Ruta por el cementerio de San Fernando

El camposanto sevillano ofrece una de los paseos más interesantes de la ciudad, teñido de arte, cultura y misterio

31 oct 2016 / 19:06 h - Actualizado: 01 nov 2016 / 13:21 h.
  • Caminar por el cementerio de San Fernando es adentrarse en el arte y en la historia de Sevilla a través de sus difuntos. / Manuel Gómez
    Caminar por el cementerio de San Fernando es adentrarse en el arte y en la historia de Sevilla a través de sus difuntos. / Manuel Gómez

Cementerios, camposantos, osarios, nichos, tumbas, son palabras que a la mayoría de los mortales, nos dan, como mínimo, respeto. ¿Por qué motivo hacemos una ruta al cementerio de San Fernando? Arte, arquitectura, sensación de paz.... Son muchas las motivaciones que nos llevan a este gran cementerio. En muchos países, los cementerios son zonas ajardinadas, donde la gente pasea, como lo hacemos nosotros por el parque de María Luisa o los madrileños la hacen por el parque del Retiro. Sin embargo, cuando viajamos al extranjero, normalmente en nuestra lista de visitas, siempre figura un cementerio. Llamémoslo necrópolis o excavaciones, a fin de cuentas visitamos cementerios. Los cementerios de muchos países se han convertido en centro de peregrinaje o lugares de gran interés, lugares en los que algunos de sus difuntos han seguido manteniendo la gloria y la fama que tuvieron en vida. Mucha culpa de este fenómeno turístico, reside, en las muchas incineraciones que se dan en tiempo presente. Que las personas no sean enterradas influye de una manera importante para que los cementerios de nuestros pueblos o ciudades formen parte de la historia, y se les visite por muchos más motivos, que los del simple hecho de rendir homenaje a una persona querida.

La ruta que iniciamos con este capítulo, aunque compleja, es una de las rutas más interesantes de la ciudad. En ella conoceremos el pasado de Sevilla, a través de sus difuntos.

Hasta el siglo XVIII, la gente era enterrada dentro de los templos cristianos. Iglesias, conventos y catedrales, eran el lugar de enterramiento para los que deseaban la salvación de sus pecaminosas almas. Vestigios de estos antiguos cementerios aún los podemos reconocer por los paseos de calles y plazas... El del Prado de San Sebastián, el de Los Pobres, el de los Canónigos son algunos de esos pretéritos cementerios de Sevilla, como el Cementerio de los Ingleses o de los Protestantes, pero es el Cementerio de San Fernando un lugar casi mágico, donde el dolor de la pérdida de un ser querido queda difuminado en sus largas calles, o entre las estatuas de algunos famosos, que son capaces de destacar aun incluso en un sitio de silencio como es un cementerio.

Fue construido en 1852, coincidiendo con la inauguración del Puente de Triana. El cementerio de San Fernando acogió a su primer morador eterno el 1 de enero de 1853. Este cementerio, pegado al antiquísimo hospital de San Lázaro, sirvió para enterrar provisionalmente a los enfermos fallecidos a causa de las epidemias que sufría la ciudad por culpa de la ausencia de higiene. Este terreno, que fue lugar de cultivos –llamado antiguamente de Leira o Lérida–, fue adquirido por el ayuntamiento en 1849 para fundar el primer cementerio popular a las afueras de la ciudad. Pero no fue hasta 1851 cuando el arquitecto del ayuntamiento, Balbino Marrón y Ranero, planteó el primer proyecto a la alcaldía de Sevilla. Un ambicioso proyecto que comprendería el territorio entre el antiguo Camino de Cantillana y el Camino Viejo de Córdoba. No se escatimé en nada: jardines, grandes panteones para los más pudientes y pequeñas tumbas para los menos, mausoleos, etc.

El día 1 de enero de 1853 tuvo lugar la apertura oficial de la necrópolis hispalense. Se abrió la verja de hierro, obra de Francisco Aurelio Álvarez Millán, para dejar paso a los primeros enterramientos costeados por particulares. Sobre estas mismas fechas se creó en el mismo recinto un Cementerio de disidentes de la religión Católica.

A finales del siglo XIX, el camposanto sevillano estaba ya suficientemente asentado como cementerio de la capital, y tanto su organización como su administración funcionaban perfectamente, aunque tenían algunas deficiencias en los servicios.

