría de ellas entre 1886 y 1970, tienen su nombre en el callejero de la ciudad.

En los más de 130 años de vida del Ateneo, la entidad ha sido presidida por personas relevantes de la vida sevillana hasta el punto de que la mayoría de ellas entre 1886 y 1970, tienen su nombre en el callejero de la ciudad.

Desde la primera junta directiva (1886-1887), han ocupado la presidencia del Ateneo, las siguientes personas:

1886-1900: Manuel Sales y Ferré, Augusto Plasencia, Joaquín Fernández Prida, Manuel Cano y Cueto, Salvador Calderón y Arana, Joaquín Hazañas y la Rúa, Amante Laffón y Fernández, Pedro Rodríguez de la Borbolla y Amoscótegui de Saavedra y Francisco Pagés y Belloc.

1901-1925: Francisco Rodríguez Marín, Joaquín Hazañas y la Rúa, Francisco Pagés y Belloc, Estanislao D’Angelo Muñoz, José Bores y Lledó, Manuel Héctor y Abreu, Emilio Llach y Costa, Ángel María Camacho Perea, Carlos Cañal y Migolla, Francisco Javier Sánchez-Dalp y Calonge, Miguel Sánchez-Dalp y Calonge, José Monge y Bernal, Francisco de las Barras de Aragón, Francisco del Castillo Baquero, Diego Angulo Laguna, José Gastalver Gimeno, José Gómez Millán, Carlos García Oviedo, Agustín Sánchez-Cid Agüero y Francisco Barón, conde de Colombí.

1926-1950: Francisco Barón, conde de Colombí; Manuel Blasco Garzón, Joaquín Hazañas y la Rúa, Jesús Bravo-Ferrer Fernández, José Salvador Gallardo, Ángel Camacho Baños, Hermenegildo Gutiérrez de Rueda, Manuel Lerdo de Tejada y Sánchez, Francisco Blázquez Bores, José Salvador Gallardo, y Emilio Serrano Pérez.

1951-1975: Emilio Serrano Pérez, Manuel González-Mariño y del Rey, Manuel Beca Mateos, Alfonso de Cossío y Corral, José Montoto y González de la Hoyuela, Antonio Marra-López y Argamasilla, y Joaquín Carlos López Lozano.

1976-2000: Joaquín Carlos López Lozano, José Jesús García Díaz, Ramón Espejo y Pérez de la Concha, Antonio Hermosilla Molina y Enrique Barrero González.

2001-2017: Enrique Barrero González y Máximo Alberto Pérez Calero.

Durante todo el siglo XIX y primeros lustros del siglo XX, las presidencias y juntas directivas tuvieron vidas corta y además repitieron varios presidentes y directivos en diversas etapas.

En el primer tercio del siglo XX, la época de oro del Ateneo, ocuparon la presidencia personas relevantes, así como las directivas y las presidencias de secciones. Los años de guerra y posguerra fueron de transición crítica, superada durante el mandato de Joaquín López Lozano (1964-1976), que salvó al Ateneo de su extinción. Luego, José Jesús García Díaz (1976-1988) protagonizó otra larga etapa transitoria que cambió de signo con el malogrado Antonio Hermosilla Molina (1996-1999), que afrontó el cambio de sede. Con Enrique Barrero (1999-2010), el Ateneo realizó la mejor labor bibliográfica de su historia con las colecciones históricas.

Edad de oro

En la segunda década del siglo XX, la Baja Andalucía vivía una etapa sociológica bastante similar a la que se produciría medio siglo después, aunque en un medio sociopolítico y económico muy distinto, como es natural. Eran aquellos años primeros del siglo XX tiempos en los que Andalucía pugnaba por encontrarse a sí misma, por volver a ser tierra generosa con sus pobladores, por integrarse en el resto del país a niveles de reciprocidad social, económica y política. Sevilla, símbolo y síntesis de aquella Andalucía, tuvo en el Ateneo el crisol de voluntades que años atrás había germinado en las informales tertulias del Café Suizo, en torno a Manuel Sales y Ferré, catalán, catedrático y fundador de lo que después se llamaría Docta Casa.

De los tres factores claves que se incluyen en nuestro libro sobre el subdesarrollo andaluz, el primero de ellos –reparar en lo posible el daño producido por la «ruptura con nuestro pasado»– se justifica con sólo observar el silencio que ha rodeado las actividades socioeconómicas, culturales y políticas de la Sevilla de los años diez y veinte, con muy escasas –pero valiosísimas– excepciones hasta bien entrados los años setenta, como es el caso de Jacobo Cortines Torres con su tesis sobre la revista Bética. Este silencio, en parte reparado durante los últimos lustros, nos ha separado durante más de medio siglo del momento histórico en que surge, precisamente en torno al Ateneo sevillano, lo que podemos llamar perfectamente el Renacimiento andaluz.

