«Si el colegio no funciona como debe, el drama se traslada a casa»

Un caso de dislexia. Rosa Satorras, madre de dos disléxicos y vicepresidenta de Asandis, narra el calvario que pasaron sus hijos y reclama adaptaciones «que ni siquiera son caras»

26 feb 2017 / 07:12 h - Actualizado: 26 feb 2017 / 07:12 h.
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  • La familia Caballero Satorras asiste a la graduación de Arturo en el colegio Calderón de la Barca a finales del curso pasado. / El Correo
    La familia Caballero Satorras asiste a la graduación de Arturo en el colegio Calderón de la Barca a finales del curso pasado. / El Correo

Rosa María Satorras se define a sí misma como «normolectora» y, por supuesto, como «luchadora por sus hijos». Es vicepresidenta de Asandis (Asociación Andaluza de Dislexia) y sabe de lo que habla, ya que convive con tres disléxicos: su esposo Rafael y sus hijos Rafael (19 años) y Arturo (17). «Mi marido no supo nunca que era disléxico, tenía problemas escolares diversos pero en aquellos años no se diagnosticaba; hoy día es doctor en Derecho», cuenta Rosa dando a entender, con razón, que no hay motivo para desdeñar a las personas por lo que simplemente es un problema de lectura y escritura.

Sólo tras tener descendencia fue consciente la familia de lo que se cocía en casa: «Yo no sabía ni que existía la dislexia. Empecé a darme cuenta cuando el mayor mostraba dificultades con la lateralidad, era muy torpe a nivel motriz y con la escritura y la lectura no había forma. Pensé que pasaba algo y lo llevé al oculista y le pusieron gafas pero no tenía grandes problemas de vista. Luego le miraron la audición y estaba bien, y la capacidad intelectual, y estaba estupendo», relata antes de dar con la clave: «Lo llevé a un logopeda y tampoco. Hasta que por fin un gabinete psicopedagógico me dijo que mi hijo era disléxico. Estaba en 5º de Primaria», recuerda Rosa, que por entonces ya vivía un calvario: «Tuve que sacarlo del colegio porque sufría acoso».

Por fortuna, todo cambió al entrar en el colegio Calderón de la Barca: «Les cambió la vida para bien. Al mayor le salvaron la vida: entró como una piltrafa, desintegrado como persona, y en 4º de la ESO era uno de los mejores de la clase y estaba muy bien valorado por los compañeros. Simplemente el colegio hizo lo que tiene que hacer», explica esta sevillana, que pronto reviviría el drama: «El pequeño estaba consolidando el proceso de lectura pero ya veía yo cosas raras. Estaba en 2º de Primaria, lo cogieron pronto y avanzó muchísimo más porque las conexiones neuronales todavía no están cerradas en esa edad», cuenta aliviada.

Rafael, el mayor, está terminando en la actualidad el Ciclo Formativo Superior en Gestión Forestal y del Medio Natural en el instituto Virgen de los Reyes: «Todo va por apuntes y se vale de una grabadora, pero tiene que dedicar muchísimo más tiempo que los demás. Y lo peor es cuando le dan apuntes fotocopiados», se queja la madre.

Arturo, el menor, ha empezado el Bachillerato en el Centro Itálica, «con muy buenas adaptaciones que le ayudan a superar con éxito los exámenes». Por otra parte, ambos han superado sus problemas de psicomotricidad de forma sencilla gracias a la práctica del judo.

Por su experiencia, Rosa sabe dónde está el quid de la cuestión: «El sistema educativo adolece de falta de formación y de mucha desinformación y eso provoca que no se diagnostique. Se les considera vagos, tontos, cuando lo único que tienen es un problema de lectura y escritura», recalca. Un problema que se puede mitigar con las adaptaciones idóneas: «La inmensa mayoría de la evaluación es a base de exámenes escritos y eso añade una tremenda dificultad, ya que el disléxico expresa muy mal lo que sabe, con lo que el resultado es un desastre. En cambio, si le preguntan oralmente no tiene problemas».

Materiales adaptados

Así, la solución pasa por «proporcionarles los libros en formato digital, ya que aprenden escuchando. Los colegios tienen que pensar que los materiales deben ser diferentes pero esos materiales existen, no pedimos nada de ciencia ficción». Y pone un ejemplo: «En geografía, como tienen problemas espaciales, si les ponen un mapa mudo no encuentran nada. La solución es utilizar mapas interactivos», razona antes de afirmar: «Son medidas que ni siquiera son caras, es cuestión de voluntad».

Su reivindicación está plenamente justificada: «Las madres nos convertimos en lectoras, ayudantes, psicólogas, maestras.... tenemos que sustituir todo lo que el sistema educativo no hace. El drama de la escuela se traslada a casa y se multiplican los problemas familiares». Y es que cuando en el colegio no se trabaja adecuadamente, el problema inicial se acentúa y se agrava y los efectos son devastadores a todos los niveles: «Un niño que no sabe leer a los 14 años no tiene autoestima, se siente inútil. El problema educativo se convierte en uno de personalidad, ya que deviene en depresión». Y, aunque han pasado lo peor, nunca llega la normalidad: «Esa cicatriz no se cierra, tienen el alma tocada. La inseguridad la arrastrarán siempre».