«Unimos a los adolescentes solidarios y descubren que no son ni locos ni raros»

ROXANA ROSALES MIGLIORE. Coordinadora en Andalucía Occidental de la ONG Entreculturas. Sabe educar para integrar en la ciudadanía global a niños en la selva peruana o en la barriada de Los Pajaritos. Su impulso desde Sevilla de la Red Solidaria de Jóvenes ha servido de modelo en España

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
01 jul 2017 / 20:52 h - Actualizado: 01 jul 2017 / 20:57 h.
"Son y están"
  • Roxana Rosales, en el Centro Arrupe, donde tiene su sede en Sevilla la ONG Entreculturas, de la Compañía de Jesús. / Jesús Barrera
    Roxana Rosales, en el Centro Arrupe, donde tiene su sede en Sevilla la ONG Entreculturas, de la Compañía de Jesús. / Jesús Barrera

Entiende la vida, y su vida, como una cadena de eslabones donde lo personal y lo profesional son causas y casualidades que interactúan y encauzan las pequeñas y grandes decisiones. Roxana Rosales, peruana, 48 años, reside en Sevilla desde 1998 porque se enamoró de un cooperante español al que conoció cuando ella dirigía una red educativa de los jesuitas en Andahuaylillas, a más de 3.000 metros de altitud, en la región de Cusco. La enseñanza les unió, son padres de tres hijos, y Roxana lo compagina con la labor socioeducativa que lleva a cabo en su otra gran familia: la de los profesores y adolescentes que integra y coordina desde Andalucía en Entreculturas, la ONG jesuita para la educación y el desarrollo, con especial incidencia en América Latina y África.

¿Cuáles son sus raíces?

Nací en Trujillo y desde muy niña viví con mi familia en Lima. Mi crianza ha sido de matriarcado. Soy hija única, mi madre era maestra, mi padre no vivía con nosotras, me crié con mi abuela, mi tía y mi prima. Familia humilde de mujeres que se esfuerzan mucho para salir adelante, trabajando en la educación o en la salud.

¿Desde la adolescencia tuvo implicación con la acción social?

Siempre he tenido muchas inquietudes de carácter social. Comencé a canalizarlas, con 13 años, en el movimiento juvenil de mi parroquia, cuando la Iglesia vivió un tiempo de renovación y se convenció de que tenía que estar más presente en los barrios que en los templos. Para comprometernos en mejorar la vida en el barrio, empezamos por conocer la realidad de ancianos, familias, jóvenes, niños. Era una época complicada en Perú para el compromiso social. En un país con mucha pobreza y desigualdad, con gobiernos militares y con la irrupción del terrorismo de Sendero Luminoso. A las organizaciones de acción social nos presionaban tanto las autoridades como los guerrilleros, les incomodaba nuestra labor en los barrios pobres que ambos querían controlar. Aprendimos a ser valientes.

¿Tenía ya entonces vocación de educadora?

Sí, conocer las situaciones de injusticia me encaminó más aún a encontrar en la Educación mi vocación y formarme como educadora. Estudié en el Instituto Universitario Pedagógico de Monterrico, muy inspirado por los principios de Paulo Freire para la educación popular y para erradicar la desigualdad. Entré en contacto con el Instituto Peruano de Educación en Derechos Humanos y la Paz, y aprendí mucho sobre la capacidad transformadora de la labor educativa.

¿Alguna experiencia que le marcara especialmente?

En los últimos años de carrera, mis prácticas en el Perú alejado de la capital. La primera fue un mes en la selva de la provincia de Jaén. En una población de muy difícil acceso. Ya el recibimiento por parte de los comuneros fue una lección. Vas creyendo que eres quien va a enseñar, y todo el tiempo era yo quien aprendía de ellos. Sobre todo su generosidad y colaboración para compartir lo poco que tienen. Y la segunda práctica, en 1991, fue en Ocongate, un pueblecito de la región andina de Cusco, cerca de la frontera con Brasil. No había llegado la luz eléctrica a esa zona. La población, campesina y de pastoreo, con tierras poco fértiles, era de lengua quechua pero la enseñanza se impartía en castellano. Y su estilo de vida era completamente diferente al de Lima.

¿Cómo se adaptó?

Cuestionándome muchos conceptos que llevaba en mi cabeza desde la capital. En esas pequeñas poblaciones, lo que había eran descuidadas escuelas unidocentes: un solo profesor, que vivía a solas en un pequeño cuarto con fogoncito, y cuya familia permanecía en su ciudad, los veía en vacaciones.

¿Cuándo comienza su vinculación con los jesuitas?

Les conocí en un programa de refuerzo escolar para niños de esa zona, y me pidieron colaborar. Descubrí que, además, tenían en marcha un proyecto socioeducativo con los agricultores y campesinos, en cada municipio, que incluía mejoras estructurales, como hacer canalizaciones de agua. Regresé a Lima para terminar la carrera y leer mi tesis, y los jesuitas contactaron conmigo para que regresara a esa comarca. Estuve ocho años en Andahuaylillas. Comencé con las escuelas de refuerzo escolar, una vía para trabajar mucho con las familias, y afrontar casos de violencia hacia los niños, hacia las mujeres, el alcoholismo... Creamos la defensoría del niño para defender sus derechos. Y todo creció hasta crearse un colegio de la red Fe y Alegría, que dirigí, en paralelo a impulsar una red de apoyo a esas escuelas rurales unidocentes. Para respaldar a esos profesores que estaban tan aislados, mejorar su formación, crear una metodología bilingüe que atendiera mejor a los niños quechuahablantes.

