Este fin de semana se celebran las Jornadas Europeas de Patrimonio. Quien ha empujado más en Sevilla desde hace varios lustros para que se tome conciencia de lo industrial (arquitectura fabril, maquinaria, tecnología, cultura del trabajo, enclaves urbanos) como parte crucial de nuestro Patrimonio Histórico presente y futuro es Julián Sobrino Simal. Profesor de Historia Arquitectónica en la Escuela de Arquitectura en Sevilla, entre otras muchas actividades e iniciativas con las que se le puede identificar. En contra de lo que se cree desde un prisma superficial, su gran ilusión no es salvar los vestigios del pasado, sino ayudar a salvar de la quema a los jóvenes del presente y del futuro: “Como mucha gente de mi generación, nunca he estado en el paro. Lo natural era terminar de estudiar y de inmediato comenzar a trabajar. Nunca he vivido en situación de desempleo. Todo lo contrario que los jóvenes de hoy. Ya es normal que algunos solo encuentren un trabajo dignamente remunerado cuando tienen 35 años. Y les agobia pensar a partir de qué edad empezarán a quedarse sin trabajo y orillados en el mercado laboral mucho antes de la edad de jubilación. ¿Por qué no se articula un plan de choque para afrontar este abismo de nuestra sociedad?”.
Nació hace 59 años en Ciudad Real, su padre tenía un pequeño comercio de tejidos, su madre procedía de una familia zamorana de comerciantes de lienzos e hilaturas, y compaginó la crianza de cuatro hijos con su destreza como pintora. Julián Sobrino fue creciendo a la par que descubría el estructurado micromundo de las tiendas y almacenes, el orden social establecido de los clientes, los maestros y los aprendices del oficio.
¿Qué le indujo a ser historiador y no comerciante?
Desde muy pequeño sentí que el estudio de la Historia iba a ser mi destino. Con 12 años, ya me había leído tres veces un libro de Historia Universal que había en la pequeña biblioteca de mi casa. Y mi formación universitaria tuvo una circunstancia afortunada. Estudié Geografía e Historia en Ciudad Real, en una extensión dependiente de la Complutense de Madrid. Lo que en principio era una decepción, no irme a la capital de España o a otra ciudad grande, como hacían todos mis amigos, se tornó en factor positivo. Comprendí que en las pequeñas ciudades no todo es ambiente opresivo o decadente, también hay aire limpio: depende de la gente. Y disfruté durante tres años de una enseñanza universitaria en la que éramos solo 25 alumnos en clase, y la dinámica era la misma que un ‘college’ inglés: relación muy estrella con profesores jóvenes muy innovadores, no había exámenes, la metodología era de investigación, contraste y debate. Cuando ya tuve que ir a Madrid para el segundo ciclo de la carrera, el ‘shock’ fue tremendo: toda la enseñanza era memorística, nunca se interactuaba con los estudiantes. La diferencia era enorme a favor de lo que aprendí y viví en Ciudad Real.
¿Por qué se afincó en Sevilla?
Comencé dando clases en Talavera de la Reina, como profesor de Historia en Formación Profesional. Conseguí después plaza como catedrático de Instituto. Y llegué a Sevilla en 1987 a través de un concurso de traslado. Quería vivir en una ciudad de tamaño medio y con universidad para investigar y doctorarme. Me dieron plaza en el Instituto del Polígono Sur. Allí estuve mis primeros cuatro años, entrar en Sevilla a través de un barrio estigmatizado fue una experiencia extraordinaria y me aportó la dimensión compleja de la ciudad, tanto la ciudad tradicional como la ciudad periférica.
¿Cuándo comienza a especializarse en patrimonio industrial?
