Viaje edénico hacia 1936

En la política de izquierdas ahora no se lleva presumir de la época apodada «la Transición» sino que el acicalamiento teórico se exhibe con los colores rojo, amarillo y morado

01 jul 2017 / 22:30 h - Actualizado: 01 jul 2017 / 22:33 h.
"Historia","La memoria del olvido"
  • El alcalde Juan Espadas asistió al acto de rotulación de una calle en homenaje a Miguel Jiménez Hinojosa. / El Correo
    El alcalde Juan Espadas asistió al acto de rotulación de una calle en homenaje a Miguel Jiménez Hinojosa. / El Correo

En la política de izquierdas también existen las modas y ahora ya no se lleva presumir de la época apodada «la Transición» (la de la reconquista de las libertades) sino que el acicalamiento teórico se exhibe con los colores rojo, amarillo y morado de la II República proponiendo, con espíritu edénico, llegar a aquel paraíso perdido en julio de 1936, cuando el Estado democrático español que, cinco años antes, había asumido la forma de república con el propósito de realizar las grandes reformas que el país necesitaba, fue asaltado por golpistas militares y civiles y derribado tras una larga y sangrienta guerra civil de casi tres años.

En realidad la renovación republicana (el paso a la modernidad de la que gozaba casi toda Europa) había llegado aquí muy tarde, con casi un siglo de retraso, tras muchas convulsiones, continuos pronunciamientos militares, la pérdida de todas las colonias del antiguo imperio, la aventura de un neocolonialismo que sólo sirvió para crear una casta militar y una sima entre las clases sociales altas y bajas. España no pintaba nada en el concierto de las naciones y, en su interior, continuaban vivos muchos de los atavismos del Viejo Régimen.

La diferencia de los años republicanos con los que habían transcurrido desde que, en la década de los treinta del ochocientos, se asentó (aunque en equilibrio inestable) el parlamentarismo, era que en aquellos no habían existido, realmente, las libertades democráticas tal como las había ido haciendo evolucionar la Historia: los sindicatos eran perseguidos continuamente, la libertad religiosa brillaba por su ausencia y las universidades expulsaban a los profesores heterodoxos.

Las fuerzas progresistas de la República no tuvieron más remedio que impulsar las reformas aceleradamente, en medio del desorden mundial provocado por la crisis de 1929 y pese a la resistencia feroz de unas minorías que, acostumbradas a mandar arbitrariamente, no podían soportar estar ahora bajo la misma ley que los demás ciudadanos. Por eso éstas provocaron, financiaron, apoyaron la rebelión militar y yugularon con la guerra y la dictadura la república, es decir, una Democracia que no había terminado de asentarse.

Aunque la lucha por recuperar lo perdido no se extinguió nunca del todo, a partir de los años sesenta comenzaron a ensayarse distintas formas de aunar fuerzas para volver a instaurar en España un régimen de libertades en base a unir contra Franco la izquierda y la derecha democráticas. Eso fue lo que declararon en 1962 casi dos centenares de políticos españoles (que no habían invitado a los comunistas), reunidos en Baviera en el IV Congreso del Movimiento Europeo. Terminó con las palabras de su presidente, Salvador de Madariaga: «Hoy ha terminado la Guerra Civil».

Santiago Carrillo, que pudo ser tachado de cualquier cosa menos de tonto, comenzó a virar en la misma dirección y, con mucha más organización y potencial, logró colocar al PCE a la cabeza de un sindicalismo de nuevo tipo –el de CC.OO.– y de una articulación antifranquista, la Junta Democrática, que, de algún modo, arrebataba a los reunidos en Munich la frase de Madariaga traduciéndola a «Reconciliación Nacional».

El Partido Comunista y los «hijos rebeldes» que le salieron a su izquierda soportaron casi enteramente la represión de la dictadura. Miles y miles de hombres y mujeres sufrieron persecución, tortura y cárcel y murieron movidos por el ideal de una sociedad libre conseguida por el rechazo a la dictadura de la mayoría, incluidos sectores que antes la habían apoyado decididamente.

Mirando con perspectiva histórica la democracia llegó, sobre otras razones, gracias a que la entrega de esos ciudadanos promovía continuamente conflictos en campos laborales, universitarios, profesionales... y a que su sacrificio desmontaba una tras otra las maniobras del régimen de Franco para hacerse pasar por demócrata.

Las sucesivas consultas electorales irían diciendo después lo que la ciudadanía quería en cada momento (lo cual no quiere decir que siempre decidiera acertadamente) pero eso nada tiene que ver con que la Historia, la verdadera Historia, no se abriera paso. Después de 40 años podemos ver que la tan denostada Transición solucionó las dificultades bastante mejor que la República.

Hace poco asistí al homenaje que Sevilla rendía a uno de los héroes de aquel tiempo, muerto hace dos años, Miguel Jiménez Hinojosa. La policía franquista lo apresó en Barcelona, lo tiró por un balcón y, como salvó la vida de milagro, pasó en la cárcel muchos años –hasta que la Ley de la Amnistía lo sacó– y, a continuación se reincorporó al combate por la democracia como si nada hubiera pasado. La consecución del estado en el que vivimos es, en parte, suya y no, evidentemente, de personajes como Martín Villa que no sólo nada hicieron para que España se incorporara al mundo libre sino que procuraron retrasar y rebajar esa incorporación. Pero, ¿por qué hay fuerzas de izquierda que, aunque protestando de las distinciones a personas como ésa, se empeñan en no hacer del presente un ámbito conseguido por figuras como la de Hinojosa?

Al acto –presidido por el alcalde Juan Espadas– de la rotulación de una calle con su nombre, sus promotores lo inundaron de tintes del pasado –omnipresente la bandera tricolor, ausente la andaluza– como si se tratara de reivindicar’ a alguien que, en vez de ser protagonista de un presente abierto al futuro, hubiera dedicado su vida a realizar un viaje al pasado, a llegar en el siglo XXI a la «Tierra Prometida» de 1936.

Ese es el mejor camino para que un pueblo que necesita seguir avanzando haga un viaje a ninguna parte.