Va a ser verdad lo que decía el abuelo

«Ya no hace frío de verdad». La temperatura media anual ha pasado en Sevilla de los 17,9 grados del 51 a los 19,8 de 2016, un aumento sideral que sin embargo se ha repetido en todo el planeta

31 ene 2017 / 08:04 h - Actualizado: 31 ene 2017 / 08:24 h.
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«Lo de antes sí que era frío de verdad». Si cuenta más de cincuenta castañas, no puede negar que usted repite cada invierno este axioma inapelable. Y si no ha llegado al medio siglo de vida, seguro que lo ha oído a sus mayores hasta la total saciedad. Sin llegar a la categoría de refrán, bien es cierto que este mantra se ha impuesto en toda charla climatológica como una suerte de sentencia lapidaria. Y el caso es que más allá de que las prendas de abrigo de la época no tuvieran las cualidades de las actuales y que el humano de mediados del XX era bastante más tolerante a las bajas temperaturas –por adaptación al medio, básicamente-, existe una explicación irrebatible que da la razón al cincuentón: la temperatura del planeta era por entonces más baja.

La respuesta exacta, cómo no, está en la ciencia. Más allá de esas percepciones sensoriales de si notamos más o menos frío según como arrecie el invierno, los datos históricos recabados confirman que antes hacía más rasca. Al fin y al cabo, si la temperatura media de la Tierra ha aumentado unos dos grados desde la mitad del siglo pasado, Sevilla no iba a ser menos. De hecho, en esos guarismos anda. En 1951, el primer año del que Meteorología aporta datos de temperatura en Sevilla, la media anual registrada en la estación meteorológica de San Pablo –zona aeropuerto– fue de 17,9 grados. Seis décadas y media después, en 2016, y en ese mismo punto, la temperatura media del año ascendió a 19,8. Casi dos grados más en un lapso relativamente corto.

De alguna forma, Sevilla también es un botón de muestra de lo que ha ocurrido en el mundo en el siglo XX. El aumento de temperatura ha sido tan paulatino como constante, hasta el punto de convertirse hoy día en toda una amenaza palpable, o mejor dicho, sensorial. Es el temido cambio climático, del que, a estas alturas, nadie –salvo Trump– osa negar su existencia. De los polos a los trópicos, la subida del mercurio ha propiciado la aceleración de la fusión de los casquetes polares o la desertización de zonas antaño incluso frondosas. Retornando al epicentro local que nos ocupa, es cierto que no se aprecian grandes cambios en el paisaje sevillano fruto de este aumento de temperatura media, salvo en zonas marismeñas, muy proclives por su naturaleza a verse afectadas cuando la evaporación del agua es mayor. Allí, si se aprecia el cuarteo de la tierra. Es palmario que en la provincia también sufrimos este fenómeno de calentamiento, como afirman desde la propia agencia meteorológica, en base al análisis que se hace de la temperatura registrada.

La afirmación tiene fácil comprobación: solo basta con observar la gráfica de las series acumuladas de temperatura media en un mismo punto de la provincia hispalense. Los cinco indicadores de temperatura media anual más bajos registrados desde los años cincuenta del pasado siglo en la estación del aeropuerto de San Pablo se agrupan en las décadas cincuenta, sesenta y principios de los setenta. Están entre los 17,1 grados centígrados de 1956 a los 17,8 de 1952. Por el contrario, las cinco medias anuales de mayor temperatura tomadas en este mismo punto, son del siglo XXI, salvo una que es de 1995. De los 20,4 grados de media consignados en 2004, como hito de mercurio más alto de media con 20,4 a los 20 grados registrados en 2015, en quinto lugar de esta improvisada clasificación. Las diferencias son, por tanto, incuestionables. Y objetivas.

No obstante, en un rápido estudio estadístico relativo a las series históricas se pueden comparar también tramos de una década, en los que se aprecia con mayor énfasis el patrón de ascenso de temperatura. Del 56 al 65, la temperatura media registrada en el aeropuerto de San Pablo fue de 18,3 grados. Cinco décadas después, del 2006 al 2015, el aumento global en esta década fue de casi un grado y medio, para llegar a los 19,7. En el análisis absoluto de medias anuales la distancia es abismal. Tres grados separan la media más baja y la más alta –17,1 de 1956 a los 20,4 de 2009–. No es fruto de la casualidad que estén adscritas a distintas épocas históricas: la inferior en los años cincuenta del XX y la superior bien entrado el XXI, coincidiendo con el archirepetido concepto de calentamiento global sufrido con el paso de los años.

Superando los datos que ofrece la estación de la Aemet de San Pablo en Sevilla, viajamos hasta uno de los extremos del territorio sevillano. Morón de la Frontera, en la Sierra Sur. A nadie sorprende que las temperaturas sean aquí más bajas que en la capital hispalense, por pura orografía, amén de otras variables climáticas y geográficas que no vienen al caso. El asunto es que Morón ha vivido un desarrollo parecido al de Sevilla, y al de prácticamente todos los escenarios del globo terráqueo: desde los años cincuenta a la actualidad ha visto aumentado su temperatura media. De esta forma, los datos aportados por Meteorología demuestran que su aumento de temperatura entre mediados del XX y los albores del XXI es también considerable: de una media anual de 16,3 grados en 1956 –primer año con datos aportados por Aemet– a los 18,8 registrados en 2016. Ahondando aún más en los guarismos de la localidad moronense se deduce que tampoco es casualidad que las cinco medias de temperatura anual más bajas se concentren entre 1956 y 1976 y las cinco más altas en años próximos al recién acabado 2016.

En este particular viaje por la provincia, el efecto se repite en demarcaciones de los cuatro puntos cardinales: Pilas, 18,7 grados de media en 1967 –primer dato aportado– y 20,5 en 2015 –último dato–; Alcalá del Río, de 16,7 en 1971 a 19,3 en 2015 o Villanueva del Río y Minas, de 17,3 en 1973 a 18,1 en 2013. De esta forma, y en caso de continuar con todas las referencias de las que dispone la Aemet, es fácil trazar un mapa provincial homogéneo, donde se vislumbre una conclusión común: dos grados en sesenta y cinco años.

Los motivos que fundamentan tan considerable aumento es harina de otro costal. Los gases de efecto invernadero, y por extensión, la contaminación y el maltrato que le hombre sistemáticamente ha dado al planeta están detrás de un proceso de degradación que empieza por la alteración de las temperaturas y acabará, si no se remedia, en convertir a la Tierra en un lugar incompatible con la vida. En el aspecto analítico, la evaluación que hace Meteorología de estos datos es clarividente: «son valores por encima de la media que constatan que estamos en pleno cambio climático». Así pues, pese a que Trump lo niegue y los grandes gobiernos casi ignoren este dislate, el asunto es para asustarse. De cualquier modo, en cincuenta años, y si el mundo sigue funcionando, serán ustedes quienes farden ante sus nietos de haber soportado al auténtico frío que pela.