¿Cuál fue su principal objetivo al llegar a Sevilla?

Estudiar la especialidad de Psicopedagogía para mejorar mi capacidad de respuesta a las necesidades de la realidad social. A nivel personal, formar una familia, conocer y entender la sociedad y la cultura de la que es originario mi marido. Quería yo regresar a Perú, pero cuando acabé la carrera, mi marido tenía compromisos laborales en Sevilla. Combiné mi labor como primera delegada de Entreculturas en Sevilla, por mi vinculación con Fe y Alegría, con buscar trabajo, y logré una plaza en el Colegio SAFA Blanca Paloma, en Los Pajaritos, para dedicarme a educación para la integración. Así podía poner en práctica lo que había estudiado.

Los Pajaritos es el barrio con más porcentaje de pobreza severa en España. A partir de su conocimiento, explique qué sucede.

En cuanto conocí el barrio, y pensando en los alumnos, me di cuenta del elevado número de familias desestructuradas. Por lo tanto, lo que no diéramos a los niños en el colegio no lo iban a recibir en su hogar. Es muy importante combatir la autoexclusión que se aplican. Recuerdo a algunos de los primeros niños que traté, cuando les preguntaba: '¿Por qué te comportas así?', respondían: “Es que soy de Los Pajaritos, qué puede esperar de alguien de aquí”. Se sienten marcados por eso como un estigma, y se conforman.

¿Qué hacer para cambiar esa mentalidad?

Un modelo de educación transformadora, en el que sepan responderse a la pregunta: '¿qué puedo yo cambiar?' En ellos mismos, y en su entorno de barrio. Cuando trabajaba en dicho colegio, y además era voluntaria de Entreculturas, hicimos la campaña de sensibilización 'Jóvenes como Tú'. Para conectar la realidad de Sevilla con la de otros países, y que conocieran a adolescentes de Bolivia, Paraguay, etc., de ambientes socioeconómicos similares, que están trabajando comprometidos para cambiar su realidad.

¿A qué dio lugar?

A crear en 2001 desde Entreculturas la Red Solidaria de Jóvenes, voluntariado articulado con profesores y adolescentes de diversos colegios y ciudades, con edades entre 12 y 18 años. Con un modelo parecido al que llevaba a cabo en Perú, vimos la importancia de conectar a jóvenes que querían hacer actividades solidarias. Para que se dieran cuenta de que no eran ni locos ni raros en solitario. Hicimos el primer encuentro en 2001 en el albergue juvenil de Sevilla, con 150 jóvenes andaluces. Hoy en día, la red es mucho más amplia. Por ejemplo, en Sevilla hay grupos en el Colegio SAFA Blanca Paloma, en el Colegio de Valdezorras, en el IES Azahar, en el IES Juan de Mairena, entre otros. Y ha servido de modelo para otras zonas de España, donde ya están en red centenares de profesores y miles de alumnos. Cada dos años hacemos un encuentro en Madrid, al que también acuden jóvenes de países latinoamericanos.

¿También han servido de modelo los escolares sevillanos?

Sí. Hace dos años, vinieron con nosotros a ese encuentro dos muchachos formados en ese colegio de Los Pajaritos. Cuando hablaron Lorena y José, me dije: ¡Cómo han cambiado! ¡Cómo ha cambiado su forma de enfocar la vida! Todavía tienen que madurar mucho más, pero qué diferencia de aquellos niños que me decían: “qué quiere, profe, que somos de Los Pajaritos”, a ver cómo ahora son participativos.

¿Cómo está articulada la organización que usted coordina en Andalucía occidental?

Somos dos personas como equipo profesional estable, y unas setenta como voluntarios articulan la red de siete delegaciones, en Huelva, Córdoba, Bahía de Cádiz, etc. Los martes y jueves los dedico, de 8 de la mañana a 6 de la tarde, a viajar para visitar centros educativos de muchísimas localidades.

¿Cuáles son sus principales ejes temáticos?

La educación para el desarrollo, concretada en proyectos en países en vías de desarrollo. Propiciar la reflexión y la sensibilización sobre esas situaciones. Poner voz a los sin voz. Denunciar las injusticias que son la raíz de la desigualdad. Abogar por la hospitalidad con los refugiados e inmigrantes. Divulgar los compromisos que no se están cumpliendo con esas personas. Nuestros voluntarios son la clave para llevar a cabo estas acciones y campañas, para hacer el seguimiento a los programas formativos, y para ampliar nuestra base social. Para financiar nuestras actividades de cooperación al desarrollo y sensibilización, contamos con apoyos por parte de Junta de Andalucía, diputaciones y ayuntamientos.

¿Los docentes que se implican son de los que tienen especial vocación social?