Unos años después, en 1916, se realiza el primer gran plano del cementerio, obra del arquitecto Antonio Arévalo. Una curiosidad es la solicitud, casi premonitoria en aquellos pretéritos años, por parte de la concejalía, de un crematorio. Crematorio que hasta nuestros días no ha sido de uso común.

Tras algunas mejoras y acondicionamientos, el cementerio de San Fernando es un centro no solo de enterramientos, sino también de visitantes que vienen a ver su expresión más artística.

Hagamos un recorrido por aquellas tumbas que, por su curiosidad o por su grandiosidad, creemos que son dignas de visitar. Además añadiremos una breve biografía de cada difunto.

Joselito ‘El Gallo’ (1895-1920)

Su nombre real era José Gómez Ortega, llamado Gallito y, más tarde, también Joselito. Hijo de toreros y hermano de toreros, heredó el arte de la tauromaquia, consiguiendo ser una de las más importantes figuras del toreo, mundialmente reconocidas. Murió con la muleta en las manos en la plaza de toros de Talavera de la Reina. Creó una gran rivalidad en los ruedos con Juan Belmonte. Ellos dos, Juan y Joselito, dividieron a la afición e incluso a las plazas de toros, marcando una época que posteriormente se le ha dado en llamar La Edad de Oro del Toreo.

En su mausoleo, y por indicación de la familia, el escultor de origen valenciano, Mariano Benlliure, supo incorporar a personajes relevantes del mundo taurino, también a compañeros de profesión, artistas conocidos y a su familia gitana, esculpiéndolos en bronce, llevando el féretro de Joselito sobre sus hombros.

Fue tanta la fama que alcanzó este mausoleo, que el Rey Alfonso XIII, cuando en 1.930 visitó la ciudad de Sevilla, fue a contemplarlo.

Resulta muy curiosa una de las figuras de esta obra maestra, puesto que uno de los personajes representados en bronce portando el ataúd es el ganadero Eduardo Miura, que ya había fallecido años antes que el torero. Otro de los detalles escultóricos, que resulta totalmente simbólico, es la diferencia entre el bronce negro verdoso, que forma casi todo el grupo escultórico, y el blanco mármol de Carrara en el que se esculpe al torero. Quizás el escultor quiso dejarnos un mensaje. El color blanco es la combinación de todos los colores del espectro visible. ¿Se referirá el autor a que el torero Joselito poseía las cualidades (combinación de todos los colores) de las personas que acompañan el féretro (del espectro visible)?

Como curiosidad os diré que hubo un rumor popular, en el que se contaba que la Virgen de la Esperanza se había escondido en el interior de la tumba de Joselito El Gallo.

En el mausoleo de Joselito reposan también dos figuras importantísimas para la historia del toreo: una, Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de Joselito. Un personaje polifacético, que combinó los toros con su afición a la cultura y escritura. Federico García Lorca, amigo suyo, le dedicó la elegía Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías. Ignacio fue enterrado junto al estoque y la muleta de su hijo, símbolos de una vida dedicada al toro. La otra es el torero Rafael Gómez Ortega El Gallo, hermano mayor de Joselito y cuñado de Ignacio Sánchez Mejías, Rafael fue uno de los grandes del mundo de la tauromaquia. Famosas fueron sus célebres frases: «Las broncas se las lleva el viento, y las cornadas se las queda uno»; «A cada pase que doy me saltan las lágrimas»; «Hay gente pa tó». Frases célebres que muestran el carácter de éste insigne torero, que estuvo casado 11 años con la popular artista, de cante y baile flamenco, Pastora Imperio.

Manuel García ‘El Espartero’ (1865-1894)

Nació en el Barrio de La Alfalfa de Sevilla, el día 18 de enero de 1865, y falleció el 27 de mayo de 1894, tras haber recibido una fuerte cornada, en Madrid por el astado Perdigón, de la ganadería de Miura.

El apodo de El Espartero le viene por una espartería que regentaba su padre en el barrio de la Alfalfa de Sevilla. De él también hemos heredado alguna frase célebre que en su día dieron la vuelta al mundo, como la de «Más cornás da el hambre».

