¿Quién me presta una escalera?

Manuel Roldán le reclama a la cofradía de La Sed 85.000 euros por un accidente en su almacén

01 may 2016 / 20:06 h - Actualizado: 01 may 2016 / 21:31 h.
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  • Manuel Roldán sufrió en marzo de 2009 un accidente en un almacén propiedad de la hermandad de La Sed mientras ejercía como prioste circunstancial a sueldo. / Pepo Herrera
    Manuel Roldán sufrió en marzo de 2009 un accidente en un almacén propiedad de la hermandad de La Sed mientras ejercía como prioste circunstancial a sueldo. / Pepo Herrera

«He sido una persona de cofradías de toda la vida, pero cuando a uno le sucede algo así, es normal que se sienta desencantado y hasta que pierda un poco la fe». Manuel Roldán Rodríguez lleva batallando seis años en los juzgados para intentar «que se haga justicia» y percibir alguna indemnización por el accidente que sufrió en 2009 al caer de una escalera cuando ejercía labores circunstanciales de prioste en la hermandad de La Sed. Este veterano «asalariado» de la Semana Santa –quien ya a los 14 años empezó a trabajar con la saga de los Santizo y a prestar servicios remunerados saliendo de monaguillo, cirial, incensario, encendedor y «hasta de casaca en la Soledad de San Lorenzo»– era una persona querida y respetada en la hermandad de Nervión, donde había sido requerido por la junta de gobierno para que ayudase a montar los pasos y preparar lo necesario para la organización de la cofradía, tareas por la que cobraba un sueldo de 300 euros mensuales «sólo durante los tres meses de mayor actividad cofradiera». «Ellos mismos me apuntaron en la nómina de la cofradía para justificar de algún modo que tenían a un hombre cobrando sin ser hermano», explica.

Aquel 27 de marzo de 2009, el día del accidente, Manuel se dirigió al almacén de la hermandad en la calle Valeriano Bécquer para, dentro de sus tareas como eventual prioste de la cofradía –los titulares de tal cargo habían dimitido–, entregar unas cruces de penitente a unos hermanos de la hermandad de San Pablo que venían a recogerlas. Las cruces se encontraban apiladas en un altillo a una altura de tres metros. Tomó la escalera que habitualmente se empleaba para estos menesteres –una de madera, de un solo tramo y sin tacos de goma antideslizantes–, la apoyó sobre el altillo, fue entregando las cruces a los interesados y, cuando se disponía a bajar de nuevo por la escalera, esta resbaló y Manuel cayó estrepitosamente sobre la misma.

Como consecuencia de aquella caída, Manuel sufrió diversas lesiones en el fémur, en la cadera y en la muñeca que requirieron más de dos años de curación y de las que hoy todavía conserva importantes secuelas que le obligan a acudir con frecuencia a la clínica del dolor. «El médico que me ve dice que no conoce otra pierna con más material de osteosíntesis que la mía».

En los días posteriores al accidente, desde la hermandad todo fueron buenas palabras. Hasta el hermano mayor de entonces, Francisco Javier Escudero, tuvo el detalle de invitar a Manuel a que presenciara aquel Miércoles Santo la salida de la cofradía desde el interior del templo. «Me trajeron en ambulancia en una camilla del hospital porque estaba recién operado de la pierna. Cuando llegó el cardenal Amigo Vallejo a la iglesia, se interesó por mí, se acercó a la camilla y me dio la bendición».

Pero cuando comenzó a reclamarle a la hermandad una copia de la póliza del seguro las tornas cambiaron. La relación con los dirigentes de la hermandad, relata, se volvió más fría y distante. «Todo eran excusas y paños calientes para no facilitarme la póliza del seguro. Al final tuve que recurrir a un abogado porque me tenían mareado».

Pero como las desgracias nunca vienen solas, Manuel, que trabajaba como mozo de almacén en una cuchillería, perdió su empleo, mientras que su mujer se vio obligada a abandonar el suyo para atenderle y auxiliarle en su recuperación. Desde entonces no ha vuelto a encontrar un trabajo estable y a sus 61 años cree muy difícil que vuelva a colocarse. «Menos mal que el abogado no me cobra nada», dice.

Siete años después del accidente, Manuel aún espera que la justicia pueda resarcirle del calvario médico que padece. «No hay derecho a que una hermandad, que está para ayudar a los pobres y a los necesitados, te deje tirado así. Uno se siente desamparado, abandonado, porque la hermandad se ha desentendido. Una hermandad debe amparar a su hermano para evitar que un asunto así llegara a los tribunales».

De momento, Manuel ya ha acumulado dos sentencias desfavorables del juez de Primera Instancia y de la Audiencia Provincial. Su abogado ha formulado ahora un recurso de casación ante el Tribunal Supremo.

Fernando Rodríguez, el abogado que defiende los intereses de Manuel Roldán, cree que este caso debe servir de «llamada de atención» y para concienciar a las hermandades de que «al igual que ya es obligatorio, desde que murió uno, la suscripción de una póliza a los costaleros, las cofradías puedan suscribir un seguro específico para todos los hermanos y auxiliares que colaboran en el montaje de altares y pasos».