Ahí empecé, por la necesidad de dar formación específica a gente que está aprendiendo un oficio (fontanería, delineación, electricidad, etc.) y a la que no le interesan las clases de Historia. Y lo primero que hicimos fue un trabajo de investigación sobre arqueología industrial a partir de un torno de hilar vertical ¡del siglo XVI!, con maderas de caoba y ébano, con incrustaciones de marfil, que tenía la familia de un alumno. Era una máquina ancestral de su madre, alemana de Baviera casada con un emigrante español que había retornado al jubilarse. Ganamos el primer premio de un certamen nacional. Los estudiantes se dieron cuenta del valor histórico que tenía ese objeto.
¿Qué experiencia le fortaleció para perseverar en esta trayectoria?
Conocer viva y en funcionamiento la Fábrica de Vidrio La Trinidad. Me encontré un edificio y una empresa que en su interior, y en su actividad y organización, era como las descripciones que había estudiado sobre las fábricas de la primera revolución industrial. Era una fricción muy fuerte entender cómo era posible que, a finales del siglo XX, una fábrica seguía viviendo su día a día como en el siglo XIX, en niveles de ruido, en pésimas condiciones higiénicas, en herramientas y técnicas. Era el gran atractivo para estudiar el fracaso en el siglo XX de industrias en Andalucía que fueron un éxito en el siglo XIX y no fueron capaces de evolucionar para seguir siendo punteras en cada nueva etapa tecnológica-económica.
Otras sí lo han logrado.
Por ejemplo, la Fábrica de Sombreros Fernández y Roche. Se traslada fuera del casco antiguo de Sevilla y monta una fábrica de nueva planta en Salteras porque el histórico edificio que está junto a San Luis, hemos de reconocerlo, no era útil para una nueva forma de organización industrial más eficiente y, al mismo tiempo, más digna para los trabajadores.
El principal capital de cualquier industria es el capital humano.
En la Fábrica de Vidrio La Trinidad, al mismo tiempo que descubro su crisis de modelo, también descubro otro potencial: el factor humano, social e inmaterial del patrimonio industrial. Y las estrechas relaciones con su entorno urbano, en ese caso la Avenida de Miraflores, el barrio Retiro Obrero. Con un añadido crucial: soy testigo en 1999 de su cierre y la pérdida del empleo de trabajadores cuya vida laboral estaba totalmente ligada a esa fábrica. Esa pérdida de su lugar en el mundo, esos dramas personales y familiares, me llevan a plantearme un cambio de paradigma: estudiar los espacios industriales para procurar que sean reactivados y, de una manera moderna, mantengan su condición de lugares de producción. Donde el humo no salga por las chimeneas, sino que ‘echen humo’ los cerebros de quienes en ellos innoven.
¿Halló receptividad en la ciudad institucional?
Tuve la oportunidad de formarme con profesores como José Manuel Rodríguez Gordillo, con el que conocí los edificios de la Tabacalera, su archivo, su maquinaria. José Manuel Suárez Garmendia, mi director de tesis, me hizo descubrir la verdadera importancia de la Sevilla decimonónica. Pero, en general, escasea la receptividad a estos temas, es una de las claves que explican hoy la situación del patrimonio industrial. Para muchos era una sorpresa que también se considere a la cultura del trabajo como patrimonio, y que también forme parte de la narración histórica. Además, preferían seguir instalados en el tópico sobre el fracaso de la industrialización en Andalucía, pese a la gran labor de historiadores como Antonio Miguel Bernal. Si a eso le añadimos que mi intención no se limita a conocer, sino que tiene una dimensión proactiva importante (porque el patrimonio, ante todo, es activación y gestión), pues eran muy complicadas las relaciones con los ámbitos políticos, académicos e institucionales. Porque tenías que descubrirles un océano que para ellos no existía. Y una vez que empezabas a proporcionar datos acerca de la riqueza, variedad e importancia de la industrialización en Andalucía, les suponía un esfuerzo intelectual importante y, al mismo tiempo, una decisión política que no estaban dispuestos a asumir. Porque significaba romper con un paradigma donde los sectores tradicionales del Patrimonio en Andalucía priorizan los periodos desde la romanización hasta el Barroco del XVIII. La ciudad contemporánea del XIX y el XX, con sus infraestructuras, sus remodelaciones, sus plazas, sus alineamientos, no formaba parte de lo que se protegía. Ni tampoco lo industrial.
