Editor, librero, pero por encima de todo poeta, Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) regresa a los anaqueles de novedades defendiendo una vez más esta faceta con El baile del diablo, un poemario que acaba de ver la luz en Renacimiento que le llevó más de una década culminar –fue escrito entre 2004 y 2017– y donde, asegura, se ha desnudado como no había hecho nunca antes.
«El libro comienza a escribirse cuando cumplo los 40 años», explica el autor, «con intención de hacer balance de lo vivido hasta ese momento. Y desde entonces hasta ahora, que tengo 52, pues eso, se hace balance, se mueren mis padres, y ves con otros ojos todo».
¿Y el diablo, qué pinta en todo eso, cimbreándose desde las llamativas letras rojas del título sobre fondo verde oscuro? «Dice André Gide que no hay obra de arte sin colaboración del diablo. El demonio es la tentación, y el arte es la acción del hechizo», comenta Sánchez Menéndez. «Sin el diablo no podemos escribir, ni siquiera vivir. Forma parte de nosotros. Todos tenemos poco o mucho del diablo. A veces lo echamos de nuestra vida, a veces lo llamamos porque lo necesitamos. Digamos que el diablo alimenta la vida cotidiana y aburrida. Lo hacemos culpable de lo malo, y pero nosotros somos los únicos culpables de lo malo».
No obstante, la larga gestación de El baile del diablo ha propiciado de paso alguna evolución estilística respecto a sus anteriores entregas. «En el libro he intentado desnudarme al completo. Hacer poesía sincera y veraz, sin máscaras», subraya Sánchez Menéndez.
Entre los poemas hay diálogos y recuerdos con los parientes del poeta, como un modo de continuar la conversación a través del verso. «Pero más que eso, lo que intenté fue traer a la actualidad esos recuerdos, y ahora se ven de forma diferente», agrega el gaditano.
«Hay dos yo», explica con una sonrisa un tanto melancólica. «El que estaba en esos recuerdos en su tiempo pasado, y el yo actual que contempla los recuerdos en el presente. Esto es lo que mas me llenó: contemplar en el presente los recuerdos del pasado, sin poder cambiarlos, ya que pasaron en su momento, pero rememorando el pasado en el presente. Y descubres que el diablo siempre esta ahí, en el pasado y en el presente».
También están las partidas de cartas, «la vida como una partida de cartas, donde jugamos nuestra mano, nos descartamos o pasamos de la partida quedándonos fuera del juego. En el fondo así me he visto siempre».
«El primer poema del libro intenta justificar la presencia del diablo; el último poema es el balance donde el poeta, para sincerarse, se desnuda y se enfrenta a sus recuerdos, pide perdón por la vida y por su propia vida. También vivir precisa de epitafio. Con este verso acaba el libro», concluye el autor. ~