Triana marcó con sus nudillos el compás eterno de la nostalgia. Mandó llamar a las abuelas de los «peinecitos de plata», a los niños de la cucaña, «metáfora de la vida más perfecta», y a los vecinos de las casas «que sacaban el refrigerio, compartían las viandas y así pasaban la noche, la víspera de la Santa», para resucitar el alma de una fiesta universal que llaman tras sus cancelas Velá de Santa Ana. La brisa de julio, la «que huele a jazmines», puso sobre al atril del patio de vecinos a un niño de Triana, criado sobre el adoquín de sus calles, y «casado con el banco para los próximos 30 años» con tal de amanecer todos los días en el lugar del mundo donde soñó vivir. Así se lo contó a Sevilla el periodista José Antonio Rodríguez, pregonero de la fiesta, cuya voz y sus virtuosos versos sirvieron para encender el recuerdo entre un barrio que alumbraba el inicio de sus días señalaítos.
Y así arrancó, intentando saber cómo hacerlo, un pregón que tuvo en vilo a los trianeros durante poco más de 45 minutos. «¿Por dónde empiezo, Triana? / que venga Dios a ayudarme / que puedo decirte tanto / tengo tanto que contarte...», se preguntaba en un soneto de letanía desgarrada para encontrar el sentido a ese barrio convertido en «pozo que el tiempo se ha encargado de llenar de historias» y que «en la contradicción encuentra su razón de ser». Porque esa Triana del «puente y aparte», la que a diario divisa desde la particular atalaya de su hogar y añora en fotografías sin filtro cada vez que cruza el puente, le estaba abriendo las puertas del zaguán de cerámica de su alma para que el nieto de Conchita, la practicanta volara con los sentidos por mil versos de piropos que encontraban el sentido en su calles y sus gentes.
Rodríguez se encomendó a Santa Ana, «a la Madre de la Madre / que aunque tenga siete siglos / ni una arruguita le sale», para pronunciar un pregón en el que reivindicó a esa Triana que es mucho más que folklore y turismo o «un souvenir en forma de abanico». Y para conseguirlo apostó por la historia –una de sus pasiones– escrita, esta vez, con la tinta del arrabal y navegando desde el siglo I y la época romana, «que sembró por estos campos olivos y cereales», hasta la Torre Pelli, «dividiendo al sevillano / más si Triana es un puerto / pues ya le han puesto su faro». Lo hizo recordando ese espíritu costumbrista «inmortal en los retratos / tus gitanas, tus guitarras / las macetas de tus patios / el color de tus lebrillos / las tapias con sus geranios...». También el esplendor barroco que se muestra en el Cachorro, «Laoconte de los cristianos», o a aquel primera amor que llegó «en un cine de verano». Y en todo Santa Ana, «patrona de un barrio que es «la historia que vivimos, lo que somos y heredamos».
En su paseo por las emociones, el pregonero se detuvo en alabar al flamenco como «un tesoro» que «muchos llevan dentro y necesitan exteriorizarlo». Quiso también reconocer la labor de la Fundación Cristina Heeren y cómo «una señora ha venido de Estados Unidos para enseñarnos cómo apostar por nuestra cultura». Un mensaje contundente que hilvanó con el arte como «el idioma en el que se expresa el trianero». Las musas llegaron en forma de poema por soleares al que acompañaba una rondeña compuesta por Ricardo Miño para la ocasión. «Como tu gracia, ninguna / que en la historia del flamenco / Triana tiene la cuna». Punto de partida de un homenaje en el que encontraron su sitio artistas como Lole y Manuel, Marifé, Triana Pura, Antonio el Arenero, Naranjito, Isabel Fayos, Manuela Carrasco, Julio Vera, Isabel Pantoja y hasta Matilde Coral, quien hace «al Giraldillo llorar cuando se lleva los brazos al aire». Pero el recuerdo fue para una trianera universal recientemente fallecida. Con la música tornando a las míticas notas de aquel Dónde vas Alfonso XII, el corazón se encogió al quebrar el pregonero. «Sus ojos, dos abanicos / y al cumplir ochenta y pico / se fue a buscar la Esperanza / al cielo Paquita Rico».
La emoción de su ausencia le llevó a encontrarse con la Esperanza en la calle larga. Comparó la belleza de ambas, «las dos mujeres más guapas de Triana que ahora viven bajo el mismo techo». Y en las manos de su Virgen, «que te recoge en el puente y te lleva hasta sus plantas», se acordó de los enfermos y de los pobres; del Mora, Elena Caro y Borrero. Y de ellas al dolor de una ausencia. La de las dos manos, «una se apoya en la piedra, la otra punta de lanza», del Cristo de las Tres Caídas. «El Señor no está porque lo están sanando pero hasta Santa Ana anda preguntando si, este año, no va a ir su nieto a verla el día de su santo». Tuvo presente en sus palabras esa foto en blanco y negro que guarda su ausencia en la capilla de los Marineros, «aquella a la que las abuelas le rezan como si estuvieran besando la estampa del hijo que perdieron».
Supo el pregonero rebajar la emoción y dar la venia a la risa. En el escenario, irrumpió su amigo Miguel Caiceo enfundado en el mítico personaje de Doña Paca. Y diligente soltó la primera regañina de la noche. «A ver cuando le dan el pregón a alguien del pueblo». Alguien como ella, quiso decir. «Los de Podemos me han prometido que si ganan yo seré la pregonera». Y entre sus cosas, Doña Paca, con sus avíos de limpiar en ristre, fue azuzando a Rodríguez a que acabara. «Lo que os gusta charlar...».
Y allá que fue, manos a la obra, a cerrar la faena con el corazón en la mano. Tuvo un guiño a las dolorosas de Triana y a la coronación de la Virgen de la Salud. «Las abuelas del Tardón / han abierto los baúles / pa sacar los mantoncillos / y los balcones relumbren». Abuelas que de la mano del pregonero escribieron el final del comienzo. Primero la suya. «Aquella mujer sencilla / Conchita la practicanta / que así la conoce el barrio / cumple noventa mañana» y que fue quien le enseño a vivir la Velá siempre bajo el abrazo de Santa Ana. En ella, «la vecina más antigua de la cava, la que baja del altar para que la bese Triana», durmió sus palabras en una noche mágica en la que el barrio se sintió orgulloso de uno de sus niños. La misma felicidad que dibuja una sonrisa eterna entre las arrugas del rostro de las abuelas.