¿Cuál es su propuesta?
En 2008 le presenté a la consejera de Cultura de entonces, Rosa Torres, un documento base para una estrategia de patrimonio industrial en Andalucía. A fecha de hoy, seguimos en Andalucía sin eso. Pedimos a la nueva consejera, Rosa Aguilar, que la impulse. Tengo como lema el que acuñaron dos arquitectos ingleses en los años 60, Alison y Peter Smithson. Decían: “Vamos a trabajar con lo que hay”. Ni inventar Mediterráneos ni soñar mundos que tal vez no existan. Sí establecer un diagnóstico claro de cuáles son los esfuerzos, las fortalezas y las iniciativas que ahora están en marcha en Andalucía.
Explique ese ‘qué es lo que hay’.
Considero que la Consejería de Cultura haría una gran aportación si desarrollara un sistema de museografía de la ciencia y la técnica en Andalucía. Hay material, espacios y testimonios suficientes. Incluyendo la ciencia y la técnica de hoy. Pueden establecerse sinergias con empresas, a las que también se daría visibilidad desde ese prisma de patrimonio histórico andaluz. Todo ello tiene un gran valor formativo para demostrar y difundir, dentro y fuera, que Andalucía también ha tenido y tiene desarrollos industriales potentes e innovadores. Por ejemplo, en Huelva, a finales del siglo XIX, el procedimiento de obtención de gas para abastecer a todo el sistema de balizamiento portuario del estuario onubense, fue una tecnología que se exportó a Bilbao, donde no la tenían.
¿Ejemplos fuera de España que sugiere aplicar en Andalucía?
En Canadá desarrollan los economuseos, espacios industriales reales de hace 25 o 50 años donde se trabaja, se produce, y además pueden ser visitados por el atractivo de sus demostraciones. A la CEA le propusimos crear una red andaluza de empresas históricas, las hay de aeronáutica, naval, minería, agroalimentación, transportes, etcétera. Con una marca común, con la generación de recursos por la venta de entradas, y una estrategia para negociar beneficios fiscales aplicados a lo que inviertan para cuidar y poner en valor sus inmuebles, archivos, sus máquinas. El mundo de la empresa no puede darle la espalda ni a su historia ni a esa posibilidad de alianza de la que beneficiarse.
¿Otros ejemplos más vinculados aún si cabe al desarrollo económico y al cambio de modelo productivo?
El Ayuntamiento de Nueva York, en 2005, con Bloomberg como alcalde, y con la implicación de numerosas organizaciones cívicas, puso en marcha un plan de reindustrialización en las áreas de histórica tradición industrial de la ciudad: Port Morris y Morrisania, en el distrito del Bronx, y Canarsie y Navy Yards en el distrito de Brooklyn. Aprovechando antiguos astilleros y antiguas fábricas. Comprendieron que no podían dejarse llevar por la inercia de convertir también esas zonas en barrios residenciales. Nueva York también necesita relanzar su tejido industrial. Pongo también un ejemplo en Europa. En Rotterdam (Holanda). La antigua fábrica Van Nelle ahora es un espacio dedicado a la creación y producción de moda y diseño, con muchas pequeñas empresas. Se hizo una suscripción popular para que los ciudadanos compraran participaciones con el fin de salvar la Van Nelle. El día en que los sevillanos, además de comprar el carné del Betis o el Sevilla, adquieran un bono para salvar La Trinidad, realmente estaremos hablando de un cambio en el rumbo de la ciudad.
¿Cómo se cambia la mentalidad de una sociedad?
