Una fiesta continua que se prolongó 176 días (del 20 de abril al 12 de octubre), casi medio año; un antes y un después para una ciudad que pedía a gritos un impulso a todos los niveles; un sueño indeleble para los 15,5 millones de personas que vivieron una experiencia mágica. Todo eso fue la Exposición Universal de 1992, un evento que transformó Sevilla y la convirtió esos cerca de seis meses en un crisol de culturas, música, gastronomía, arte y tecnología procedentes de los cinco continentes, con participación récord de países (112).
Y, pese al éxito y a la satisfacción que dejó la muestra, no fue fácil la gestación del proyecto, del que se habló por vez primera en 1976, cuando el rey don Juan Carlos, en su primera visita oficial a Santo Domingo (República Dominicana), esbozó su intención de organizar y celebrar una exposición de carácter universal con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América, contando para ello con el respaldo de los países iberoamericanos. Un apoyo que resultaría determinante para sortear las diversas piedras con que se topó la iniciativa.
Fue en los primeros años de la década de los 80 cuando tomó forma la idea. En enero de 1981 el Ayuntamiento de Sevilla aprobó la petición para convertirse en sede del magno acontecimiento y un año más tarde fue el Gobierno español el que solicitó formalmente al BIE (Bureau International des Expositions) –en español, Oficina Internacional de Exposiciones (OIE)– la organización de una exposición internacional en 1992. Sólo que había dos importantes escollos que salvar: de un lado, la delegación de Estados Unidos había solicitado en abril de 1981 un evento similar para la misma fecha y con Chicago como escenario; de otro, la francesa también había anunciado su intención de acoger una exposición universal en 1989 para conmemorar el bicentenario de la Revolución Francesa. Ello planteaba un dilema en el seno del BIE, cuyos estatutos marcaban un plazo mínimo de diez años entre la celebración de dos muestras de carácter universal.
APOYO IBEROAMERICANO
Pese a ello, la candidatura española prosiguió adelante y así, el 31 de mayo de 1982 el Ministerio de Asuntos Exteriores informó a los embajadores iberoamericanos en Madrid del proyecto Sevilla’92 y surgió entonces la conveniencia de que se incorporasen al BIE aquellos países que aún no eran miembros del organismo.
En los meses sucesivos, el BIE aprobó una enmienda a sus estatutos para reducir el tiempo de espera entre dos exposiciones, acordando la reserva del año 1989 para París y la de 1992 para Chicago hasta que Sevilla pasase un examen. Y por fin el 8 de diciembre, el BIE aprobó la sede conjunta Chicago-Sevilla tras una asamblea general en la que participaron por primera vez los diez Estados iberoamericanos adheridos a la causa. El destino incluso aclaró más el panorama para Sevilla: primero en junio de 1983, cuando el gobierno galo comunicó su renuncia a París’89; luego, a finales de 1987, cuando renunció también Chicago, que llevaba dos años avisando de problemas organizativos.
Así pues, Sevilla quedaba como sede única de la Exposición Universal de 1992, retrasándose la fecha de inicio del 17 al 20 de abril.
En julio del año 1987 estaba terminado el Plan Director de Expo’92. Comenzó así una carrera contra el reloj para poner Sevilla a punto. Se renovó por completo la red viaria, con avenidas y rondas de circunvalación, se construyó una nueva estación de ferrocarril a la que llegaría el flamante AVE, se amplió el aeropuerto... Paralelamente, se escogió para la muestra la Isla de la Cartuja, 250 hectáreas de terreno agrícola sin más uso que el Monasterio de la Cartuja, donde se supone que Cristóbal Colón preparó su primer viaje a América y que se hallaba en ruinas, de modo que hubo que rehabilitarlo para convertirlo en símbolo de la Expo’92.
En las 215 hectáreas restantes de recinto, conectadas con la ciudad a través de varios puentes igualmente erigidos para la ocasión, se levantaron casi un centenar de pabellones: 63 de países, cinco temáticos, seis de empresas, cinco de organizaciones internacionales y 17 de las comunidades autónomas. El Jardín Americano y los Jardines del Guadalquivir, la Esfera Bioclimática, el Lago de España y medios de transporte internos como el monorraíl o el telecabina acabaron de rematar el esplendor de una ciudad nueva dentro de otra ciudad.
Por si eran pocas las prisas, a dos meses de la inauguración se produjo un desgraciado suceso: el devastador incendio que se llevó por delante el Pabellón de los Descubrimientos, llamado a ser uno de los espacios estelares de la Expo’92, y valiosas piezas de su interior. Se encargó al escultor Eduardo Arroyo una cubierta con la que disimular los daños.
INTERMINABLES COLAS
Nada pudo impedir que por fin el 20 de abril de 1992, lunes de Resurrección, abriera sus puertas a las nueve de la mañana la Expo’92, con lo que arrancaban seis meses de ensueño en los que se hicieron célebres las interminables colas en algunos de los pabellones (Canadá, Hungría, Marruecos, España...), el Espectáculo del Lago a base de luz, fuegos artificiales, láser y sonido, con la mascota Curro dando la bienvenida, la Cabalgata, los conciertos en la Plaza Sony... y tantos momentos inolvidables a lo largo de 176 días en los que se contabilizaron 41,8 millones de visitas al recinto.
«LA MAYOR EXPOSICIÓN DE LA HISTORIA»
Aunque las puertas de la Exposición Universal de Sevilla abrieron a las nueve de la mañana, la inauguración oficial tuvo lugar al mediodía del 20 de abril. A las 12.15 horas, según lo previsto, su Majestad el rey don Juan Carlos declaró inaugurada la muestra mientras eran soltadas cinco mil palomas mensajeras desde una plataforma ubicada en el muro del Monasterio de la Cartuja y más de un centenar de globos en representación de los países participantes; todo ello a la par que sonaban los toques de 38 campanarios de la ciudad.
El Rey definió el acontecimiento como «la mayor exposición de la historia, no sólo por su tamaño o el número de participantes, sino también por la diversidad y calidad de las actividades previstas en ella», dijo don Juan Carlos antes de admitir que «haberse planteado un reto tan difícil y haberlo superado es algo que nos llena de orgullo». «La Exposición Universal –recalcó más adelante– pretende transmitir a sus visitantes la idea de la diversidad y riqueza de las culturas que el hombre ha creado, de la capacidad innovadora del ser humano y también de la tolerancia, del respeto a la pluralidad, de la solidaridad internacional».
La Familia Real había sido recibida en Sevilla por el presidente del Gobierno, Felipe González, que en su discurso habló de futuro: «El sentido de la Exposición Universal de Sevilla trasciende los seis meses de su celebración para prolongarse en el tiempo. Las infraestructuras realizadas, el potencial de crecimiento y la calidad de vida que ofrece el entorno son buenos puntos de partida para Cartuja’93 y para situar a esta comunidad entre las regiones prósperas de Europa», dijo.
El presidente andaluz, Manuel Chaves, recalcó que la Expo «ha permitido a Andalucía llegar a tiempo a su cita con el progreso».
El alcalde, Alejandro Rojas-Marcos, señaló: «Hoy empieza el siglo XXI. Ha llegado la hora de que la tecnología se someta al exclusivo servicio de la Humanidad. Ha llegado la hora de acabar con la cultura de la violencia. Ha llegado la hora de rendir culto a la vida».