Sobre su tumba aparece una columna partida por la mitad. La columna simboliza la vida. Al estar rota por la mitad, simboliza una vida corta o una muerta prematura. Los masones también utilizan el símbolo de la columna. En el fuste de la columna, decorado con un paño, se lee «Nació para el arte» y en la parte superior del capitel «Murió por el arte. 27 Mayo 1894».

Torero Juan Belmonte García ‘El Pasmo de Triana’ (1892-1962)

Este trianero, que hoy ocupa un austero mausoleo, fue grande entre los grandes matadores de toros. De él se dice, que es el fundador del toreo moderno. Quizás el dato más triste de su biografía es la forma en que murió. A punto de cumplir 70 años, Juan Belmonte se suicidó, tras continuas depresiones, con un disparo en su cortijo de Gómez Cardeña, el 8 de abril de 1962.

Lidió 109 corridas, una cifra que fue récord para el momento, y lo siguió siendo durante varias décadas más. Belmonte fue muy amigo del escritor Ernest Hemingway, y aparece de forma destacada en dos de sus novelas: Muerte en la tarde y Fiesta. Fue muy admirado por los miembros de la generación del 27.

Francisco Rivera ‘Paquirri’ (1948-1984)

Nació en Barbate (Cádiz) y ha sido el torero más popular de nuestra historia reciente. Su carrera como torero empezó con la cogida por un toro, en la Plaza Monumental de Barcelona. Y una cogida, 18 años después, fue la que acabó con su vida, el 26 de septiembre de 1984, por un toro llamado Avispado en la plaza de toros de Pozoblanco (Córdoba). Una corrida con un cartel, que pasó a la historia como El Cartel Maldito, no solo por la muerte de Paquirri, sino también por la muerte, en menos de un año, del torero El Yiyo. También, poco tiempo después de participar en la corrida de Pozo Blanco, El Soro se quedaba inútil de una pierna, teniendo que retirarse del toreo.

Quizás su palabras, de haber sido escuchadas por lo médicos, le hubieran salvado la vida: «Mi experiencia profesional me dice que ésta es una cornada de tres trayectorias... una pa acá y otra pa allá... haga usted doctor lo que tiene que hacer... estoy en sus manos. Quiero un vaso de agua...». No será aquí donde juzguemos nosotros a nadie.

Paquirri murió desangrado en la carretera. Su muerte fue la consumación de una de las tragedias más grandes ocurridas en la historia del toreo.

Francisco Vega de los Reyes, ‘Gitanillo de Triana’ (1904- 1931)

Haciendo compañía a Maera, en la misma glorieta, descansa Gitanillo de Triana. Otra gloria del toreo de su época. Nació en Sevilla, en el barrio de Triana, el día 23 de diciembre de 1904. Llevó el nombre de su raza gitana y del barrio que lo vio nacer a los confines del mundo. En la temporada de 1931, el 31 de mayo, en Madrid, sufre la cogida del toro Fandanguero, de Pérez-Tabernero. Una cornada traicionera que le elevaría por siempre al cielo de los toreros, el día 14 de agosto, en Madrid, tras dos meses agónicos.

El crítico taurino, Gregorio Corrochano, firmó un artículo publicado en el diario ABC, hablando de la personal forma de torear que tenía Gitanillo de Triana: «Gitanillo toreaba tan lentamente, de modo tan pausado que, a veces, parecía que detenía el tiempo».

Tumba de Antonio Machín (1903 – 1977)

Antonio Machín fue el nombre artístico de Antonio Lugo Machín, su tumba, a la que nunca le faltan flores, se ha convertido en centro de peregrinación para muchos de sus compatriotas y familiares, donde cada 4 de agosto, día de su fallecimiento, de una manera casi ritual, le recuerdan rociando su tumba con ron cubano y cantando alguno de sus boleros. En su lápida negra brilla el rostro esculpido en fondo blanco de éste, mundialmente reconocido, cantante mulato de sangre cubana, que popularizó los boleros y la balada española. Su disco El Manisero, grabado en 1930, tiene el honor de ser el primer éxito millonario en ventas de la música cubana. El ángel que preside su tumba, aunque blanco, nos rememora a la nostalgia de una de sus canciones más populares Angelitos negros.

