«Sevilla me ha dado mucho y aún estoy en deuda con ella»
A sus 73 años mantiene la vitalidad y la ilusión de aquella joven murciana que vino a hacer su tesis doctoral en el Archivo de Indias. Confiesa que la fórmula es «vivir, amar, dejarte querer... y de vez en cuando alguna batallita para mantener la adrenalina»
Su vida ha estado siempre vinculada a la educación y la atención social. Incluso en su etapa como política. Amalia Gómez (Abarán-Murcia, 1943) es una mujer familiar, optimista y con «un genio fuerte» que no le tiene miedo a los retos. Desde hace diez años ocupa la presidencia de Cruz Roja Española en Sevilla, la ciudad que le atrapó.
—¿Qué recuerdos guarda de sus años de infancia en la huerta murciana?
—Los niños nos íbamos a jugar a un sitio que se llamaban las laeras, donde con una cosa de esparto te la ponías debajo y te tirabas cuesta abajo. De pequeña siempre decía que quería ir a los colegios [se ríe]... como si fuera Cambridge. Me gustaba mucho estudiar. Mi maestra, doña Lolita, siempre decía que era una pena que no estudiara. Para mí fue fundamental tener un padre, que, aún siendo un hombre que no había estudiado nada, se dio cuenta de que yo iba a ser feliz estudiando y me animó. Mi madre, que era una buena mujer de huerta con los pies en la tierra, no lo entendía. Me decía que iba a ser mala ama de casa, que no iba a saber ser buena madre... Luego vio que la mujer podía hacer más cosas además de estar en casa.
—¿Qué consejos de sus padres tiene siempre presente?
—Tuve la suerte de tener unos padres, que, a mi edad con 73 años, hace tiempo que los tengo en el corazón porque ya no los tengo y espero que me esperen en el cielo. No solo me dieron los valores sino que también me lo inculcaron desde la libertad y el valor de la fe. Mi padre siempre me decía: ‘Amalia, de rodillas ante el Santísimo y porque eres creyente. Nada más. De pie siempre’. Y mi madre me decía mientras fui secretaria general del Gobierno: ‘No te olvides de dónde vienes y a dónde tienes que volver’. Mi madre tenía mucho sentido común y era tremendamente alegre. ¡Por eso vivió 88 años!
—¿Qué le trae a Andalucía, en concreto a Sevilla, en 1968?
—Vine como suelen pasar las cosas cuando se cruza en tu camino una buena persona y, además, un sabio. A través de Luis Navarro y su esposa, María del Pópulo, me vine al Archivo de Indias a hacer la tesis doctoral cuando terminé la carrera en 1968. Me buscaron trabajo y me quedé en Sevilla hasta ahora. En aquellos años era muy difícil que una mujer de mi edad se moviera del pueblo o la provincia. Pero en este sentido siempre he luchado y he trabajado por la igualdad desde la acción más que desde la teoría.
—¿Cuál es la primera sensación que tiene de Sevilla?
—El primer paisaje que te encuentras es el humano. Además de don Luis, en el Archivo de Indias había personas de las que he aprendido mucho y guardo buena amistad, como Enriqueta Vila, Pilar Sanchís... otros han fallecido, como Alfredo Núñez o Beatriz Blanco. Muchos mejicanos, gente de Colombia... de Latinoamérica. Luego la ciudad en sí me deslumbró porque era muy grande. Y eso que había vivido antes en Londres. Pero Sevilla tiene algo muy especial, y no es solamente el título de una canción. Me gustó la mezcla de pequeñas calles en el entorno de Abades o Santa Cruz, y la grandiosidad de otros espacios bien definidos.
—¿En qué rincón le gusta perderse?
—Bueno... hay muchos. La calle Betis, al borde del río. El Altozano. Recuerdo que por curiosidad fui a Nervión porque había habido una plaza de toros. La judería antigua, donde viví un tiempo. Viví en sitios muy diversos pero siempre de alquiler: Heliópolis, Levíes, Céspedes, El Tardón, en una casa que me alquiló Adelita, la maestra. La ciudad entera me ganó el corazón y pensé: ‘me quiero quedar aquí’.
—Y así llegó a impartir clases y sacar plaza en el instituto Velázquez, ¿cómo fue aquella etapa en la docencia?
—Es una pregunta muy oportuna porque he estado en política, ahora en Cruz Roja... pero mi verdadera vocación es la Historia y la enseñanza.
—¿Por qué?
—La Historia porque es la única forma de entender o de tratar de explicar lo que pasa y de comprender lo que puede pasar: los hombres son siempre los mismos aunque cambien las circunstancias. Para mí es más enriquecedor ir a la Uffizi de Florencia o al Museo de Bellas Artes de Sevilla que dedicarte a otra cosa en la que, a lo mejor, se gana más dinero pero enriquece menos y da menos salud. Me gustaba mucho el Arte, la Historia, sobre todo la de América. Soy mejicanista, de hecho mi tesis doctoral fue sobre Nueva España. Ser profesora era enriquecedor porque ayudas a aprender a personas y también a que vean un referente de personas en libertad. Tuve compañeros maravillosos como Gracia Sánchez, la mujer de Pepote Rodríguez de la Borbolla; Lourdes Garnica, la mujer de Bernardo Bueno. Es decir, había una posibilidad desde la cultura de vivir en tolerancia visiones políticas distintas. Eso era democracia.
—¿Cómo se puede afrontar desde la docencia la pérdida de valores que hay hoy en día en nuestros jóvenes?