Si no tuvieran una gran vocación, no estarían haciendo red. Es un programa extraescolar, un voluntariado por el que apuestan en firme. Una vez a la semana, los lunes, cuando acaban las clases, se reúnen con los alumnos hasta las cuatro o las cinco de la tarde. Unos y otros se llevan sus bocadillos desde casa, ese es su almuerzo.

¿Esos profesores acuden a usted también para desahogarse de sus dificultades, de sus frustraciones, en el día a día escolar?

Sí. En la labor de acompañamiento que hacemos con ellos, cuando les impartimos formación, o cuando les visitamos. Son profesores muy ambiciosos. Y se frustran mucho cuando ven que treinta chavales inician muy motivados una actividad en esta red, y al final solo quedan doce. Yo les hago ver que deben estar satisfechos por tener a doce, que es un gran logro. O para una actividad que hicimos en mayo al pie del Puente de Triana, con alumnos recogiendo firmas para fomentar la hospitalidad con los refugiados. Esperábamos que a la convocatoria acudieran unos 50. Fueron 25. No nos frustremos. Veamos el mérito que tiene que 25 adolescentes dediquen tiempo a eso. Porque, lamentablemente, la sociedad actual no fomenta estos valores, no alienta que se reúnan una tarde para hablar de solidaridad, para conocer las injusticias.

¿Alguna actividad que hagan en común con centros educativos de otros países?

La iniciativa Entrescuelas, vinculando escuelas españolas con las de América Latina. Desde Andalucía tenemos hermanamientos con escuelas de Colombia en un proyecto sobre la hospitalidad, y con otros de Nicaragua en uno sobre la violencia entre escolares. Para que los escolares se conozcan y aborden de modo local y global cómo en sus países hay situaciones de violencia, cómo se viven y afrontan. Un profesor y dos chicas del Instituto de Secundaria Azahar, de Sevilla, van a ir a Managua, capital de Nicaragua, para encontrarse con jóvenes de allí, a través de la red Fe y Alegría, que ya el año pasado estuvieron con nosotros y vinieron a conocernos. Durante todo el año, están en contacto profesores y alumnos a través de un grupo de WhatsApp, se intercambian videos, fotos y textos sobre lo que hacen, en una lógica de ciudadanía global.

¿Esas convivencias ayudan a los jóvenes a liberar sus mentes de los prejuicios que les transmiten los adultos en sus respectivos países?

El contacto es fundamental. Cuando se encuentran, se ponen caras, se relacionan en pie de igualdad, se abre paso lo afectivo y lo emocional para empatizar con los chicos y chicas de otros países. Y esos intercambios rompen los prejuicios, ya sean marroquíes o nicaragüenses. A nosotros nos enseñan a plantear cómo promover escuelas más inclusivas.

¿Las organizaciones alentadas por los jesuitas tienen un especial poso intelectual?

Se nutre de muchas reflexiones, se habla mucho de cómo la fe te lleva a la justicia y cómo la justicia que te lleva a la fe. Los jesuitas lo entienden todo desde lo social. Como ejemplo, la encíclica del Papa Francisco.

¿Valoran también en usted que sea mujer?

No. En Entreculturas, el tema de la política de género está clara. Hay una intención de equiparar, se cuida que en los equipos directivos haya presencia tanto de mujeres como de hombres. Pero lo que se valora en cada persona son sus cualidades.

¿Qué le era más fácil y difícil realizar en Perú, y ahora en Andalucía? Puede comparar.

Allí era más fácil proponer actividades y basarse en la creatividad. Todo es más natural. Aquí está todo muy estipulado, pero a veces demasiado, y con muchos miedos. En Perú, los padres valoraban más cualquier iniciativa que se proponía desde la escuela, y participaban mucho más. También en el mantenimiento y mejora del colegio si no tiene recursos, incluso con sus picos y palas como faena comunal. Aquí eso es más difícil, todo parece conseguido, las necesidades básicas parecen cubiertas, se considera que los problemas deben resolverlos otros y se valoran menos las cosas.

¿Cómo perjudica esa mentalidad?

En el conjunto de España, se están conformando generaciones de niños con muy poca capacidad para resistir la frustración. Nuestros niños se frustran muy rápidamente. No disfrutan de lo que tienen porque quieren más, no disfrutan de lo sencillo, ni valoran el esfuerzo.

¿Qué propone para mejorar Sevilla?

Echo en falta una apuesta mucho más decidida e intensa por las políticas sociales. Un ejemplo es Amate-Tres Barrios. Las plataformas vecinales y los profesionales de la asistencia social se esforzaron en elaborar diagnósticos y propuestas, pero las autoridades no las han llevado a cabo. Es verdad que el Ayuntamiento de Sevilla ha mejorado su asignación presupuestaria a la cooperación internacional. Pero falta continuidad en líneas como la de educación para el desarrollo. Como estoy en contacto con muchos ayuntamientos andaluces, como los de Córdoba y Málaga, compruebo que están más implicados, tienen apuestas más claras por estos temas, tejen alianzas con las organizaciones como la nuestra, entienden que debe hacerse desde una perspectiva local y global