El teléfono sonó en la redacción. La voz era de desesperación y al otro lado de la línea hablaba Antonio Hiraldo, entonces párroco de Santa Catalina. Llevaba mucho tiempo denunciando que el templo estaba en muy mal estado pero ya no aguantaba más. Literalmente, se le caía encima y su lamento era desesperado: «Está toda la iglesia llena de cubos porque las goteras ya son tremendas. Si no nos echáis una mano esto se cae para siempre», espetó el cura al periodista que le atendía al teléfono.
Poco tiempo después, el 29 de mayo de 2004, el arzobispado decretaba el cierre del templo por su mal estado y se iniciaba así un proceso de restauración que dura ya 17 años y que todavía no se sabe cuándo terminará. El motivo de todo este retraso ha sido fundamentalmente el dinero. Primero, porque no había el suficiente y las diferentes administraciones y el propio arzobispado no terminaban de entenderse sobre cuánto y cómo debía aportar cada una de las partes. Tres millones de euros fue la cifra con la que se aseguraba que la restauración podría ejecutarse. Hubo varias campañas de captación de fondos, nacidas desde la iniciativa privada, para intentar lograr esta partida económica que garantizaba que el templo mudéjar volviera a estar abierto al culto.
El abogado Joaquín Moeckel, que unos años antes había liderado y agitado a la sociedad civil sevillana para la restauración de la iglesia del Salvador, inició aquí otra cuestión aunque no tuvo ni el éxito ni la repercusión que la otra. El entonces arzobispo de Sevilla, el cardenal Carlos Amigo Vallejo, también puso en marcha una página web con la idea de avivar las conciencias y que los ciudadanos se animaran a colaborar económicamente con el templo. Pero esta idea tampoco funcionó y la restauración seguía en el aire.
Las administraciones, por su parte, seguían sin aclararse. Tanto la Junta de Andalucía como el Ayuntamiento seguían diciendo que darían un paso al frente y anunciarían su compromiso cuando lo hiciera también la otra administración. Es decir, lo de siempre.
Cuatro años después –nos situamos en 2008– únicamente se había logrado ejecutar unas actuaciones de urgencia en la cubierta del templo antes de que el entonces delegado de Cultura de la Junta, Bernardo Bueno, anunciara un acuerdo a tres bandas junto al consistorio y al arzobispado en el que se especificaba «las intervenciones que debía ejecutar cada uno» para, supuestamente, dejar trazada de forma definitiva una hoja de ruta.
A pesar de todo, cada paso que se daba parecía destinado al fracaso porque el templo seguía cerrado a cal y canto, el dinero no terminaba de concretarse y todo parecía indicar que la restauración era un imposible. En el año 2012, ocho años después de que se cerrara el templo, se activaron de nuevo los compromisos políticos y los discursos de buenas intenciones para que el cierre no se convirtiera de forma definitiva en una de las grandes vergüenzas de la ciudad.
En esta ocasión se reunieron el entonces alcalde, Juan Ignacio Zoido (PP), y el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo. Desde el consistorio se comunicó que desde Palacio se comprometían a aportar 800.000 euros para las obras, que se sumaban al millón de euros que Zoido había anunciado días antes para activar de nuevo la restauración del histórico templo.
Faltaba ahora que la Junta dijera algo, y fue el consejero de Cultura, Luciano Alonso, quién dijo que el Gobierno andaluz aportaría su parte cuando la Iglesia pusiera, al menos, la misma cantidad de ellos. En definitiva, que seguían los dimes y diretes y Santa Catalina seguía sin solución. Sin embargo, las obras de rehabilitación de Santa Catalina volvieron a peligrar después de que Zoido dejara la alcaldía de Sevilla sin concretar esa aportación de 1,5 millones de euros que supuestamente iba a destinar y que se iba a concretar en un convenio de la Gerencia Municipal de Urbanismo que nunca llegó a concretarse.
Como el mandado de Zoido terminaba y Santa Catalina seguía sin solución, tiró por la vía rápida y acudió a la empresa pública Emasesa. Esta sociedad municipal, saneada económicamente, suscribió un contrato de patrocinio publicitario de 425.000 euros (350.000 euros más IVA). Este contrato se firmó tres días antes de las elecciones municipales –que perdería Zoido estrepitosamente al pasar de 20 concejales a 12–, y no fue anunciado ni a la oposición ni tampoco a los medios de comunicación. El arzobispado explicó que este montante económico atendía a un primer pago del millón y medio que había comprometido Zoido. Pero como el popular no volvió a ser alcalde de Sevilla, esta ayuda comprometida volvía a quedar en el aire nuevamente.
Con Juan Espadas (PSOE) ya en el alcaldía, el Ayuntamiento informó de que este acuerdo de Emasesa sería revisado con el objetivo de «hacer las cosas bien», porque entendían que se trataba de un convenio «extraño», dado que el objetivo social de la empresa municipal de abastecimiento y saneamiento de aguas no es precisamente el de aportar dinero para restaurar iglesias.
Meses después, Espadas anuló el convenio firmado con Emasesa por otro en el que la Gerencia de Urbanismo se comprometía a realizar una aportación de 300.000 euros, una cifra que suponía un tercio menos de la cantidad que firmó Zoido.
Empero, para destinar esta cantidad pidieron a cambio condiciones una vez terminada la restauración del templo. Así, en el nuevo convenio queda reflejada la obligación de acoger otras actividades paralelas en este templo, que fue declarado monumento nacional en 1912 y Bien de Interés Cultural en el año 1985.
Pasito a pasito se han ido logrando importantes pasos y el templo se ha podido ir restaurando. Pero una vez terminada la segunda fase y cuando se iba a encarar la tercera y definitiva ha llegado otro sobresalto.
La constructora San José, encargada de los trabajos, ha presentado una demanda contra el arzobispado por desacuerdos con los pagos recibidos por la segunda fase del proyecto. El juez ha ordenado que paren la máquinas y, aunque el arzobispado recurrirá porque considera que todo está en orden, esto no hace más que retrasar nuevamente la triste historia de una rehabilitación.