San Isidoro y San Leandro, de Murillo

Estos dos lienzos constituyen el primer trabajo de Murillo para la Catedral de Sevilla.

03 nov 2018 / 04:58 h - Actualizado: 02 nov 2018 / 14:05 h.
"Patrimonio"
  • San Isidoro de Sevilla es una de las primeras obras de Murillo para la Catedral. / Manuel Gómez
    San Isidoro de Sevilla es una de las primeras obras de Murillo para la Catedral. / Manuel Gómez

Estos dos lienzos constituyen el primer trabajo de Murillo para la Catedral de Sevilla. En efecto, en 1655 el canónigo Juan Federigui encarga “al mejor pintor que había en Sevilla”, como se recoge en el acuerdo capitular del 19 de marzo de 1655, dos pinturas para decorar los muros de la Sacristía Mayor que representarían una a San Isidoro con San Leandro, y la otra a San Laureano y San Hermenegildo. Finalmente, Murillo representa por separado a los obispos hermanos, situándose San Isidoro en el muro este y San Leandro, en el oeste. Hay que destacar la relación de estas obras con el espacio de la Sacristía, ya que nuestro pintor estudia la luz y sobre todo los marcos arquitectónicos de Diego de Riaño donde debían situarse.

Al estar situados a una considerable altura, Murillo los representa desde una perspectiva de abajo a arriba; los santos aparecen sentados, de cuerpo entero y ocupando prácticamente la totalidad del lienzo. Como se señala en el magnífico catálogo editado recientemente, obra de los profesores Juan Miguel González Gómez y Jesús Rojas-Marcos González, los ropajes de ambos santos forman diagonales contrapuestas para provocar un efecto de monumentalidad acorde a las dimensiones del espacio en que se encuentran.

Respecto a San Isidoro, Murillo nos lo presenta revestido de medio pontifical, con alba, estola y capa pluvial bordada en oro y sedas de colores, en la que se distingue la figura de San Andrés con la cruz en aspa de su martirio. La magnífica ejecución de estas vestiduras recuerda los retratos de Van Dyck. Lleva además la mitra, la cruz pectoral y en su mano derecha sostiene el báculo, mientras que con la otra mano sujeta un libro que hace alusión a su faceta de estudioso, escritor y hombre sabio. Murillo pinta al santo leyendo este libro, que pudieran ser las Sagradas Escrituras, captando a la perfección la concentración de su rostro. Aunque era más joven que su hermano Leandro, lo representa como un anciano con barba, ya que la ancianidad es símbolo de la sabiduría y la experiencia.

A su lado, aparecen dos libros sobre una mesa cubierta por un tapete oscuro: se trata de dos obras suyas, el tratado De Summo Bono, escrito hacia 612-615, y sus famosas Etimologías, que en el momento de su muerte, en el 636, estaba corrigiendo.

Para dar mayor monumentalidad y para intensificar la sensación de perspectiva, Murillo coloca en el lado derecho de la composición un pedestal con basa y columna tras un cortinaje, recurso que ya había utilizado en otras obras como la Santa Ana enseñando a leer a la Virgen.

Mediante un inteligente contraste entre la claridad del cielo que se vislumbra al fondo y de los ropajes del santo y la oscuridad del tapete y la cortina, Murillo consigue centrar la atención del espectador en San Isidoro, para cuyo rostro pudo servir de modelo el canónigo Francisco López Talabán, fallecido el mismo año del cuadro.

San Leandro aparece, al igual que su hermano, revestido de medio pontifical, con alba, estola y capa pluvial, en este caso sin bordados, enriquecida sólo con galones de pasamanería dorada, y que al estar recogida deja ver la silla donde está sentado. Porta igualmente la mitra y con la mano derecha sostiene el báculo, mientras que enseña con ambas manos un pliego de pergamino con la leyenda en latín: “CREDITE / O GOTHI / CONSVBS/TANTIALEM / PATRI”, que significa: “Creed, godos, que (el Verbo) es consubstancial al Padre”, dirigido a los visigodos arrianos. En efecto, Leandro fue uno de los combatientes principales contra la herejía desarrollada por Arrio en el siglo IV que afirmaba que sólo tenía carácter divino la primera persona de la Trinidad, el Padre, mientras que las otras dos eran creaturas suyas. Por ello, en el I Concilio de Nicea en el año 325, convocado por el emperador Constantino, se elabora el Símbolo de la Fe, el llamado Credo niceno, en el que se define dogmáticamente la divinidad del Hijo y se le atribuye el término ὁμοούσιος, Homoousios, consustancial al Padre, es decir de su misma sustancia. La frase que porta San Leandro alude por tanto al protagonismo que éste tuvo en la conversión de los visigodos arrianos durante el III Concilio de Toledo en el 589.

Hay que destacar la mirada del santo dirigida al espectador, al cual muestra el texto que porta, que revela su carácter combativo frente al arrianismo con firmeza y resolución. Y es que, como ya hemos comentado, a pesar de ser mayor que su hermano, Murillo representa a San Leandro más joven que él, probablemente para significar así su espíritu combativo y vigoroso ante las herejías, frente a la sabiduría que simboliza la ancianidad de San Isidoro.

A la derecha del santo obispo aparece una mesa cubierta con un tapete de tonos verdes sobre la que se dispone un libro cerrado, símbolo del conocimiento y alusión a su condición de autor de obras como las que escribió contra los arrianos: “Duos abversus haereticorum dogmata libros” o “Opusculum adversus instituta arianorum”, que no se conservan. Como en el caso de San Isidoro, una cortina roja cierra la escena en el fondo de la composición, tras la que se vislumbra una tímida luz dorada que simboliza el triunfo del dogma católico frente la oscuridad del error arriano.

Como en el caso de San Isidoro, también en esta pintura Murillo representa a este santo obispo con facciones tomadas del natural, en este caso del licenciado Alonso de Herrera, entonces apuntador de coro de la Catedral, es decir, el encargado de anotar la hora en que cada canónigo entraba o salía del coro.

Como se recuerda en el catálogo de la exposición, estas dos magníficas obras superan el estatismo y la contención expresiva de la escuela sevillana de los años anteriores y por ello, son exponentes de la entrada del Barroco en Sevilla.

Antonio Rodríguez Babío es Delegado diocesano de Patrimonio cultural