Secretos en las alturas

Las cubiertas. Las azoteas de la Catedral, abiertas a las visitas, desvelan la historia de su construcción y ofrecen unas vistas únicas de la ciudad y del interior de la seo

10 mar 2017 / 07:55 h - Actualizado: 10 mar 2017 / 19:39 h.
"Patrimonio","Catedral de Sevilla","La Catedral, insignia de Sevilla"
  • La Giralda y Sevilla vistas desde la cúpula de la Capilla Real de la Catedral, junto al lucernario que ilumina a la Virgen de los Reyes. / Fotos: Txetxu Rubio
    La Giralda y Sevilla vistas desde la cúpula de la Capilla Real de la Catedral, junto al lucernario que ilumina a la Virgen de los Reyes. / Fotos: Txetxu Rubio
  • El rosetón y las vidrieras de la nave central vistos desde el balcón que recorre el perímetro interior.
    El rosetón y las vidrieras de la nave central vistos desde el balcón que recorre el perímetro interior.
  • Las gárgolas, como ésta de la fachada de la Constitución, al alcance de la mano.
    Las gárgolas, como ésta de la fachada de la Constitución, al alcance de la mano.

Desde que el 10 de octubre de 1506 se concluyera la construcción de la Catedral, con el cierre de la bóveda del cimborrio –lo último que se hizo y que después tuvo que ser reconstruido en dos ocasiones–, hasta que hace apenas una década se abrieron a las visitas, las cubiertas de esta montaña gótica eran un espacio cerrado al que apenas tenían acceso unos pocos privilegiados que, en realidad, solo pisaban estas azoteas para trabajar: responsables de mantenimiento y restauradores. Sin embargo, a vista de todos, estas terrazas custodian muchos secretos sobre la construcción del tercer templo más grande de la Cristiandad, además de unas vistas excepcionales de la ciudad y los alrededores.

Estos secretos, y estas vistas, están ahora al alcance de todos gracias a las visitas organizadas que ofrece el Cabildo Catedral, unas visitas que arrancan junto a la Puerta de San Miguel –por la que acceden los pasos en Semana Santa para hacer su estación de penitencia– y que, subiendo por una escalera de caracol del año 1480 oculta tras una puerta de madera próxima a la tumba de Cristóbal Colón, a los pies del imponente reloj –al que cada día se le da cuerda manualmente–, llega al primer nivel de las cubiertas, a 14 metros de altura, el techo que cubre las capillas.

Como presenta Antonio Calvo, el coordinador del Departamento de Interpretación del Patrimonio de la Catedral, este recorrido, que cada vez tiene más demanda y ya se ofrece también en la taquilla de la seo –hasta noviembre solo se podía solicitar online y reservar con mucho tiempo–, «consiste en deambular por los tres niveles en altura de la Catedral», tanto por el exterior como por el interior. Y aunque nada más empezar, la ruta hace una pequeña parada en el balcón que sostiene el reloj para apreciar una vista del interior que ya sobrecoge, la visita bajo las bóvedas ocupa la última parte del recorrido.

Unas vasijas de barro, unos trazos blancos en el suelo y unos tapones en forma de seta son las primeras curiosidades que reciben al visitante, además de las marcas hechas en las piedras por los canteros y que se aprecian a lo largo de todo el recorrido, entre arbotantes, suelos inclinados, canales de desagüe, gárgolas y pináculos. Todos son pistas de cómo se levantó esta impresionante montaña en piedra hace más de 500 años y de que nada se dejaba al azar para lograr un «edificio perfecto que debía ser la casa de Dios». Estas huellas de los constructores dan pie a conocer no sólo la historia del monumento sino también los personajes que participaron en su construcción.

En Sevilla no había ni cantera de donde extraer la piedra ni canteros que supieran tratarla. Los edificios, como muestra la Giralda, se hacían de ladrillos que fabricaban los olleros o alfareros trianeros y se cubrían con techos de madera. Pero el cabildo de entonces aspiraba a tener una catedral como las góticas castellanas o europeas. Así que tuvieron que sufragar la construcción de dos barcos para traer la piedra desde la Serranía de San Cristóbal, en El Puerto de Santa María, subiendo por el Guadalquivir, hasta Sevilla y contratar a canteros extranjeros mientras se formaban los locales. Arquitectos, aparejadores, albañiles, herreros, carpinteros, cordeleros, alfareros, peones completaban el elenco imprescindible para dar forma a este sueño.

Superadas otras escaleras de caracol, con los escalones cada vez más empinados, se accede al segundo nivel de las cubiertas, a 25 metros de altura, pisando las bóvedas de las naves laterales. Los arbotantes y los pináculos están al alcance de la mano y, sobre todo, las impresionantes vidrieras, así como las curiosas mangas –como pasadizos secretos que sobresalen en torno a los pilares y que permitían recorren las terrazas interiores sin ser vistos y sin tener que salir al exterior–, además de ese afán de perfección que hizo levantar dos ventanales con la misma forma y el mismo trabajo que si fueran a acoger coloridas vidrieras pero que desde siempre –y lo sabían– han estados cegados para que preservar la luz del altar mayor de la Catedral.

Cuando el visitante alcanza el tercer nivel, a 36 metros de altura, los que tiene la nave central y la del crucero, aparece sobre la cúpula de la Capilla Real. La ausencia de barandas, los pequeños escalones y el lucernario de cristal transparente, sobre unas vistas únicas a la Plaza Virgen de los Reyes, «dan la sensación de flotar» junto a la Giralda, que casi se puede tocar. Falta aún el recorrido por pasillos junto a las bóvedas, que ya no son planas, la vista sobre el Patio de los Naranjos y la fachada interior de la parroquia del Sagrario, la vista de la avenida de la Constitución desde el balcón sobre la puerta de la Asunción y todo el recorrido interior a la altura de las vidrieras y el gran rosetón, que, además, permite ver desde arriba el retablo mayor, el órgano tallado por Pedro Duque Cornejo o el cuadro de Alfonso Grosso que preside una Inmaculada con rostro de Esperanza Macarena.