—No se le puede echar la culpa a los profesores. Los profesores han sido sustitutos de la familia en muchas ocasiones. Como he visto en compañeros de los años setenta, como Paco Raya, gran profesor de Latín pero también un hombre que se preocupaba del alumnado; Pura Sánchez o Luis de Garnica. Los culpables somos la sociedad. Tú no puedes tener en casa unas normas estrictas ni tampoco decir ‘arréglatelo tú’. La libertad sin responsabilidad no tiene sentido. Por ejemplo, que los jóvenes beban dos, tres, cuatro... No, que sepan beber. También es mucha culpa de los políticos. Desde la transición hasta ahora no han sabido hacer una sola ley de educación consensuada que sirva para todos. Es el momento de hacerla y que los de la tiza intervengan.
—¿Qué le lleva a meterse en la política?
—Porque con treinta y tantos años que tenía era un reto tan importante participar en el proceso de traer la libertad y la democracia al país. Yo estaba en Cristianos por la Democracia y no entré en política activa hasta el año 90. O sea que yo no he sido un profesional de la política. Ahora, llevo la política en vena por supuesto que sí, hay que llevarla; pero ante todo me siento vocacionalmente una historiadora. Por eso entré en política también y por eso la dejé. Por ser historiadora. Nadie me dijo vete. Soy yo la que decido irme porque quería volver a la tiza.
—Durante seis años estuvo en el Parlamento andaluz y luego cuatro en el Gobierno central en Madrid, ¿cómo llevó la conciliación familiar?
—Casándome con un hombre maravilloso. Cuando me iba a Madrid, mis dos hijas sabían que se quedaban con su padre. Tengo la suerte de que ellas vieron como era mi madre y como era yo. Supimos conciliar aunque a veces me creara estrés porque soy de las que me gusta estar encima de todo. Mi marido, por ejemplo, tiende fatal y luego cuesta el doble planchar.
—Pasados ya los años, hasta compañeros de la oposición hablan muy bien de usted...
—El que haya personas que me quieran y seamos amigos, como Kechu Aramburu, Micaela Navarro, la fallecida Concha Caballero o Mar Moreno es quizás porque al ser profesora sabía distinguir entre defender una causa y la relación personal con los compañeros. Eso no quiere decir que no tenga un debate agarradero. Lo que me tiene más tranquila es que no insulté jamás ni falté el respeto, pero no solo por la otra persona sino por mí misma, porque entonces no hubiera sido yo.
—Hay quien sigue manteniendo que, con su marcha de la política, Sevilla perdió la oportunidad de tener una gran alcaldesa...
—En este tema recomiendo la historia de Florencia de Maquiavelo sobre la familia Médicis. Nunca sabrá nadie si pude o no pude ser. ¿Por qué? Porque se hicieron muchísimos rumores y es una de las cosas que siempre tengo muy clara: lo que no se dijo, lo que no se hizo o lo que no sucedió, no merece ser explicado.
—Nunca ha tenido problemas para reconocer que es una persona muy creyente...
—El único proyecto en el que creo al 100% es Dios. Un Dios misericordioso, un Dios Padre que murió por nosotros, los pecadores. Yo quiero a ese Padre. Es mi motor. Luego, pecadora, a tope.
—¿Cuáles son sus devociones de cabecera?
—Primero la Divina Misericordia. Luego, los patrones de mi pueblo, San Cosme y San Damián, que son médicos y en mi pueblo somos todos un poco hipocondríacos... [se ríe]. Mucha devoción a la Virgen de Fátima, la Virgen de Guadalupe como Reina de América, San Juan Pablo II, el Señor de la Pasión de Sevilla... Yo es que le rezo a Dios, a la Virgen y a San Miguel para que nos libre del demonio de la tierra, que está por ahí dando por saco.
—Recientemente hemos visto en las noticias catástrofes naturales, como el terremoto de México o el huracán Irma en América. Como actual presidenta de Cruz Roja Sevilla, ¿cómo afrontaría aquí situaciones similares?
—La responsabilidad de que tengamos que acudir a esas campañas de emergencias es de Naciones Unidas y de la Unión Europea que siempre llegan tarde. Lo de México, por ejemplo, no tiene sentido que la cooperación internacional haga tal hospitalito o cual escuela. Los gobiernos tienen que decir ‘damos tanto’, y sobre todo los que sacan materia prima de África, Siria o Asia; y destinarlo a crear una comisión específica para el desarrollo y no tanta FAO.
—¿Cómo le gustaría que le recordasen?
—Los creyentes rezando por mi alma. Los que no, sobre todo si han sido alumnos míos, como una joven que vino con veintitantos años y con mucha ilusión en la maleta y encontró el camino, que me recuerden como una mujer con fe, que amaba, optimista pero, sobre todo, muy consciente de que todo lo que soy y lo que he hecho se lo debo a Sevilla. Me dicen has sido muy generosa con esta tierra: es que Sevilla me ha dado mucho y aún estoy en deuda con ella.
—¿Se siente sevillana y, por tanto, andaluza?
—Culturalmente, sí. Tengo mis raíces murcianas. Pero también una orilla que es la del Segura, pero la orilla del Guadalquivir... Mi marido es andaluz, mis hijas son sevillanas. Andalucía está en mi ADN. Sevilla está en mi ADN.
—Dice que sólo ha llorado dos veces en público: con el título de hija predilecta de Abarán y hace meses al recibir la Medalla de Sevilla...
—Eran lágrimas de alegría y gratitud. Le doy las gracias a la corporación municipal y especialmente a Juan Espadas porque ha sido una prueba de que las personas son más fuertes que las ideologías. A mí no me importan los colores, sólo me importan las personas.