Este movimiento tuvo en Sevilla sus hombres más significados en José María Izquierdo, Alejandro Guichot, Blas Infante, Isidro de las Cajigas, José Gastalver, Carlos García Oviedo, Alberto Jaldón, Juan Carretero Luca de Tena, Fernando Barón, Felipe Cortines Murube, Manuel Rojas Marcos, José Zurita Calafat, Miguel Romero Martínez, José Muñoz San Román, José Andrés Vázquez, Félix Sánchez Blanco... Hombres que tuvieron como tribuna el paraninfo ateneísta y como soporte informativo fundamental las revistas Bética y Andalucía. La primera recogió en sus páginas las opiniones más diversas, de forma que hoy ofrece una visión más plural y contrastada del pensamiento de los hombres que promovieron el «regeneracionismo andaluz», que no andalucista. En las páginas de Bética queda constancia de las más diversas ideas sobre el regionalismo andaluz y de la unidad de objetivos de aquellos hombres, que convergían en una idea clave: combatir desde todos los ángulos el separatismo disgregador que trascendía en otras regiones del Norte, y aprovechar al máximo el potencial de riquezas naturales –humanas, culturales y materiales– del Sur.

Y esta realidad, con la que tenemos que contar nos guste o no, contrasta con el espíritu de aquel reducido grupo de hombres que pugnaba por recuperar la historia local y regional propia, para popularizarla y hacerla asimilable por el pueblo, para que se sintiera orgulloso de ser andaluz, de su pasado. Las inquietudes culturales de aquellos años, dentro de sus circunstancias de tiempo y lugar, no han vuelto a repetirse en Sevilla.

Las teorías regionalistas más dominantes en el seno del Ateneo estaban lideradas por José María Izquierdo, Alejandro Guichot y Blas Infante. El primero de ellos apuntó, en la primavera de 1913, la necesidad de dotar de un ideal a Andalucía, poco antes de la trascendente llegada de Francisco Cambó a Sevilla invitado por Miguel Sánchez-Dalp, presidente del Ateneo, para que fuera mantenedor de los Juegos Florales ateneístas. Puede admitirse que Cambó dio el espaldarazo, contribuyó a sembrar la semilla del renacimiento andaluz hasta entonces dispersa, y lo hizo con un riguroso planteamiento de catalanista conservador, inteligente y realista. Las sugerencias del líder catalán, escuchadas con atención por los ateneístas asistentes al acto celebrado en el teatro San Fernando, el día l0 de mayo de 1913, y leídas luego por los sevillanos en las primeras páginas de los diarios El Correo de Andalucía y El Liberal, al día siguiente, fueron determinantes de una serie de actividades encaminadas al resurgir de Sevilla. Ese mismo año, el día 20 de noviembre, saldría el primer número de la revista Bética, destinada a ser vehículo del impulso regionalista, como complemento de la tarea del Ateneo, que alcanza su mayor impulso con el ciclo de conferencias organizado en marzo de 1914 sobre el Ideal andaluz, que serviría de base de lanzamiento para Blas Infante. Volviendo a José María Izquierdo, decimos con Joaquín Romero Murube, que su pensamiento era espiritual, casi utópico y yace desconocido, porque ni su obra ni su persona han sido comprendidas y, mucho menos, estudiadas hasta hace pocos años. En José María Izquierdo se da un comportamiento muy sevillano; es decir, hacer un mito de un determinado personaje al mismo tiempo que se ignora su obra intelectual. En efecto, José María Izquierdo ha legado a la cultura sevillana y andaluza una obra magistral como tan desconocida. Algunos citan Divagando por la Ciudad de la Gracia, la mayoría de las veces sin conocerla o, al menos, comprenderla en sus circunstancias de tiempo y lugar, como verdadera avanzadilla del «andalucismo sin andaluzadas»... Pero el conjunto de su obra de pensamiento, como ...Por la parábola de la vida, El Derecho en el teatro español y De las formas y de las normas, por citar sólo tres ejemplos, son ignoradas y algunas de ellas son incluso anteriores a su obra más conocida.