Forma parte de una cultura compuesta a medio camino entre lo que las instituciones promueven y lo que los ciudadanos desean y practican. Es siempre de doble dirección, y en cada etapa histórica pesa más un polo o el otro. España arrastra desde hace siglos la disociación entre cultura humanístico-artística y cultura cientifico-técnica. Eso hace mucho daño. Andalucía debe acometer una reindustrialización. A ello también pueden contribuir los antiguos espacios industriales, tienen que ser laboratorios de experimentación e innovación.
¿Qué hace para remediar el desconocimiento sobre la industria del presente?
Tengo en marcha el proyecto Andalucía Transversal, donde hemos geolocalizado las actividades emergentes en toda Andalucía: pequeñas empresas, proyectos colectivos, las incubadoras, los ‘coworking’,... Es un proyecto de I+D+I con apoyo de la Junta de Andalucía y la Comisión Europea. Junto con el arquitecto Enrique Larive nos presentamos a esa convocatoria para crear el Atlas activo de espacios públicos en Andalucía. Incluimos todos los espacios emergentes, esos nuevos lugares de la economía y de la sociabilidad. Ahora se puede vertebrar el territorio andaluz gracias a las nuevas tecnologías digitales. Pero actuemos con la mentalidad del siglo XXI. Por ejemplo, una alianza para el área Sevilla-Huelva-Cádiz. Para dejar de desaprovechar su potencial, para organizar sus sistemas de otra manera, hay que olvidar el provincianismo y el localismo.
Usted también ha encabezado numerosas propuestas en Sevilla para reutilizar la Fábrica de Artillería, la Estación de San Bernardo, la Tabacalera de Los Remedios, naves del Puerto,...
También está disponible en internet a la vista de cualquier ciudadano (para que no esté solo en un cajón municipal) todo lo que hicimos para el Ayuntamiento de Sevilla en el proyecto Sevlabteam, que contó con ayuda de fondos europeos. Un estudio de todos los espacios de patrimonio industrial en Sevilla.
¿Cómo analiza la evolución de la política municipal en Sevilla?
Uno de los fallos de Zoido como alcalde ha sido su falta de transversalidad con diferentes sectores de la ciudad. Él y su equipo se han enrocado en los ámbitos sociales que rodean al PP y no han estado abiertos a una sociedad horizontal. Juan Espadas también podría incurrir en el mismo error. Para evitarlo, debe entender que Sevilla es Sevillas. Hay que decirlo en plural. La pluralidad es lo que caracteriza a esta ciudad. Sobre todo, en una época donde se han acabado las mayorías absolutas.
¿Y la cultura del diálogo va a brotar como por arte de magia?
Repito como un mantra lo que dijeron Antonio Cruz y Antonio Ortiz tras su premiada rehabilitación y ampliación del Rijksmuseum de Amsterdam. “Lo que más nos ha enseñado Holanda es aprender a negociar”. En España, y en Andalucía, falta diálogo, no se sabe negociar, acordar, transaccionar. Carecemos de instancias sociales intermedias que propicien una visión transversal de la realidad. Y ese problema no se produce por un factor político o ideológico. Está presente en todos los ámbitos sociales.
¿Qué lección le gustaría que aprendiera la sociedad sevillana?
Tener ambición. Ahora se utiliza el término ‘decimonónico’ como sinónimo de algo atrasado y obsoleto. Pero en el siglo XIX se llevaron a cabo avances extraordinarios, sobre todo si los analizamos desde su contexto histórico y desde la mentalidad de la época. Por ejemplo, en Sevilla, pienso en el abogado y empresario Ignacio Vázquez Gutiérrez, que era el propietario del Cortijo Gambogaz, al lado del Alamillo, y en 1850 forma parte de la segunda Ilustración sevillana y librepensadora. Puso en marcha en dicho cortijo la primera cosechadora a vapor de España y planteó una escuela de capacitación agraria para que los jornaleros mejoraran su nivel profesional y su promoción laboral. En esa Sevilla estoy pensando cuando hablo de poner el reloj en hora. Para fortalecer el presente, hay que incorporar también el reconocimiento histórico-patrimonial de aquellos esfuerzos, intentos y experiencias.