Tumba de Antonio Susillo (1857 -1896)

Su tumba es una de las más impresionantes de todo el recinto. Fue uno de los escultores españoles más famosos, de la segunda mitad del siglo XIX. Nunca sabremos por qué, Antonio, decidió quitarse la vida con un revólver. Hay dos teorías, una hace referencia al Cristo que preside su tumba El Cristo de las Mieles. Cuenta la leyenda que al crear este Cristo tuvo una equivocación que a él le pareció imperdonable: colocó en posición inversa los pies del crucificado. Debido a este error, se pegó un tiro. La otra versión se refiere a una depresión, vinculada al fallecimiento de su primera esposa, a una edad muy temprana. Aunque hubo un segundo matrimonio, no pudo soportarlo y se marchó para siempre el 22 de diciembre de 1896, cuando contaba tan solo 39 años de edad. Diferentes causas, según la rumorología de la época.

Imagino que se preguntarán la razón se le puso a este Cristo el nombre De las Mieles. Cuenta la leyenda, que el primer verano que estaba la imagen del Cristo situada en el sitio que aquí ven, observaron que, inexplicablemente, brotaba miel de su boca y le caía por el pecho, lo que en principio parecía un milagro. No era tal. Simplemente era que un enjambre de abejas, se había instalado en la boca y garganta hueca de la escultura, que con los calores veraniegos, aumentados por ser de bronce, hizo que los panales se derritieran y brotara la cera y la miel por la boca de la imagen.

Aníbal González (1876 - 1929)

Cuando visiten la Plaza de España de Sevilla, acuérdense de esta lápida y este nombre. Fue un arquitecto regionalista de referencia, además ocupó el cargo de vicepresidente del Ateneo de Sevilla y dirigió, como arquitecto jefe, las obras de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. Algunas de sus numerosas obras fueron el Pabellón de la Asociación Sevilla de Caridad en la calle Arjona; la fachada de la Capilla de los Luises, en calle Trajano de Sevilla; el Pabellón Real del Parque de María Luisa, y un largo etcétera. Algo que no se comprende muy bien es que este arquitecto, que tanto hizo y construyó para esta ciudad, falleciera a los 53 años de edad en la ruina más absoluta. Hasta tal punto que su familia tuvo que vivir de prestado. A este difunto lo hemos querido añadir dentro del apartado de los artistas y escultores, porque un arquitecto tan sumamente genial como era él, no se le puede llamar solo, arquitecto.

Su panteón lo podemos encontrar entre la Glorieta del Cristo de las Mieles y la Glorieta de la Piedad, en su interior se esconde evadido de la realidad cotidiana, desde hace muchas décadas, un gran misterio... Si se asoma por su reja forjada, con dificultad, verá un impresionante crucificado. Dicen de él que es el auténtico Cristo del Cachorro llevado allí para acompañar en su último viaje al insigne arquitecto sevillano. Si pregunta, no faltará aquel que le afirme que efectivamente aquel es el auténtico Cachorro depositado allí tras el incendio sufrido en la iglesia del Patrocinio y que dañó gravemente a la imagen de su Cristo titular y cuyas llamas devoraron sin piedad a la dama de la calle Castilla.

Hoy sabemos y desvelamos aquel misterio: el Cristo del Cachorro del panteón de Aníbal González es una copia de aquel que guarda Triana desde casi el otro brazo del río... sin mala intención amigo... el Cachorro del cementerio –como popularmente se le conoce- es una copia realizada por Eduardo Muñoz Martínez y policromada por Cayetano González, sobrino del popular arquitecto sevillano, y mandada hacer por el propio Aníbal González previa autorización de la Hermandad. Con todo ello, aparte de la copia en el cementerio que guarda la tumba del arquitecto, también se hizo una segunda que regaló a Manuel Siurot para que presidiera un colegio en Huelva... pero que se quemó en los años más anticlericales de aquella República española.

Guardando los restos de Aníbal González, esta copia, si no fuera por las evidentes marcas del paso del tiempo, cualquiera diría que el mismísimo Cachorro ha querido visitar al más universal de sus devotos.

Ha sido nuestro breve, pero intenso, recorrido por el cementerio de San Fernando. Visítelo, lejos de su significado y relación con la muerte, oculta más arte y simbología de lo que pueda imaginar.