Guichot, junto a Cajigas, mantuvieron la bandera intelectual, erudita, básica para conocer la trayectoria histórica; también ellos fueron ignorados, como lo ha sido Francisco de las Barras de Aragón, quien 40 años antes que Jean Sermet, sintetizó el tema Andalucía como región natural, básico para entender el proyecto autonómico. Hasta muy recientemente no se ha estudiado la obra de Alejandro Guichot Sierra (Sevilla, 1859-1941), con la atención merecida. Gracias a la obra de José Ramón Jiménez Benítez, se ha rescatado del olvido una vida ejemplar. Idéntica opinión puede hacerse de la obra de Felipe Cortines Murube, otro magnífico desconocido para las generaciones actuales, pese al gran valor de sus aportaciones al mejor conocimiento de la Sevilla del primer tercio de siglo XX.

Blas Infante sustentaba su ideal andaluz en conceptos administrativos y políticos, siempre dentro de la ortodoxia integradora, según Jacobo Cortines Torres. No obstante, el pensamiento de Blas Infante ha sido posteriormente estudiado con mayor amplitud sobre la base del conjunto de su obra por algunos autores, como José Antonio Lacomba y Manuel Ruiz Lago, entre otros, que aportan perfiles más ajustados e incluso críticos, en algún aspecto. Blas Infante dividió su obra Ideal andaluz, publicada en 1915 sobre la base de los documentos de 1914, en cinco partes y un apéndice, en las que expone el ideal de la vida, la existencia de Andalucía, la capacidad andaluza para realizar su ideal, ideales de las regiones españolas –que es la exposición más pormenorizada de su interpretación del ideal andaluz–, y lo que el propio autor llama Apuntes sobre la doctrina, fuerza y organización, que plantea en trece puntos programáticos.

Jacobo Cortines Torres recoge en su Índice bibliográfico de Bética, revista ilustrada una panorámica del momento sociopolítico en que nació la citada publicación y también una documentación básica sobre el regionalismo andaluz, junto al estudio de sus principales tendencias. Del grupo más asiduo de colaboradores de Bética logra también reunir unos bosquejos biográficos de inapreciable valor, que nos ayudan hoy a comprender, con plena admiración, las figuras de Isidro de las Cajigas, Felipe Cortines Murube, Juan Bautista Elustiza, Manuel Fernández Gordillo, José Gestoso y Pérez, Alfonso Grosso Sánchez, Alejandro Guichot y Sierra, Blas Infante Pérez, José María Izquierdo Martínez, Gil Jiménez López de Tejada, Rafael Laffón Zambrano, Juan Lafita Díaz, Santiago Martínez Martín, Pedro Alonso Morgado y Félix Sánchez-Blanco Sánchez, fundador, director y financiero de la revista.

Durante los años 1918-1921 se registra el movimiento ultraísta de Sevilla, que tiene su expresión cultural en las revistas Grecia (1918-1920) y Gran Gignol (1920) y en los periódicos entre 1919 y 1921. José María Barrera López ha estudiado el ultraísmo sevillano y ha rescatado su historia y textos fundamentales. Además aporta otro estudio sobre las dos revistas que se enfrentaron al Ultra sevillano, Lys (1919) y Página (1921). Estamos, sin duda, ante uno de los más trascendentes movimientos culturales sevillanos del siglo XX, prácticamente desconocido durante muchos años, en su verdadera dimensión sociocultural y política, hasta la publicación del magnífico trabajo de José María Barrera López. El siguiente paso sería la revista Mediodía, ya en la década de los años veinte, documento fundamental para conocer los prolegómenos de la llamada Generación del 27. En las páginas de Mediodía (1926-1929, primera época), están los testimonios poéticos de los más destacados poetas sevillanos y andaluces de la época.

En 1909, el día 18 de diciembre, se había fundado la Asociación de la Prensa de Sevilla. Fueron socios fundadores los siguientes periodistas: José Laguillo Bonilla, Antonio Soto Repiso, Emilio Gierts López, Joaquín Labios, Félix Arias Rodríguez, José Luis Montoto, Antonio Ramos Leoniz, Manuel Cañaveral, José Andrés Vázquez y Juan Alonso. En 1910 y años posteriores, ingresaron, entre otros, periodistas que alcanzarían fama, como Juan Barrera, Tomás de la Vega y Haro, José Muñoz San Román, Cecilio Sánchez del Pando, José Fernández de Villalta, Manuel Sánchez del Arco... El primer presidente de la Asociación de la Prensa fue José García Orejuela, que en la práctica no ejercía, actuando en funciones de presidente el vicepresidente, Juan de Dios Serrano.